miércoles, 10 de julio de 2019

Diez de julio

Libro muchas batallas a la vez pero todas son pequeñas. Ahora envío una crema con corticoides hacia aquel valle, ahora detengo una columna tras las colinas con cortisona para tranquilizar las cosas en ese sector y permitirles descansar y, a continuación, vuelvo a mi tienda, como un pollo a l'ast con las manos (existen pocos placeres semejantes que puedan hacerse con las manos) y bebo vino directamente de mi cuerno de uro y ordeno a las tropas que no me molesten hasta el amanecer excepto circunstancias de mucha necesidad.

Ser un conquistador es duro, muy duro. Y lo más duro, lo que nadie sabe, es que en realidad me precipito hacia adelante empujado por las circunstancias, no por mi voluntad.

Si realmente fuese tan valiente como creen mis tropas, haría detener la horda y les diría: "Yo lo dejo aquí. Elegid un nuevo general y hacedlo bien, alguien con palabra que cumpla lo que dice". Me voy. No os deseo ni buena ni mala suerte, y ahora dejadme terminar con las manos grasientas mi pollo a l'ast y mi cuerno de uro lleno de vino y miel, dejadme ser feliz antes de desaparecer en las lejanas estepas donde asoman colmillos de mamut en la tierra helada".

Pero no soy realmente tan valiente como creen mis tropas, y los colmillos de mamut asomando de la tierra helada es el recuerdo de un sueño. Nunca viajé tan al norte. Me lo contaron viajeros extranjeros cuando era niño.

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He dormido bien sobre las pieles de lobo. Despierto y salgo al exterior. A lo lejos, en el estuario del mar de plata, columbro el brillo de los mármoles de los templos. Antes de subir a mi caballo tomo mi antidepresivo y los ansiolíticos de cada mañana; un capuchino con pan tostado y aceite de oliva virgen extra: rutinas. Mi ejército me observa expectante. Hoy tengo que conquistar Roma. No puedo fallar.

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