sábado, 28 de agosto de 2010

Álbum de Connemara

LA CASA




LOS QUE SE FUERON




LUGARES










PERSONAS




IRLANDA ES UN JARDÍN



(Pasar el cursor sobre las fotografías permite leer información, así como abrirlas y ampliarlas.)

viernes, 27 de agosto de 2010

Días de Connemara

EL MERO ACTO DE VIAJAR

El de hoy ha sido un día muy largo e intenso. Comenzó en Binéfar, provincia de Huesca, Aragón, España, y acaba aquí, en Great Mans Bay, Dereen Daragh, Lettermore, Connemara, Condado de Galway, costa oeste de Irlanda. Caigo en la cuenta, por infantil que resulte pensarlo, de que el mero acto de viajar, la posibilidad de trasladarse sobre el planeta de un lugar a otro, me sigue pareciendo increíble, mágico, algo casi inexplicable.

Salimos de casa en dirección a Barcelona a las cuatro de la madrugada. En el aeropuerto del Prat, tras esperar un buen rato, tomamos un avión hacia Dublín, donde nos esperaba un Toyota Avensis con cambio automático y el volante a la derecha que conduje por el carril de la izquierda de costa a costa hasta llegar aquí, parando en Galway para comprar provisiones. Maite me avisaba cuando me aproximaba peligrosamente al arcén y lo cierto es que he disfrutado mucho, aunque al principio estaba un poco nervioso.

La casa tiene unas vistas soberbias de la bahía, pero lo que más nos ha llamado la atención es que está llena de detalles personales, fotografías y objetos de la familia McDanagh, uno de cuyos miembros, Michael, un hombre muy alto que habla inglés a golpe de glotis (estamos en territorio Gaeltacht, donde se habla gaélico), nos ha guiado desde la iglesia de Lettermore y nos ha entregado las llaves. Cuando se ha ido hemos descubierto, al ir a recoger la compra en la nevera, un regalo de bienvenida consistente en una botella de vino blanco australiano acompañada de queso cheddar rojo y un paquete de galletas saladas crackers, un detalle que me ha hecho recordar el día que pensé en la posibilidad de llevar un par de botellas de rioja bueno para obsequiárselas a los propietarios de la casa, el día que lo pensé, debo decir, y a continuación deseché por el límite de peso de los equipajes en el avión.

Antes de cenar nos hemos dedicado a explorar las habitaciones y rápidamente hemos deducido que ésta fue la casa familiar del clan, donde todo empezó. En las paredes de un pequeño salón enmoquetado hay colgadas fotografías de los abuelos, los hijos (aparece Michael en varias edades) y los nietos, incluso una felicitación de navidad insertada en la esquina de uno de los marcos. Nos ha sorprendido mucho. «Es como ocupar la casa de tu tía del pueblo», ha dicho Maite. «Bueno, dudo que exista algo más irlandés que vivir durante unos días en la casa de una verdadera familia irlandesa, con sus retratos, santos y todo», le he replicado con un vaso de carísimo whiskey irlandés en la mano. «Ya, pero es un poco raro, ¿no? Fíjate, esta fotografía es de una boda». «No sé si es raro, cariño, lo que sí sé es que estamos muy cansados y que mañana lo veremos todo con otros ojos, recuerda que esta madrugada estábamos en Binéfar y ahora estamos aquí, ¿no es increíble?».

FUNDA NÓRDICA

He dormido como un tronco toda la noche, cubierto por una funda nórdica que no me ha molestado en absoluto. Las vistas desde la cocina son preciosas. El mar es gris, como el cielo y las nubes. En los cables del tendido eléctrico se ha posado un grupo de cuervos.

NUNCA HABÍA IMAGINADO QUE LA COSTA IRLANDESA OLIESE ASÍ

Hemos ido a dar un paseo por la playa desierta. Nunca había imaginado que la costa irlandesa oliese así. Imaginaba el olor salado de las costas del norte de España, aquella mezcla de yodo, helechos y espuma de olas, pero aquí huele a melaza, a flores, a las algas cobrizas que lo cubren todo expuestas al sol que de tanto en tanto asoma entre las nubes. Es un olor dulzón que deja un persistente sabor ferruginoso en la boca, ahumado, mineral. Todavía tengo que decidir si es agradable o no. Lo que no tiene parangón es el paisaje, aún más hermoso de lo que imaginaba.

