lunes, 14 de agosto de 2017

Modelos de lencería

Hace algunos días tuvimos un periodo de descanso del calor marciano de este momento de cambio climático apocalíptico y terrible que ya es imposible ignorar. Esos pocos días me hicieron infantilmente feliz y pude dormir mejor con todas las ventanas abiertas, y como dormí mejor me sentí más activo durante el espejismo siguiente y así, no sé, el mundo fue un lugar mejor hasta antesdeayer.

Tengo problemas logísticos -entre muchos otros- para relacionarme con la realidad. Todo lo que he escrito a lo largo de mi vida son esbozos, mapas dibujados en servilletas baratas de bar, el fruto de la exploración de un diletante obsesivo y con tanto entusiasmo como impericia.

Pero todo se aproxima. No: todo se precipita a mi lado corriente abajo: lo malo y lo bueno: lo que olvidaré y lo que recordaré durante el resto de mi vida. Tú y yo nos precipitamos segundo a segundo río abajo, cada vez a más velocidad, junto a premios Nobel y modelos de lencería y analistas económicos y el vecino del segundo izquierda y aquel ser humano que cambió para siempre, sin saberlo, nuestra vida.

2 comentarios:

Portarosa dijo...

Hola, Jesús.

Hoy me he reincorporado al trabajo, y ayer mismo volví de un viaje hasta Mérida que en realidad fue un viaje de tres días subiendo por Portugal.
Fue interesante, y me gustó, pero también me acordé de ti, por el... calor. Un calor que yo, francamente, considero prácticamente incompatible con una vida aceptable. Me alegré de volver a los veinte grados que me esperaban aquí.

Cuídate. Un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Soy como el oso polar pero al revés. Bueno, al revés en algunos aspectos, no en el peso ni en el aspecto. Para los osos polares los inviernos de banquisas de hielo permanente donde cazar focas se extinguen año tras año; para mí la primavera y el otoño, incluso el invierno, son cada vez más breves.

Las temperaturas incompatibles que padeciste durante las vacaciones, Porto, son lo habitual durante semanas y semanas en gran parte de España. Sí, sé que es algo terrible, pero, como la terrible realidad de los osos polares, sucede y poco o nada podemos hacer para evitarlo, salvo utilizar el aire acondicionado y, de paso, calentar más el aire exterior de nuestras casas.

Yo me alegro cuando por la noche -repito: por la noche- hay veinte grados, porque eso está en el límite que los especialistas en sueño consideran una temperatura en la que se puede dormir.

Como bien dices, el calor excesivo -a partir de 25 grados en mi opinión- es incompatible con una vida aceptable. ¿Cuántas veces lo he escrito aquí? Nos convierte en animales jadeantes buscando la sombra. Anula nuestra capacidad de pensamiento. Lo odio más que a nada. Y ya está, ya me he desahogado.

Un abrazo, querido Porto. Y un beso a M. y los niños.