lunes, 30 de enero de 2017

Un paseo

Junto al canal en medio del campo que recorría ayer y antes de ayer al lado de M., esta mañana hemos dado un paseo José Luis y yo. El cielo estaba un poco nublado y el brillo de las lejanas montañas era más pálido que el sábado, como si en vez de nieve helada la cordillera estuviese cubierta de sábanas inmensas.

El asunto es que José Luis trabaja por la tarde y yo trabajo por la mañana así que, salvando los fines de semana, la única manera de vernos es cuando uno de los dos tiene fiesta. Yo disfrutaba de un día de vacaciones que no disfruté el año pasado, así que era la ocasión perfecta.

Y siempre nos sucede a todos lo mismo, creo: te ves con tu amigo o tu amiga y te preguntas: ¿cómo es posible que haya pasado tanto tiempo desde la última vez? ¿Cómo podemos ser tan descuidados? Pero al cabo de algunos minutos todo sucede como si nos hubiésemos visto ayer, y de algún modo la amistad fluye como si fuese nueva y reciente.

Hemos paseado tranquilamente los seis kilómetros de ida y vuelta que me sé de memoria. El canal bajaba con muy poco caudal de agua, dejando asomar islas de musgo empapado, y en algunos tramos olía como si estuviésemos en un puerto de agua dulce. Hemos hablado de nosotros, de nuestras familias, de nuestros hijos, también de cosas muy íntimas.

Una bendición de caminar con José Luis Ríos a través del campo es que no tengo que esforzarme en explicar las cosas que digo, él sabe exactamente de qué hablo cuando hablo, como yo sé de qué habla él cuando habla; sabemos en qué aventura estamos sumergidos los dos, qué precio pagamos y por qué lo pagamos. Además, y esto es muy importante para mí, es una de las personas más buenas que conozco en el sentido más común de la palabra.

Nos hemos despedido prometiéndonos no dejar pasar tanto tiempo entre cita y cita. Bueno, en realidad siempre que nos despedimos lo decimos.

domingo, 29 de enero de 2017

Y más allá

Noche avanzada. M. duerme desde hace mucho rato. Nuestro hijo de diecinueve años ronda por ahí, en el exterior de la nave (cruzo los dedos). El viaje continúa hacia el infinito con todas sus consecuencias.

sábado, 28 de enero de 2017

Algo estrictamente puro y virginal

Escribo esto con una copa de vino blanco de Rueda mientras en la cocina se termina de hacer un arroz meloso de langostinos. Un sol radiante entra por la ventana. Hace unas horas caminábamos por el campo junto al canal de siempre. Hemos visto un gato silvestre de cola anillada y piel naranja y blanca que se nos quedó mirando un buen rato antes de desaparecer entre las encinas. La cordillera estaba toda nevada y su blancura fulgía bajo el cielo como si la naturaleza fuese algo estrictamente puro y virginal.

viernes, 27 de enero de 2017

Ella no es el mundo

Como predijeron las mujeres del tiempo, llegó la lluvia. Antes, hace cinco o seis años, la adoraba con locura (con excesiva locura en realidad, ahora que lo pienso, lo cual explica algunas cosas); ahora me afecta de tal modo que lo único que quiero es dormir, desaparecer, hibernar hasta la próxima glaciación y en su momento despertar y descubrir que la energía se extrae del sol y han desaparecido todas las religiones. Cosas así.

Pensaba recorrer esta noche los treinta kilómetros que separan Barbastro de Binéfar para ir a ensayar con mi coro, pero no tengo ganas. No me encuentro en condiciones. Si no fuera porque ha venido mi hijo desde Huesca, donde está estudiando, y su cuerpo necesitase la energía de un millón de agujeros negros, energía que yo soy capaz de cocinar para él, ahora mismo me iría a la cama a cerrar los ojos y escuchar mi acúfeno hasta que el cansancio pudiera más que él.

M. me pregunta: ¿no eres feliz? Yo le contesto sinceramente: soy feliz contigo. Algo que es verdad. Pero ella, mi amor en este mundo, no es el mundo.

