viernes, 30 de abril de 2010

Oidio

Estoy podando de urgencia una de las dos enredaderas de la terraza cuando mi madre me llama por teléfono desde su hotel en O Grove. Tiene la voz alegre. Me cuenta que el viaje a Galicia, uno de esos que se organizan para los pensionistas y al que han acudido con sus amigos de toda la vida, les está gustando mucho. ¿Habéis comido marisco?, le pregunto. El martes hicimos una mariscada y esta noche haremos otra para despedirnos, me contesta. ¡Ya podéis hacer dieta cuando volváis!, le digo tomándole un poco el pelo. Qué va, dice ella, si no paramos de caminar en todo el día, mira, ayer fuimos a Santiago, dios mío qué ciudad más bonita, qué preciosidad. Recordando nuestro viaje a esos mismos lugares hace más de veinte años me muestro de acuerdo con ella y le digo que es una de las ciudades más hermosas de España. ¿Qué tal está el papá?, le pregunto. ¿Tu padre? ¡De maravilla! Cada mediodía él y A. se toman dos whiskys, y otros dos por la noche, ¿tú te crees que hay derecho? Bah, mamá, que estáis de vacaciones y, además, ¿tú no sabes que el whisky es bueno para la salud? Ya, ya, bueno, cariño, ¿Maite y los niños están bien? Todos muy bien, mamá, ¿a qué hora llegáis mañana a casa? ¿A qué hora llegamos mañana, Jesús?, escucho que le pregunta a mi padre, quien contesta que más pronto de las seis o las siete de la tarde seguro que no. Le pido que nos llamen cuando lleguen, aunque si no se acuerdan les llamaré yo. Nos enviamos besos y nos despedimos.

En el cielo el sol es un disco borroso. El tiempo ha cambiado. Va a llover. Me concentro en lo que estaba haciendo y continúo podando la madreselva, enferma de oidio. Las ramas secas y las frescas pero ya contagiadas van cayendo no sin ofrecer cierta resistencia, agarradas a la celosía. Mientras las desenredo procuro que no se agiten mucho para no esparcir el hongo, introduciéndolas enseguida en una bolsa grande de basura. Me da pena someter a la planta a semejante cirugía pero creo que es lo mejor, no quiero que la enfermedad pase a los hibiscos y el jazmín. Poco a poco la gran masa vegetal va desapareciendo hasta quedar reducida al cogollo. Durante unos segundos me planteo la posibilidad de arrancarlo pero, observando que los pequeños brotes que quedan están limpios, decido darle otra oportunidad. Antes de cerrar la gran bolsa de basura tomo en mis manos una rama infectada y observo la difusa blancura del hongo sobre las hojas. Pienso en Tolo Calafat, el alpinista mallorquín que murió ayer en el Annapurna, a siete mil seiscientos metros de altura, cubierto por la nevada nocturna.

lunes, 26 de abril de 2010

Veintisiete grados

Primeros calores de la temporada. Veintisiete grados en el termómetro del coche al salir del trabajo. Primeros ababoles, tan rojos sobre la cebada crecida. El color verde acaricia mi cerebro mientras las ruedas giran a toda velocidad sobre el asfalto. El aire acondicionado sopla suavemente a través de las rejillas de plástico. Cirros en el cielo azul.

jueves, 22 de abril de 2010

Edificios

1.

Hoy Carlos cumple trece años (oh, dios mío). ¡Y el próximo curso su hermana, de diecisiete, se va a Barcelona, a la Universidad! Claro que yo mismo cumpliré cuarenta y siete el mes que viene. ¡Cuarenta y siete! ¿Puedes creerlo?

2.

