viernes, 30 de noviembre de 2007

jueves, 29 de noviembre de 2007

Una salpicadura

Por algún motivo no me cuesta imaginar que ahora mismo pudiera estrellarse contra la tierra un meteorito gigantesco capaz de borrar nuestro mundo de la galaxia en un suspiro. No es difícil cuando uno contempla con detenimiento el fondo de la mirada de un gato, la maraña de ramas de los árboles desnudos a finales de noviembre o el robótico frenesí de un nido de hormigas. Sí es difícil, sin embargo, al pensar en las personas que queremos y nos quieren, e incluso en nuestra propia especie en conjunto (la inminencia de su extinción ahoga la estupidez y la crueldad para iluminar intensamente la inocencia de la infancia, la belleza de la música, la poesía, la fraternidad).

Sucede así: aparece un pequeño sol creciendo en el cielo segundo a segundo y en un instante, unos días, unas semanas o tal vez unos meses, todo (Jorge Manrique, Darwin, Platón, Machado, Velázquez, Bach, Cervantes, Mozart, Monteverdi, Shakespeare, Grecia, Egipto, China, Estados Unidos, el Amazonas, Europa, Rusia, la ciencia, la religión, la pornografía, la pobreza, el derroche) desaparece en una salpicadura diminuta e insignificante en la inmensidad del cosmos. Regresa el silencio. El universo, ajeno de nuevo a la razón, continúa.

martes, 27 de noviembre de 2007

Corteza

La mujer que se cruza conmigo en la acera es de baja estatura y luce una hermosa melena, negra como el azabache, sobre sus rasgos incas. Empuja con una mano el carrito de un bebé y en la otra empuña un teléfono móvil junto a su oído. Al llegar a mi altura está gritando: "¿Disculpas? ¿Disculpas ahora, desgraciado? ¡No tienes vergüenza, ni siquiera por tu hija tienes vergüenza!".

Cuando giro hacia el Puente del Amparo vuelvo a fijarme en el tronco del álamo majestuoso que se yergue al lado del kiosco de lotería: su corteza blanca está cubierta de antiguos signos abiertos a golpe de navaja, palabras cicatrizadas, ya incomprensibles.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Tardes de domingo

Aprovecho el domingo, que corre a la velocidad de un caracol, para cocinar solomillo de ternera estofado (cebolla, ajos, zanahorias, dos hojas de laurel, coñac, vino blanco), tortilla de patatas (nueve huevos grandes, una cebolla, patatas), seis pimientos rojos asados al horno, pollo con arroz (cebolla, arroz, tomate, pimiento verde, pimiento rojo, pollo macerado con ajo, pimentón, hierbas de provenza, limón, sal, pimienta), comida para esta noche y para mañana (comida para mi familia).

A las siete y cuarto llevo a C. al cumpleaños de un amigo suyo. Es en estas tardes de domingo, caminando por unas calles casi desiertas, cuando me doy cuenta de que vivimos en un pueblo. Hace frío, el aire huele a leña y de repente, con absoluta claridad, despierta en mi memoria el recuerdo de mí mismo caminando junto a mi hermano rumbo a la lechería, en invierno, muy pequeños los dos.

Al regresar entro en la tienda de la esquina que abre todos los días para comprar una bolsa de hielo, y cuando llego a casa me sirvo un whisky, subo a la buhardilla, me siento delante del ordenador, escribo esto.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Desgracia

Leo que en Tossa de Mar, una bonita localidad de la Costa Brava, un padre y su hijo de cinco años han muerto ahogados. La secuencia es la siguiente: una familia británica de vacaciones pasea por la playa, llegan a la altura de un mirador, el padre decide hacer una fotografía a sus hijos de siete y cinco años delante del mar, y de repente llega una gran ola que se los lleva; el padre, desesperado, se lanza a salvarlos y logra rescatar al mayor, pero cuando vuelve al agua para intentar salvar al pequeño muere con él.

Recuerdo que cuando C. nació tuve un sueño terrible: soñé que resbalaba entre mis brazos asomado a una ventana o un balcón, y se estrellaba inevitablemente contra el suelo. Estuve traumatizado durante varios días.

No hay mayor pesadilla para unos padres que lo que hoy le ha sucedido a esta familia inglesa. Me dan mucha pena los supervivientes: la madre paralizada por el terror, el hijo mayor salvado in extremis. Lo absurdo de lo sucedido. La irremediable desgracia. Sólo querían hacerse una fotografía.

martes, 20 de noviembre de 2007

Llueve y llueve

La lluvia ha terminado de desnudar los castaños de indias del jardín de mi lugar de trabajo. Ahora el suelo de grava está cubierto de hojas húmedas sobre las pocas castañas que los niños del colegio vecino dejaron atrás durante sus últimas expediciones de recolección (varias generaciones descubrieron y descubrirán que son amargas y no se pueden comer).