Un suelo duro y frío

Sucede algo muy extraño cuando se abre una brecha entre el concepto que uno tiene de sí mismo y el concepto que otras personas, a las que uno sigue o admira o simplemente disfruta, tienen de uno; cuando no coinciden. En la vida diaria, donde nos vemos las caras y escuchamos los tonos e interpretamos las ironías, no suele suceder, pero aquí, en internet, es muy fácil que aparezca el desencuentro o la simple indiferencia.

Recientemente he sufrido dos sucesos así. Por un lado descubrí, a finales del año pasado, a una persona que me cautivó por su inteligencia, y tras varios intentos de contactar con ella simplemente para conocerla y que ella me conociera a mí, intentos que sólo obtuvieron el silencio como respuesta, desistí perplejo (una perplejidad absurda, por cierto, ¿qué obligación tenemos nadie de contestar a personas desconocidas aunque nos digan que les gusta lo que hacemos?). No estamos acostumbrados a la indiferencia cuando somos víctimas de ella.

Descubrí también un blog, y a través de él a una persona muy interesante: su autora. Me encanta cómo escribe, su manera de ver, interpretar y articular literariamente la vida cotidiana. Como en el caso anterior, tuve la necesidad de acercarme a ese ser humano para aprender, darme a conocer o, qué sé yo, tratar incluso de establecer una relación de amistad como la que tengo con algunas pocas personas en la red. Pero tampoco ha podido ser. Al principio parecía que sí, pero después algunos comentarios míos le parecieron inapropiados, no le gustaron y se acabó. Nada que decir. Soy experto en hacer y escribir cosas estúpidas. A mí esta persona, como en el primer caso, me sigue pareciendo muy interesante, alguien que puede enriquecer mi vida personal, pero a estas alturas de la película no puedo hacer gran cosa sobre el concepto que los demás puedan tener de mí.

Es algo que te devuelve al suelo duro y frío. Jesús Miramón: no eres ni la mitad de la mitad de la mitad de lo cojonudo que crees que eres; Jesús Miramón: hay seres humanos a quienes les resultas cansino, pesado, paranoico y aburrido; Jesús Miramón: sencillamente no vas a gustarle a todo el mundo que te gusta. ¿Algo así te sorprende? ¡Pero si tienes cincuenta y tres años! Pobre gilipollas, te conozco bien, en tu maltrecho cerebro sigues siendo un joven pretendidamente seductor, pero eso, permíteme que te lo diga, terminó hace mucho tiempo. No vas a interesar a todas las personas que te interesan; no vas a gustar a todos los seres humanos que te gustan; no vas a recibir siempre una respuesta; no vas a recibir siempre la respuesta que esperabas, el suelo es duro y frío.

jueves, 19 de enero de 2017

Oración de la nieve

Nieva en toda España menos aquí.  Nieva en las altas montañas y también en las playas de Levante, al nivel del mar.  Yo miro de vez en cuando a través de los visillos como un viejo loco solitario pero no, la luz de la farola no refleja nada, se limita a iluminar el río y los edificios del otro lado.

Quiero que nieve en Barbastro, oh, señora. Que la blancura de su manto limpie nuestros pecados, oh, señora mía.  Oír aquel sutil crujido bajo los pasos de mis botas.  ¿Por qué nieva donde nunca lo hizo y no aquí, en las faldas de unos Pirineos que ahora mismo no saben qué hacer con tanta nieve?

Sé, mi señora, que mis oraciones no servirán de nada porque, básicamente, no creo en ti, hija de la Diosa, una y trina, pero tampoco pierdo nada con intentarlo.

Aprovecho, por si acaso existieras, para decirte que no soy bueno.  Y aprovecho también para decirte que, dejando a un lado mi afición al whisky y el bourbon, el sexo ocupa gran parte de mi pensamiento, aunque, ahora que caigo, no obligo a nadie a hacer nada que no quiera hacer, así que tal vez, incluyendo mi autosatisfacción, no cometo ningún pecado. Olvida todo lo que te he dicho.

