viernes, 19 de julio de 2019

Diecinueve de julio

Por la mañana atiendo a un joven de quince años que viene con su tía. Es de Senegal y lleva poco tiempo en España. No tiene pasaporte, no tiene ningún tipo de documentación, sólo una hoja de papel timbrada con dos sellos de la comuna del lugar de donde proviene, escrito en francés. Siente mucho dolor en la muñeca del brazo derecho y, como menor de edad, tiene derecho a asistencia sanitaria gratuita y universal (los menores de edad y mujeres embarazadas lo tienen garantizado en España), aunque debe estar empadronado en Barbastro. Pero sucede que no se puede empadronar en casa de su tía -o supuesta tía, pues no hay modo de acreditar dicho parentesco- porque no tiene ningún documento de identidad donde aparezca su imagen, ni tiene, como menor de edad, ningún documento de tutela o permiso de sus padres senegaleses para viajar fuera del país o cediendo la custodia a su tía. Hablo con tarjetas sanitarias en Huesca: sin un documento que acredite su edad fehacientemente, y el folio que aporta es harto escaso para ello, no se le puede dar asistencia gratuita.  Subo con ellos a ver a la trabajadora social del Centro de Salud. Lo esencial, insisto, es que se le trate y después ya se verá qué sucede con su situación legal. Estamos de acuerdo y será tratado médicamente. Su situación legal, ante la necesidad médica, es secundaria.

Ahora bien: ningún senegalés puede entrar en España sin un pasaporte visado en la aduana. Este joven que lo mismo podría tener quince que veinte años y no habla una palabra de español ni de francés, mira a la ventana que hay tras mi silla de trabajo mientras yo hablo con su tía, que está muy embarazada y suda profusamente. A ella le digo: "Pero sin pasaporte no se puede entrar legalmente en España, ¿su sobrino ha venido en patera? Yo sólo quiero ayudarle, pero necesito saberlo, porque no puede ser que siendo menor de edad no tenga ninguna documentación, ni siquiera el documento de identidad de su país". Ella me mira durante cinco segundos sin decir nada y ya me ha contestado. Vuelvo a observar al joven sentado a su lado. Fuerte, casi atlético, camiseta y pantalones de pitillo, zapatillas deportivas de color naranja. Lo imagino desembarcando en una playa del sur de España con un teléfono y una dirección de Barbastro, en la provincia de Huesca. Es probable que sea su tía de verdad, y ella le enviara dinero para que pudiera venir hasta aquí. ¿Quince años? Aparenta ser más mayor pero en el pequeño papel del ayuntamiento de su pueblo, el único documento que posee, dice que nació en dos mil cuatro.

Y a continuación pienso en el viaje desde Senegal a la costa frente a Europa, las dificultades por las que ha pasado este joven que ahora se deja llevar de aquí para allá por su tía. La travesía. La travesía en el mar con decenas de personas arriesgando su vida. Las olas zarandeando la patera. Tal vez los muertos siendo lanzados al mar. Ese papel envuelto en plástico bien guardado entre su ropa, el que ahora tengo en mis manos. El esfuerzo de su familia en Senegal para reunir el dinero suficiente para pagar a los traficantes el precio para que al menos uno de sus hijos pueda llegar a Europa, exactamente hasta el otro lado de mi mesa.

Pero todo no ha hecho sino empezar. Mientras le miro deja de contemplar el castaño de indias tras mi silla y me mira a los ojos. Los suyos están ligeramente inyectados de sangre. Le digo despacio y sonriendo: "Vamos a ayudarte". Pero no reacciona. No sonríe, no dice nada. Ni siquiera muestra un gesto de tristeza, sólo indiferencia. Su tía dice en perfecto castellano: "Está así desde que llegó".

2 comentarios:

andandos dijo...

Gracias por contar esta historia. Sabes de sobra que en sanidad y educación hay casos parecidos frecuentemente.
Yo sé que haces siempre lo mejor para ellos.
¡Un abrazo!

Jesús Miramón dijo...

Gracias a ti por comentar, José Luis. Siempre intento ayudar, pero la burocracia es muy complicada a veces. Ahora bien, en temas sanitarios soy de los que piensan que el código deontólogico de los médicos (si se dice así) está por delante de cualquier consideración. Cura y después ya se verá. Es lo que finalmente sucedió tras insistir un poco, y de eso estoy contento.

Un abrazo.