martes, 22 de febrero de 2011

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Se acerca a mi mesa un señor de pelo blanco y bigote rubio que viste un anorak de color rojo de la marca Quechua. Es polaco y casi no sabe hablar español, de modo que a duras penas logro comprender que su mujer ha venido a España a reunirse con él, quien, para mi sorpresa, lleva viviendo aquí nada menos que cinco años. Me cuenta que trabaja en obra civil, «en la montaña, tubos grandes», y tal vez imaginando mis pensamientos me aclara que trabaja con otros polacos, que habla con muy pocos españoles. Yo le digo que su idioma y el mío son muy distintos, muy difíciles el uno para el otro. «Oh, sí», dice, «mucho difícil, distinto, sí», y añade: «también países mucho distintos, allí en Polonia mucho frío, más frío que aquí, allí ahora treinta grados bajo cero y más, aquí mejor». «Ah, pero en verano aquí no se puede vivir de calor, a mí me gusta más el frío», le digo, y nos reímos los dos. Él dice: «lo peor mosquitos, y moscas también, malas las moscas, mí en verano daño aquí», dice, señalándose un punto entre las cejas, allí donde ponen la bala los francotiradores. «¿Le picó una mosca entre los ojos?», le pregunto. «Sí, oh, mucho daño, sí». Y volvemos a reírnos. La situación es un tanto absurda pero nos caemos bien. Mientras acabo de resolver el alta de su esposa como beneficiaria de su cartilla de la Seguridad Social le digo: «España y Polonia son países muy distintos en el clima pero nos parecemos en el carácter, nos gustan los sentimientos». Él me mira extrañado. «Quiero decir que Polonia y España son países de poetas, ¿no cree?». «¿Poetas?», pregunta. «Szymborska, Zagajewski», contesto, sabiendo que mi pronunciación debe de resultarle ridícula. «¡Ah, sí, Wisława Szymborska, premio Nobel, sí! ¿Usted conoce?», dice con expresión divertida, volviendo a sonreír. «Claro, me gusta muchísimo». Entonces él me mira asintiendo con la cabeza sin saber qué decir o hacer. Le doy sus papeles, le explico los trámites que debe realizar y al levantarse de la silla me da la mano y me pregunta: «¿Cómo se llama usted?». «Jesús». «Muchas gracias, señor Jesús, yo diré mi mujer, ella gusta Szymborska como usted, adiós». «Adiós, señor K.», le digo, «¡y buena suerte con las moscas!». Él ríe, me señala con el dedo índice de la mano derecha y se va. Sé por experiencia que las picaduras de tábano duelen muchísimo.

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