Nieva en toda España menos aquí. Lánguidamente cae la nieve junto al mar pero no aquí, y lánguidamente cae lejos de mí, en un mundo nocturno y frío que conozco limitadamente. Poco a poco todos nos convertiremos en sombras, pero, joder, quiero que nieve en Barbastro: uno, dos días, lo justo para escuchar el crujido de la nieve durante un paseo por el campo.  Vivir el mundo como si fuese nuevo, la primera vez.

domingo, 15 de enero de 2017

Secretos

El secreto de la verdadera felicidad consiste en olvidar. Y lo mejor de todo es que nacemos de manera natural con él: los niños no recuerdan nada, los jóvenes viven el presente sin apenas recordar nada y, a medida que, año tras año, comenzamos a acumular recuerdos, la felicidad genuina se va a la mierda porque ninguna vida adulta es perfecta, porque aparecen los triunfos y las derrotas, la desesperanza y los anhelos y, sobre todo, su recuerdo.

Por eso las drogas tienen tanto éxito.  Y cuando hablo de drogas hablo del alcohol, que conozco y consumo.  Y cuando hablo de drogas hablo de videojuegos, por ejemplo, de los que no tengo ni idea.  Y cuando continúo escribiendo de drogas hablo de muchas sustancias (cocaína, heroína) que, por suerte o por desgracia, desconozco.

La literatura, el cine, un buen poema, el sexo: ¿qué son sino presente puro? ¿Qué son sino olvidarlo todo?  Tengo cincuenta y tres años y ya casi nada me da vergüenza. A veces tengo la sensación de que mañana podría salir a la calle a cinco grados bajo cero totalmente desnudo para tirar la basura en sus correspondientes contenedores.  Seguramente mis genitales, a esa temperatura, serían casi invisibles, y yo me reiría.

La semana pasada fui a la consulta de mi guapísima otorrinolaringóloga y me confirmó que mis acúfenos, ese pitido agudo que reside permanentemente en mi cerebro, no tiene solución en este momento de la ciencia.  Me hicieron un escáner de la cabeza que descartó un tumor, y después ella quemó un último cartucho con una medicación que no dio resultado.  En su opinión el único remedio es la rehabilitación para que mi cerebro desprecie ese sonido, que deje de escucharlo cuando así yo lo desee.  Suena esperanzador pero no entra en el seguro y debería viajar a Huesca para cada sesión y tampoco garantiza un resultado óptimo: tendría que enseñar a mi cerebro a escuchar lo que yo quisiera escuchar y no otra cosa, algo que, conociendo mi estado de alerta permanente, no soy siquiera capaz de imaginar que sea posible.  Me lo estoy pensando.

viernes, 13 de enero de 2017

Lázaros

Cada noche nos reiniciamos. Cerramos los ojos, nos olvidamos del mundo y, como los androides orgánicos que somos, dejamos que el cerebro comience a trabajar en la oscuridad sin la molesta presencia de nuestra consciencia, dejando que por su propia cuenta asuma las miles de tareas de mantenimiento que necesitamos: desechar la basura en forma de sueños, reordenar los recuerdos en forma de sueños, fijar en su sitio las cosas necesarias a través de los sueños, salvar lo imprescindible para cuando volvamos a ponernos en funcionamiento y nos levantemos de la cama y nos duchemos y salgamos al aire gélido, los charcos de hielo, el humo de nuestros pulmones flotando frente a nuestra boca al respirar, los pequeños y saltarines gorriones que se apartan tan cerca de nosotros cuando avanzamos hacia adelante.

miércoles, 11 de enero de 2017

El océano es grande

Este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal. Sí, ya sé que lo sabes (tal vez desde hace muchos años), pero permíteme que continúe: como es personal y, por otra parte, no me procura ningún beneficio económico, su continuidad depende única y exclusivamente de mi intención primera, aquella con la que empecé a escribir Innisfree en mayo de dos mil cuatro: dar testimonio de la vida cotidiana de un hombre corriente. ¿Para qué? Para dejar constancia de que vivir no deja de ser, al fin, sino un acto de comunión.

