lunes, 10 de abril de 2017

Tan verdes que resultan difíciles de creer

1.

Para la felicidad de mi hijo de casi veinte años he tomado toda la semana de vacaciones y hemos venido a Zaragoza dejándolo solo en Barbastro con la vivienda entera a su disposición (todavía no me he olvidado a mí mismo a su edad).

2.

He vivido gran parte de mi vida en esta antigua ciudad junto a un río en medio del desierto. La ciudad de dos mil diecisiete no tiene, evidentemente, nada que ver con la de mi niñez, cuando su personalidad era calladamente provinciana, gris, un centro administrativo de militares y curas.

También es cierto que después, durante la juventud, aparecieron, al margen del antiguo tubo -el barrio más canalla y casi portuario de una ciudad sin mar- algunas zonas de "movida moderna": recuerdo sus calles, los bares, los cuartos de baño absolutamente inmundos a los que enseguida nos acostumbramos, los amaneceres regresando a casa mientras los servicios de limpieza lavaban las calles con mangueras.

Hoy Zaragoza es una ciudad muy distinta. Los niños ya no se vuelven a mirar, como cuando yo era pequeño, al soldado negro de la Base Aérea norteamericana que existía entonces. Como en el resto del país la inmigración ha modificado el paisaje y la Exposición Internacional de dos mil ocho, al coste de una deuda inmensa, nos devolvió un río olvidado por los vecinos y convirtió aquella Vetusta en una pequeña capital europea con pasarelas, tranvías eléctricos y decenas de zonas peatonales y parques. Hoy las estrechas calles del tubo se llenan, además de zaragozanos, de turistas ansiosos de probar -y fotografiar- las exquisitas tapas que se sirven hasta alargar el vermú hasta las cuatro o las cinco de la tarde.

Zaragoza es hoy una ciudad poblada por decenas de nacionalidades y culturas a la que poder invitar a cualquier amigo de España o del extranjero sin complejo alguno. Es una gran ciudad bonita de la que poder sentirse orgullo, si uno se considera zaragozano.

3.

Me pregunto si yo me lo considero. Navarro de nacimiento, aragonés de Zaragoza de crianza, catalán de Gerona de maduración vital, aragonés de Huesca de regreso a este inevitable alejamiento del presente hacia el futuro, el agua corriendo cada vez más deprisa, precipitándose y precipitándonos con ella, todos mezclados unos con otros, juntos en la única certeza.

4.

Me desconcierta caminar entre tantos rostros desconocidos sin ser saludado o saludar cada dos por tres, sin reconocer uno de cada tres o cuatro rostros como me sucede en Barbastro; me desconciertan las continuas sirenas de las ambulancias y los chillidos de los frenos de los autobuses urbanos de Zaragoza en las marquesinas de las paradas. Me doy cuenta, no sin cierto asombro, de que he terminado acostumbrándome a otro ritmo donde las cosas suceden más lentamente.

Es normal: Barbastro, Binéfar sobre todo -dieciséis años viviendo y cantando allí- ocupan veinte años de mis cincuenta y tres. Ahora mismo Zaragoza me queda grande. Las aglomeraciones comerciales me producen ansiedad, todos esos miles de rostros desconocidos, el ritmo que transmiten, los inmensos aparcamientos subterráneos. Echo de menos la lejanía de las montañas en cuyas cumbres todavía queda nieve, los prados intensamente verdes en este precisa época de la primavera, tan verdes que resultan difíciles de creer.

sábado, 8 de abril de 2017

Seda china

Durante nuestro paseo matinal hemos descubierto las primeras amapolas de la estación. Entre las flores que más me gustan están las amapolas silvestres de frágiles y efímeros pétalos de seda china. Catorce grados de temperatura y una suave brisa: ojalá el verano se plantara aquí.

Maite y yo conversamos y callamos mientras caminamos. A mí me gusta mucho cuando no nos decimos nada durante algunos minutos, sentirla a mi lado mientras avanzamos hacia adelante entre el canal y los campos de cebada y las encinas. Todavía hay nieve en las montañas, algo imposible de creer cuando de regreso al coche comienzo a sudar un poco. Y en las lindes de los campos las primeras amapolas de un color rojo tan puro y ajeno a la inteligencia humana también resultan difíciles de creer. Qué planeta tan extraño es nuestro hogar.

jueves, 6 de abril de 2017

Afinación

Había olvidado la felicidad de escribir casi cada día. Este acto sencillo de sentarme delante del portátil, abrir la página y teclear palabras. Su poder. Su consuelo. Su revelación.

