miércoles, 27 de diciembre de 2017

El ojo de la aguja

Dos mil diecisiete se precipita hacia el ojo de la aguja como todos sus hermanos anteriores. Yo escribo frente al espejo del cristal del ventanal del salón abierto al exterior oscuro de Zaragoza.

Maite y Paula, que vino de Bergen para pasar estos días con nosotros, se han ido de compras. A menudo suenan sirenas -no sé si de ambulancias o de policía o de bomberos- como si el mundo estuviese acabándose, aunque no es verdad. Son sonidos de las ciudades grandes a los que quienes vivimos en lugares pequeños no estamos acostumbrados (pero yo viví aquí durante toda mi juventud).

La navidad ya ha pasado. Cociné para veinte de las personas que más quiero en el mundo y todos disfrutamos de la comida, la bebida y, sobre todo, la compañía. Mis padres van siendo cada vez más mayores y estas reuniones tienen cada año un sentido más profundo. Nuestras vidas se enhebran.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Ni nuevo ni pertinente

Este año he decidido que no me gusta la Navidad. Me hace mucha ilusión cocinar para mi familia, para mis padres y hermanos y sobrinos, pero reconozco que me haría la misma ilusión hacerlo en septiembre o en febrero. Sé que no estoy diciendo nada original, pero la Navidad y toda su parafernalia, los adornos, las compras, etcétera, me ponen enfermo, e imagino que si no fuese ateo todavía me pondrían peor.

Y como no estoy escribiendo nada nuevo ni pertinente ni que aporte lo más mínimo a nadie, aquí termino. ¿Ya he dicho que no me gusta nada la Navidad?

domingo, 17 de diciembre de 2017

Respeto

Volviendo de sacar dinero de un cajero automático y comprar el pan he visto el cuerpo de un pájaro pequeño en la esquina de la calle. Se trataba de un gorrión que, como todo el mundo que me conoce sabe, es mi pájaro favorito. Su rígido cadáver había perdido la esponjosidad del plumaje de invierno, y lo que quedaba era su pequeño cuerpo delgado y la cabecita de lado, las membranas de sus ojos unidas en un gesto de frío, aceptación y abandono.

He sacado el móvil del bolsillo y he estado a punto de hacerle una fotografía, pero al ver su imagen en el teléfono he sentido pena, he dudado y finalmente, tras mirar a mi alrededor como si hubiese estado a punto de cometer un crimen, he desistido de ello.

Antes no me pasaba. Hacía fotografías a todo tipo de animales muertos. Mis blogs son testigos. Algo ha ido pasando en mí durante estos años para que ahora no quiera hacerlas o, mejor dicho, para que ahora sienta al principio, como siempre, el intenso deseo de fotografiar pero, en el momento de pulsar el botón, aquel algo me lo impida. No sé, no estoy seguro de qué es, pero creo que tiene que ver con el respeto.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Caudal

Escucho las voces alegres de los nuevos vecinos, bastante más jóvenes que nosotros, que han debido invitar a amigos a cenar. Después me pongo los cascos para escuchar música mientras navego y escribo. ¿Por qué los edificios modernos tienen las paredes tan delgadas?

El río Vero viaja hacia el lejano mar con muy poco caudal a pesar del frío de la semana pasada. Frío y agua no son sinónimos. Alguna mañana caminé al trabajo a tres grados bajo cero, todos los coches cubiertos de hielo, el cielo alto y puro, mi alma respirando a través de los pulmones dejando un rastro de humo.

El frío me hace feliz. Bajo el abrigo llevo las mismas camisetas de manga corta que utilizo todo el año. El otro día recogí con la mano nieve de un coche aparcado en la calle de alguien que había bajado de Cerler o vete tú a saber de dónde, y me la llevé a la nariz. No olía a nada. Ni siquiera a frío.

Los pequeños pájaros urbanos sobreviven a las heladas y buscan en los parques y los bancos de las aceras la comida que dejamos caer sin querer. Contemplar cómo van de aquí para allá con esa alegría tan ajena a mi inteligencia me hace sentir esperanza. Son tan pequeños y al mismo tan resistentes y hermosos.

Al llegar cada mañana a la pequeña Agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro donde trabajo abro mi ordenador y, por decirlo de algún modo, compruebo que mi ropa interior está limpia, que huelo bien, que estoy en orden, que las personas a las que voy a atender se irán tras una buena experiencia conmigo. Sé cómo suena lo que digo e insisto y añado: me gusta mucho. Yo les informo y les ayudo. Si supieran cuánto me regalan ellos a mí: las cosas que me cuentan, sus realidades, sus anhelos, sus frustraciones, sus alegrías, sus penas, su humanidad sin filtros. Si supieran todo lo que aprendo.

Los vecinos siguen de fiesta. Son una pareja joven como en su día lo fuimos Maite y yo. Espero no arruinarles la sobremesa de la cena con mis ronquidos.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Veintiocho palabras

Sólo son veintiocho palabras: tú que estas leyendo lo que he escrito y yo que lo estoy escribiendo existimos durante un instante. Esto es todo lo que sucede.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Migas de pan

Camino entre los árboles
sin blancas migas de pan
que me guíen
bajo la luna llena.

No viajo solo y
al mismo tiempo
viajo solo.

Más allá del bosque
me aman.

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lunes, 4 de diciembre de 2017

Pajaricos

Tengo el recuerdo del soto de Tulebras como el de un maravilloso paraíso. El río Queiles fluía prístino, puro y virgen antes de llegar a Cascante y después a Tudela, y después al Ebro (a partir de ese momento ya sí, en un río tan grande, rumbo al mar que es el morir).

Guardo como un tesoro aquellos veranos con mi primo Emilín. Tulebras era y sigue siendo un pueblo diminuto, con apenas cuatro calles, un convento y un claustro. Su festividad, a mediados de agosto, según recuerdo, es San Bernardo, y todo el pueblo huele a a albahaca.

Con Emilín salíamos a cazar pajaricos con trampas a las que atábamos alicas, las hormigas aladas que salían de los hormigueros después de las tormentas. También pescábamos cangrejos en el río limpio junto a los prados de hierba y los chopos, los álamos y los abedules.

La primera vez que me enamoré fue en Tulebras, y lo hice de una chica de Bilbao. Se llamaba María Jesús. Yo debía de tener trece o catorce años. Me enamoré, por supuesto, con toda la pasión propia de mi edad, a muerte, al estilo de Romeo y Julieta, y le escribí cartas que sus padres censuraban y nunca llegaron a su destino; y diré que, al margen de amar a mi actual compañera y madre de nuestros dos hijos, si pienso en aquella lejana adolescente de entonces, prácticamente una niña como yo, algo se remueve en mi corazón.

Todo lo que acabo de describir es el escenario que convierte el fallecimiento de mi tía Carmen Miramón en un acontecimiento muy triste para mí. Aquellos veranos en los que vivíamos en su casa junto a la carretera, aquellas fiestas de San Bernardo, éramos de Tulebras, no de Cascante, no de Zaragoza.

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Mi tía Carmen era, toda ella, bondad pura. No existe en el universo entero nadie que, por mucho que se empeñase, pudiera decir lo contrario. Era un ser humano bueno en el más estricto sentido de la palabra. Hermana de mi padre. Mi tía Carmen de Tulebras.

Sus últimos años fueron muy duros para Emilín y Elenita, mis primos. Cuidar a alguien que no te reconoce ha de ser algo que te pone a prueba sin medias tintas. Ellos estuvieron allí. Además de quererles como primos hermanos les admiro como seres humanos. Aunque, ahora que lo pienso, en realidad no existe diferencia alguna entre el Emilín que conocí cuando explorábamos el soto y vivíamos como pequeños salvajes y el hombre en el que se convirtió después. Hablo de honestidad, hablo de valor; hablo -de él y de mi prima Elenita- del amor que les permitió estar al pie del cañón hasta el final.

Mi tía Carmen, después de años padeciendo la terrible enfermedad, murió la pasada madrugada. Yo, por motivos de trabajo, no podré asistir a su funeral. Asistí al de su marido, mi tío Emiliano, pero no podré asistir al suyo, y me da mucha pena, incluso rabia, pero no puedo. Mi trabajo no me lo permite.

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Regreso al soto de Tulebras. Los prados verdes junto al río. La brisa entre los árboles cuando éramos jóvenes y pensábamos que nuestros padres eran inmortales.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Más allá del mar de los Sargazos

En estos días pienso a veces que el verdadero secreto consiste, al estilo de los peores libros de autoayuda, en aceptarse a uno mismo con todos sus abundantes defectos y también sus pequeñas y a menudo invisibles virtudes.

Y en estos últimos días he llegado también a la conclusión de que esta intuición sin fundamento alguno expresa una verdad, sencilla y difícil a la vez.

No es mucho pero significa mucho: es la frontera entre la lejana juventud y una nueva etapa en la que el próximo horizonte es absolutamente nuevo, más allá del mar de los Sargazos.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Algo es algo

Otro domingo que no volverá a existir, como el último latido de mi corazón o el del tuyo: es así. Se hizo de noche a las seis de la tarde pero no llueve. ¿Hace frío? Bueno, eso es algo relativo: Maite viste como la última patagona del sur del Cabo de Hornos, envuelta en capas de ropa completadas por una especie de manta, y a mí me basta con una camiseta y una chaqueta vieja llena de pelotillas de lana vieja, mi putrefacta chaqueta favorita.

No dejo, como los faros marinos o el malévolo ojo de Sauron, de otear todo el horizonte a mi alrededor. Algunas cosas me gustan y otras no, pero no soy una persona violenta, no aprendí a serlo en su momento y ahora ya no sé si sabría (pero he visto miles de películas violentas, igual sí que sabría).

Paseando esta mañana por el campo me he dado cuenta de cómo la naturaleza, a pesar de tanto desconcierto, comienza a entrar en reposo. Los insectos empiezan a desaparecer y las hojas rojas de los viñedos caen al suelo mientras los racimos de uva que sobrevivieron a la vendimia se convierten en algo así como centenares de diminutos Nosferatu apretados unos junto a otros.

En las cimas más altas ya hay nieve, podemos ver su fulgor mientras regresamos a Barbastro después de nuestro paseo. Es una esperanza en este momento histórico de apocalipsis zombi. Nevó.

Vale, de acuerdo, nevó a una altitud a la que sólo pueden acceder con normalidad ciertos animales de pezuñas especializadas, pero nevó y podemos verlo desde la carretera comarcal. Algo es algo.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Independencia

Echo de menos la suavidad. La fluidez natural de las cosas que no dependen de nuestros pensamientos. Echo de menos la aceptación de lo sensato, de lo obvio, de lo que es justo por su propio peso, sin discusión alguna en cualquier lugar del mundo. Echo de menos la inteligencia sin aspavientos, aquella que nace donde nacen los sentimientos más básicos: el odio, el amor, la ternura, el miedo, el atrevimiento, la atracción incontenible. Sí, echo de menos la suavidad, echo de menos la inteligencia, echo de menos la fraternidad y la ternura.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Rosi

En realidad Rosi se llama Rosalía, pero desde que llegué a esta agencia comarcal de la Seguridad Social de Barbastro, hace diecisiete años, siempre fue Rosi.

Es, en muchos aspectos, muy diferente a mí. Ella lo sabe y yo también. Sin embargo pronto nos hicimos amigos, y no unos amigos cualesquiera: amigos de esos que se han contado cosas que desconocen nuestros propios familiares. En los malos y en los buenos momentos, más allá de nuestra condición de compañeros de trabajo, ella se apoyó en mí y yo me apoyé en ella. Y lo mismo podría decir de Sofía, mi jefa queridísima, una de las personas con el corazón más grande que he conocido en toda mi vida. Y lo mismo podría decir de Chelo, una compañera tan guapa, tan brillante e inteligente que a veces, durante los primeros años de conocerla, me perturbaba; una amiga que, al vivir en Huesca, acabó trasladándose allí.

El trabajo es nuestro segundo hogar, y como tal en él nace, crece y se desarrolla la vida. Una cara de la vida. Voy a decirlo con absoluta claridad: yo soy feliz trabajando en el CAISS (Centro de Atención e Información de la Seguridad Social) de Barbastro. Trabajamos muchísimo pero en un ambiente tan solidario, tan de equipo al cien por cien, tan ajeno a las jerarquías absurdas, que no lo cambiaría por nada. Espero jubilarme aquí, como hoy lo ha hecho Rosi.