ARTEFACTOS

En esta casa nada funciona fácilmente. Hay que poner en marcha mecanismos diversos para que el agua salga caliente por la alcachofa de la ducha y también, algo insólito, para que sencillamente la corriente eléctrica fluya a través de un enchufe. Lo de la ducha es curioso: no hay grifos ni palancas sino una especie de caja con dos mandos que regulan la salida del agua y la temperatura. Para que funcione basta con accionar un interruptor situado en el pasillo después, eso sí, de haber abierto el gas en la cocina de la planta de abajo y esperar diez o quince minutos para que se caliente el agua. Estuvimos en Londres hace un par de años y detecto ciertas similitudes entre Irlanda y lo que vimos allá: casi todo es raro, antiguo, como de otro tiempo: la tetera eléctrica, el abrelatas, la tostadora, incluso el sintonizador de la televisión por cable parece haber sido fabricado en los años cuarenta del siglo pasado, me recuerda a la máquina Enigma que descifraba los mensajes secretos de los nazis.

CONDUCIR POR LA IZQUIERDA

Vine un poco preocupado por tener que conducir con el volante a la derecha y por el carril izquierdo de las carreteras, de hecho ese fue el motivo de que alquilase un coche con cambio automático, así me ahorraba tener que cambiar de velocidad con la mano izquierda, y fue una gran idea, el Toyota Avensis va de maravilla, muy fino, y sólo tengo que concentrarme en acelerar y frenar. Pero a lo que iba: me ha costado dos días cambiar los hábitos. Algo que ayuda mucho al proceso es la amabilidad y educación de los conductores irlandeses, ya puedes conducir a cuarenta donde se va a ochenta que nadie te pitará ni te presionará como sucede en mi país. Para empezar ellos no corren, algo de puro sentido común teniendo en cuenta que las carreteras de este país son bastante malas, pero es que además son muy corteses, dejan pasar en los atascos, ceden el paso, saludan, en fin, algo inaudito para un español.

REGATA DE HOOKERS

Por la mañana nos sorprendemos al ver algunos coches en el entorno de nuestra casa, normalmente desierto. Han venido para asistir a una regata de hookers, los botes a vela típicos de Connemara. Nosotros podemos contemplarla desde la cocina. No acabo de comprender, sin duda alguna por ignorancia, dónde reside la diversión de ver pasar unos bonitos barcos por la bahía una y otra vez pero los aficionados, armados con prismáticos y encaramados a las rocas y colinas junto a las playas, parecen disfrutar mucho durante horas.

UN PASEO POR GALWAY

Después de la siesta nos vamos a dar un paseo por Galway, una bonita ciudad de sesenta y seis mil habitantes. En las calles peatonales del centro hay muchos pubs, restaurantes y comercios. En las terrazas la gente bebe pintas de cerveza y en algunas esquinas los músicos callejeros cantan tras el estuche de sus guitarras abiertos en el suelo. En una de ellas hay un tipo moreno y mal afeitado que canta música tradicional irlandesa con una bellísima voz de barítono. Frente a él un hombre de unos sesenta y pico años le acompaña en voz baja llevando el ritmo con una pierna. Me quedo un rato disfrutando. Tras cuatro o cinco canciones el señor del público se acerca al músico, deposita unas monedas en el estuche de la guitarra y le hace un signo levantando el pulgar de la mano izquierda. Yo también le doy dinero y le sonrío en muestra de agradecimiento. Toca y canta mejor que algunos músicos profesionales que escucho en los discos que he traído.

Regresamos de Galway cuando ya es noche cerrada y llueven ráfagas provenientes del mar. Si todavía me resulta algo complicado conducir en este país de día y con buen tiempo, en estas condiciones he de concentrarme con todos los sentidos. Para volver a casa debemos atravesar tres puentes ceñidos por muros de piedra tan estrechos que cuando se cruzan dos vehículos ambos deben frenar y avanzar casi rozándose para poder pasar. De noche y lloviendo todavía no comprendo cómo no he dañado el lateral izquierdo del Toyota. Estaba cagado de miedo y debía de ser evidente porque nadie en el interior del coche decía ni mú. Imagino que con el paso de los días acabaré tomándoles la medida a los dichosos puentes, por otra parte muy pintorescos y objetivo de fotógrafos y turistas.

