jueves, 11 de diciembre de 2014

El señor Spock

Es un hombre pálido y de cabello blanco y escaso que se ayuda de un bastón; viste pantalones de tergal, jersey sobre camisa blanca y abrigo de paño de color gris.  Se acerca a mi mesa, le doy los buenos días, le pregunto en qué puedo ayudarle y se presenta formalmente antes de sentarse en una de las dos sillas amarillas: «Soy R. C. y tenía cita previa a las once y veinte».

Viene con dos propósitos, el primero informarse del importe y demás características de la probable pensión de invalidez que el tribunal médico va a valorarle próximamente, y el segundo darse de alta en el nuevo servicio de usuario y contraseña que la Seguridad Social española ha habilitado en su página de internet para que los ciudadanos puedan efectuar todo tipo de trámites desde su casa sin necesidad de acudir a nuestras agencias.

Me informa de que fue diagnosticado de leucemia y ahora se encuentra en pleno proceso de recuperación tras un autotransplante de médula.  Le pregunto cómo se hace eso y me explica con todo lujo de detalles técnicos el proceso: la extracción de su propia sangre, el tratamiento y cribado de sus células, su congelación a -160 grados, el duro tratamiento de quimioterapia y la posterior reintroducción de la médula sana con la esperanza de que sustituya a la enferma .  Me cuenta que por ahora todo parece ir bien pero no se atreve a adelantar resultados concluyentes o, como él mismo expresa: «Ni siquiera me atrevo a imaginar el oso».

Para darle de alta en la oficina virtual de las administraciones públicas le pido un número de teléfono móvil y su dirección de correo electrónico, que resulta ser spock(...@.......).es.  Aparto la mirada de la pantalla y le miro con gesto de curiosidad, gesto al que mi cliente responde sonriendo con los ojos pero no con el resto de su rostro de sesenta años sobre el del ser humano de cincuenta que es en realidad.  «Esta noche emiten Stark Trek en Antena3», dice, «es la versión de 2009 de J. J. Abrams con los actores nuevos».  «La he visto», le digo, «me gustó mucho. Claro que, como sucedía en la versión original, Spock se come con patatas al capitán Kirk».  «Estoy de acuerdo con usted», dice él, y sonríe con todo su rostro por primera vez.

Cuando se levanta para irse y me ofrece la mano pienso en lo afortunado que soy de trabajar en un lugar que me permite conocer fugazmente a tantas personas distintas, únicas e irrepetibles.  He de reprimir la tentación del saludo vulcano tras sentir su mano fría en la mía, siempre tan caliente.  «Mucha suerte, señor Spock, espero que volvamos a vernos», pronuncio sólo para mí mientras otra persona se levanta de la sala de espera y se acerca a mi mesa.

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