domingo, 9 de noviembre de 2008

Compras de ciudad

El sábado por la tarde, cerca de las ocho, sucede: en un centro comercial repleto de miles de congéneres mi sistema límbico se derrumba después de unas cuantas horas de intensa actividad adaptativa: de pronto todos los seres humanos que me rodean me parecen deformes, tarados, escoria de sus moldes, repugnantes monstruos ajenos a su fealdad. Me apoyo en un pilar de falso mármol travertino e intento recuperar la cordura. Mi familia se da cuenta de que no camino entre ellos y regresa a buscarme. Mi mujer me dice que tengo mal aspecto, ¿te encuentras bien? No pasa nada, le digo, me agobia tanta gente, no lo puedo evitar. Mi hija me dice que parezco un paranoico, que siempre me pasa lo mismo en esos sitios (cuando lo que está queriendo y consiguiendo decir es lo siguiente: me estás fastidiando mi día de compras, papá, por favor, compórtate como cualquier otro padre generoso y aguanta). Mi hijo también está harto, lo sé, pero calla con aparente indiferencia porque va detrás de una pieza mayor (que finalmente conseguirá). Vete a casa, me dice mi mujer, tienes mal aspecto, vete a casa y descansa, cuando terminemos te llamamos y vienes a buscarnos, ¿te parece bien? Oh, me parece maravilloso, casi me dan ganas de arrodillarme y besarle los pies. Me alejo de allí lo más rápidamente posible sin que parezca que me persigue la policía. Cuando salgo del aparcamiento subterráneo pulso el botón que baja la ventanilla del coche y dejo que el frescor de la noche de Zaragoza despeje poco a poco mi mente.

7 comentarios:

Miranda dijo...

Una cervecita y un pito despacito suele ser una buena medicina.

No sabes como te comprendo.
Hace más de dos meses que compro todo por Internet, sólo voy al hiper (bajo presión límite) a las horas de comer.

Espero que sea una racha.

Beso.

M.

andandos dijo...

Te comprendo, Jesús. A mí me producen, los grandes almacenes, un sueño supremo, ya ves. Ánimo, aunque Navidad está a la vuelta de la esquina.

Un abrazo

José Luis

Jesús Miramón dijo...

Imaginad si lo paso mal en las aglomeraciones que no visité la Expo de Zaragoza por ese motivo (y acerté). Es una fobia, creo que cada vez más clínica, que con los años ha ido a más. Oh, dios mío, espero no terminar como Michael Jackson.

Portarosa dijo...

:DDD

¡Como Michael Jackson!

Anónimo dijo...

Si lees las soluciones a la agorafobia que da la terapia breve estratégica (Nardone en Siena, Watzlawick en California), a lo mejor hasta te entran ganas de tratarte ese mareo de los sábados de compra.
Pero no parece grave ni (demasiado) limitante. Si alguna vez llega a eso, te la recomiendo.
Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Hombre, Koldo, tal vez exageraba un poco cuando hablaba de clínica (eso espero) pero, como dices, espero que mis agobios, tan conocidos entre mi familia, no pasen de ser una reacción natural, vaya, a mí me parece más antinatural soportar las muchedumbres de buena gana que no lo que hago yo, que es quejarme y amargarle la vida a los que vienen conmigo... Es broma (¿seguro que es broma? ejem... )

Un abrazo, y gracias por el interés.

Jesús Miramón dijo...

¡Oh, no, como Michael Jackson no, por favor! ¡Noooooooooo... !

:-)