Regresaron los aviones comunes que anidan en el alero de mi casa, los pequeños vecinos que durante años confundí con vencejos. Todavía no hay muchos, son la vanguardia de los que vendrán. Sus chillidos aéreos se mezclan con los gritos de los niños que juegan en el parque de atrás, el eco aumentado por las sólidas fachadas de los edificios.

sábado, 17 de abril de 2010

Después del ensayo

Pido un gin-tonic en el Chanti. ¿Cuántos viernes hemos venido aquí después de cantar? Centenares. La música dando vueltas en la cabeza, el hielo tintineando en el vaso. Hablamos y hablamos. Miro a mis amigas y soy consciente del afecto que siento por ellas. Qué cosas. De no ser por el coro nunca nos hubiésemos conocido. Todo esto lo trajo la corriente.

martes, 13 de abril de 2010

Eres la raposa

Eres la raposa que abre los ojos en el cálido interior de su guarida. Eres las raíces del tomillo y el romero. Eres los charcos de lluvia. Eres el cercano camino que, a través del campo, desemboca en la carretera que lleva al pueblo donde casi todos duermen. Eres el murciélago que caza en la oscuridad. Eres la nube que, a miles de kilómetros de altura, se hace y se deshace. Eres la rítmica respiración de un bebé acostado boca abajo en una cuna. Eres la única ventana encendida en el edificio a altas horas de la madrugada. Eres el tren que pasa de largo más allá de los silos y los almacenes. Eres los pies de una figura erosionados por los leves besos de miles de personas muertas. Eres el familiar que duerme en la incómoda butaca de un hospital junto a la cama de un ser querido. Eres el sagrado silencio que precede a los aplausos tras la interpretación de una obra musical. Eres el vencejo que después del invierno regresa a su nido en el alero sin sorprenderse de que siga allí.

jueves, 8 de abril de 2010

Piel de pescado

Yo, devorador de animales, ogro, hipopótamo, cavernícola, limpiaba bajo el grifo medio lomo de salmón, su brillante y hermosa carne de color salmón, cuando al darle la vuelta y contemplar el agua fluyendo sobre las prodigiosas escamas plateadas recordé los siguientes versos:

Me prometiste algo que no es posible,
que me regalarías unos guantes de piel de pescado,
que me regalarías unos zapatos de piel de pájaro

y un vestido de la mejor seda de Irlanda.


miércoles, 7 de abril de 2010

Vivo en un país

Vivo en un país donde el albañil que arregla tu casa se lleva las manos a la cabeza si le pides factura; vivo en un país donde algunos médicos sólo cobran sus consultas privadas en efectivo y, por supuesto, sin recibo de ninguna clase; vivo en un país donde miles y miles de trabajadores perciben gran parte de su sueldo en clandestinos sobres de papel; vivo en un país donde los empresarios declaran rentas inferiores a las de sus empleados. Lo más gracioso, por decir algo, es que frecuentemente son esos mismos individuos los que, apoyados en la barra del bar, se permiten criticar gobiernos y políticas económicas; ellos, auténticos delincuentes que, lejos de sentirse como tales, se tienen por los chavales más listos del pueblo. Y lo más triste es que a menudo son realmente admirados: vivo en un país donde los impuestos los pagan los tontos, un país donde al dinero negro se le llama «dinero B» para concederle cierta pátina de normalidad, un país, en definitiva, extraordinariamente acostumbrado al delito fiscal y, en lo social, carente de principios éticos. Así pues, ¿debería sorprenderme la corrupción que existe en los partidos políticos? No. En absoluto. Ni siquiera debería sorprenderme, aunque esto no puedo evitarlo, la chabacanería y el mal gusto que suele formar parte de ese mundo cutre, cegado por los productos de lujo y los fajos de billetes. Eso sí, no olvido que entre la famosa pregunta «¿Con IVA o sin IVA?» y el vuelo en avión privado a un paraíso fiscal con bolsas cargadas de dinero no hay más distancia, en mi país, que la oportunidad.

domingo, 4 de abril de 2010

Alto Ampurdán

Días en una masía del alto Ampurdán: lluvia, sol, nubes, el mar liso como una laguna, bosques de árboles derribados por las feroces tormentas del invierno, una agradable comida en el patio con mi amigo y su amiga. Ampurias griega y romana, las calas de Begur, Calella de Palafrugell, las antiguas calles adoquinadas del call de Girona, aquellas por las que yo paseaba en diciembre de mil novecientos ochenta y ocho, recién llegado para ocupar mi plaza. Entonces todo era nuevo para mí.