miércoles, 30 de enero de 2008

Ojo de pez

La presbicia ha hecho aparición en mi existencia, y con ella unos cristales progresivos que me hacen vivir en un estado permanente de psicodelia. Como las gafas son las mismas que utilizaba antes, aparentemente todo sigue igual, pero la realidad es que deambulo por los sitios como si estuviese drogado, la visión distorsionada. Los ópticos hablan de inevitables aberraciones de las lentes, e insisten en que con el tiempo los ojos y el cerebro acaban acostumbrándose y buscan automáticamente, de modo inconsciente, las zonas precisas del cristal. A mí, después de cuatro días de dolor de cabeza y visión de ojo de pez, me cuesta creerlo.

lunes, 28 de enero de 2008

Una escena doméstica

Vienes a la cama y te tumbas detrás de mí,
el pecho contra mi espalda,
las ingles contra mi culo.
Luego pones la mano en mi paquete
y empiezas a tocarme,
me das la vuelta,
te sientas encima,
flexiono las piernas para apoyarme mejor,
me pongo a tu servicio.
En pocos minutos ya has llegado,
me dices al oído: “¿Vamos a por ti?”.
Yo digo: “Sí”. Oh, rápido placer
del amor conocido, del húmedo
amor sin ceremonias. Y ahora

sé lo que pasará: te sentirás
inquieta y nerviosa,
te levantarás y después de ducharte
encenderás la radio en la cocina,
te servirás un café con leche,
te pondrás en movimiento.
Sé lo que pasará ahora:
cuando te hayas marchado
volveré a girarme en la cama y,
empapado del olor de tu cuerpo,
dormiré como un tronco,
ajeno al amanecer y su lenta
reconstrucción del mundo.

sábado, 26 de enero de 2008

Una mota de polvo

Después del ensayo

Cuando voy a pagar me siento un poco culpable al ver a las camareras del Chanti apoyadas en la barra con gesto cansado y aburrido, esperando. Les pido disculpas por cerrar el bar un viernes más y ellas, que ya nos conocen después de tantos años, me sonríen y me dicen que no pasa nada. Claro, qué van a decir.

Antes de ese instante hemos estado charlando sobre esto y sobre lo otro, sobre la necesidad o no de los viajes de estudios en los institutos, sobre nuestra dependencia actual de la tecnología, sobre si el oído musical es algo con lo que se nace o se puede aprender, sobre la dificultad del repertorio que estamos preparando.

Y antes estábamos cantando en el local de ensayo: todos juntos, por cuerdas, ahora sólo mujeres, ahora hombres, ahora tenores y contraltos, ahora bajos y tenores, ahora sopranos y contraltos repitiendo los nuevos pentagramas una y otra vez hasta aprenderlos y hacerlos nuestros.

Y antes me ponía la chaqueta y el abrigo delante de la puerta de mi casa, me despedía de mi familia, bajaba las escaleras de dos en dos, salía a la calle con las carpetas debajo del brazo y me dirigía a cantar, a cantar.

viernes, 25 de enero de 2008

Paisaje

Entra un hombrecillo pequeño, de no más de metro y medio de estatura, y se acerca titubeante a mi mesa. Habla de un modo tan extraño que apenas logro comprender lo que quiere decir: algo referente a la injusticia social y la tuberculosis. Sobre su rostro arrugado tiemblan ligeramente unos rizos engominados.

Llega una señora elegante que camina apoyándose en un bastón. Tiene sesenta y cinco años y es de una belleza imposible de ignorar. Tras la consulta se aleja dejando tras de sí un tenue aroma a perfume bueno.

Se acerca un hombretón de casi metro noventa, jersey de lana y pantalón de tergal un poco corto. Habla gritando y cuando le pido por favor que baje un poco la voz me dice que le disculpe, que no se da cuenta de que habla fuerte porque lleva viviendo toda la vida con su madre sorda, que murió hace pocos días. Me cuenta que mientras sus hermanos se casaban y se iban a Barcelona y Zaragoza él se quedó en el pueblo a cargo de la madre, las tierras y el ganado. El cuello de su camisa de franela está tan rozado que ha perdido el color.

Entra una joven negra con tres niños pequeños. Es muy guapa, viste ropa de dibujos brillantes y huele a mantequilla de canela. Mientras hablamos no puedo evitar fijarme disimuladamente en sus dedos largos y estilizados, a pesar de que sus hijos no me quitan los blanquísimos ojos de encima.

Viene un hombre que padece obesidad mórbida. Se sienta jadeando en la silla y me mira con ojos sufrientes y diminutos. Vive de subsidios sociales y está enfermo del corazón. En una pulcra carpeta azul de cartón trae su historial médico, compuesto por unas setenta o noventa páginas, que procede a mostrarme.

