domingo, 20 de mayo de 2007

Partidos

Sale del vestuario con el pelo mojado, la bolsa azul al hombro y el rostro serio. Me acerco, le doy un beso, le digo: "¿Qué pasa, cariño?", él me dice: "Nada, vámonos, papá". Me despido de los otros padres y nos alejamos en dirección al coche.

Mientras regresamos a casa mi hijo guarda silencio. Yo sé lo que le sucede, no ha jugado bien, mi pregunta fue una reacción instintiva. Lo miro de reojo y una oleada de amor crece inesperadamente desde mis intestinos hasta alcanzar las mejillas, casi sofocándome. ¿Debería volver a contarle que yo era un pésimo futbolista, que en el patio del colegio siempre era el último en ser elegido por el capitán del último equipo en elegir? Eso le hace reír y son datos ciertos (así como que era torpe, carecía de concentración y ganar o perder me resultaba indiferente). Pero entonces él deja de mirar por la ventanilla, se vuelve y me pregunta: “¿Haremos un vermut?”. “Claro, ¿qué te apetece?”. “¿Hay aceitunas y boquerones?”. “Me parece que sí”. Por primera vez sonríe, dice: “Al menos hemos ganado el partido, ¿verdad?”, y añade a continuación: “Tengo un hambre que no veas”.

3 comentarios:

Hipatia dijo...

Me sigue sorprendiendo esta facultad que tenemos los padres de entrar en la piel de nuestros hijos; en esos momentos "tan normales" en teoría, nos damos cuenta de que ellos también son nosotros.
Dentro de la asepsia aparente del escrito has derramado mucha ternura. Me ha encantado.
Un saludo desde un cuasi púlsar.

Jesús Miramón dijo...

Son nosotros, es verdad, y se me ocurre que lo son doblemente: como portadores de nuestros genes, testimonios vivientes de nuestro paso, y también en su condición de seres humanos tan audaces, exploradores y capaces de lo mejor y de lo peor como el resto de nuestra especie; son nosotros en lo pequeño y en lo grande.

Portarosa dijo...

También yo era siempre de los últimos (si no el último) en ser elegido para jugar al fútbol. Qué sensación, por favor, menos mal que aquello pasó.

Qué importante es ser capaz de ponerse en su lugar, ¿verdad?, ser capaz de recordar qué graves eran algunos problemas, por tontos que hoy nos parezcan. Si no nos damos cuenta, es imposible ayudarles.

Un abrazo, Jesús.