viernes, 22 de febrero de 2019

Veintidós de febrero

Carrer Mare de Deu de la Salut en Girona.
Plaça Major de Banyoles.
Carrer Pia Almoina (en dos pisos distintos del mismo bloque) en Banyoles.
Calle Juan Pablo II en Zaragoza.
Carrer del Río Güell en Girona (tras mi excedencia de un año por el naciminieto de Paula).
Calle Hermanos Gambra en Zaragoza.
Paseo Fernando el Católico en Zaragoza (que compramos, restauramos y luego, tras comprobar que nunca trabajaríamos los dos en Zaragoza, vendimos para irnos a Binéfar).
Calle Zaragoza en Binéfar.
Calle Galileo en Binéfar.
Calle Madres de la Plaza de Mayo en Zaragoza, herencia tras el fallecimiento de mis suegros.
Calle Saint Gaudens en Barbastro.
Avenida del Río vero en Barbastro, la actual.

Catorce domicilios en treinta años. Una mudanza cada vez. Juntos y por separado. Lo he recordado al ver que en un apartamento al otro lado de mi dormitorio se estaban mudando. He hecho una foto desde la ventana. Espero que, en mi caso, la próxima sea la última.

6 comentarios:

Elvira dijo...

Si exceptuamos los veranos, que a veces pasaba en otros lugares, yo solo he vivido en dos casas en toda mi vida.

Debe ser muy cansado mudarse tanto, ¿no? O interesante, no sé. A lo mejor a algunas personas les parece aburrido mi caso: 2 viviendas en casi 65 años.

Un beso

Jesús Miramón dijo...

Mudarse es cansadísimo. Durante años lo hice yo personalmente, a veces alquilando una furgoneta, unas palizas que ni te imaginas, pero las últimas veces contratamos empresas que se dedican a eso.

Uno aprende que puede vivir en cualquier lugar. Una cama. Una cocina más o menos equipada. Una sala de estar. Una mesa para escribir. Es suficiente.

Tras toda mi experiencia lo que más valoro es la orientación -luz, luz, mucha luz- y espacio. En ese aspecto aquí en Barbastro hemos perdido un poco. En Binéfar era un dúplex con buhardilla y chimenea y una terraza de treinta metros cuadrados. Aquí en Barbastro vivimos en un piso bastante más pequeño. Pero, como decía, tras trece viviendas, uno aprende a adaptarse a casi cualquier lugar. Y creo que hay una lectura positiva en ello.

Hay un poema de Kavafis, y ahora no me apetece buscar en internet, que dice algo así como: "¿No comprendes que al arruinar tu vida en este sitio / la has arruinado en cualquier parte de mundo?". Yo le doy la vuelta: la ruina o la felicidad viaja con nosotros, no importa, salvo causas mayores como guerras, hambrunas o desastres naturales, donde estemos. Llevamos con nosotros la felicidad y la tristeza. Los lugares donde vivimos sólo son testigos.

Un beso, Elvira.

NáN dijo...

Una mudanza está considerada como segunda causa de estrés. Tras el fallecimiento de una persona cercana.

Estoy de acuerdo.

Jesús Miramón dijo...

Bueno, querido Nano, al décimo fallecimiento de una persona cercana el estrés comienza a disminuir...

(Las mudanzas son, básicamente, algo que da mucha pereza)

Marisa dijo...

Son un palizón. Cierto que el paraíso o el infierno lo llevamos con nosotros, dentro de nosotros allá donde vayamos. Pero yo he perdido la naturaleza cerca de casa y eso es una grandísima pérdida. ¡Ojalá tenga que mudarme otra vez, pero al campo!

P.D.: ¡el verificador tiene fallos! Creo que he dejado sin marcar un coche y me lo ha dado por bueno ¡Ja!

Jesús Miramón dijo...

Marisa, creo que es imposible que hayas podido engañar al robot maligno que no puedo quitarme de encima. Pero si te hace ilusión te doy un abrazo de oso. Se me dan bien.

Las mudanzas son terribles. Se trata de vaciar vidas, cargarlas en un camión y llevarlas a otro sitio. Yo estoy más o menos acostumbrado, pero siguen siendo un marrón de la hostia. Eso sí: no mudamos nuestros sentimientos ni nuestra relación con el mundo. De eso puedo dar fe. Sólo cambiamos las cosas de sitio.

Un beso.