Escribir me obliga a articular mi pensamiento, algo que me hace mucho bien porque el mero hecho de escribir me otorga el poder de discriminar, ordenar y determinar qué es lo importante. Escribir me hace mucho bien porque casi siempre es un acto de pura voluntad contra mi cerebro desafinado.

Si dijera: "Mi cerebro desafinado no podrá más que yo, ganaré esta batalla", mentiría claramente, porque mi cerebro es todo lo que soy y él mismo me permite darme cuenta de algo tan evidente.

Pero nunca me rendiré. Sé afinar una guitarra. Sé cantar la nota exacta de una partitura, y está mal que yo lo diga pero tengo ese don, del cual no puedo atribuirme mérito alguno más allá de los genes heredados.

Algún día lograré que mi cerebro esté afinado. Lo estuvo durante los muchos años en los que desconocía que podía no estarlo. La infancia, la juventud.

Nunca me rendiré. Reduzco el campo de batalla al mínimo espacio posible que me rodea. Sólo quiero que mi existencia sea una experiencia afinada, nada más.

miércoles, 5 de abril de 2017

Normal

Qué día más normal ha sido el de hoy, este miércoles cinco de abril de dos mil diecisiete. Ha sido tan normal que si tuviera que dejar algún resto para los futuros excavadores arqueológicos del pasado escogería el día de hoy. Ojalá se dieran cuenta de que los días normales fueron los extraordinarios ladrillos de la felicidad normal de los seres humanos normales de principios del siglo veintiuno igual que hace dos mil, cuatro mil, diez mil, treinta mil años.

martes, 4 de abril de 2017

Zarpazos grotescos

Hoy he finalizado mis diez sesiones de fisioterapia. Ha sido un alivio terminar con la obligación de ir cada día a la clínica. La resonancia magnética desveló, y copio literalmente, "progresiones disco-osteofitarias C5-C6 y C6-C7 con componente foraminal bilateral y presumible compromiso de raíces emergentes C6 y C7, sobre todo de la C7 izquierda". Para resumir: signos degenerativos que, a partir de los treinta o cuarenta años, aparecerían en cualquiera -aunque yo fui porque me dolía y tenía hormigueos en el brazo izquierdo.

He aprendido algo durante estas diez sesiones, y ya lo escribí: somos artefactos, y el discurrir del tiempo deja su huella en nosotros sin que podamos hacer nada por impedirlo.

Sí, es verdad: los buenos hábitos, el deporte, el yoga, la meditación y una actitud elocuentemente positiva hacia los acontecimientos que pueda traer el futuro pueden ralentizar ese irremediable proceso de decadencia, no lo dudo, he conocido al otro lado de mi mesa casos casi increíbles. En lo que a mí respecta no tengo buenos hábitos, no practico deporte, no hago yoga ni tampoco meditación aunque, eso sí, a pesar de mis problemas de depresión y ansiedad, tengo una tendencia absurda a ser positivo, ¡incluso soy de los pocos humanos que cree que nuestra especie se dará cuenta a tiempo del desastre, cambiará la guerra por la exploración espacial y colonizará otros mundos, ahí es nada!

Yo no lo veré y, ¿sabes qué? No me importa. Llevamos tan poco tiempo en este mundo... Probablemente no lo vean siquiera los tataranietos de mis tataranietos. O tal vez sí. Lo único que me da miedo, pero hasta cierto punto, es imaginar a un ser humano asistiendo al fin de su estirpe. Aunque él no lo sabrá como no lo supo el último Neandertal que cada mañana contemplaba el mar Mediterráneo desde su cueva en el sur de España. Probablemente era consciente de que hacía muchas estaciones que los clanes no se reunían según la tradición; seguramente era consciente de que hacía mucho tiempo que no encontraba a seres humanos como él; cuando poco a poco fueron muriendo los miembros de su grupo y él fue el último de su tribu, estoy seguro de que jamás imaginó que su final era el final de una especie que había habitado la tierra durante centenares de miles de años. El mundo era tan aparentemente inmenso. ¿Cómo creer algo así?

Yo no lo veré y, ¿sabes qué? Sí que me importa. Antes he mentido. Me preocupan los tataranietos de mis tataranietos, e incluso los tataranietos de tus tataranietos. Sé que desaparecemos pero, como un gato panza arriba, lanzo zarpazos grotescos a los agujeros negros del universo.