Porque nunca volverá a trabajar en su mesa. En una oficina tan pequeña como la nuestra su ausencia ya es como un agujero negro, pero nos alegramos por ella porque la queremos. Los que quedamos tendremos que trabajar mucho más, porque ella era de las que te aliviaba el trabajo cuando a ella le faltaba, y siempre estaba dispuesta a ayudar, a compartir con nosotros lo mismo que con nuestros clientes: dando su corazón por ayudar a quienes se sentaban al otro lado de la mesa. Sí, la echaremos mucho de menos, muchísimo.

Pero hoy hemos celebrado en nuestro lugar de trabajo un vermut/comida a la que ha traído una de sus famosas empanadas de atún, un pastel de verduras y mayonesa, y jamón, pan de cristal, tomate de untar, queso de Radiquero; y Sofía ha traído buñuelos de bacalao caseros, y de postre había bombones que nunca nos faltan de los que nos regalan los clientes, y Flores de Barbastro, unos pastelitos típicos de aquí, todo ello regado con vino, champán, cervezas y moscatel de Málaga. A la celebración se han unido nuestras compañeras del Centro de Salud que está justamente enfrente de nuestra puerta: administrativas, enfermeras... Cuando nos hemos ido eran casi las cinco.

Este texto es para ti, Rosi. Sé que volveremos a vernos porque vives en Barbastro. De hecho tenemos una comida pendiente el próximo día veinticuatro en la que sí estará Chelo y otras personas que te quieren como te quiero yo. Hemos compartido muchas cosas, querida amiga, y quiero decirte que has influido en mi vida y lo has hecho para bien. Tú siempre decías que yo era positivo pero, sobre todo en los últimos años y con mis problemas de ansiedad, la positiva fuiste tú. Te echaré de menos. Feliz jubilación, querida, queridísima compañera. Sé que jamás te olvidaré.

lunes, 13 de noviembre de 2017

El monstruo

El domingo desperté, me levanté de la cama, desayuné, tomé mi medicación, hice otras cosas de cuyos detalles no es necesario hacer mención, y de golpe, a eso de las once de la mañana, estando bien, apareció el monstruo.

Como suele suceder su fuerza me pilló por sorpresa, sin aviso. Aunque desde hacía días el cambio de estación, el cambio de luz, el cambio horario, etcétera, ya había influido sin remedio en mi química cerebral, ayer sucedió el ataque en toda regla. Volví a sentir, con absoluta certeza, que me moría; y volví a sentir vergüenza de mi temor a morir así, sin gloria alguna (que es como, puedo asegurarlo al cien por cien, moriré).

Me puse una pastilla de Lorazepam debajo de la lengua y esperé sin decir nada a nadie, intentado pasar desapercibido. Pero Maite pasó a mi lado y notó que no estaba bien. Me dijo que se dio cuenta al ver mi cara primero de perro abandonado y segundo de albóndiga. Cara de albóndiga, de albóndiga de perro.

Aunque ya eran las dos de la tarde nos fuimos a dar un paseo por campos de olivos y viñedos de hojas rojas y diminutos racimos de uva que habían sobrevivido a la vendimia. Los probé. Eran de grano pequeño, hollejo fuerte y mucha pepita, pero sabían bien, aunque luego hubiera que escupirlo todo.

El paseo me vino muy bien. Nada mejor que cambiar el foco de tu tinnitus y tus taquicardias hacia los campos y las lejanas montañas, algunas con sus cimas ya nevadas.

Estos ataques, como cualquiera que los haya sufrido sabe, dejan un eco, secuelas que duran algunos días. Siempre queda la inseguridad, esta vulnerabilidad aterradora. Hoy lunes todavía sentía todo eso, aunque lo he aguantado sin necesidad de recurrir a ningún rescate.

Estoy muy cansado, muy harto, muy, muy harto, pero empiezo a pensar que deberé convivir con esto toda mi vida. Nunca me curaré. No es una enfermedad. El monstruo soy yo.

jueves, 9 de noviembre de 2017

No se acaba nunca

Por la mañana, a cuatro o cinco grados de temperatura, feliz como un oso, fui a trabajar. No fue una mañana complicada, de largas colas y protestas por la cita previa. Hubo consultas sencillas y complicadas, cada cliente un ser humano distinto, con problemas distintos y situaciones distintas. Mujeres y hombres de todas las edades. Les atendí lo mejor que pude y aprendí mucho de ellos.

Por ejemplo, una de ellas había trabajado en el hotel de los Llanos del Hospital, en Benasque, donde es habitual que sus clientes se queden aislados por las grandes nevadas. Le pregunté si durante esos días no contratados debían pagar la comida, y mi clienta, una mujer nacionalizada española pero con el bellísimo acento colombiano de su nacimiento, me dijo que cobraban la comida con un cincuenta por ciento de descuento. ¿Y si no tenían dinero para pagar ese cincuenta por ciento del precio normal? Ella me contó que un invierno quedaron aislados, como tantas veces, y se dieron cuenta de que una pareja muy joven no había bajado a desayunar ni a comer. El dueño del hotel fue a su habitación y aquellos le dijeron que no podían permitirse ni siquiera la mitad del precio del hotel, pues tenían muchos gastos y habían planificado el fin de semana sin ningún margen económico. Mayoral, el propietario del hotel de los Llanos del Hospital de Benasque, les dijo que no iba a permitir que no desayunaran o comieran, y les dio de desayunar, comer y cenar gratis. Conclusión: quienes pudieran pagar la mitad para cubrir los costes, bien; quienes no pudieran no pasarían hambre. Señor Mayoral, desde aquí le digo: gracias por su ejemplo comunicado por una de sus trabajadoras, lo que tiene, si cabe, más mérito.

Cada día aprendo mucho en mi trabajo. Y tras años de oficio puedo certificar que la gente normal, las trabajadoras y trabajadores, los seres humanos con quienes nos cruzamos cada día en la acera de las calles, no son buenos: son más que buenos.

Mi trabajo, a pesar del estrés de los días de mucho follón, me nutre de esperanza, de amor, de conmovedoras sorpresas cada día. Nunca sabes qué historia va a sentarse al otro lado de tu mesa. Yo me ofrezco entero y sincero a ellas y siempre recibo lo que doy. Creo profundamente en el vínculo fraternal entre todas las personas del mundo, lo experimento en mi propia carne cada día. Sólo son necesarias dos condiciones: empatía y curiosidad. De la primera no puedo hablar yo sino mis receptores; de la segunda sí, y puedo decir que no se acaba nunca.

martes, 7 de noviembre de 2017

Es

Es el día,
es la noche,
es la hora,
el segundo,
el más mínimo
instante
de ser.

Es lo que
a la vez
es y no es,
todo eso
es.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Colonias espaciales

Hemos llegado a Zaragoza de noche. Desde kilómetros de distancia en la carretera brillaban las luces de sus barrios, polígonos industriales y suburbios. Me he sentido un astronauta acercándose a una colonia espacial.

En los pueblos y ciudades pequeñas como Binéfar o Barbastro la oscuridad comienza muy cerca, a pocos metros de las calles que terminan en el campo. En esa oscuridad despiertan las comadrejas, los tejones, los jabalíes que hozan el suelo y dejan sus huellas en los caminos. En esa oscuridad existe algo que se oculta de lo que somos y un día nos vencerá.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Todos los santos

Fuimos al cementerio la última vez que estuvimos en Zaragoza. Yo creo que no pasan cuatro meses sin que nos demos una vuelta por aquella ciudad de los muertos. Tiramos las flores viejas de Ikea y pusimos unas nuevas, también de Ikea. Son bonitas, resistentes y baratas.

No solemos ir el día de Todos los santos. Hay mucho tráfico, mucha gente, en fin: es un rollo. No voy a escribir ahora lo que todos sabemos: que los muertos se levantan y acuestan junto a nosotros cada día, que viven y vivirán mientras les recordemos, etcétera. No lo voy a escribir aunque sea verdad porque lo he escrito cien veces y ya me aburre hasta a mí.

Voy a escribir, a riesgo de equivocarme, que nuestra generación es acaso la última en darle importancia a estos desvelos escatológicos, la última en tomarnos en serio un compromiso que, sin dejar de estar alimentado por el amor, no deja de ser una herencia cultural.

Las incineraciones crecen día a día precisamente para no dejar a nuestros hijos esas obligaciones. Maite y yo queremos que nos incineren cuando dejemos de existir, y ni siquiera le damos importancia a lo que puedan hacer con nuestros restos. Ni océanos ni ríos ni campos de amapolas: cualquier sitio nos parece bien, sobre todo si es cómodo para quien quiera ocuparse de ese menester. Lo que no queremos es que nos guarden en ningún lugar, ni en una casa ni en un trastero: las cenizas están hechas para ser esparcidas por el viento, siempre que se tenga en cuenta su velocidad y dirección. Amén.

lunes, 30 de octubre de 2017

Como una regadera

Todo es extraño. Los árboles, como yo, no saben si empezar a rendirse o mantenerse despiertos. Algunas hojas tímidas, reticentes, comienzan a morir y caer en su instante más anónimo y glorioso. La naturaleza en general está aburrida, cansada, casi irritada, despeinada y con muecas de mal humor de tanto esperar lo que tocaba. Y si ella está así cómo no estaré yo: un oso irlandés encerrado en un cuerpo humano español.

Todo es extraño. El president de la Generalitat que ayer pedía en la televisión la defensa pacífica de la nueva República al pueblo catalán mientras comía en un restaurante de Girona, y hoy está en Bélgica para, presumiblemente, pedir asilo político. Sí, es para caerse al suelo de la risa, pero qué falta de gallardía, cuánta cobardía, el voto secreto del día D, en fin: ni Berlanga hubiera escrito un guión más ridículo y risible que éste. Tal vez sea la poca testosterona que me queda la que dicta mis siguientes palabras, pero ¡qué falta de cojones y de dignidad! ¡Qué falta de valor para afrontar las consecuencias de los actos como hacemos todos los días los ciudadanos de a pie! Aunque, ahora que me acuerdo, prometí no sufrir más por este tema; aunque, ahora que caigo, esto no es sufrir, esto es otra cosa muy distinta: darme cuenta de que el Rey desfila desnudo y dar testimonio de ello, incluso reírme a carcajada limpia. Soy el niño barbudo con aspecto de profeta bíblico que señala con el dedo.

Todo es extraño. Después de muchos muchos meses sin necesidad de hacerlo, esta mañana he tenido que ponerme una píldora de Lorazepam bajo la lengua. Han habido tres o cuatro horas de un trabajo sin cuartel, estresante, ansioso, con los clientes enfadados por tener que esperar... O tal vez sencillamente he sido yo, que siento los cambios horarios y de estación de un modo radical, muy exagerado, ajeno a mi voluntad. Presión en el pecho, taquicardias, el zumbido en los oídos creciendo por momentos, cierto vértigo visual y sensorial. Quien lo ha padecido me comprende. Afortunadamente la química ha hecho su efecto y he podido controlar la situación sin dejar de atender a los ciudadanos ni un momento. Los años me han enseñado a saber lo que me estaba sucediendo, aunque no a padecer menos.

Todo es extraño, cómo no. Todo el mundo espera la llegada del frío y la lluvia. Yo sé que también podría alcanzarnos un meteorito de varios kilómetros de longitud, o un cambio climático de alta velocidad que convirtiese este pequeño planeta donde podemos pesar, caminar y respirar, en un cementerio como Marte. Todo el mundo espera la llegada del otoño. Mis imaginaciones apocalípticas las guardo para mí.

Todo es extraño y, como quienes me rodean, actúo como si la vida fuese normal. A veces, en el supermercado o mientras pongo gasolina en el coche, sospecho que a las demás personas les pasa lo mismo que a mí y siguen actuando con normalidad para que nadie piense que están como una regadera. Para que nadie piense que están como yo.

viernes, 27 de octubre de 2017

Amarga Catalunya

He sufrido mucho con los acontecimientos de Cataluña. En este diario he dejado huellas recientes de todo ello.  He sufrido mucho.

Pero hoy, sin ninguna pena general aunque sí algunas personales, he decidido dejar de sufrir, he decidido dejar de sentir angustia y ansiedad por el futuro de un país al que amaba pero no así, tan ausente de la realidad, tan ajeno a las terribles consecuencias de las decisiones de la mitad que ahora mismo le empuja al precipicio.

Para mí, a partir de hoy, todo este tremendo conflicto es asunto suyo, de mis amigas y amigos: de Carlus, de Carme, de Elvira, de Silvia, de todos los que, viviendo allí, pueden hacer algo, no como yo, que vivo en Aragón y no puedo hacer nada salvo sufrir hasta la decisión que he tomado esta noche: dejar de sufrir.

