sábado, 16 de marzo de 2019

Dieciséis de marzo

Hace un rato hemos vuelto de la casa de mi hermano gemelo, donde hemos celebrado una comilona familiar. El lugar, con todos los coches aparcados alrededor, parecía una de esas comidas italianas que salen en las películas sobre la mafia, salvo que en este caso todos éramos personas normales, hombres, mujeres, niñas, niños, y dos abuelos muy contentos de vernos a su alrededor. Mi hermano Javier es un experto haciendo paellas. La de hoy era para veinticuatro personas y estaba buenísima. También hemos comido longanizas de Graus que hemos llevado nosotros, chistorra casera de Navarra que ha traído mi hermana del pueblo, morcillas, queso, chorizo, en fin. Hemos vuelto con un táper de arroz de los que nuestra querida cuñada Ana, previsora, había comprado sabiendo que, como siempre, sobraría mucha comida.

No nos reunimos muy a menudo. La familia de mi padre y mi madre ha dado lugar a dieciocho personas y es difícil cuadrar las fechas. Creo que la última vez fue en Navidades. Eso sí, cuando lo hacemos nos lo pasamos muy bien. Maite y yo hemos sido los últimos en levantarnos de la sobremesa ¡y eran más de las nueve de la noche! Las sobremesas de mi familia son míticas. A todos nos gusta mucho opinar y hablar de lo humano y lo divino, y lo hacemos sin cortapisa alguna mientras tomamos café, comemos pasteles y bebemos whisky y gin-tonics. Hoy además estaba la pareja de mi sobrina, con la que hemos sabido que vive desde hace un mes en un piso en el pueblo de aquella, una mujer risueña, cariñosa y que nos tiene enamorados a todos. Patricia y Marta: sois maravillosas y os queremos muchísimo, ya lo sabéis. Os deseamos lo mejor para el futuro en esta nueva etapa. ¿Ya he dicho que sois maravillosas?

Ahora llega el bajón. Como hemos comido tanto no tengo hambre, aunque supongo que algo caerá antes de irnos a dormir. Me gustan estas reuniones familiares llenas de coches, mis padres ya muy mayores, mis hermanos y hermana, mi cuñado Gustavo (una de las personas más profundamente buenas que conozco), mis sobrinas y sobrinos, algunos todavía pequeños, la mayor ya con su compañera. La vida crece y el amor también. Somos una pequeña tribu, como diría Javier, unida por el amor y el respeto entre nosotros. Como alguna vez he escrito -y he escrito tantísimo que tengo la sensación de no escribir nada nuevo desde hace años-, días como hoy son los recuerdos del futuro, cuando las cosas sean distintas. Es como sembrar un huerto sin darnos cuenta. Bueno, aunque yo sí me doy cuenta, un poco, no puedo evitarlo.

5 comentarios:

Portarosa dijo...

Siempre es nuevo y vale la pena.

Jesús Miramón dijo...

Gracias, Porto. Un abrazo fuerte.

andandos dijo...

Pienso lo mismo que Porto.

Un abrazo a los dos

NáN dijo...

Casualidades. El domingo pasado estuvimos en una casa de monte de mi sobrina ahijada. Vinieron otras dos (la cuarta vive en Pamplona). Y el marido de mi ahijada, un tipo fantástico, hizo ¡una paella de pollo y verduras. Se la devolvimos el jueves, con unos canelones en nuestra casa de Madrid.
Conmemoramos que ese día hacía un año de la muerte de mi hermana, la madre de ellas. Pero salvo un momento duro, cuando llenaron copas de vino y me pidieron un discurso, fue un día muy festivo, con todos los hijos de ellas haciendo el indio por allí.
Las comidas familiares al aire libre, además de muy ricas, suelen tener una larga continucación con café y bebidas. Y todo tipo de historias y enredos con los que te lo pasas divinamente. Son el combustible premium que mantiene unidas a las familias.

Jesús Miramón dijo...

José Luis, Nán, combustible premium! Me gusta. Las comidas familiares son algo maravilloso. Este año me toca a mí cocinar y preparar las navidades. Ya sé que todavía faltan muchos meses, pero ya sabemos, todos, que a más edad más rápido pasa el tiempo. Otra vez se reunirán en nuestro piso de Zaragoza. Debería empezar a pensar en el menú. Me gustan estas cosas.

Abrazos.