Llueve y llueve. Los agricultores nos dicen: "Esto no es nada, bah, cuatro gotas, con esto se soluciona poca cosa". Y lo cierto es que no recuerdo cuándo fue la última vez que llovió. Y lo cierto, también, es que los agricultores siempre tienen motivos para quejarse: si llueve porque llueve, si no llueve porque no llueve, si hay mucho porque hay mucho, si hay poco porque hay poco.

La gente camina por la acera bajo los paraguas, va de un sitio a otro a merced de la corriente, mucho más indefensa de lo que cree. Llueve mansamente, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Llueve y llueve, y llueve.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Haber sido

De que la vida es una experiencia personal uno se da cuenta al tratar con personas muy mayores. Poco importa si su pasado se nutre de la analfabeta soledad de un niño de ocho años pastoreando ovejas en medio de la estepa de los Monegros, o del tic-tac del reloj de pared de la sala donde el hijo del dueño del rebaño hace sus deberes a media tarde. Lo que les importa, a unos y a otros, es haberlo vivido, haber sido. Es así de sencillo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Después del ensayo

Después del ensayo dos amigas y yo nos dirigimos a la pizzería Di Marco a tomar una copa (el Chanti está cerrado por vacaciones). Hablamos del coro, de música, hablamos de nuestros trabajos, de nuestras vidas. Cuando salimos a la calle hace un frío seco y cristalino. Mientras regreso a casa el termómetro del coche señala cuatro grados bajo cero.

jueves, 15 de noviembre de 2007

La señora Poilov

Del menú del día escojo espaguetis a la marinera y bacalao al horno. He tenido suerte porque todas las mesas pequeñas estaban ocupadas y me han habilitado una grande que me permite leer el periódico más cómodamente. Delante de mí ocho jóvenes del este de Europa, no sabría decir si rumanos, búlgaros o ucranianos, comen garbanzos y beben vino alegremente. Casi todos llevan el pelo cortado al cero y tienen el cuello robusto y musculoso.

Esta misma mañana atendí en la oficina a una mujer rusa de unos sesenta años. Venía a cambiar su apellido: Poylov por Poilov. Me aclaró que antes el alfabeto ruso se transcribía con la grafía francesa y ahora se hace con la inglesa. Le comenté que últimamente me estaba familiarizando con los apellidos rusos. Me preguntó por qué y le contesté que estaba leyendo un libro terrible pero magnífico, uno de los mejores que se habían cruzado en mi camino en los últimos años. “¿Cuál es?”, preguntó. "Vida y destino, de Vasili Grossman”, contesté. Sonrió y sus ojos más transparentes que azules se iluminaron. “Oh, pero yo lo he leído”, dijo, y añadió: “¿Le gusta la literatura rusa?”. “Sí, uno de mis escritores favoritos es Chéjov”. Entonces rió sin timidez haciendo que mis compañeros y otros clientes se volviesen a mirarnos durante un momento. “¡También es el mío!”, exclamó. Estuvimos hablando de Chéjov (¿nos gustaban más sus cuentos o su teatro, la dama del perrito o el jardín de los cerezos?), de Tolstoi, de Grossman, de Dostoievski. Hablamos también del pueblo ruso, ella dijo: "El alma rusa no conoce el punto intermedio de las cosas, somos todo o nada, mansos o violentos, revolucionarios o serviles durante generaciones, ¡así nos ha ido a lo largo de la historia!". Antes de irse preguntó si me importaba decirle mi nombre, se lo dije, cómo no, y al despedirse dijo: "Adiós, Jesús, mucho gusto en conocerle". "Igualmente", le dije yo, "adiós, señora Poilov".

El camarero regresa con los espaguetis humeantes. Tienen buena pinta. Le doy las gracias, me sirvo un vaso de vino. Al otro lado del cristal el río Vero fluye tranquilamente hacia el mar. Abro el periódico a la izquierda del plato y empiezo a leer y comer al mismo tiempo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Territorios

Territorios polares. Hielo, nieve. La construcción y puesta en marcha de un gran hospital. Una bella enfermera. De noche, bajo el cielo abierto, contemplo estrellas moribundas, galaxias que parecen desvaídas nubes de leche flotando en el cosmos. Una voz dice: "Levántate de ahí o morirás congelado". Al incorporarme golpeo con el brazo el despertador, que cae de la mesilla y choca contra el suelo. A medio camino entre dos mundos lo busco a tientas y vuelvo a ponerlo en su sitio. Por la mañana despierto con un constipado de proporciones antárticas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Algunos domingos

