lunes, 3 de septiembre de 2007

Alguien murió

Murió ahogado un pescador. Murió, víctima de una bomba, una señora de Bagdad que caminaba por la calle. Murió un agricultor aplastado por su tractor. Murió de hambre un niño pequeño en algún lugar de África. Murió en los hielos de los Alpes un pastor hace más de cinco mil años. Murió un escritor en la habitación de un hospital. Murió un aristócrata en su pequeño apartamento. Murió Jorge Manrique de un lanzazo en los riñones cerca del castillo de Garci Muñoz. Murió un joven futbolista después de un infarto en pleno campo de juego.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Tormenta de agosto

Hace unas horas conducía hacia Barbastro junto a los oscuros viñedos que pronto serán vendimiados. El cielo pardo vibraba en la mañana de bochorno como si fuese el de un planeta lejano, diferente, hostil. Ya en mi destino rompió la tormenta: retumbaron los truenos y gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre los castaños de indias y la grava del parque. Los peatones aceleraron el paso en las aceras. Del asfalto húmedo se elevó inmediatamente aquel olor a sueños y sexo. Fue un alivio breve, casi peor que si no hubiera sido, pues al cabo de quince o veinte minutos la tormenta cesó poco a poco. Las calles se secaron. Las personas volvieron a caminar despacio, todavía más sofocadas que antes por el vapor que ahora desprendía el suelo. El sol, indiferente a nuestra existencia, continuó brillando sobre el mundo.

sábado, 25 de agosto de 2007

Ser el fruto

Hoy mis padres cumplían cuarenta y cinco años de casados, y para celebrarlo han invitado a sus dieciséis hijos, hija, nueras, yerno, nietas y nietos a comer. Los homenajeados estaban radiantes, rodeados de la vida que su encuentro había sembrado hace casi medio siglo. Gritaban las niñas pequeñas, charlábamos los adultos, tintineaban los cubiertos y las copas de vino. Sé que soy un hombre afortunado, lo he sabido siempre, y uno de los motivos más poderosos para serlo son ellos: qué privilegio ser su fruto.

martes, 21 de agosto de 2007

Comienzo

El viento ha estado soplando durante toda la noche. Ahora la claridad que se cuela a través de la persiana dibuja sobre la pared del dormitorio un paño de círculos de luz. En la calle resuenan voces masculinas, el motor de un camión. El verano menos caluroso de los últimos años comienza a quedar atrás. Me siento en el borde de la cama, respiro una, dos, tres veces, y me pongo en marcha.

sábado, 18 de agosto de 2007

Polvo de huesos

Dice: si volviese a nacer sería músico profesional, a ser posible chelista en una orquesta del norte de Europa, luciría una de esas barbas de cuatro días cuidadosamente rasuradas y viviría en una casa de paredes blancas. Dice: si volviese a nacer sería cocinero y abriría un restaurante pequeño, sin pretensiones, cerca del mar pero no en el paseo marítimo sino en una calle estrecha y adyacente que hubiese que buscar para encontrarla, cada mañana acudiría temprano al mercado y compraría la mejor verdura, la mejor carne, el mejor pescado, tendría muchos hijos, un coche viejo y una barquita para navegar los lunes. Dice: si volviese a nacer sería pastor de ovejas en la Patagonia, tendría tres caballos, una boina, dos sillas de blanca piel de cordero y una alegre novia de mejillas sonrosadas en un pueblo a muchos kilómetros de distancia; al cabalgar hacia sus brazos los cascos de mi montura levantarían nubes de polvo de huesos de dinosaurio.

jueves, 16 de agosto de 2007

Terremoto en Perú

Alzo la vista del libro y ya no queda nadie en la piscina. Casi hace frío cuando me levanto de la tumbona y busco con la mirada a mi hijo y su amigo. Los localizo en el último rincón de hierba donde todavía queda un poco de sol. A mi llamada se levantan y vienen corriendo, alegres y confiados, a través de las sombras. Alguien apagó la música en los altavoces. Riela el agua azul.

sábado, 11 de agosto de 2007

Después del ensayo

Después del ensayo del coro unos pocos fuimos al bar a tomar unas copas. Hablamos de esto y de lo otro hasta casi las dos de la mañana. Luego, mientras regresaba a casa, recordé las Perseidas, las lágrimas de San Lorenzo. Detuve el coche y salí al espacio exterior. La luz de la colonia humana contaminaba el cielo nocturno impidiendo la observación de los meteoros, pero así y todo aquella oscuridad tachonada de algunas estrellas me impresionó hasta el punto de hacerme creer que todo era cierto, absolutamente cierto. Desde el principio hasta el fin.

jueves, 9 de agosto de 2007

Mudanza

Hemos llevado a cabo una mudanza, aunque la mayor parte de las cajas tuviesen como destino un centro de reciclaje de residuos del ayuntamiento de Zaragoza. Todo: el retrato de boda donde mis suegros aparecen tan extrañamente jóvenes y desenfocados en blanco y negro, los recuerdos de cerámica de sus escasos viajes a Cuenca o Tarragona, los juegos de café, las lámparas, una gran llave antigua que alguna vez sirvió para abrir una puerta cuyo rastro se ha perdido, sábanas, mantas, figuras de santos, candelabros, bandejas de plata, álbumes de fotografías donde M. nace, crece y se aleja de mi brazo, colecciones de sellos y monedas, zapatos, la bendición oficial de un papa de Roma, calendarios: todo fue examinado y seleccionado. No me sentí más cruel que el eco de las habitaciones vacías.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Bajo el sol

Agosto nos alcanza con dos de mis sobrinos pasando unos días con nosotros. Mientras las primas adolescentes salen cada tarde a explorar el gran mundo de este diminuto lugar del universo, sus hermanos pequeños se lanzan a la piscina de cabeza con carrerilla, de cabeza desde parado, de lado, hacia atrás, en bomba, y chillan, se ríen, salpican.

Una vez, por increíble que parezca, yo fui uno de ellos bajo el sol. ¿Cómo es posible que haya podido olvidar tantos detalles de aquel tiempo, todos aquellos veranos? ¿Cómo es posible que casi no sea capaz de enfocar una imagen nítida de mis padres cuando eran jóvenes? ¿También C. olvidará cómo soy yo esta tarde, aquí sentado cerca del agua con un libro abierto en la mano, las gafas oscuras sobre la nariz? Desde luego que sí. Se olvidará, lo sé.

Laten los corazones de los vivos. Los pulmones se llenan y se vacían. El futuro chilla, ríe, salpica, dice: "¡Tío, mira cómo me tiro de cabeza!", dice: "¡Papá, mira cómo me tiro de cabeza!". Y yo miro, admiro, me asombro de tamañas proezas. Éste es el tiempo, no otro, no ayer.