Se acercan dos adolescentes de larga melena, rostros resplandecientes y mirada atolondrada. Vienen porque van a presentar sus datos en la oferta de trabajo del próximo supermercado Mercadona que van a abrir en Barbastro. Ríen y hacen comentarios mientras les facilito sus números de la Seguridad Social. La frescura que inconscientemente transmiten hace que el aire continúe vibrando incluso cuando se han ido.

martes, 22 de enero de 2008

Resignación

La casa se cae a trozos, el agua desciende a raudales por las paredes y en el suelo de algunas habitaciones hay agujeros a través de los cuales puede verse la planta inferior. Ignoro por qué vivimos en un lugar así, pero flota en el aire una resignación antigua, doméstica, sufrida durante generaciones. El sentimiento de infortunio es tan intenso que me ahogo, estoy a punto de asfixiarme cuando, salvándome, suena el despertador y el sueño se disuelve y desaparece.

lunes, 21 de enero de 2008

Bienvenidas

1.

El sábado fui a visitar a mi mejor amigo. En Binéfar había mucha niebla y el termómetro del coche señalaba cuatro grados, pero en Gerona marcaba dieciocho y un sol radiante brillaba en el cielo cuando C. vino a buscarme en su moto a la salida de la autopista.

Después de comer estuvimos paseando por el Call, el viejo barrio judío. Al contrario que la periferia, que ha crecido desmesuradamente, la ciudad medieval estaba igual que aquellos lejanos y lluviosos días de diciembre en los que la recorrí por primera vez, recién llegado y solo.

Tras tomar un café en un bar junto a las escaleras de la catedral nos fuimos a la preciosa casa que F., la amiga de C., tiene en Canet d'Adri, el lugar donde íbamos a preparar una cena para dieciocho personas.

2.

A pesar de que nos habíamos acostado pasadas las cuatro de la madrugada no pude evitar despertarme a las ocho y media de la mañana del domingo. Una luz clara y verdosa entraba a raudales a través del cristal, iluminando el suelo de la habitación.

Antes de mi partida fuimos los tres a caminar un rato por un bosque cercano. El olor de los robles, la hierba y los helechos me hizo casi tan feliz como la compañía. A la vuelta nos despedimos en la calle, subí al coche y regresé a la autopista.

Persistía la niebla cuando entré en Binéfar, pero al abrir la puerta de mi casa el frío y la humedad de la calle quedaron inmediatamente atrás. Aunque sólo había estado fuera una noche el calor de la bienvenida fue el mismo que si hubiese faltado durante mucho tiempo.

jueves, 17 de enero de 2008

Enero

Diciembre se precipitó y precipitó
hasta desaparecer
en el ojo de una aguja.

Mañanas frías de enero,
lentas, esperanzadas, ignorantes.
Pequeñas garzas blancas
buscan comida en los campos labrados.
Un tren rompe el silencio
sin espantarlas.

martes, 15 de enero de 2008

Un final feliz

El niño es pequeño y tiene tres años y medio. Su madre tiene cuarenta y cuatro. Se quedó embarazada de uno de sus secuestradores y dio a luz en un campamento en medio de la selva. No se ven desde que el bebé tenía ocho meses, cuando los guerrilleros se lo llevaron para impedir que muriese a causa de las condiciones deplorables en las que vivían. Ella, la mujer flaca de pelo oscuro, podría haber muerto durante su cautiverio, víctima de enfermedades infecciosas o en una escaramuza con el ejército. De haber sucedido eso el niño nunca hubiera podido abrazar a su madre, a quien no recuerda, ni tener la posibilidad de crecer arropado por una familia. Pero por una vez la historia acaba bien. La mujer que para sobrevivir se agarró durante años a la esperanza de volver a estar con su hijo finalmente ha sobrevivido, y el niño que hubiera podido perderse en el océano de los orfanatos fue encontrado. Ya están juntos. Ella lo envuelve entre sus delgados brazos y el pequeño, esa figurita repeinada, se deja abrazar dándose cuenta de lo mucho que también su mamá le necesitaba a él.

Enlace a la noticia

domingo, 13 de enero de 2008

Bum, bum, bum

Llegan con sus ojos bajo las cejas
y se sientan frente a mí.
Con los labios y la lengua
articulan preguntas cuya respuesta
he de conocer. Sus orejas
me escuchan, asienten moviendo
los músculos del cuello
y después se levantan y se alejan
con sus muslos, sus riñones, sus nucas,
sus brazos, las manos al final de sus brazos,
los dedos, las yemas de los dedos,
sus corazones haciendo
bum, bum, bum.

sábado, 12 de enero de 2008

Ángel González

He aquí que, tras la noche,
llegas, día.
Golpea hoy con tu gran aldaba de luz mi pecho,
entra con todo tu espacio azul en mi corazón ensombrecido.
Que levanten el vuelo los pájaros dormidos de mi alma,
que llenen con su alegre griterío la mañana del mundo,
de mi mundo cerrado
los domingos y fiestas de guardar
secretos indecibles.