Algunos domingos soleados nos gusta ir a tomar el aperitivo al campo. Metemos en una mochila una lata de aceitunas rellenas, otra de mejillones en escabeche, una bolsa de patatas fritas, dos cervezas, una botella de agua, una bolsa para la basura, y nos vamos. Tenemos desde hace años nuestros sitios preferidos, pero hoy teníamos ganas de descubrir uno nuevo. El método consiste en abandonar las carreteras e introducirse en los caminos, y como de lo que se trataba era de explorar nos hemos dirigido hacia una zona poco conocida en dirección sureste. Tras cuatro o cinco kilómetros de campos de cebada y maíz, granjas de terneros, tramos de un canal y casetas de fin de semana, hemos llegado al fin al pie de unas prometedoras lomas de encina carrasca a las que se accedía a través de una pista de arena batida. En la cima, para nuestra decepción, había dos carteles: uno anunciaba una escombrera a la izquierda y otro una fosa de animales muertos a la derecha. Cuando ya la expedición parecía condenada al fracaso, es decir, a regresar y tomar el vermú en casa, he localizado en lontananza una preciosa chopera de color amarillo que reverberaba al sol del mediodía entre fincas de frutales y pequeños viñedos. El brillo de un coche que pasaba ha revelado la carretera que había más allá, indicándome el punto en el que, un rato después, he torcido para acceder a nuestra nueva y aritmética arboleda.

El suelo estaba cubierto de hojarasca, y seguía cayendo: cada pocos segundos una hoja se desgajaba de su rama y descendía hasta sumarse, con un leve crujido, a todas las demás.


jueves, 8 de noviembre de 2007

Desapariciones

Cuando vuelvo del supermercado con C. son las ocho de la tarde, aunque por la oscuridad del cielo parecen las diez de la noche. El maletero de la Picasso está cargado de bolsas que trasladamos entre los dos a la casa. En el primer regreso a por la siguiente carga me fijo en un coche que está aparcado al otro lado de la calle. Una mujer está sentada en su interior y me mira. Probablemente no me reconoce pero yo sí sé quién es ella. Saludo con un movimiento de la cabeza musitando "hola" con los labios y prosigo con mi tarea. Su marido era compañero en el coro, cantaba de tenor. Murió en febrero de cáncer. Tenía cuarenta y dos años. Dejó viuda y dos hijos pequeños. Mientras voy y vengo cargado de bolsas de alimentos y bebidas deduzco que ella debe de estar esperando a que alguno de los niños salga de la escuela municipal de música. ¿Puedo imaginar sus pensamientos? No, no puedo. ¿Su vida sin él? No. Traigo a mi mente la imagen de su alta figura coronada por aquellos rizos rebeldes y me resulta verdaderamente difícil creer que esté muerto, que simplemente no se haya ido de la coral por cansancio o por falta de tiempo para ensayar (pero estuve en su funeral, canté allí). Tras dejar en el suelo las últimas bolsas cierro el maletero. Ella continúa esperando dentro de su coche. Cruzo la calle, entro en mi casa, y desaparezco.

martes, 6 de noviembre de 2007

Mujeres

Una amiga me invitó a participar en una cadena que consiste en exponer ejemplos del tipo de sujeto sexual que a cada uno nos gusta, nos parece atractivo, deseable, irresistible. Yo, que en estas cosas soy muy simple, pensé en actrices, en estrellas de la gran pantalla que en un momento u otro me han enamorado. Hay muchas, pero tenía que hacer una selección y finalmente me he decantado por diez, son, de arriba abajo y de izquierda a derecha: GRETA GARBO por su belleza, su lejanía fría e intocable; AVA GARDNER por la perfección de sus rasgos y también, a qué negarlo, por saber que fue una mujer que saboreó a fondo los placeres del sexo y la bebida; no podía faltar la irlandesa MAUREEN O'HARA, por razones obvias para quien me conozca un poco (aquí a la derecha aparece en otra fotografía, abrazada a Sean Thornton bajo la lluvia de Innisfree); NATASHA KINSKI siempre me pareció guapísima, algo absolutamente milagroso cuando uno piensa en los rasgos de su padre, y en la película "El beso de la pantera" estaba buenísima (habría que recordar que se convertía en una pantera asesina al alcanzar el orgasmo); CATHERINE ZETA-JONES me resulta una mujer muy atractiva, muy hermosa, de hecho ella suele ser lo único que recuerdo de sus películas; y lo mismo puedo decir de HALLE BERRY, una mujer preciosa y rotunda, con un cuerpo de infarto; a IRENE JACOB la descubrí a través de Kieslowsky y su película "Rojo": fue una rendición instantánea y sin condiciones; y fue en otra película de Kieslowsky, "Azul", donde descubrí a JULIETTE BINOCHE, una actriz que nunca me ha defraudado (ni en "El paciente inglés" ni cuando se dedicaba a follar desesperadamente con Jeremy Irons en "Herida"); pero a veces hay descubrimientos inesperados, actrices, mujeres desconocidas que aparecen en una película cualquiera y se instalan para siempre en nuestro corazón: MARGUERITA BUY venía con "El hada ignorante" y tenía que estar en esta lista; lo mismo que ELENA SAFONOVA, la dama del perrito de "Ojos negros", la película de Nikita Mikhalkov basada en los cuentos de Chéjov: fue verla y enamorarme de su morbosa belleza.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Insomnio y cazadores