ACANTILADOS DE MOHER

Conduzco hasta los acantilados de Moher, el lugar más visitado de Irlanda. Las vistas son ciertamente espectaculares, altos acantilados recortados contra el cielo sobre un mar oscuro, y ya está.

Bueno, no está, porque mientras contemplaba los precipicios he reparado en una señora de avanzada edad que tomaba el sol sentada en un banco con los ojos cerrados. Su rostro emitía tanta serenidad, tanta paz y agradecimiento, que no he podido evitar hacerle una fotografía con el teléfono móvil.

DÍAS DE DESCANSO

Tras un día de excursión nos quedamos otro en casa, que para eso la alquilamos. En todos nuestros viajes lo hacemos. Días de descanso: comemos en la cocina, dormimos la siesta, leemos, vemos la televisión, damos un paseo por los alrededores, en fin, hacemos vacaciones de las vacaciones.

WHISKY AGUADO

El agua que sale por el grifo de la casa es igual de turbia que la que riza el viento en los lagos y ríos de Connemara, del color del whisky aguado. Cuando el primer día preguntamos a Michael McDanagh si podíamos beber de ella nos comentó con una sonrisa que él no lo haría.

LAS ISLAS ARAN

Hoy hemos visitado Inis Mór, la más grande de las islas Aran, donde hemos alquilado (junto a dos mil personas más) unas bicicletas para recorrer la isla. Al principio aquello parecía la salida de la vuelta ciclista a España y se ha creado un caos casi angustioso pero luego, poco a poco, a medida que la isla iba absorbiendo carne humana, las cosas han mejorado. Lo cierto es que el paisaje, bancales divididos por cercas de piedras y estrechos caminos que desembocan en playas de aspecto salvaje, es precioso, muy intenso y fotogénico y, a decir verdad, idéntico al que tenemos alrededor de nuestra casa. Aquí y allá, como sucede en todo Connemara, pedaleábamos junto a ruinas de casas abandonadas. Me he dado cuenta de que lo más resistente son las chimeneas, que se mantienen en pie acosadas por helechos y zarzales. Yo, sin embargo, no soy resistente y he terminado con los huevos escocidos por el roce del sillín, y eso que en las cuestas desmontaba y proseguía mi camino empujando ignominiosamente la bicicleta. Maite, Paula y Carlos me adelantaban mofándose de mí y luego yo les alcanzaba cuesta abajo, ajeno al significado de palabras como dignidad, honor o vergüenza.

De la excursión de hoy me ha gustado especialmente el viaje en ferry hasta la isla, sentado cómodamente en la cubierta superior y felizmente ignorante de que regresaría con la entrepierna maltrecha. El mar estaba tranquilo y ha sido muy bonito ver aparecer las islas en el horizonte.

TODO ESTÁ CUBIERTO DE FLORES SILVESTRES

Después de la siesta vamos a dar un paseo por la carretera. Todo está cubierto de flores silvestres, hay especies que no reconozco y otras que sí, como las moras, abundantísimas. Ya hay frutos maduros y Carlos se detiene a recogerlos y comérselos. Yo también las pruebo y están muy ricas. Junto a algunas casas hay montones de turba preparada para el invierno. Los conductores de los pocos coches que se cruzan con nosotros nos saludan con un gesto de la mano posada sobre el volante. Empiezo a pensar si el gobierno irlandés no paga un salario a sus ciudadanos para que sean tan amables con los forasteros y se lo comento a mi familia. Nos reímos. Hago fotografías de todas las flores. Me siento tan feliz.

LA GRANDEZA DE IRLANDA

Irlanda tiene solamente cuatro millones de habitantes, es un país pequeño, el único de toda Europa Occidental que tiene menos población que hace un siglo y medio. ¿Qué la hace grande? Podría hablar de su música, de sus poetas, de su cerveza Guinnes, oh, Dios, qué bien la tiran, cómo la voy a echar de menos, pero hoy quiero hablar de sus preciosas carreteras locales, tan bellas como estrechas y mal asfaltadas: en ellas diez kilómetros son equivalentes a veinte o treinta y las distancias se multiplican, por eso Irlanda es tan grande, inmensa como un continente.