Qué descanso mental ha sido. Qué línea invisible entre que me importase mucho y dejase de hacerlo. Mis amigas y amigos catalanes saben dónde estoy, saben que pueden contar conmigo, pero yo ya no estoy allí, no quiero estar allí. Esta noche dormiré a pierna suelta.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Petya

Hoy ha venido a la agencia comarcal Petya, una joven búlgara a la que hace algo más de un año le diagnosticaron, con veintitrés años, un cáncer de mama. Recuerdo que en aquella ocasión todo su ser emitía furia y odio al mundo, una furia y un odio que no hacían sino expresar su estupefacción.

Por aquel entonces trabajaba en una zapatería que después cerró sus puertas. Nosotros la ayudamos a gestionar lo que estaba en nuestras manos: el pago de la baja por parte de la Mutua de la empresa, los ánimos, el cariño.

Durante mucho tiempo venía con su cabeza calva cubierta por un pañuelo, pero hoy no lo llevaba y una suave superficie de cabello oscuro de no más de un centímetro de altura cubría su cráneo precioso. Porque Petya es una joven muy guapa y muy valiente, y hoy, cuando le he preguntado, me ha dado buenas noticias, y aquella furia que en la primera visita proyectó a su alrededor sin ningún control, yo incluido como parte del sistema, angustiada por la noticia inconcebible, algo que por otra parte en su momento comprendí perfectamente, había desaparecido.

No todas las historias que suceden delante de mí durante el horario laboral acaban bien. Durante todos estos años he visto, como decía Roy en las últimas escenas de una de mis películas favoritas, "cosas que no creeríais". Casi siempre fueron valor, dignidad, tristeza, sabiduría, consciencia, reformulación de prioridades, aceptación. Y también curaciones, es verdad.

Petya, que tiene un año menos que mi hija, me ha tocado la mano con una sonrisa porque, como le anticipé la primera vez que la atendí mientras, perpleja, lloraba de rabia, ha salido adelante. Y soy feliz por ello, soy feliz de ver e intervenir cada día en la vida de otras personas, ser partícipe de cosas que afectan más profundamente o de modo más liviano a lo que yo soy: un ser humano como ella, como ellos, como vosotros, como nosotros.

martes, 24 de octubre de 2017

Caballos pequeños

El otro día soñé con un lugar perdido en el Himalaya, un país de inexplorados valles de bosques de bambú y prados de flores en los que pacían caballos de pequeña estatura. No había nada más y yo me acercaba a ellos, que a su vez se acercaban a mí con curiosidad. Les acariciaba las cabezas y los belfos suaves como el terciopelo. En el sueño no había nada más salvo los caballos, yo y un cielo de un color azul muy pálido, casi blanco, entre cumbres de nieves eternas.

sábado, 21 de octubre de 2017

Llovió mucho un día

Llovió mucho un día y todos sonreímos y dijimos: ¡Al fin! Al día siguiente llovió mucho menos y las esperanzas se desvanecieron poco a poco.

El suelo que rodea mi lugar de trabajo, como cada año, está cubierto de los frutos amargos de los maravillosos castaños de Indias que lo rodean.

Busco, deseo, ansío buenas noticias. Paz, entendimiento, fraternidad, todas esas cosas. Y mientras las deseo sufro personalmente.

Por la mañana Maite y yo fuimos a caminar como todos los fines de semana junto al canal, que hoy fluía un poco más bajo que la última vez. Los abejarucos y vencejos y aviones comunes hace tiempo que se fueron en dirección a África. Quedan los cuervos, las tórtolas y los gorriones moros que, en pequeñas bandadas, se trasladan de unos arbustos a otros huyendo de nuestro paseo inofensivo. Bajo las grandes encinas y sus bellotas esparcidas en el suelo había huellas de jabalí, esas huellas hendidas en el barro de las lluvias del otro día.

Busco, deseo, necesito buenas noticias. Y al hacerlo no pienso en mí, que vivo en Aragón, donde todo está en calma; al hacerlo pienso en gente que quiero: en Carme, en Carlus, personas importantes en mi vida y por cuyo futuro, por cuyas experiencias inmediatas, sufro. Pero no hay nada más que pueda hacer además de expresar aquí mi amor hacia ellos.

Son las diez de la noche y he venido a mi pequeño rincón a escribir. No he querido seguir viendo la televisión como he hecho, angustiado, toda la tarde. Me he servido un whisky con hielo. Luego me iré a dormir. Buenas noches. Bona nit. Pateixo. Petons.

jueves, 19 de octubre de 2017

Emboscadas

Me gustan las fotos antiguas. Todas esas personas que murieron hace mucho tiempo vivas y lozanas frente a la cámara con su ropa de época, sus sombreros y su pequeña estatura.

De acuerdo: sé lo que de triste tienen las fotografías, esas imágenes estáticas de seres humanos que no paraban quietos un momento, la falsa realidad de lo que fueron.

Aunque en el fondo de mi pensamiento siento que existe cierta verdad en aquellas. No somos solamente movimiento sino también quietud, inmovilidad, el retrato de una emboscada.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Mundos

Maite me dice que en la televisión han anunciado que mañana lloverá. Yo digo: ¡Ojalá sea verdad!

Estos días históricos duran lo mismo que lo otros y nos acostamos más bien tarde y madrugamos para ir a trabajar, y así, con esta caligrafía, se escribe lo aburrido y lo extraordinario.

Decidí dejar de sufrir pero no surtió efecto ni durante treinta minutos. Esto, junto a algunos detalles más, es algo que odio profundamente de mí. No ser capaz de desconectar de los asuntos que me preocupan. Puedo articular con cierto oficio la descripción del diminuto tamaño que tanto nuestros pensamientos como el volumen de la Tierra ocupan en el cosmos inabarcable, y sé que ésta es una verdad científica, incontrovertible. Pero la ley de la gravedad no me deja escapar a ninguna parte, me atrae inexorablemente hacia el núcleo magnético de mi planeta y así atrapa el peso de mi cuerpo y también el de mis pensamientos, mis preocupaciones, mis desvelos, impidiendo que se desvanezcan en el espacio exterior.

Sólo descanso cuando duermo y al cerrar los ojos despierto en otro lugar.

domingo, 15 de octubre de 2017

La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia

Siempre he creído en la generosidad. Últimamente, sobre todo, en la generosidad de ida y vuelta. Ya no tengo edad para dar sin recibir nada a cambio como cuando era un adolescente y tenía toda la vida por delante y pensaba, absolutamente idiota, que tarde o temprano recibiría una respuesta equitativa. He aprendido mucho desde entonces.

No sé si servirá de algo escribir esto, pero voy a hacerlo: no seáis generosos con quienes no lo sean con vosotros; no admiréis a quien no os admire; no queráis a quien no os quiera. Todo ese estéril esfuerzo no merece la pena. El camino es largo, el mundo es grande y está abierto a millones de posibilidades. La soledad es un lugar mucho mejor que la indiferencia.

sábado, 14 de octubre de 2017

Un bramido lejano

Resulta difícil creer que, estando tan lejos de la fiesta, a varios barrios de distancia, su eco alcance con tanta fuerza nuestra terraza abierta. Es un sonido en el que se mezclan varios conciertos a la vez, algo parecido a un bramido con esporádicos aumentos de intensidad mezclados a veces con sirenas de ambulancias. El resultado es primitivo, temible, algo parecido al presagio sonoro de nuestro último final, pero sólo son los estertores de las Fiestas de la Virgen del Pilar en Zaragoza.

Madrugada del sábado catorce de octubre de dos mil diecisiete.

Página número mil doscientos de esta bitácora interestelar.

jueves, 12 de octubre de 2017

domingo, 8 de octubre de 2017

Tal vez Marte después

De regreso al coche tras el paseo por el campo estuve a punto de pisar sin querer una mantis religiosa. Descubrirla fue pura intuición por mi parte porque era exactamente del color amarillo pajizo de la vegetación que nos rodeaba y estaba absolutamente quieta en medio de nuestro camino. Sobre la marcha adelanté unos centímetros mi pisada en el aire y ella quedó atrás, diminuta y a salvo pero con sus poderosas zarpas delanteras en posición de ataque.

Hacía calor y me había quitado la camiseta. No había una sola nube en el cielo inmenso y azul que Paula tanto echa de menos en Bergen. Pensé, como otras veces, en la absoluta soledad de los seres humanos que iniciarán la colonización de otros planetas: primero la Luna, tal vez Marte después. Ningún canto de pájaros, ningún insecto, ningún susurro de ramas mecidas por la brisa.

lunes, 2 de octubre de 2017

Dolça Catalunya

1.

Ayer fue un día terrible y angustioso para mí. A medida que iba viendo las imágenes de las cargas de la policía y la Guardia Vicil en Cataluña arrastrando por el suelo a personas que podrían ser mis padres, empujando escaleras abajo a chicas que podrían ser mi hija, aporreando a diestro y siniestro ciegamente, arrastrando del pelo a una joven, arrastrando de la oreja a un hombre mayor que yo... A medida que todo eso sucedía la decepción y tristeza previas por todo lo que había llevado a esa situación se convertía en rabia humana, universal, una reacción instintiva ante tanta agresividad sin medida. Confieso que viendo algunas imágenes lloré de indignación.

Soy empleado público, un funcionario como ellos, y me pregunté qué pensarían todos esos policías al regresar a los barcos y hoteles y quitarse las armaduras, guardar las porras y fusiles de pelotas de goma. Qué pensarían de lo que habían hecho cumpliendo órdenes, sí, pero con semejante fervor. ¿Arrastrarían a sus hijas del pelo para lanzarlas a la calle como un saco de patatas mientras ellas levantaban las manos en señal de no violencia? ¿Qué cortocuito cerebral o sustancia consumida antes de trabajar puede llevar a que ayer actuaran como lo hicieron? Es que no puedo comprenderlo.

2.

Hoy ha sido un día triste, deprimido, desolado. Y si lo ha sido para mí, que soy español y vivo en Barbastro, imagino el estrés postraumático que los vergonzosos sucesos de ayer habrán causado en las personas que fueron víctimas de la violencia física. Porque nadie estamos acostumbrados a ella. A mí, a mis cincuenta y cuatros años, nunca me ha pegado nadie. Puedo ponerme en la piel de las víctimas de ayer y sé que les ocasionará secuelas psicológicas que durarán mucho tiempo, sobre todo a la gente más mayor, a los ancianos, a los menores de edad y también a los jóvenes empujados escaleras abajo sin contemplaciones (qué milagro que nadie haya muerto viendo las escalofriantes imágenes grabadas por los móviles de quienes estaban allí).

3.

Dicho esto, sentido en el corazón todo esto, mi cerebro no deja por ello de funcionar, y creo que el resultado de esta movilización-referéndum sin garantía alguna de imparcialidad, donde el resultado ha sido un noventa por ciento de síes a la independencia, resultado propio más de Corea del Norte que de países realmente democráticos, no legitima ninguna declaración unilateral de independencia. No ha votado ni la mitad de la población de Cataluña, y quien lo ha hecho, aún sabiendo que se trataba de un acto suspendido por el Tribunal Constitucional y, como hemos visto, jugándose literalmente el tipo, tenía el voto decidido. La otra mitad o más de la mitad de Cataluña se ha quedado en casa, una mitad que votaría en un referéndum con garantías democráticas y, sobre todo, que les incluyera en la convocatoria (y sí, yo también he visto el vídeo de ese chico de Lleida yendo a votar envuelto en una bandera de España con el toro de Osborne, pero representaba a la casi ridícula minoría que los resultados reflejan).

4.

En Cataluña, más tarde o más temprano, se tendrá que votar. Si yo fuese Puigdemot adelantaría las elecciones autonómicas mañana mismo. Ayer el espectro independentista creció exponencialmente respecto a los porrazos y hostias que dieron la policía y la Guardia Civil. Proclamar ahora la independencia unilateral cumpliendo una ley de pacotilla, que se saltó las propias normas del Parlament, es un error de cálculo que todavía me cuesta creer que pueda cometer. Pero hemos entrado en una dinámica en la que ya la reflexión y la razón han perdido el respeto que tuvieron antaño antes de tomar una decisión tan importante como la de una ruptura con un país que ayudaste a crear y con el que has convivido en los últimos siglos. Insisto: más tarde o más temprano los catalanes tendrán que poder votar sin violencia; todos, los que ayer salieron a la calle y los que se quedaron en casa mirando a través de los visillos, asustados por la policía y también, algo de lo que se ha hablado poco, asustados por el entusiasmo pastoril de los que no piensan como ellos.

5.

A mí al final, me ponga como ponga, me importan las personas que quiero. Algunas de ellas son catalanas y las quiero mucho, muchísimo. Mi cabeza se vuelve loca entre la tentación de darles la razón en todo y agarrarlas de los hombros para zarandearlas intentando que comprendan mis razones: ¡Tenéis que negociar un referéndum de verdad!