Hágase hoy en mí tu transparencia,
sea yo tu claridad.
Y todo vuelva a ser igual que entonces,
cuando tu llegada
no era el final del sueño,
sino su deslumbrante epifanía.

Ángel González (6/9/1925-12/1/2008),
de Otoños y otras luces.

jueves, 10 de enero de 2008

Patatín y patatán

A menudo me asombra el aplomo con el que algunas personas deponen sus sentencias. Esto es así, esto es asá; patatín y patatán. En general resulta curioso, y cuando de temas literarios se trata ya es la hostia. Un ejemplo que siempre me viene a la mente: el escritor que en la radio o en la televisión afirma levantando una ceja que "en España se publica demasiado"... ¡Joder, pues no publiques, capullo! En un momento de mi vida pude echar un vistazo a ese mundillo, y lo que vi me espantó de tal modo que todavía estoy corriendo. ¿Realmente era obligatorio comportarse como una petulante cacatúa para ser tomado en serio? Cuando descubrí este territorio, esta posibilidad de publicar a gusto del autor, sin intermediarios, sin cobrar, sin pagar, sin tener que soportar pelmazos ni tener que chuparle el culo a nadie, creí haber descubierto el paraíso. Y lo es. Aunque, como ya digo, a menudo me haga gracia el aplomo con el que éste dice: "los blogs son un ejercicio de narcisismo", o aquel otro afirma preguntando: "¿qué sentido tiene publicar cada día si no se gana dinero con ello?", y patatín y patatán.

Hay algo muy poderoso en esta nueva manera de escribir para ser leído (por uno, por ocho, por cuarenta, por dos): la absoluta libertad de ambas partes: nadie está obligado a escribir, nadie está obligado a leer; nadie cobra ni paga por ello; pasar de largo o regresar es igual de fácil. Por eso pienso que los blogs son una de las prolongaciones naturales de la primera internet, aquella en la que lo sustancial era compartir. Y lo mejor de todo es la emancipación, la absoluta desfachatez, esta sensación, cierta y verdadera, de escribir lo que uno quiere y como quiere, lejos de los patéticos "vinos españoles" y las palmadas en la espalda, libre y obsceno en el paraíso.

martes, 8 de enero de 2008

Suele pasar

Ayer, preparando un cocido para comer, recordé de pronto a Marina y Nacho. ¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba en ellos? ¿Diez, quince años? ¿Cuánto hacía que no pensaba en Bañolas? En un instante vinieron a mi memoria imágenes de aquella época. Ella era de Santoña y él de Valladolid. En una ocasión nos invitaron a comer cocido en su vieja casa alquilada de techos muy altos y suelo de cerámica hidráulica. La cocina tenía una ventana que daba al pasillo. Bebimos vino de Ribera de Duero. Tenían un hijo precioso que se llamaba Aitor, y durante unas semanas en las que su madre estuvo escayolada por una mala caída yo me ocupé de llevarle después de clase a la piscina cubierta donde hacía natación. Los paseos junto al lago, los grandes plátanos de la orilla, las casetas de baño noucentistas y decadentes. El bosque mágico de Can Ginebreda. La muralla medieval frente a nuestro balcón del carrer Pia Almoina. Marina era compañera de M. en el seminario de Lengua y Literatura Castellana del instituto. Cenábamos juntos muchas veces, a menudo pizzas de un establecimiento próximo cuyo cocinero era italiano (mi preferida era la de cebolla con olivas negras). Se fueron trasladados a un instituto de Santander antes de que nosotros, cursos después, hiciésemos lo mismo hacia Aragón. Al principio nos llamábamos de vez en cuando, después nada. Perdimos el contacto. Suele pasar. Sin embargo ayer, después de tanto tiempo, recordé con exactitud el domingo en que nos invitaron a comer cocido en su casa hace casi veinte años, y durante unos segundos recuperé aquel cariño, aquella luz, incluso me sentí un poco dueño de algo.

lunes, 7 de enero de 2008

Buenos propósitos

Caminar más. Tomarme las cosas con tranquilidad. Continuar siendo sensato respecto a mi salud. Hacer más el amor. Escribir más. No tolerar a los intolerantes, sobre todo si son liberales (en el sentido español de la palabra, no en el norteamericano). No olvidar decirles a las personas que quiero que les quiero. No dejarme embaucar por la ambición. Intentar encontrar mi propio camino. Cerrar los ojos sólo para dormir.

domingo, 6 de enero de 2008

Ojo de buey

Por primera vez en quince años los reyes magos no han venido a esta casa. Lenta pero inexorablemente nuestra nave se aleja del sistema solar de la infancia. Me asomo al ojo de buey de popa y me despido en silencio, sin aspavientos. Otros territorios inexplorados nos esperan.