CONG

1.

Este viaje comienza conmigo sentado en el suelo frente a una televisión Vanguard en blanco y negro. En la película hay un regreso, una historia de amor y una pelea, pero lo que queda grabado para siempre en mi cerebro infantil son los paisajes, las canciones y una carrera de caballos en la playa. Todavía no sé que esta película volveré a verla más adelante y en color muchas, muchas veces; todavía no sé que en la edad adulta, del modo absurdo en el que suceden estas cosas, la convertiré en uno de mis mitos personales; todavía no sé que un día viajaré a Irlanda y visitaré algunos de los escenarios que ahora mismo estoy viendo en la pantalla, que beberé una pinta de Guinnes en esa misma taberna donde Sean Thornton y Willy Danaher se conceden un descanso en la pelea, que caminaré por la misma calle, girando en la misma curva junto al río que Sean y Mary Kate toman a toda velocidad pedaleando en su tándem mientras huyen de la vigilancia del pequeño Michelin. No, todavía no sé.

2.

Anoche vimos «El hombre tranquilo». Soy tan friki que la metí en el equipaje para poder verla aquí. Dispersos por el salón de los McDanagh los Miramón Puértolas vimos la película juntos, algo que, para mi sorpresa, nunca había sucedido, de hecho caí en la cuenta de que mis hijos la conocían como se conocen algunas leyendas y cuentos infantiles, por referencias.

La experiencia fue maravillosa, les gustó mucho, rieron, se conmovieron, reconocieron el paisaje y disfrutaron de las peripecias de los personajes. Al finalizar les dije: «¿Comprendéis ahora por qué me enamoré de Irlanda, por qué estoy tan emocionado de estar aquí?».

3.

Al salir de la curva he visto la calle, la cruz celta en el centro de la cuesta y a la izquierda el bar de Pat Cohan con su fachada de madera pintada de verde y, oh, dioses, mi corazón ha dado un vuelco. Todos los ocupantes del coche han fijado su vista en mí para asistir al espectáculo de mi felicidad.

MÚSICA EN LA PARROQUIA

Por la noche, avisados ayer por el encantador propietario del pequeño supermercado de la carretera de Lettermore, nos hemos acercado a un local anexo a la iglesia donde actuaba un grupo de música tradicional irlandesa. Éramos los únicos extranjeros de la sala, llena de vecinos que se saludaban entre sí en gaélico. El párroco se ha acercado, nos ha dado la bienvenida en inglés y con cierto aire detectivesco nos ha preguntado de dónde éramos. Tras comprobar con el rabillo del ojo que nadie oculto con pasamontañas nos apuntaba con metralletas le hemos contestado y, ante nuestra respuesta, nos ha felicitado por la copa del mundo de fútbol y se ha ido.

El concierto ha sido una delicia, nadie dotado de sistema nervioso podía dejar de marcar el ritmo con las rodillas o la cabeza. En un momento dado una joven ha salido a bailar y luego un señor mayor se ha sumado a ella, zapateando los dos sobre el suelo del salón de actos con ligereza élfica.

ES AUSTERO, ES ELEGANTE, ME GUSTA

En las estrechas carreteras de Connemara casi todos los conductores se saludan al cruzarse. Lo hacen levantando discretamente uno o dos dedos del volante. Yo he aprendido a hacerlo. Es austero, es elegante, me gusta.

UN NUEVO DÍA

Todavía con los ojos medio cerrados salgo al exterior. Un nuevo día comienza en este remoto lugar de Irlanda. El mar parece mercurio bajo el cielo cubierto de nubes grises. Las vacas pastan en el prado de al lado. La bandera de Irlanda flamea junto a la casa de la carretera de abajo, de cuyas ventanas abiertas escapa la música pachangera de un programa de radio.

