jueves, 26 de febrero de 2009

Poder hacer

Hoy en el trabajo he atendido a un hombre de cuarenta y ocho años. Tenía la mirada transparente de las personas gravemente enfermas y una preciosa voz de barítono, limpia y sin afectación. Hemos hablado un rato. Él comprendía todo lo que yo le iba diciendo. Durante unos segundos se ha quedado pensando, absorto, muy lejos, el brazo derecho sobre la mesa, el izquierdo sobre su rodilla izquierda, y a continuación se ha encogido de hombros, ha hecho ese gesto universal, ¿qué más podía hacer?

martes, 24 de febrero de 2009

Mar de los sargazos

Al llegar la oscuridad se escuchan con más nitidez todos los sonidos: el roce de las algas contra la quilla, el susurro de la broma atacando la madera, el perezoso chapoteo del agua quieta. Calma chicha. Sentado en el puente espero con paciencia el regreso del viento.

domingo, 15 de febrero de 2009

Una araña en la pared

Subo por la escalera hacia la buhardilla y veo una araña en la pared. Una araña pequeña que desde lejos parece negra pero al acercarme se revela marrón, tal vez vino, cereza, sangre oscura. A pesar de que no hago nada salvo acercarme a ella y observarla con curiosidad, el insecto me detecta y huye sobre el muro de color albero. La dejo ir.

Diez minutos antes me excusaba en el portal de una fiesta de cumpleaños. Vamos, entra a tomar algo, me decía la madre del homenajeado. No, no, gracias, mañana es lunes y hay que prepararlo todo, dile a Carlos que salga, por favor, le decía yo. Aparecía el padre, venga, hombre, tómate una cerveza. No, de verdad, gracias, otro día, gracias.

Oh, Dios, si hay algo que odio de llevar e ir a buscar a Carlos a las casas de sus amigos es tener que relacionarme socialmente. Aunque debo decir que todas, absolutamente todas las familias que he conocido de este modo, están compuestas por gente amable y encantadora. El problema soy yo. Me gusta mi especie, me interesa, me conmueve, pero cada día de lunes a viernes me relaciono profesionalmente con treinta o cuarenta personas distintas, así que lo que más me apetece el fin de semana es estar solo, no tener que escuchar a otros seres humanos.

Subo por la escalera hacia la buhardilla y veo una araña en la pared. Al aproximarme para observarla más de cerca huye en dirección al techo. Allí debe de tener su escondite. Su nido. Los insectos despiertan. El invierno comienza lentamente a despedirse.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Voluntad

Le digo: Si sufriese un accidente de tráfico, por ejemplo, sí, no me mires de esa manera, al fin al cabo viajo cada día, mis posibilidades estadísticas son matemáticamente mayores, escúchame, si tuviese un accidente y quedase en coma irreversible, por favor, no permitas que se prolongue mi vida artificialmente, no quiero ser un cuerpo sin consciencia condenado a respirar a través de una máquina el resto de mi existencia, no lo quiero, te lo pido, no permitas que nadie obre contra esta voluntad.

sábado, 7 de febrero de 2009

Después del ensayo

Son las dos de la madrugada cuando salimos del Chanti. Dejo a Susana en su casa y conduzco de regreso a la mía a través de calles estrechas. Arriba la luna llena me acompaña, minotauro, en el cielo negro. Subo las escaleras, introduzco la llave en la puerta, entro en el cálido espacio, cuelgo la chaqueta en la percha de la pared, me sirvo un whisky con hielo, abro el cuaderno, escribo estas pocas palabras.

jueves, 5 de febrero de 2009

Párpados blancos

Estoy sentado en una embarcación primitiva, tal vez una canoa, rodeado de personas desconocidas. A mi lado hay una mujer rubia, detrás de mí un hombre mayor, tengo la sensación de que también hay niños. Todos miramos el cielo esperando lo inevitable. Nadie dice nada cuando el sol comienza a crecer hasta cubrir todo el horizonte. El calor de un millón de volcanes evapora el agua del río. La mujer chilla cuando la luz nos arrasa. Cierro los ojos pero ya no existe la oscuridad. Mis párpados son blancos. La muerte suena como el viento.

domingo, 1 de febrero de 2009

Posibilidades

Llueve copiosamente cuando llevo a Carlos a casa de su amigo. La luz de las cinco y media de la tarde es oscura y turbia. Tras asegurarme de que ha entrado en el portal conduzco de regreso. Para tan breve trayecto no me he cambiado de ropa y visto un viejo pantalón agujereado en la entrepierna, una camisa de cuello desgastado y una chaqueta de lana cubierta de pelotillas de borra. Si me pasara algo, un pequeño choque, cualquier cosa. Cuando yo era niño mi madre tenía en cuenta ese tipo de posibilidades, decía que siempre había que ir bien limpio y arreglado por si acaso uno tenía un accidente. Lo recuerdo mientras las escobillas del limpiaparabrisas baten el cristal una y otra vez, lo recuerdo, sonrío y conduzco con mucho, muchísimo cuidado.