Nada quedará de las vértebras de mi cuello porque cuando muera seré incinerado. Nada quedará de mis músculos contracturados por la tensión intrínseca a la atención al público. Nada de mi cerebro leal y traidor al mismo tiempo, no quedará nada. Sólo, y no es poco, este preciso instante en el que yo he terminado de escribir y tú has acabado de leerme.

lunes, 3 de abril de 2017

En la oscuridad

Tarde de sol que atraviesa la cortina e ilumina toda la casa hasta alcanzar los lugares más recónditos. Tanta luz a mi alrededor mientras mi corazón, como los motores de las naves espaciales, palpita en la más absoluta oscuridad.

sábado, 1 de abril de 2017

Andén

El viento feroz se cuela en la cocina a través del tubo de la campana de extracción de humos. Ulula sordamente como si llegase de otro tiempo: un pasado remoto, un futuro muy lejano.

Al otro lado de la calle las ramas de los árboles se agitan como manos en el andén de una estación.

viernes, 31 de marzo de 2017

jueves, 30 de marzo de 2017

De patos y huevos

Un grupo de tres patos se ha instalado frente a nuestro edificio al otro lado del río. Son un macho y dos hembras, él colorido como el traje de un emperador y ellas grises y modestas como... no sé, ¿las hembras de los patos?

El agua del río Vero se dirige al mar a toda velocidad pero el pequeño grupo explora los grandes charcos que se formaron durante las últimas lluvias en las zonas alrededor de la canalización. Me asomo para ver qué hacen y normalmente tienen la cabeza dentro del agua buscando lombrices, renacuajos y animales o larvas de animales que no puedo imaginar que vivan al otro lado de la acera.

Mientras tanto mi vida personal se ha visto levemente alterada: Alfonso, el fisioterapeuta que trata mis problemas cervicales (al final no era una simple contractura pero tampoco nada demasiado raro para una persona de mi edad y con mi profesión), se va de la policlínica en la que me estoy tratando para iniciar su propia consulta particular, y mañana me atenderá otra persona, una chica de Binéfar a la que probablemente haya dado clase Maite en el pasado.

Me ha dado pena que Alfonso se haya ido porque habíamos establecido una muy buena relación fisio/paciente, pero volveremos a vernos porque para iniciar su nuevo proyecto vendrá al otro lado de mi mesa de trabajo y yo trataré de ayudarle todo lo posible. Es, como dicen por aquí, un buen zagal.

Por otro lado mi hijo se operó ayer las cuatro muelas del juicio. Sí, las cuatro a la vez, y hoy ha venido desde Huesca a Barbastro para que le cuidemos un poco. Nosotros le sugerimos en su momento que se lo hiciera en verano para no perder curso pero no, ¡oh, qué tragedia griega, sus dientes se estaban moviendo!

Ahora sólo puede comer cosas frías y fáciles de masticar. La semana que viene le quitarán los puntos. Va a perder días de clase. Su madre no entiende semejante descerebramiento pero yo lo entiendo tan bien... No sé, ¿por qué los hombres somos así? ¿Que hay un problema? Debemos solucionarlo -o empeorarlo- ya, hoy, ayer, ahora, no podemos esperar, y si es posible debemos hacerlo usando nuestra fuerza corporal.

Esta urgencia muscular, hormonal, testicular, es algo que han sabido aprovechar inteligentemente los ejércitos desde las épocas más remotas. Somos eternas y sucesivas herramientas sustituibles. Moriremos como en la época napoleónica fila tras fila mientras nos disparan, porque, burros, nos basta una sola pregunta: "¿A que no hay huevos?".

domingo, 26 de marzo de 2017

Fui por los campos verdes

A mí, junto al sexo, la comida, la siesta, la lectura, escribir, la música, el alcohol, el cine, no hacer nada, etcétera, una de las cosas que más me gustan son los caminos del campo.

Esta mañana hemos explorado territorio incógnito. Mientras caminábamos yo no dejaba de recordar una canción del siglo XVI que canté muchas veces con la Coral de Binéfar:

Levanteme, madre,
al salir el sol,
fui por los campos verdes
a buscar mi amor.


Muchos kilómetros más allá de los campos verdes podíamos contemplar las cordilleras coronadas de nieve. Vimos también un zorro que durante un momento se detuvo y nos observó con curiosidad antes de salir corriendo. Vimos huellas de jabalís en la tierra húmeda después de la temprana nevada y posterior lluvia de ayer. Entre las rectas líneas de los viñedos crecían miles de pequeñas flores amarillas.