AQUÍ LAS MAREAS SON INMENSAS

Aquí las mareas son inmensas, de cuatro o cinco metros de profundidad, si no más. En cada una de ellas el mar Atlántico deposita y eleva los barcos sobre el fango cubierto de algas. Para alcanzar nuestra casa, que aunque administrativamente pertenece a la isla de Lettermore en realidad está situada en la que hay debajo de ella, Gorumna, debemos atravesar tres brazos de mar conectados por tres estrechísimos puentes de piedra. Cuando la marea está alta los postes de luz emergen directamente del agua.

IRLANDA ES ZEN

Camino de Westport el paisaje de Connemara, duro y pedregoso, da paso suavemente a los prados verdes y las sinuosas colinas del condado de Mayo. Los ríos corren por doquier y las ovejas de caras negras pastan tranquilamente. En algunas zonas son visibles las zanjas abiertas para recolectar turba. Hay lagos donde se reflejan las montañas. Hay islas en los lagos, y en las islas pequeños bosques vírgenes. Irlanda es zen.

CERCAS DE PIEDRAS

Las cercas de piedra están por todas partes, muchas desde hace siglos. Lo que me llama la atención es que el material utilizado para mantenerlas en su sitio es la fuerza de la gravedad, sólo su propio peso, lo que les confiere un aspecto neolítico que el liquen y el musgo que crece sobre las piedras no hacen sino acrecentar.

LLUEVE SUAVEMENTE

Llueve suavemente durante todo el día. Decidimos quedarnos en casa y aprovechar para poner alguna lavadora y relajarnos. Por la tarde vamos a Galway a dar un paseo. Es la tercera vez y ya la sentimos un poco nuestra. Mientras Paula y Carlos pasan un rato en un cibercafé, ansiosos por conectarse a internet, Maite y yo tomamos unas pintas en un pub cercano. Los parroquianos también beben y el camarero tiene listos los vasos siguientes, la cerveza decantándose sobre un enrejado dispuesto para ello, porque sabe que cuando terminen le pedirán otra levantando discretamente un dedo, dos a lo más, igual que hacen al saludar desde el coche.

MADRUGAMOS PARA VISITAR DUBLÍN

Madrugamos para visitar Dublín, de la que nos separan doscientos sesenta kilómetros. El esfuerzo merece la pena. La ciudad me sorprende por su tamaño aparente, resulta difícil creer que en ella vive un millón doscientas mil personas pues todo parece estar a la vuelta de la esquina. La escasa altura de los edificios hace que el cielo siempre esté muy presente, lo que confiere a sus calles una atmósfera propia de las poblaciones pequeñas. Pasamos el día caminando de un sitio a otro, deteniéndonos de vez en cuando, como hace todo el mundo a nuestro alrededor, para consultar el plano. Visitamos el pequeño barrio de Temple Bar, así como el Trinity College, las dos catedrales y el castillo de Dublín, símbolo del poder británico sobre la ciudad durante muchos siglos. Comemos en una terraza del restaurante The Church, en el centro más comercial de la ciudad, atendidos por un simpático camarero canario que nos cuenta que trabaja todos los veranos allí para pagarse la carrera de Derecho en Valencia. Lo cierto es que se escucha hablar español por todas partes. Muy entrada la tarde regresamos a la otra costa del país, atravesando el verdor de los prados y bosques para alcanzar los bancales de Connemara azotados por el viento.

UN PRECIOSO DÍA DE VERANO

Hoy ha amanecido un día esplendoroso, sin una nube en el cielo por primera vez desde que llegamos. El mar riela plano bajo el sol y el horizonte se difumina en la calima.

DISFRUTA DE IRLANDA, IDIOTA

Los días pasan, siempre más veloces de lo que uno es capaz de imaginar, y la nostalgia comienza a hacer su nido en mi estómago. Y no es solamente porque el viaje haya superado ampliamente su ecuador, no, es porque ayer en Dublín caí en la cuenta de que probablemente ya nunca volvamos a viajar los cuatro juntos. Paula, definitivamente convertida en una mujer, se va a Barcelona en septiembre y no es fácil que a partir de ahora quiera venir con nosotros. Aunque ¿qué hago pensando en estas cosas? Aprovecha los tres días que quedan y disfruta de Irlanda, idiota.

¿DÓNDE ESTÁN LOS CAMINOS QUE LLEVABAN HASTA AQUÍ?