Ayer temí que esas personas resultaran heridas por la intervención de la policía, algo que afortunadamente no sucedió. Pero quedan las imágenes de las que sí fueron violentadas, y pasará mucho tiempo hasta que poco a poco se difuminen de mi memoria.

jueves, 28 de septiembre de 2017

El frío que me hará feliz

Terminó la vendimia y el maíz está casi en sazón. Se fueron los aviones comunes, los vencejos y los abejarucos que nos acompañaban en nuestros paseos junto al canal. El fruto de los castaños de indias que rodean mi lugar de trabajo cubre en abundancia el suelo, asomando en su entreabierto envoltorio de espinas. Algunas personas recogen las castañas con esperanza. Los primeros años les avisaba de que eran amargas pero después dejé de hacerlo, acabé aceptando que ya lo averiguarían por sí mismos.

En cierta ocasión una señora mayor me dijo que llevar una castaña amarga en el bolsillo del pantalón junto al dinero, y esto era un detalle importante: que estuviese en contacto con monedas y billetes, favorecía la riqueza. Jamás puse a prueba tan peregrina superstición. Y es que casi nunca, por no decir nunca, llevo dinero encima a menos que sea estrictamente necesario o haya sido previsto de antemano.

Espero con fervor el otoño. El otoño de verdad, no este verano que comenzó en junio y a este paso terminará en diciembre. Tengo miedo aunque no lo demostraré. ¿Cuándo llegará el frío que me hará feliz?

sábado, 23 de septiembre de 2017

Vida

Vivo con mi pareja en este apartamento frente al río Vero, en Barbastro. Binéfar es ahora apenas un recuerdo precioso, la infancia de mis hijos, los años del coro, amigas y amigos que poco a poco se desvanecen en mi memoria diaria. Porque poco a poco todo se desvanece silenciosa, irremediablemente.

martes, 19 de septiembre de 2017

O de hojas

Me voy a la cama a morir durante seis o siete horas. Estoy muy cansado y además este acto es necesario para que alguien despierte en otro lugar del universo, algo tal vez poseedor de ocho o doce o mil miembros inferiores, alguien hecho tal vez de gas o de hojas o de escamas duras como el diamante. En cuanto yo me duerma ello despertará con el vago recuerdo de un sueño extraño, olvidado enseguida, y emprenderá la experiencia cotidiana de una vida que sucederá exactamente durante el tiempo en el que la mía reposa.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Desfachatez

Mi hija aterrizó en Noruega proveniente de Alemania mientras mi hijo conducía hacia Huesca a través de la noche entre oscuros campos de cereal cosechado hace semanas e islas de roca arenisca y encinas carrascas cargadas de bellotas maduras.

Nadie nos preparó para esto. Nadie les preparará a ellos. Todo comienza una y otra vez.

La vida es una experiencia personal tan absurda que incluso la mera voluntad de pretender enunciarla es absurda sin más. Hace falta mucha, mucha desfachatez para intentarlo.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Entre miles de millones

La vida pasa ante mí cada mañana al otro lado de la mesa de trabajo. Los padres recientes con sus bebés, aquellos casi tan tiernos como esos pequeños gusanitos que se convertirán en magníficas mujeres y hombres habitantes de un mundo futuro que no podemos siquiera imaginar; trabajadores que tras muchos años de horarios y despertador vienen a jubilarse, algunos olvidando que se trata de un acontecimiento de júbilo y de dicha y no de una condena judicial; las personas, casi siempre muy mayores pero a veces también jóvenes, que solicitan pensiones de viudedad y orfandad, víctimas casi siempre de la vejez pero también, en ocasiones trágicas, de enfermedades inesperadas y accidentes; ciudadanos que van a viajar a un país europeo y prudentemente vienen a solicitar la tarjeta sanitaria europea; adolescentes que necesitan su número de la Seguridad Social porque van a comenzar a trabajar por primera vez en su vida; trabajadores cuya enfermedad les impide seguir trabajando y vienen para preguntar qué será de ellos e informarse sobre las pensiones de Invalidez; familias casi sin recursos que necesitan ayuda y finalmente debo derivar a los Servicios Sociales de la Comarca; trabajadores que han sufrido un accidente de trabajo y las Mutuas intentan quitarse de encima transfiriéndolos al sistema público de salud; altas y bajas de autónomos; deudas; certificados de pensionistas y no pensionistas para ir a nadar a la piscina municipal y beneficiarse de un pequeño descuento del ayuntamiento; ciudadanos extranjeros que vienen a tramitar prestaciones internaciones de los reglamentos comunitarios europeos y los convenios bilaterales que España tiene concertados con distintos países de todo el mundo, etcétera.

Desde el certificado de nacimiento hasta el certificado de defunción, pasando por casi todas las vicisitudes de una vida, centenares y miles de seres humanos han estado al otro lado de mi mesa y, tras tantos años desarrollándolo, es un trabajo que me sigue fascinando todavía más que el primer día, porque si algo he aprendido es que cada ser humano es distinto, cada vida una experiencia diferente a cualquier otra, cada existencia el brillo de una estrella entre miles de millones. Qué privilegio.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Ciencia ficción III

Como tú prosigo mi paseo a través del aire invisible de este mundo. Se fueron los abejarucos de alas de colores mágicos y el agua del canal continúa fluyendo a la velocidad de la gravedad. Las bellotas de las grandes encinas carrascas comienzan a caer maduras y perfectas como pequeñas naves espaciales. En el cielo las nubes dibujan vagamente la figura de un hombre caminando. Se lo digo a Maite. Ella dice: "¡Es verdad!". No necesito nada más. El planeta gira.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

De la existencia del alma

El tiempo ha cambiado. Las noches son más frescas y su oscuridad nos alcanza cada día un poco más pronto, minuto a minuto, suavemente.

Qué ganas tengo de que aparezca el frío que convertirá mi rostro desnudo en la piel de un mamut, el humo del aliento de mi boca en la prueba irrefutable de la existencia del alma.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Amor ciego

1.

En aquellos días las ruinas del muelle griego de Ampurias que asomaba en la playa todavía no estaban protegidas, y uno podía dar la vuelta sobre sus sillares para enfrentarse cara a cara contra el viejo mar Mediterráneo, testigo de tantas victorias y derrotas durante miles de años.

Vivíamos en Bañolas, donde Maite era profesora de Lengua y Literatura Castellanas, todavía no teníamos hijos y yo conducía a toda hostia un Alfa Romeo, mi primer coche nuevo de fábrica, por la preciosa carretera de Orriols, curva tras curva entre los bosques de alcornoques y encinas y campos de cereal en dirección al mar.

Yo trabajaba en Gerona. Aprendí catalán y me enamoré, más que de Cataluña, de esa provincia maravillosa y, en cierta manera, tan desconocida todavía hoy respecto a su maravilloso territorio interior.

2.

En estos días vivo los acontecimientos de ese país con un sufrimiento lleno de sentimientos móviles y contradictorios.  Ahora pienso una cosa, ahora otra.

Ayer, siguiendo en televisión los acontecimientos del Parlamento Catalán, no tuve duda alguna de que se estaban conculcando derechos elementales de la democracia, como los que amparan a las minorías y la oposición.  La actuación de la presidenta de esas Cortes fue tan parcial y precipitada que casi parecía la de un país tercermundista.

Muchas cosas se han hecho mal desde el gobierno español.  La primera corregir a través del Tribunal Constitucional el Estatut que votó el pueblo catalán, y a continuación todos los rechazos que vinieron después.

Muchas cosas se han hecho mal desde el gobierno catalán: negar con oportunidad y alevosía el carácter plebiscitario de las últimas elecciones legales que se hicieron en ese territorio, donde el independentismo perdió en votos, aunque no en diputados; negar el carácter plebiscitario con el que los partidarios de la independencia enfrentaron ese referéndum hasta saber los resultados y darse cuenta de que habían perdido.

3.

Para mí todo es triste.  Cataluña, como antiguo condado del Reino de Aragón, es creadora de lo que ahora conocemos como España.

Y, dicho esto, respeto a quienes quieren ser independientes de España y, consecuentemente, de Europa.  Pero me da mucha, mucha pena.  Porque es ilegal de este modo; por sus hijos, que ya no podrán ser Erasmus -y es sólo un ejemplo-; porque mi utopía es la existencia de unos verdaderos Estados Unidos de Europa en todos los sentidos: salarios mínimos, sanidad pública, etcétera; porque lo que vimos ayer da mucha vergüenza ajena; porque yo no soy capaz de diferenciar, en cuanto a mi sensación de rechazo, a unos diputados cantando un himno u otro, todo ese patriotismo folclórico como signo de victoria.

Mucha pena.

4.

No dejaré de querer a Cataluña pase lo que pase.  Porque tengo muy buenos amigos y amigas en ese país.  Porque uno no puede renunciar a los amores juveniles así como así.  Porque el amor es ciego, incluso frente a la tristeza.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Yo no soy Marco Antonio

Al otro lado del pequeño río fluyendo entre hormigón armado, en la Avenida de la Estación, pasa una caravana festiva de peñas que tocan tambores, encienden petardos y gritan y cantan y bailan. Comienzan las fiestas patronales de Barbastro y yo no soy Marco Antonio despidiéndose de Alejandría, sino un misántropo viejo y gordo asomado al balcón refunfuñando obscenidades. ¿Es necesario ese desfile, todo ese ruido?

Odio las fiestas, festejos y festividades a toque de corneta. Amo lo cotidiano y la tranquilidad que me permiten explorar las infinitas cosas extraordinarias que nos rodean a diario, pero ¿las fiestas con fecha preconcebida, los programas de actos? NI HARTO DE VINO.

Y durarán una semana.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Los pájaros se las comerán

Cada día me importa menos escribir. Es una sensación, aunque me resulte a mí mismo difícil de creer, inversamente proporcional a todo lo que me interesa, que cada día se expande como el universo entero.

Hablo de objetivos, de ambición: olvidé hace tiempo en qué consistían. Nada de todo eso me preocupa mientras contemplo cómo el horizonte se amplía y crece hasta no alcanzarlo con la mano.

Sólo me gustaría seguir explorando, explorar hasta que las últimas fuerzas me abandonen, y acaso también un poco después, porque a cada paso todo continúa sorprendiéndome aunque, no sé por qué, he perdido interés en dejar migas de pan, hacer un mapa, dar testimonio.

Seguramente han sido demasiados años. Cuatro estaciones una detrás de otra y la quinta: mi desnudez.

lunes, 14 de agosto de 2017

Modelos de lencería

Hace algunos días tuvimos un periodo de descanso del calor marciano de este momento de cambio climático apocalíptico y terrible que ya es imposible ignorar. Esos pocos días me hicieron infantilmente feliz y pude dormir mejor con todas las ventanas abiertas, y como dormí mejor me sentí más activo durante el espejismo siguiente y así, no sé, el mundo fue un lugar mejor hasta antesdeayer.

Tengo problemas logísticos -entre muchos otros- para relacionarme con la realidad. Todo lo que he escrito a lo largo de mi vida son esbozos, mapas dibujados en servilletas baratas de bar, el fruto de la exploración de un diletante obsesivo y con tanto entusiasmo como impericia.

Pero todo se aproxima. No: todo se precipita a mi lado corriente abajo: lo malo y lo bueno: lo que olvidaré y lo que recordaré durante el resto de mi vida. Tú y yo nos precipitamos segundo a segundo río abajo, cada vez a más velocidad, junto a premios Nobel y modelos de lencería y analistas económicos y el vecino del segundo izquierda y aquel ser humano que cambió para siempre, sin saberlo, nuestra vida.

martes, 1 de agosto de 2017

Pura inercia

Esta noche no corre ni una pizca de aire. El verano sabe que la batalla será larga y que la ganará, maldito sea una y mil veces.

En la lejanía de los edificios se escuchan sirenas de ambulancias y más cerca, en los patios del colegio vacío frente a nuestro piso, los furiosos gruñidos de gatos en celo.

Es un poco desolador darse cuenta de que los años no me han hecho más inteligente o más listo de lo que era o no era durante mi juventud, pero así es. Estaba equivocado. Nunca seré mejor que entonces. Todo lo demás, todo lo siguiente, es pura inercia debilitándose poco a poco.

martes, 25 de julio de 2017

Sólo hay que escribirlo

El sonido de las hojas de los árboles agitadas por el cierzo que empuja violentamente las ramas siempre me gustó. Me recuerda al cuchicheo de las palabras y, cuando se calma, al silencio. Los flujos y reflujos que suceden en la absoluta oscuridad de los órganos internos de mi cuerpo.