En los últimos días uno de los blogs que más me gustaban se ha cerrado sólo a invitados, y por otra parte otro de mis descubrimientos de los últimos meses de dos mil dieciséis ha hecho caso omiso a mis comentarios y cartas. ¿Y sabéis qué? Lo comprendo. Lo comprendo por lo mismo que escribí la primera frase de este post: "este texto que estás leyendo pertenece a un blog personal". Son casos diferentes pero acepto el desenlace. El océano es grande. Las echaré de menos durante un tiempo pero el océano es grande. No existe mayor respeto que ejercerlo. P. V. decidió tal vez que se estaba exponiendo demasiado: lo respeto. N. F. trabaja y no tiene por qué perder el tiempo con desconocidos: lo respeto muchísimo y lo comprendo.

Yo no sé hasta cuándo seguiré escribiendo en Las cinco estaciones. Debió haber terminado hace tanto tiempo que cualquier intención de futuro carece ya de fundamento.  Soy, mientras escribo, el hombre más idiota el mundo.

domingo, 8 de enero de 2017

Este mundo

Por la mañana fui a tirar la basura.  Hay una calle donde están todos los tipos de contenedores de reciclaje que existen en este momento del siglo XXI: vidrio, cartón, plástico, incluso aceite usado y prendas que ya no se utilizan.  Vacié las bolsas y cajas en sus respectivos lugares y de pronto miré a mi alrededor: vi ropa colgada en tendedores frente a ventanas pequeñas, vi la copa desnuda de los árbolillos de la acera, los dibujos infantiles en la fachada del colegio de primaria, el cielo tan azul más arriba del maravilloso frío que convertía mi aliento en humo del tabaco que no fumo; miré mis botas sobre el suelo, la vieja Citroën Picasso de casi trece años ronroneando como el primer día a mi lado, y tuve ese momento Matrix, La vida es sueño,  El show de Truman, ¿qué cojones se supone que estaba sucediendo en ese momento? ¿Qué era verdad y qué no lo era?  ¿Qué era real y por qué?

Sin respuesta alguna subí al coche y me detuve en la panadería donde trabaja Laura.  Todavía le quedaba un pan de hogaza.  Los hornea con fuego de leña su jefe, un panadero marroquí de Graus, y es buenísimo.  Nos saludamos con simpatía, Laura me envidió por poder dormir un domingo hasta las once de la mañana y después nos dijimos adiós, nos deseamos un buen día y regresé a este mundo.

sábado, 7 de enero de 2017

Bourbon

M. corrige exámenes a mi lado y yo bebo bourbon mientras escribo (otro buen deseo que deberá esperar: dejar de beber bourbon).  Y el hecho es que el tiempo fluye sin fisuras, tranquilamente, uno al lado del otro, y nada más.  No haré ningún panegírico del amor, la pareja, la increíble suerte de haber encontrado a alguien entre miles de millones de personas en el mundo compatible conmigo.  Sólo escribo que ella corrige sus exámenes a menos de cuarenta centímetros de mí mientras yo redacto estas cuatro palabras que intentan expresar algo parecido a la calma, la felicidad.

viernes, 6 de enero de 2017

Reyes magos

Los reyes magos atravesaron el desierto sobre sus camellos hasta llegar a la orilla del mar. Era de noche y en la arena de la playa no les esperaba nadie: ninguna taza de leche, ninguna galleta, ningún árbol de navidad en kilómetros a la redonda. Sin cambiarse de ropa descabalgaron y caminaron hacia las olas que golpeaban la orilla, adentrándose paso a paso bajo las aguas del mar y así avanzar kilómetro a kilómetro a través de valles y llanuras submarinas pisando sin querer miles de cadáveres de adultos y pequeños, todo ese terrible cementerio.