En nuestro día de descanso salimos a caminar por «nuestra» playa, a tres minutos de casa. A lo lejos avistamos unas ruinas -cuántas hay en este país de emigrantes- y decidimos acercarnos a ellas atravesando las rocas y el campo. Son los restos de una pequeña iglesia y una vivienda, probablemente la del cura, levantadas frente al mar. Los matorrales y las zarzas las cercan mientras sus muros se resisten a caer. ¿Dónde están los caminos que llevaban hasta aquí? Cierro los ojos y me concentro en el silencio absoluto, ni siquiera roto por los pájaros o el mar.

UN PEQUEÑO PARQUE NACIONAL

Conduzco hasta el Parque Nacional de Connemara. Tras todos estos días ya no tengo que pensar dentro del Toyota, me he convertido en un conductor irlandés a todos los efectos y circulo despacio, saludo a todo el mundo y disfruto de la vida. El parque es muy bonito y muy pequeño. Caminamos uno de los tres o cuatro recorridos, apenas cuatro kilómetros, y disfrutamos del paisaje inhóspito y absolutamente romántico de Connemara. Comemos los bocadillos en una mesa de picnic y tras un último paseo por un pequeño bosque nos vamos a Clifden, un pueblo que nuestro querido Michael McDanagh se empeñó en recomendarnos.

UNA FERIA DE CABALLOS EN CLIFDEN

¡Grande y agradable sorpresa! Resulta que justamente hoy se celebra en Clifden la Feria anual del poni de Connemara, una raza equina que prolifera en muchos de los bancales de cercados de piedra y es literalmente adorada por los habitantes de este territorio. Ellos, como yo, también aman los caballos. Mi familia no y decidimos separarnos: yo me voy a la feria y ellos se van a pasear por los mercadillos y puestos callejeros que inundan el pueblo en este día de fiesta mayor.

La Feria del poni de Connemara resulta ser todo un descubrimiento para mi infantil y mitómana inteligencia. En un campo se exhiben ejemplares de caballos frente a jurados vestidos con traje y bombín en la cabeza, y ¿a quién veo llevando del ronzal un precioso ejemplar? ¡Al hombre mayor que salió a bailar en el local de la iglesia de Lettermore la noche del concierto! En otro campo anexo al de las exhibiciones jóvenes jinetes ejecutan carruseles de monta frente a otros jueces. El ambiente es un estímulo permanente para mí. En un escenario ambulante hay un concurso de baile de música tradicional irlandesa donde niñas y niños, delante de juezas con cuadernos de calificación en las manos, bailan al son de una pareja de músicos compuesta por un anciano acordeonista y una jovencísima violinista. A mi alrededor hay puestos de hamburguesas, té, pasteles y helados «Angelito». Estoy tan emocionado que ya no distingo si la gente habla en gaélico o en inglés.

A LA DERIVA EN LA ANTÁRTIDA

El viento ha soplado con fuerza toda la noche, silbando y ululando contra las esquinas de la casa como si fuese el fin del mundo. Si hemos podido dormir esta noche podríamos hacerlo en un velero a la deriva en la antártida. Último día en este país maravilloso. Anoche dejamos preparadas las maletas. Dentro de pocas horas volveremos a cruzar el país de costa a costa, rumbo al aeropuerto de Dublín. Vuelvo la mirada a la cama para contemplar con nostalgia anticipada el edredón nórdico con el que me he abrigado todas estas noches.

EL MERO ACTO DE REGRESAR

Aterrizamos por la noche en Barcelona y nos recibe un calor húmedo e insoportable. Allí recogemos nuestro coche, cambio el chip cerebral para volver a conducir por la derecha con el volante a la izquierda y emprendemos el último tramo hasta Binéfar, a donde llegaremos pasadas las dos de la madrugada. Calor, calor, calor, hace mucho calor. Ay, Irlanda, cuánto voy a echarte de menos.

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Álbum de Connemara

jueves, 5 de agosto de 2010

Pasado mañana

Telefoneamos a Mrs. Cathy Molloy y quedamos con ella pasado mañana por la tarde en la iglesia de Lettermore, desde donde volveremos a llamarla para que nos guíe hasta la casa y nos entregue las llaves. En la iglesia de Lettermore, condado de Galway, Irlanda, pasado mañana. Casi no puedo creerlo.