viernes, 1 de marzo de 2019

Uno de marzo

Por la tarde fui al supermercado a comprar víveres. Me gusta escribir víveres en vez de comida porque así es como si viviese en lo más profundo de Alaska. Pero era comida, lo admito. Y no vivo en Alaska, eso también lo admito. Mierda.

Qué gracia me han hecho los niños disfrazados. En un carro, de pie junto a la compra, había una niña preciosa con gafitas redondas vestida de princesa de Disney, y más allá, en otro pasillo, un niño con su rostro pintado de rojo y un disfraz de demonio, con sus blanditos cuernos de diablo en la cabeza. Y otro, un poco más mayor, con una especie de mono con cremallera delantera y barriga blanca representando un animal que ni entonces ni ahora mismo me siento capaz de identificar.

También había muchos adolescentes comprando alcohol. Chicas y chicos haciendo acopio de ron, vodka, refrescos y hielo. Me han inspirado ternura. Yo no he perdido repentinamente la memoria al hacerme mayor. En un momento dado una de las chicas le ha dicho a otra: "Llama a Yago para que entre con el carro". Yago era, evidentemente, el mayor de dieciocho años que les iba a sacar la bebida de la tienda.

Yo he seguido con mis cosas (entre las que se encontraba, por cierto, comprar alcohol), pensando en el carnaval. Nunca me gustó. No, no me gusta. Soy tan soso que lo encuentro innecesario e impostado, aunque sé que las personas que lo viven de verdad están en las antípodas de lo que yo pienso. El carnaval de Tenerife con esos trajes grotescos y gigantescos sobre una joven que se piensa afortunada por el privilegio, las chirigotas de Cádiz cantando todos a la vez cosas sobre la actualidad política vestidos para la ocasión y haciendo caras y extravagancias... No sé. Es que ni siquiera siento indiferencia: no me gustan. Cambio de canal en la televisión.

Pero lo respeto, sólo faltaría. Y conozco más o menos los antiguos orígenes del carnaval, cuando los esclavos se convertían en amos y los amos en esclavos, cuando todo se subvertía temporalmente en alegre chanza y orgías y comilonas; y luego, durante el cristianismo, como una especia de despedida de la alegría y la desvergüenza antes de los tristes días de la Semana Santa.

Lo respeto pero no me alcanza. Esa es la palabra: no me alcanza. No me dice nada. Sé que parezco un abuelo de noventa años no demasiado alegre pero así es: no me alcanza.

Eso sí, los niños disfrazados en el supermercado, inocentes, pequeños, me han enternecido de un modo inversamente proporcional a los sentimientos que me producen los hombres adultos disfrazados de putas.

5 comentarios:

Elvira dijo...

Me pasa lo mismo que a ti, igual. Y creo que sí tenemos capacidad de disfrute, por supuesto, pero de otra manera.

Un beso (te leo cada día, aunque a veces no diga nada)

NáN dijo...

Pues hoy, mientras me duchaba, he puesto la cadena SER y he oído un reportaje, que me ha dejado encantado.

Un colegio de Andalucía, con niños hasta nueve años, tiene un acuerdo con una Residencia de ancianos. Una tarde al mes, los Amigos Mayores van al colegio a encontrarse con los Amigos jóvenes. Forman parejas fijas. Los más mayores se ocupan de los niños más pequeños (el colegio tiene también guardería), y les cantan nadas preciosas. Los otros se reúnen, cogidos de la mano, y caminan cogidos de la mano cantando una canción, y luego hacen otras cosas juntos, cada Mayor con su Menor. Se llaman así, mi Amigo Mayor y mi Amigo menor. Y hacen actividades juntos. Dos tardes a la semana.

¿No es fantástico?

NáN dijo...

Veo que ha quedado confuso. Los mayores van al colegio una tarde a la semana. Y los niños a la Residencia una tarde a la semana. Se ven, pues, dos veces cada semana.

Jesús Miramón dijo...

Elvira , me consuela saber que no somos los únicos a quienes las chirigotas no les hacen ni puta gracia y las movidas en Canarias con esos trajes de novecientos kilos todavía menos. Y, como dices, somos capaces de disfrutar mucho, pero mucho, aunque no de esa manera absurda y obligatoria. ¿Porque somos del Norte? Quién sabe, alguna razón habrá. Un beso.

Jesús Miramón dijo...

Nán, es que lo que has contado no tiene absolutamente nada que ver con el carnaval. Es otra cosa, y esta sí es preciosa. Me parece una iniciativa maravillosa.