En el exterior mis vacaciones se aproximan a su fin. Me gusta mucho mi trabajo pero podría acostumbrarme fácilmente a tocarme los huevos cada día. Sí, eso es algo que podría hacer sin ningún inconveniente.

Por otro lado, ¿qué queda de lo que fui alguna vez? O, también: ¿qué queda de lo que quise ser alguna vez?

¡Que salten todas las alarmas como en el interior de un submarino!¡Torpedos melancólicos acercándose a toda velocidad! Y sólo hay que escribirlo para, oh, milagro, tener el poder de hacerlos desaparecer instantáneamente en unas aguas inventadas. Glaucas. Verdes. Grises. Blancas.

Los árboles de la calle se agitan ruidosamente de un lado a otro. No es nada nuevo, y sin embargo.

viernes, 14 de julio de 2017

La sombra oscura

1.

Son mundos diferentes. Está el sol de las nueve de la mañana sobre la cala donde mueren las olas y los pinos y está, tan cerca y tan lejos como un planeta distinto, lo que vive bajo el agua, el cricri permanente de los peces que comen en las rocas, el sonido de mi propia respiración en el tubo de plástico, la ingravidez, el frío inicial, el reflejo geométrico de la luz sobre las zonas de arena, hipnótico más allá de lo prudente.

2.

Hemos regresado al camping de bungalows donde vinimos algunos veranos cuando nuestros hijos eran pequeños. Otros niños nos rodean ahora, casi todos extranjeros como entonces. Juegan entre los árboles y los arbustos cuidadosamente regados y podados. Juegan en francés, en holandés, en inglés, en castellano, en catalán. Durante mi juventud nunca fui una persona especialmente "chiquillera" como sí lo era mi hermano gemelo, pero a medida que he ido cumpliendo años he cambiado y ahora los niños me conmueven de un modo profundo. Su inocencia, sus travesuras y sus lloros nocturnos de protesta mantienen a raya la sombra oscura.

domingo, 2 de julio de 2017

Genitales

Poco a poco voy dándome cuenta de qué va todo esto (y cuando hablo de todo esto hablo, sí, de la vida). En realidad la respuesta es tan sencilla que, junto al alivio de haberla encontrado, siento pena de quienes piensan en sí mismos como la cima de cualquier cosa: la especie, la evolución, el tiempo. La masculinidad. La poesía. El tamaño de los genitales. La perspicacia.

jueves, 29 de junio de 2017

Músculos

Las temperaturas han descendido un poco y entreabro los ojos en mi realidad paralela de ventiladores y aire acondicionado. Todavía no es el momento de despertar, pero sí un descanso de la peor muerte posible en mi imaginación: morir de calor.

Aún no tengo fuerzas para escribir, mas debo entrenar los músculos, recuperar el instinto mientras dure esta tregua, regresar a este acto maravilloso de elegir una palabra detrás de otra.

El tambor de la lavadora gira a toda velocidad en la cocina. Los pajaricos cantan en la espesura al otro lado del río. Las ventanas y la puerta del balcón están abiertas. El aire acondicionado está apagado. No me lo puedo creer.

lunes, 19 de junio de 2017

Un suspiro

Mi corazón se ha convertido en una almendra reseca, mi cerebro es una pasa de Corinto, mi cuerpo carne sufriente sometida a un calor sin misericordia. Mi esperanza duerme esperando que regresen las lluvias que romperán la cáscara de arcilla y le permitirán resucitar milagrosamente y nadar y reproducirse en un suspiro del tiempo.

sábado, 3 de junio de 2017

Dioses

El pequeño bosquecillo al otro lado del río, un ecosistema urbano y a la vez silvestre en el espacio trasero de un edificio abandonado y olvidado por todos, comenzó a agitarse violentamente de un lado a otro como si fuese el preludio del apocalipsis; un caos vegetal, amazónico, ajeno a la integridad de las decenas de nidos que aquella espesura guardaba como un tesoro; relámpagos y truenos derrumbándose como un piano descomunal bajo el cielo oscuro que me hicieron comprender por qué mis antepasados inventaron dioses de poder inimaginable.

Ahora la lluvia cae mansa y tranquila como si pidiese perdón. Los dioses de los truenos y los relámpagos se alejan enfadados hacia otras comarcas empujados por lo único que no pueden dominar: el simple viento que les empuja.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Mayo

Mayo de dos mil diecisiete se precipita como cualquier minuto corriente: jamás volverá a repetirse. Cumplí cincuenta y cuatro años. Como nací en mil novecientos sesenta y tres y pertenezco a la generación del cambio de siglo jamás me visualicé a la edad que cumplí hace pocos días.

Cuando era un soñador y compulsivo onanista adolescente lo único que era capaz de imaginar más allá de mis futuros treinta y seis años -el cambio de siglo- era un mundo de colonias espaciales y maravillosas ciudades submarinas, viajes turísticos a la luna, coches voladores, etcétera.

Año a año he ido contemplando perplejo lo que llegó en realidad: el regreso de las guerras de religión de la edad media con sus miles y miles de víctimas inocentes; el retroceso en la última década de los derechos sociales a caballo de la crisis económica mundial; el envío de naves no tripuladas a Marte pero ninguna expedición humana más allá de la estación espacial que orbita alrededor de nuestro planeta.

Un futuro, lo reconozco, decepcionante para el joven que fui, aunque hace mucho tiempo que olvidé aquellas fantasías y acepto que los acontecimientos históricos tanto pueden empujarnos hacia el futuro como paralizarnos e incluso retrotraernos al pasado. Al parecer nuestro horizonte no era mayoritariamente la inteligencia y la investigación y los viajes espaciales sino la economía desnuda o, lo que es lo mismo, una nueva religión desconocedora de la compasión: el capitalismo. Jamás pude imaginar que a mi edad actual, en este inicio del siglo veintiuno, viviría en un mundo amenazado por un lado por el fanatismo de una religión resucitada de la edad media y por otro por el fanatismo de esta última religión de raíces puramente económicas ajena a las necesidades y sentimientos de la especie humana.

Sé que ya he cruzado el Cabo de Hornos del tiempo que me queda. Si hubiese nacido tres mil o cuatro mil kilómetros más allá o más aquí ya sería un anciano a punto de atravesar el Aqueronte tras pagar el óbolo a Caronte, pero nací en el hemisferio privilegiado del planeta, en un país del primer mundo, y acaso pueda vivir veinte o treinta años más.

Tal vez contemple, antes de desaparecer en el olvido, la existencia de colonias espaciales en la luna o en Marte, ciudades submarinas en el fondo del mar, coches voladores; la desaparición de todas las religiones, también las económicas; la creación de un gobierno mundial, planetario, capaz de redistribuir los recursos entre los miles de millones de habitantes de nuestro pequeño mundo y así terminar con todas las guerras. Me gustaría.

jueves, 25 de mayo de 2017

Pepitas

Justo a la derecha de nuestra pequeña terraza del salón hay una farola municipal. Ahora mismo nubes de insectos giran alrededor de la fuente de luz brillando como pepitas de oro blanco acercándose y alejándose. Pronto aparecerán los murciélagos pequeños como gorriones sobrevolando la calle de farola en farola sin piedad. Las ranas croan a la izquierda, más allá de la pasarela peatonal del palacio de congresos sobre el río. Me iré a dormir y todo esto sólo será verdad porque lo escribí. Doy testimonio de este mundo.

lunes, 22 de mayo de 2017

Comanches, esquimales y bosquimanos

Con el calor llega mi declive. Me transformo en un viejo comanche barrigudo sentado en el porche de su vivienda prefabricada de la reserva india, bebiendo agua de fuego mientras atardece en Monumental Valley. Un hombre a quien arrebataron su pasado y su futuro, pero no el terrible clima de su país de tierra roja.

Con la llegada del calor comienza la prueba de amor más exigente de mi familia: soportarme. Porque juro que me convierto en un quejica permanente e insoportable, un odioso esquimal incapaz de comprender la realidad climática; un odiador profesional de lo que, sorprendentemente, otros seres humanos normales adoran: tener calor, sudar incluso desnudos, ducharse varias veces al día en agua fría... ¿Semejante experiencia es o no es lo más parecido al infierno? Si el calor fuese algo bueno, existiría en el cielo, ¿no es verdad?

Esta tarde he puesto en marcha por primera vez el aire acondicionado del salón. Ahora ya no, lo apagué hace un buen rato y abrí la puerta de la pequeña terraza. Escucho el croar de una rana en algún charco cerca del río Vero, y también el intermitente sonido de los coches circulando más allá, en la Avenida al otro lado. Esto no es Monumental Valley y yo no soy un viejo comanche (lo de barrigudo lo dejaremos aparcado) bebiendo whisky (esto también lo dejaremos aparte) mientras se hace de noche, pero de alguna manera el verano, incluso ahora que apenas ha comenzado a asomar sus dientes, me convierte en un indígena, un aborigen, un hombre medio desnudo yendo de aquí para allá odiando las altas temperaturas sin poder huir al ártico o la antártida.

Con el calor llega mi declive. Mi primitivo organismo se protege de él entrando en un reposo animal, disminuyendo mi actividad física y mental. No es algo extraño en mi especie: los mal llamados bosquimanos del desierto del Kalahari, durante las épocas más secas y cálidas, hacen lo mismo y dejan pasar el tiempo jadeando a la sombra de arbustos y acacias, tratando de evitar sin mucho éxito el mal humor.

Nada como el calor me recuerda el animal que soy. El frío tiene la virtud de revelar nuestros avances tecnológicos para combatirlo, ya sea en forma de calefacción o en las infinitas capas de ropa con las que podemos cubrir nuestros cuerpos; el calor, dejando fuera el reciente aire acondicionado del interior de los edificios, revela que somos poco más que aquellos homínidos asustados por nuestras posibilidades de supervivencia, pues ninguna desnudez puede protegernos de él.

jueves, 18 de mayo de 2017

Precede a lo que precede

Ayer terminé huyendo hacia el Ártico sin mirar atrás, pero hoy ha llovido durante toda la mañana y la temperatura ha descendido más de diez grados, así que los perros esquimales, el trineo y nosotros nos hemos dado la vuelta temporalmente. Yo había acudido a trabajar con una camisa de manga corta, bermudas y mis sandalias de franciscano -bienvenidos al Congo- y me he sentido feliz de no tener calor, incluso de que la lluvia mojara los desnudos y feos dedos de mis pies cuando he salido a almorzar. Generosa y voluble primavera, que cruelmente y entre risas nos hace olvidar que precede a lo que precede.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Corre, huye

Hoy ha sido el cumpleaños de Maite. Nunca celebramos nuestros cumpleaños en la intimidad salvo cuando, como sucede en Mayo, se reúnen muchos y hacemos alguna comida en el huerto de mis padres, si se tercia.

Somos sosos. Nunca nos regalamos nada ni hacemos nada especial. Nos damos un beso en la boca y nada más, como cada día, y ya está. Ni siquiera hay tartas con velas, no hacemos absolutamente nada especial, ya digo: somos muy sosos en estas cosas.

Ojo, nos parece maravilloso que existan personas que celebran sus cumpleaños con todo tipo de bonitos detalles, regalos y sorpresas como si ese día fuese el último del mundo -y en realidad nada indica que no pudiera serlo realmente, pues ni los meteoritos ni los zombis respetan nada. Pero no es nuestro rollo. En fin.

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Los vencejos han regresado de África. En Binéfar jamás, durante los quince años que viví allí, vi vencejos, la gente les llamaba así (o golondrinas) pero eran aviones comunes, más pequeños y de pecho blanco o amarillo pálido, en el alero de nuestra casa de entonces teníamos varios nidos que nunca quisimos destruir (vivían allí antes que nosotros).

Aquí en Barbastro sí hay vencejos de verdad, más grandes que los aviones y de alas aceitosas en forma de guadaña. Hace muchísimos años que no veo golondrinas. Los confundimos porque su aspecto y comportamiento es muy similar: al caer la tarde sobrevuelan los edificios y tejados de la ciudad cambiando de dirección en una milésima de segundo, haciendo quiebros y requiebros bajo el cielo chillándose unos a otros como en un vertiginoso juego aéreo, un comportamiento que comparten todas las aves pertenecientes al orden de las paseriformes y cuyas especies son un poco difíciles de distinguir salvo si te fijas con atención.

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La llegada de los vencejos y aviones comunes que chillan sobre el río al caer la tarde señalan el fin de las temperaturas ligeras que me gustan y la llegada de las altas temperaturas que odio. Pero tras casi cincuenta y cuatro años ya debería comenzar a aceptar la realidad, ¿no es verdad?

Suda sin quejarte. Mira: mejor: adelgaza y sudarás menos. No te arranques mechones de pelo porque se aproxima el verano, no golpees tu cabeza contra las paredes, no te encojas en la bañera llena de agua fría.