Anoche me desperté a las cuatro de la madrugada. Fui a la cocina a servirme un vaso de agua, estuve navegando un rato en internet y después me puse a leer, confiado en recuperar el sueño y aprovechar el domingo para dormir hasta tarde. Serían las cinco o las cinco y cuarto cuando escuché el ruido de un motor diesel y las voces de unos hombres en el exterior. Doblé la esquina de la página, me levanté y me asomé discretamente entre las cortinas. Eran dos cazadores en un gran cuatro por cuatro de color negro. Vestían ropa de camuflaje, chalecos provistos de cananas, pantalones con bolsillos laterales y botas de montaña. Hablaban y fumaban apoyados en el coche, aparentemente ajenos al eco de sus risotadas en la calle desierta. Al cabo de tres o cuatro minutos la puerta de la casa de la esquina se abrió y apareció un tercer hombre equipado como sus compañeros, portando dos estuches de escopeta y una pequeña mochila. Se saludaron efusivamente, dejaron los nuevos pertrechos en el maletero, subieron al vehículo y se marcharon. El silencio regresó al pueblo. El cielo sobre los tejados todavía era oscuro, pero la inminencia del alba comenzaba a vibrar en él como una transparencia de frío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Aprendizajes

Leo que Rafael Sánchez Ferlosio, en una entrevista publicada hace unos meses, hizo la siguiente reflexión: "Nunca se convence a nadie de nada". Sabias y sencillas palabras. A mí me costó mucho llegar a ese lugar. Yo era de los que se debatían como fieras en defensa de sus ideas ¡pretendiendo convencer al contrario! Cuántas discusiones, cuánta energía, cuántos malos ratos he sufrido y causado sin ninguna utilidad... Porque es cierto: nunca se convence a nadie de nada. Ni siquiera las sentencias judiciales lo hacen. Todo esfuerzo en transmitir nuestra verdad a quien ya posee la suya es baldío, no merece la pena. Pero he aprendido. Ya no discuto de política, aunque para ello haya tenido que alejarme de liberales ensoberbecidos, casi patéticos en su pompa (la nariz alta, la circunspecta mueca siempre dispuesta en las cejas y la comisura de la boca, el oxímoron de su razón siempre dispuesto para ser detonado sin escrúpulos). No, ya no discuto de política. Nunca se convence a nadie de nada, es una tarea inútil. Tengo mis ideas, cómo no, pero se limitan a ir conmigo a donde yo voy. Me acompañan durante la exploración. Actúo en mi vida diaria de acuerdo a ellas -lo que hago con los desperdicios, el papel que ocupo en las tareas de nuestra casa, las películas que disfruto, los libros que compro, la manera en que me expreso, etcétera- pero nada más, ya no peleo como un loco, ya no intento convencer a nadie. Con toda probabilidad sólo viviré una vez. Es bueno aprender a no perder el tiempo.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Todos los santos

O thou whose face hath felt the Winter's wind,
Whose eye has seen the snow-clouds hung in mist
And the black elm tops 'mong the freezing stars
To thee the spring will be harvest-time.
O thou, whose only book has been the light
Of supreme darkness which thou feddest on
Night after night when Phœbus was away,
To thee the Spring shall be a triple morn.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet my song comes native with the warmth.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet the Evening listens. He who saddens
At thought of idleness cannot be idle,
And he's awake who thinks himself asleep.


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Para ti, que has sentido en tu rostro el invierno,
que has visto las nubes de nieve entre la niebla
y copas de olmos negros entre estrellas heladas,
será la primavera un tiempo de cosecha.
Para ti, que has tenido como libro la luz
de la sombra suprema con la que te nutrías
una noche tras otra cuando no estaba Febo,
será la primavera una triple mañana.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
y sin embargo el canto me brota con pasión.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
pero la Tarde escucha. Aquél que se entristece
pensando en la indolencia no puede estar ocioso,
y despierto se encuentra quien se cree dormido.

John Keats, traducido por Alejandro Valero.

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(Josefina. Antonio. Bernardo. Nati. Carmelo. Ángel. Jovita. Emeterio. Rufino. Miguel Ángel. Javier.)