Mira: mejor: abandona tu vida en este país condenado a ser un desierto, toma de la mano a tu compañera y viaja hacia el Norte en dirección al círculo polar ártico. Corre, huye sin mirar atrás.

lunes, 15 de mayo de 2017

Una de esas personas

Soy una de esas personas que entran en un restaurante con su compañera, la mujer que ama, y cuando viene la camarera a ofrecer la carta imagina, sólo por imaginar, en cómo sería ser su pareja, tal vez el cocinero que trabaja en la cocina sudando pero disfrutando de hacer algo que le gusta; en cuántos hijos tendría con ella; el cansancio de la hora del cierre sólo aliviado por la escasa nieve de las altas montañas al otro lado de la carretera brillando bajo la luna.

Soy una de esas personas que al entrar en un bazar chino se pregunta cómo sería vivir con una mujer china, concretamente con la que vigila el pasillo del ajuar de cocina, pequeña y delgada. ¿Le gustaría la comida española que yo le cocinaría pensando en el sexo de después? ¿Qué me cocinaría ella después del sexo? ¿Iríamos a caminar por el campo o su trabajo intensivo se lo impediría? ¿Sería una historia de amor imposible?

jueves, 11 de mayo de 2017

Gelatina

El día comienza a difuminarse en el cansancio como si nunca hubiera existido. No es verdad. Existió y llovió mucho por la mañana, y en mi trabajo atendí a muchas personas, unas más interesantes que otras, y al volver a casa mi pareja y yo comimos bacalao con patatas y un poco de arroz (y azafrán, y pimentón, y caldo de pescado) que yo había preparado el día anterior, un plato caldoso y caliente ideal para un día de lluvia y nubes oscuras. Después los dos dormimos una pequeña siesta, tras la cual ella se fue a su estudio a corregir y corregir exámenes y trabajos y más exámenes y más trabajos propios de una profesora de Lengua y Literatura, y yo me quedé aquí en el salón con mi portátil y mis asuntos frikis y mis costumbres solitarias, costumbres de un soltero.

El día ha terminado y la noche cubre este hemisferio de nuestro planeta. Un día que existió, que existirá siempre hasta que la red mute y todos los blogs desaparezcan en el gran apagón previo a que las máquinas nos esclavicen.

Sigo adelante sabiendo que soy feliz, aunque alguna vez se me olvide. Bueno, a ver: feliz en plan normal, cotidiano, asumiendo enfermedades, edades, esta fase de lenta decadencia en la que siento que ya he penetrado como a través de una temblorosa pared de gelatina. Debo enfrentarla con el mismo valor que mis predecesores, que fueron todos los miles de millones de seres humanos que existieron antes que yo.

Confío en que todavía me queden algunas décadas de exploración, aunque por mi trabajo sé que la muerte acecha en todas las edades posibles. Si al sobrevolarme pasa de largo espero seguir navegando río abajo entre árboles inmensos y chillidos de monos y pájaros, luz y sombra sobre el agua, campos de cebada rodeando pequeñas islas de encinas carrascas, desiertas carreteras comarcales, viejas higueras creciendo junto a las acequias, viñedos, la antártida.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Decisiones

Fui cantante y presidente de la Coral de Binéfar durante muchos años. Hoy en mi pequeña y querida agencia comarcal de Barbastro ha entrado la única persona que durante todo ese tiempo expulsé del coro. Lo utilizaba para sus propios fines y era algo que yo no podía consentir. Nadie se opuso e incluso me lo agradecieron. Era un tumor en el grupo, por mucho que su tesitura vocal de tenor fuese una de las mejores que habían pasado por la coral.

El hecho es que hoy ha entrado en la oficina y le ha atendido una compañera. Yo no lo había visto y ha sido al final de su consulta cuando se ha acercado y nos hemos saludado fríamente, con la mínima cortesía de dos personas civilizadas. Seguía produciéndome tanta grima como entonces. En el fondo me ha dado lástima, no debe de ser agradable no ser agradable para los demás, pero ese sentimiento ha durado poco rato. He recordado las pequeñas cosas que hizo durante el tiempo que permaneció entre nosotros y, con una patada mental, lo he enviado a Plutón.

En cualquier caso nunca me he arrepentido de haberle dejado fuera de la coral en la que ya no estoy. Nos utilizaba para lograr contactar y tratar de dirigir a otros coros de adultos o de niños de los pueblos que visitábamos; incluso en algún momento brevísimo puso en duda la capacidad de nuestra fundadora y directora como si quisiera sustituirla: en fin, era un problema muy grave. Me siento orgulloso de haber estado a la altura de aquella situación.

No le he saludado con afecto, no he sido hipócrita; he sido frío, casi maleducado. ¡Lo expulsé de la coral! Me he dado cuenta de que fue una de las decisiones más afortunadas que tomé durante aquella época, porque esta mañana, durante el poco tiempo en el que hemos podido conversar, me ha producido las mismas malas sensaciones que hace diez años. Me he alegrado cuando ha salido por la puerta rumbo a Monzón y ha desaparecido.

Navegar siempre significa tomar decisiones. Elegir entre dos ramales de un río. Dejar de ser amigo de alguien o intentar serlo de otra persona que te atrae como una farola nocturna a las polillas. Vivir siempre significa acoger y discriminar, es una verdad inevitable de la que, no deberíamos olvidarlo, también nosotros somos víctimas. Siempre ha sido así.

Durante mi infancia leí muchas novelas de Historias-Selección de la editorial Bruguera, aquellos libros donde cada pocas páginas aparecía una con dibujos que mostraban el argumento, y fue entonces cuando desarrollé un arraigado y anticuado sentimiento de la justicia y el valor y la defensa de los desfavorecidos. Son sentimientos que mantengo con aquel mismo orgullo infantil, casi diría que todavía con más fuerza ahora, a punto de cumplir cincuenta y cuatro años.

Lo primigenio tiene la pureza del desconocimiento del futuro. Mantenerla es un esfuerzo diario a partir de cierta edad, pero tiene una recompensa diaria o, lo que es lo mismo, infinita.

lunes, 8 de mayo de 2017

A cual más bella

Lo más increíble de todo es que este día que termina, como todos los anteriores y los que acaso lleguen a partir de mañana, es mi vida, la vida de Jesús Miramón, no otra.

Me pregunto si será tan vibrante y sólida como la de las cuarenta o cincuenta personas que hoy pasaron ante mí al otro lado de mi mesa de trabajo, a cual más hermosa, a cual más interesante, a cual más misteriosa, a cual más carnal y bella en su fragilidad.

domingo, 7 de mayo de 2017

A través del campo

Quiero caminar a través del campo. Quiero cocinar comida sabrosa y buena. Quiero dormir la siesta en la butaca mirando una película malísima. Quiero despertar y confirmar que mi vida es un privilegio con el que nunca hubiera soñado. Quiero besar en la boca a mi compañera de tantos años, y aquí debo detenerme.

Compasión

Hubo un tiempo en el que a estas horas, en vez de terminar, comenzaba la noche. Era joven y escribía como si mis palabras fuesen nuevas en este mundo; joven como si dijesen algo que jamás se hubiese dicho antes.

Observo desde la distancia a aquel hombre y siento ternura. Me pregunto si cuando en el futuro observe al señor mayor que soy ahora, cuando sea un anciano, sentiré esta misma mezcla de sorpresa, amor y compasión.

jueves, 4 de mayo de 2017

Ida y vuelta

Por la tarde viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza para una visita de Maite al dentista. Mientras ella se sometía a la amabilidad de los profesionales, yo daba un paseo por los alrededores de la clínica. Paseo de la Constitución, calle de León XIII, Plaza de los Sitios. Territorio de gente guapa, camisas largas y americanas a pesar del calor, mujeres hermosas y de perfumes flotantes y tal vez demasiado persistentes.

Me sentía como un granjero analfabeto entre las pequeñas tiendas de comida centroeuropea con su aroma a chucrut, boutiques de ropa a precios muy alejados de los de Decathlon y terrazas llenas de clientes bajo un cielo nublado y veintiocho grados de temperatura sin un atisbo de cierzo. De acuerdo, sé que a todos nosotros nos ha sucedido alguna vez y volverá a sucedernos, pero me sentía exactamente igual que un marciano disfrazado para pasar desapercibido.

Había también pequeñas y encantadoras tiendas de antigüedades, y coctelerías con inmensas pantallas de plasma en su interior abierto a la acera por un mostrador que invitaba a pedir lo más caro que tuvieran. Me he dado cuenta de cuánto había cambiado Zaragoza desde que me fui. Ha sonado mi teléfono móvil. Era ella, que ya había terminado. He ido a buscarla, hemos subido a la Picasso y hemos vuelto a Barbastro.

Los campos todavía están verdes, pero cada vez menos día a día, variando lentamente hacia el dorado que mostrarán cuando estén en sazón. Será otra belleza: no, algo más significativo aún, una metáfora sin fin: una belleza nacida de esta.

martes, 2 de mayo de 2017

Últimas migas

Siempre quedan unas últimas migas después del cansancio, cuando todo tu cuerpo te ruega que lo conduzcas en dirección a la cama, cuando tu cerebro te pide dormir y mezclarlo todo en los confusos sueños que lo limpiarán de lo innecesario. Siempre queda algo, y es esto: fui, soy. Nada más.

lunes, 1 de mayo de 2017

Pequeños divorcios

Llevo treinta y cinco o treinta seis años con Maite. Últimamente me cuesta escribir "mi mujer" porque no lo es, no es mía, nunca lo será, y a veces, como anteayer, escribo "mi pareja", algo que al mismo tiempo me parece impostado, una tontería. No sé. Escribo muchas tonterías, y una más supongo que no tiene demasiada importancia.

Estuvimos a punto de separarnos meses después de que naciera Carlos, nuestro hijo de veinte años. Vivíamos en Zaragoza, en un piso antiguo que habíamos reformado. Recuerdo que incluso comenté con mis padres aquella crisis, les dije que me iba a divorciar. Fue una época difícil. Finalmente tuvimos una conversación a corazón abierto, lloramos, supimos que nos amábamos, y seguimos adelante con un cambio, desde mi orilla, muy importante: ella dejó de querer cambiarme, comenzó a aceptarme con mis defectos. Porque yo no quería ni podía cambiar. Yo necesitaba y necesito mi espacio, mis noches sin horarios, mis whiskys, mi independencia. Desde entonces, y a pesar de todas las vicisitudes, hemos sido muy felices juntos, y aunque nunca pueda nadie estar seguro de nada, creo que ella y yo acabaremos caminando de la mano junto a una playa del Norte cuando seamos muy mayores.

Luego están los pequeños divorcios que sí se alejan definitivamente de uno. Amigos, amigas, conocidos. Duelen menos pero también dejan su huella. En este a menudo proceloso mundo de la red he tenido muchos. Y también a este otro lado de la pantalla, en este mundo de aire respirable en el que estoy sentado frente al portátil. Apostaría a que la mayor parte de las veces sucedió por mi culpa, pero cumplir años ayuda a hacer frente a ello. Soy lo que soy. Si alguna vez causé dolor juro que nunca fue mi intención. Sé que tengo muchos prejuicios y defectos, catalogo a las personas, soy un poco misántropo, un poco gilipollas, un poco náufrago en una isla desierta que me invento cada día con sus palmeras, sus cabras salvajes, su cueva protegida por una empalizada y un silencio que nunca conoceré.

domingo, 30 de abril de 2017

Confirmación

No cayó ningún meteorito gigantesco; no implosionó nuestro planeta convirtiéndose en un agujero negro, tampoco explotó por un colapso de su núcleo rotatorio enviando al espacio miles de millones de moléculas de todo lo que alguna vez existió sobre su superficie, incluyéndonos a ti y a mí.

El Ossobuco a la milanesa que cociné ayer, hoy estaba riquísimo acompañado de unas patatas fritas caseras. Mi optimismo fue holgadamente satisfecho.

Ahora bebo un whisky con hielo y escribo estas palabras mientras llueve poco, muy poco, en el exterior del camarote.

sábado, 29 de abril de 2017

Optimismo

Mi pareja ha ido a la peluquería mientras yo dormía la siesta. Cuando ha vuelto le he dicho que estaba muy guapa. Yo cocinaba Ossobuco a la milanesa para comer mañana. Hay muchas recetas que están más ricas de un día para otro, lo cual, y acabo de darme cuenta ahora, al escribirlo, supone creer con absoluta naturalidad que verdaderamente existirá un mañana.

martes, 25 de abril de 2017

Congo

He salido del trabajo a las siete de la tarde y Barbastro olía como el Irún de mis veranos de infancia, como aquellas vacaciones en Asturias, como Irlanda. Era el olor que deja la lluvia al entrar en contacto con las superficies de alquitrán y hormigón de calles y aceras, pero, sobre todo, era el aroma del despertar de la hierba de parques, pequeños parterres y las orillas del río; era el perfume de tanta vegetación salvaje e improbable. Caminando hacia casa me sentí tan extrañamente feliz como un viejo explorador del Congo.

lunes, 24 de abril de 2017

Tiovivo

Antes de ayer nuestra hija nos envió por washtap un breve vídeo donde se veía nevar en Bergen, y lo acompañaba con un emoticón llorando a mares. Nosotros lo vimos al regresar de uno de nuestros paseos de fin de semana por el campo, cuando aquí en Barbastro el termómetro señalaba unos terribles veintitrés grados.

Hoy nevaban aquí las algodonosas semillas de chopo. Miles, millones flotando en el aire. Habíamos abierto la ventana de la cocina y las puertas de la terraza del salón y muchas se habían colado dentro de casa. Durante unos segundos he estado tentado de salir y grabar un vídeo para contestar a Paula: allí copos de nieve, aquí semillas de chopo. Pero luego he recordado que en mi viejo teléfono lo que mis ojos ven y lo que él es capaz de grabar raramente se parecen a la realidad como yo querría, así que he dejado pasar la ocasión.

Cada año lo mismo: una estación tras otra apareciendo y desapareciendo cada vez a más velocidad como aquellos tiovivos, ¿te acuerdas? Había que empujarlos corriendo cada vez más y más rápido antes de saltar a su interior.

viernes, 21 de abril de 2017

Submarino

He abierto los ojos y enseguida he caído en la cuenta de que me había quedado dormido e iba a llegar muy tarde al trabajo, no solamente tarde: terriblemente tarde, horas después, con la agencia llena de gente esperando ser atendida y yo entrando en el local con el pelo aplastado en un lado de la cabeza, casi sin terminar de vestir, el corazón palpitando a mil por hora.

Pero acababa de despertar de la siesta de un viernes de abril, ¡y qué alivio y felicidad he sentido al darme cuenta! He salido al pasillo del submarino y al alcanzar el puente me he asomado al cristal. Los árboles de la otra orilla ya están cubiertos de hojas y los pájaros entraban y salían de su espesura como si no supieran que volaban bajo el mar.

jueves, 20 de abril de 2017

Barbas

Debería ir a la peluquería y recortarme también la barba de náufrago. He acabado alcanzando, como tantas veces, la fase "vagabundo", pero siendo precisamente fiel a fase tan gloriosa, no tengo excesiva prisa por hacer algo al respecto.

Esta mañana he atendido a una mujer muy simpática que trabajó con Maite en el Instituto de Binéfar y quería que le hiciese un estudio de jubilación. Me ha dicho que había engordado y yo le he dicho, en broma, que esa no era la mejor manera de comenzar nuestra relación profesional. Ella se ha reído y me ha dicho que seguía (?) siendo muy guapo (pero más gordo). Con mi aspecto capilar no sé siquiera cómo no ha salido corriendo.

Y no tengo excusa, porque después de un par de maquinillas baratas finalmente me compré en Amazon la misma recortadora de barbas que, según la publicidad de la caja, utilizaba el imberbe portero Iker Casillas, una herramienta que funciona muy bien y permite escoger la longitud exacta de los pelos de mi rostro de hombre de Cromañon.

Lo que sucede es que yo llevo barba por comodidad, para no tener que afeitarme, así que la dejo crecer, digamos, a su aire. Veo a mi alrededor y en la televisión y en revistas barbas que requieren más trabajo que el sencillo acto de afeitarse; barbas hidratadas, peinadas, barbas cuidadosa y trabajosamente recortadas, y la verdad es que yo no me veo capaz de perder tanto tiempo. Prefiero sentarme en mi sofá favorito a mirar la pared dándome cuenta de nada mientras el tiempo avanza segundo a segundo, milímetro a milímetro.

lunes, 17 de abril de 2017

Sobre la esperanza

El pasado viernes santo casi toda mi familia y mis primos de Irún y una de sus hijas con su pareja y sus dos hijos nos reunimos en el huerto de mis padres para hacer una comida. Mi hermano Javier preparó una riquísima paella de pescado y marisco, yo llevé longanizas de Graus e hicimos también cordero a la brasa, panceta, en fin: pecados veniales.

Cuando le tocó el turno a la paella fui al interior de la caseta para sacar el vino del frigorífico. Con el optimismo que me caracteriza pensé que no habría problema en sacar a la vez tres botellas de vino blanco y una de tinto, y allí que atravesé la cortina de la puerta en dirección a la gran mesa rodeada de gente y... ¿qué sucedió? Pues que una de las botellas de Viña Sol resbaló de mis manos y se precipitó hacia el suelo como a cámara lenta. Yo, posiblemente el jugador de fútbol más torpe de la historia universal del fútbol de cualquier categoría y edad, instintivamente estiré mi pierna izquierda para tratar de controlar aquel objeto antes de que se estrellara, y juro que llegué a rozarla, lo cual no impidió que se rompiera y el suelo se cubriera de cristales y vino.

Enseguida mi hermano Carlos, que estaba cerca, se levantó y empezó a retirar los restos del pequeño desastre. Yo dejé las botellas supervivientes en la mesa y fui a por un escobón y un recogedor. Buscábamos especialmente despejar el suelo de los cristales rotos porque había niños jugando y corriendo por allí. Finalmente mi hermano pasó una fregona y, salvo la pérdida de un poco de vino, el suceso hubiese pasado a la historia sin pena ni gloria de no ser porque Joseba me dijo: "¿Has intentado controlarla, eh, Jesúsmari? Te he visto ahí tratando de detenerla como si fuese un balón de fútbol". Yo le contesté: "¿Te das cuenta de qué especie somos? Mi reacción ha sido instintiva, no la he pensado racionalmente y, contra cualquier posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta mis antecedentes deportivos, he tenido, durante una milésima de segundo, la esperanza absoluta de que podría detener esa botella con mi pierna izquierda como si fuese Neymar o Iniesta, o, al menos, aunque golpease el suelo, impedir que se rompiera y se perdiera el vino". Él dijo sonriendo: "Ya te he visto, ya". Yo le dije: "Lo mejor es que no podemos evitarlo, Joseba. Llevamos la esperanza inscrita en nuestros genes, nacemos con ella de serie".

No le conté la anécdota del noble francés que fue condenado a la guillotina tras la revolución francesa y, esperando su turno en el calabozo, leía un libro, y al ser llamado al cadalso, antes de dirigirse hacia la muerte, marcó la esquina de la página que estaba leyendo.

domingo, 16 de abril de 2017

Me gusta conducir

Al mediodía, regresando desde Zaragoza hacia Barbastro, el otro carril de la carretera soportaba una cantidad de tráfico muy superior a la habitual, de hecho en algunos tramos, en vez de una carretera, parecía casi la calle de una gran ciudad. Nuestro carril, sin embargo, estaba muy despejado. Conducíamos, como tantas veces, al revés.

Durante la época en la que yo vivía en Gerona y Maite en Zaragoza, después del año de excedencia que tomé para cuidar a nuestra hija, cada fin de semana conducía entre las dos ciudades todos los viernes y domingos por la tarde. A pesar de la tristeza de las despedidas guardo, en cierto sentido, un buen recuerdo de aquellos largos trayectos. Siempre me ha gustado mucho conducir. Aquellos domingos en los que conducía entre Zaragoza y Gerona mis viajes coincidían con los de la mayoría excepto a partir de Barcelona, donde todo el tráfico, como esta mañana, estaba el otro lado regresando de la Costa Brava como hoy del Pirineo. Tuve que poner a prueba mi paciencia en múltiples atascos escuchando música en el radiocasete o simplemente estando en silencio dentro del coche dejando que el tiempo se posara como ceniza en mi cerebro para que esta noche, tantos y tantos años después, lo pudiera resucitar difuso, imperfecto y hambriento como un zombi.

Ahora, cuando la gente huye de Zaragoza, nosotros viajamos hacia la ciudad mientras todos conducen en dirección a las montañas en cuyas cimas, a pesar del calor de estos días, todavía podrán esquiar. Y cuando regresamos a nuestra pequeña ciudad del Somontano ellos regresan en largas colas de vehículos con los que me solidarizo en homenaje al tiempo en el que me tocó a mí estar en su situación.

Me gusta conducir, lo he escrito muchas veces. Es, de todas las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, la más parecida a viajar a través del tiempo. Todavía no se ha extinguido en mí esa intensa sensación: kilómetro a kilómetro devoro algo más que espacio. Basta con contemplar cómo se aleja el pasado en el espejo retrovisor para saberlo.

A través del bosque

Yo, como tú, sé perfectamente qué he de cambiar íntimamente para, en cierto sentido, ser mejor. Yo, como tú, sé en lo más profundo de mi corazón qué esfuerzos debería enfrentar sin mirar atrás afrontando el hecho de no volver a ser quien fui.

Y aquí estoy ahora, de pie frente a la encrucijada que he decidido levantar esta noche, y ante ella me siento tan joven y sin experiencia, tan ingenuo, tan ignorante, tan absolutamente desnudo, que durante un instante, antes de divisar a través de la niebla la verdad, me pregunto de qué han servido todos estos años. Tantos años sabiéndolo e ignorándolo al mismo tiempo.

Debo encontrar el valor, la fuerza, aceptar lo que me sucede. Volver a caminar a través del bosque.

viernes, 14 de abril de 2017

Playas

Nunca he vivido junto al mar. Sólo en vacaciones, durante algunos días. Sólo en sueños nocturnos de inmensas y abandonadas ciudades casi enterradas en la arena de playas azotadas por mareas apocalípticas.

A estas horas, pocos minutos antes de irme a dormir, el sonido del tráfico de Zaragoza me recuerda a las olas llegando y alejándose pacíficamente de la orilla al ritmo del color de los semáforos.

jueves, 13 de abril de 2017

Bajo sus alas

Cuando ella llega todo lo cubre con su capa de nubes, estrellas y la luna.  Nunca mira hacia abajo, se limita a volar a sesenta minutos por hora sobre el desierto de yeso y tiza que rodea la gran ciudad y sus basílicas y catedrales y barrios periféricos y sus centenares de parques arbolados. En las copas de las palmeras y pinos anidan grupos familiares de cotorritas argentinas que convierten el barrio donde vivo en un lugar tropical, aunque eso a ella le da igual, porque voló sobre este mismo lugar apenas ayer, cuando a los soldados veteranos de tres legiones que habían luchado duramente por el imperio de Roma les fueron concedidas estas tierras junto a un río salvaje, y voló un poco antes sobre bosques oscuros y pequeños campamentos de tribus que ya no existen, humanos que bajo sus alas contemplaban en el cielo las lejanas fogatas de otras familias que bailaban como ellos alrededor de las llamas narrando su historia al silencio eterno.

lunes, 10 de abril de 2017

Tan verdes que resultan difíciles de creer

1.

Para la felicidad de mi hijo de casi veinte años he tomado toda la semana de vacaciones y hemos venido a Zaragoza dejándolo solo en Barbastro con la vivienda entera a su disposición (todavía no me he olvidado a mí mismo a su edad).

2.

He vivido gran parte de mi vida en esta antigua ciudad junto a un río en medio del desierto. La ciudad de dos mil diecisiete no tiene, evidentemente, nada que ver con la de mi niñez, cuando su personalidad era calladamente provinciana, gris, un centro administrativo de militares y curas.

También es cierto que después, durante la juventud, aparecieron, al margen del antiguo tubo -el barrio más canalla y casi portuario de una ciudad sin mar- algunas zonas de "movida moderna": recuerdo sus calles, los bares, los cuartos de baño absolutamente inmundos a los que enseguida nos acostumbramos, los amaneceres regresando a casa mientras los servicios de limpieza lavaban las calles con mangueras.

Hoy Zaragoza es una ciudad muy distinta. Los niños ya no se vuelven a mirar, como cuando yo era pequeño, al soldado negro de la Base Aérea norteamericana que existía entonces. Como en el resto del país la inmigración ha modificado el paisaje y la Exposición Internacional de dos mil ocho, al coste de una deuda inmensa, nos devolvió un río olvidado por los vecinos y convirtió aquella Vetusta en una pequeña capital europea con pasarelas, tranvías eléctricos y decenas de zonas peatonales y parques. Hoy las estrechas calles del tubo se llenan, además de zaragozanos, de turistas ansiosos de probar -y fotografiar- las exquisitas tapas que se sirven hasta alargar el vermú hasta las cuatro o las cinco de la tarde.

Zaragoza es hoy una ciudad poblada por decenas de nacionalidades y culturas a la que poder invitar a cualquier amigo de España o del extranjero sin complejo alguno. Es una gran ciudad bonita de la que poder sentirse orgullo, si uno se considera zaragozano.

3.

Me pregunto si yo me lo considero. Navarro de nacimiento, aragonés de Zaragoza de crianza, catalán de Gerona de maduración vital, aragonés de Huesca de regreso a este inevitable alejamiento del presente hacia el futuro, el agua corriendo cada vez más deprisa, precipitándose y precipitándonos con ella, todos mezclados unos con otros, juntos en la única certeza.

4.

Me desconcierta caminar entre tantos rostros desconocidos sin ser saludado o saludar cada dos por tres, sin reconocer uno de cada tres o cuatro rostros como me sucede en Barbastro; me desconciertan las continuas sirenas de las ambulancias y los chillidos de los frenos de los autobuses urbanos de Zaragoza en las marquesinas de las paradas. Me doy cuenta, no sin cierto asombro, de que he terminado acostumbrándome a otro ritmo donde las cosas suceden más lentamente.

Es normal: Barbastro, Binéfar sobre todo -dieciséis años viviendo y cantando allí- ocupan veinte años de mis cincuenta y tres. Ahora mismo Zaragoza me queda grande. Las aglomeraciones comerciales me producen ansiedad, todos esos miles de rostros desconocidos, el ritmo que transmiten, los inmensos aparcamientos subterráneos. Echo de menos la lejanía de las montañas en cuyas cumbres todavía queda nieve, los prados intensamente verdes en este precisa época de la primavera, tan verdes que resultan difíciles de creer.

sábado, 8 de abril de 2017

Seda china

Durante nuestro paseo matinal hemos descubierto las primeras amapolas de la estación. Entre las flores que más me gustan están las amapolas silvestres de frágiles y efímeros pétalos de seda china. Catorce grados de temperatura y una suave brisa: ojalá el verano se plantara aquí.

Maite y yo conversamos y callamos mientras caminamos. A mí me gusta mucho cuando no nos decimos nada durante algunos minutos, sentirla a mi lado mientras avanzamos hacia adelante entre el canal y los campos de cebada y las encinas. Todavía hay nieve en las montañas, algo imposible de creer cuando de regreso al coche comienzo a sudar un poco. Y en las lindes de los campos las primeras amapolas de un color rojo tan puro y ajeno a la inteligencia humana también resultan difíciles de creer. Qué planeta tan extraño es nuestro hogar.

jueves, 6 de abril de 2017

Afinación

Había olvidado la felicidad de escribir casi cada día. Este acto sencillo de sentarme delante del portátil, abrir la página y teclear palabras. Su poder. Su consuelo. Su revelación.

Escribir me obliga a articular mi pensamiento, algo que me hace mucho bien porque el mero hecho de escribir me otorga el poder de discriminar, ordenar y determinar qué es lo importante. Escribir me hace mucho bien porque casi siempre es un acto de pura voluntad contra mi cerebro desafinado.

Si dijera: "Mi cerebro desafinado no podrá más que yo, ganaré esta batalla", mentiría claramente, porque mi cerebro es todo lo que soy y él mismo me permite darme cuenta de algo tan evidente.

Pero nunca me rendiré. Sé afinar una guitarra. Sé cantar la nota exacta de una partitura, y está mal que yo lo diga pero tengo ese don, del cual no puedo atribuirme mérito alguno más allá de los genes heredados.

Algún día lograré que mi cerebro esté afinado. Lo estuvo durante los muchos años en los que desconocía que podía no estarlo. La infancia, la juventud.

Nunca me rendiré. Reduzco el campo de batalla al mínimo espacio posible que me rodea. Sólo quiero que mi existencia sea una experiencia afinada, nada más.

miércoles, 5 de abril de 2017

Normal

Qué día más normal ha sido el de hoy, este miércoles cinco de abril de dos mil diecisiete. Ha sido tan normal que si tuviera que dejar algún resto para los futuros excavadores arqueológicos del pasado escogería el día de hoy. Ojalá se dieran cuenta de que los días normales fueron los extraordinarios ladrillos de la felicidad normal de los seres humanos normales de principios del siglo veintiuno igual que hace dos mil, cuatro mil, diez mil, treinta mil años.

martes, 4 de abril de 2017

Zarpazos grotescos

Hoy he finalizado mis diez sesiones de fisioterapia. Ha sido un alivio terminar con la obligación de ir cada día a la clínica. La resonancia magnética desveló, y copio literalmente, "progresiones disco-osteofitarias C5-C6 y C6-C7 con componente foraminal bilateral y presumible compromiso de raíces emergentes C6 y C7, sobre todo de la C7 izquierda". Para resumir: signos degenerativos que, a partir de los treinta o cuarenta años, aparecerían en cualquiera -aunque yo fui porque me dolía y tenía hormigueos en el brazo izquierdo.

He aprendido algo durante estas diez sesiones, y ya lo escribí: somos artefactos, y el discurrir del tiempo deja su huella en nosotros sin que podamos hacer nada por impedirlo.

Sí, es verdad: los buenos hábitos, el deporte, el yoga, la meditación y una actitud elocuentemente positiva hacia los acontecimientos que pueda traer el futuro pueden ralentizar ese irremediable proceso de decadencia, no lo dudo, he conocido al otro lado de mi mesa casos casi increíbles. En lo que a mí respecta no tengo buenos hábitos, no practico deporte, no hago yoga ni tampoco meditación aunque, eso sí, a pesar de mis problemas de depresión y ansiedad, tengo una tendencia absurda a ser positivo, ¡incluso soy de los pocos humanos que cree que nuestra especie se dará cuenta a tiempo del desastre, cambiará la guerra por la exploración espacial y colonizará otros mundos, ahí es nada!

Yo no lo veré y, ¿sabes qué? No me importa. Llevamos tan poco tiempo en este mundo... Probablemente no lo vean siquiera los tataranietos de mis tataranietos. O tal vez sí. Lo único que me da miedo, pero hasta cierto punto, es imaginar a un ser humano asistiendo al fin de su estirpe. Aunque él no lo sabrá como no lo supo el último Neandertal que cada mañana contemplaba el mar Mediterráneo desde su cueva en el sur de España. Probablemente era consciente de que hacía muchas estaciones que los clanes no se reunían según la tradición; seguramente era consciente de que hacía mucho tiempo que no encontraba a seres humanos como él; cuando poco a poco fueron muriendo los miembros de su grupo y él fue el último de su tribu, estoy seguro de que jamás imaginó que su final era el final de una especie que había habitado la tierra durante centenares de miles de años. El mundo era tan aparentemente inmenso. ¿Cómo creer algo así?

Yo no lo veré y, ¿sabes qué? Sí que me importa. Antes he mentido. Me preocupan los tataranietos de mis tataranietos, e incluso los tataranietos de tus tataranietos. Sé que desaparecemos pero, como un gato panza arriba, lanzo zarpazos grotescos a los agujeros negros del universo.

Nada quedará de las vértebras de mi cuello porque cuando muera seré incinerado. Nada quedará de mis músculos contracturados por la tensión intrínseca a la atención al público. Nada de mi cerebro leal y traidor al mismo tiempo, no quedará nada. Sólo, y no es poco, este preciso instante en el que yo he terminado de escribir y tú has acabado de leerme.

lunes, 3 de abril de 2017

En la oscuridad

Tarde de sol que atraviesa la cortina e ilumina toda la casa hasta alcanzar los lugares más recónditos. Tanta luz a mi alrededor mientras mi corazón, como los motores de las naves espaciales, palpita en la más absoluta oscuridad.

sábado, 1 de abril de 2017

Andén

El viento feroz se cuela en la cocina a través del tubo de la campana de extracción de humos. Ulula sordamente como si llegase de otro tiempo: un pasado remoto, un futuro muy lejano.

Al otro lado de la calle las ramas de los árboles se agitan como manos en el andén de una estación.

viernes, 31 de marzo de 2017

jueves, 30 de marzo de 2017

De patos y huevos

Un grupo de tres patos se ha instalado frente a nuestro edificio al otro lado del río. Son un macho y dos hembras, él colorido como el traje de un emperador y ellas grises y modestas como... no sé, ¿las hembras de los patos?

El agua del río Vero se dirige al mar a toda velocidad pero el pequeño grupo explora los grandes charcos que se formaron durante las últimas lluvias en las zonas alrededor de la canalización. Me asomo para ver qué hacen y normalmente tienen la cabeza dentro del agua buscando lombrices, renacuajos y animales o larvas de animales que no puedo imaginar que vivan al otro lado de la acera.

Mientras tanto mi vida personal se ha visto levemente alterada: Alfonso, el fisioterapeuta que trata mis problemas cervicales (al final no era una simple contractura pero tampoco nada demasiado raro para una persona de mi edad y con mi profesión), se va de la policlínica en la que me estoy tratando para iniciar su propia consulta particular, y mañana me atenderá otra persona, una chica de Binéfar a la que probablemente haya dado clase Maite en el pasado.

Me ha dado pena que Alfonso se haya ido porque habíamos establecido una muy buena relación fisio/paciente, pero volveremos a vernos porque para iniciar su nuevo proyecto vendrá al otro lado de mi mesa de trabajo y yo trataré de ayudarle todo lo posible. Es, como dicen por aquí, un buen zagal.

Por otro lado mi hijo se operó ayer las cuatro muelas del juicio. Sí, las cuatro a la vez, y hoy ha venido desde Huesca a Barbastro para que le cuidemos un poco. Nosotros le sugerimos en su momento que se lo hiciera en verano para no perder curso pero no, ¡oh, qué tragedia griega, sus dientes se estaban moviendo!

Ahora sólo puede comer cosas frías y fáciles de masticar. La semana que viene le quitarán los puntos. Va a perder días de clase. Su madre no entiende semejante descerebramiento pero yo lo entiendo tan bien... No sé, ¿por qué los hombres somos así? ¿Que hay un problema? Debemos solucionarlo -o empeorarlo- ya, hoy, ayer, ahora, no podemos esperar, y si es posible debemos hacerlo usando nuestra fuerza corporal.

Esta urgencia muscular, hormonal, testicular, es algo que han sabido aprovechar inteligentemente los ejércitos desde las épocas más remotas. Somos eternas y sucesivas herramientas sustituibles. Moriremos como en la época napoleónica fila tras fila mientras nos disparan, porque, burros, nos basta una sola pregunta: "¿A que no hay huevos?".

domingo, 26 de marzo de 2017

Fui por los campos verdes

A mí, junto al sexo, la comida, la siesta, la lectura, escribir, la música, el alcohol, el cine, no hacer nada, etcétera, una de las cosas que más me gustan son los caminos del campo.

Esta mañana hemos explorado territorio incógnito. Mientras caminábamos yo no dejaba de recordar una canción del siglo XVI que canté muchas veces con la Coral de Binéfar:

Levanteme, madre,
al salir el sol,
fui por los campos verdes
a buscar mi amor.


Muchos kilómetros más allá de los campos verdes podíamos contemplar las cordilleras coronadas de nieve. Vimos también un zorro que durante un momento se detuvo y nos observó con curiosidad antes de salir corriendo. Vimos huellas de jabalís en la tierra húmeda después de la temprana nevada y posterior lluvia de ayer. Entre las rectas líneas de los viñedos crecían miles de pequeñas flores amarillas.

sábado, 25 de marzo de 2017

Nieve a finales de marzo

No ha nevado en todo el invierno ni en muchos muchos años y esta mañana está nevando aquí, en Barbastro, ¡un veinticinco de marzo! Han tardado un poco, pero finalmente los antiguos y caprichosos dioses me han escuchado.

viernes, 24 de marzo de 2017

Zumbido de insectos

Antes, hace años, cuando era joven, no le daba importancia, pero ahora necesito cada día más alguna reciprocidad por pequeña, por minúscula que sea. La definición de nuestro diccionario canónico a la palabra reciprocidad es la siguiente: correspondencia mutua de una persona o cosa con otra.

No me queda mucho tiempo. A menudo tengo esta sólida y serena sensación, sabiendo que forma parte de la mochila mental que cargo a mis espaldas mientras camino entre el zumbido de los insectos resucitados por el regreso de la primavera.

No puedo permitirme perder la vida que me queda en relaciones no recíprocas. No tendré un millón de amigos, ni un millar, ni cien, ni diez acaso. Me da sinceramente igual.

Sé que algunas veces yo he estado al otro lado, en la no reciprocidad, y lo lamento, lo siento, pero a veces las cosas son sencillamente así.