domingo, 10 de febrero de 2019

Diez de febrero

Los domingos por la tarde se parecen al desierto de Atacama, a la Antártida, a la fosa de las Marianas. Parece que no fuese posible la vida allí, pero existe. Primitiva, básica, simple, pero vida viva. Células reproduciéndose y sustituyéndose una y otra vez. Nubes en el cielo a kilómetros de altura tiñéndose con las últimas luces del sol.

Los domingos por la tarde se parecen a un final del mundo que, a estas horas, ya no nos importara, que aceptásemos mansamente como tantas veces aceptamos las cosas. Los domingos por la tarde son el momento ideal para invadir un país o un planeta, el momento ideal para acunar la esperanza en vez de despertarla. Duerme, duerme, pequeña.

sábado, 9 de febrero de 2019

Nueve de febrero

No había niebla en Binéfar, y además aparqué en una zona restringida a la policía local y me pusieron una multa que pagaré el lunes en el banco (si lo hago antes de veinte días naturales pago la mitad, en este caso veintisiete euros).

Pero me lo pasé muy bien. Tengo una relación de amor con Binéfar. Viví allí entre mil novecientos noventa y siete y, no sé, ¿hace tres o cuatro años? Allí crecieron mis hijos, allí canté en un coro del que llegué a ser su presidente; allí, después de los ensayos, íbamos al Chanti a tomar unas copas. Quiero mucho a ese pequeño lugar en el mundo como quiero mucho a Cataluña, donde viví casi diez años de mi vida y donde aprendí su idioma, una lengua que me encanta practicar cada vez que tengo la mínima oportunidad.

Anoche lo pasé muy bien con tres amigas por las que siento un cariño inmenso. Cada una de ellas es absolutamente distinta de las demás; cada una tiene su personalidad, su historia familiar, sus ideas políticas, y cada una de ellas son preciosas para mí, precisamente, por eso.

Anoche, mientras regresaba a Barbastro conduciendo por la misma carretera que recorrí durante años y años cada día ida y vuelta, sólo tenía un temor: que hubiese un control de la Guardia Civil en la rotonda de entrada a Barbastro. Se ponen mucho allí y nos habíamos bebido dos botellas de vino y -yo- un gintonic.

La noche estaba preciosa, oscura, negra. Ya he dicho muchas veces que me encanta conducir de noche y es la pura verdad. Con las luces verdes de los instrumentos de mi vieja Citroen Picasso y los faros iluminando el futuro, no me cuesta nada conducir imaginándome el piloto de una nave espacial. En realidad sé que lo soy como lo sois todos vosotros y vosotras devorando kilómetros bajo la tímida luna. Kilómetros y tiempo y espacio. Si por mí fuera conduciría siempre de noche, sin interferencias, sin tráfico, sin la pesada y molesta presencia del prepotente sol, ese dios de verdad.

viernes, 8 de febrero de 2019

Ocho de febrero

Despierto bruscamente de la siesta como si regresase de una vida paralela o hubiera sido excretado por el otro lado de un agujero negro. Durante unos segundos ni siquiera sé dónde estoy.

Pero debo darme prisa porque tengo una cita en Binéfar.  Allí he quedado con tres amigas a las que hace mucho tiempo que no veo. Hace meses que no voy a Binéfar. ¿Habrá niebla? Me gustaría.

jueves, 7 de febrero de 2019

Siete de febrero

Lo que más anhelo después del amor es la paz. La paz sensorial, la paz mental, la paz como concepto de todo lo contrario a la ansiedad y la angustia, la paz como sinónimo de descanso, incluso de cierta insensibilidad controlada, si eso es posible. No sé por qué mi cerebro se empeña en sentir el amor pero no la paz, aunque vivo día a día y contemplo, y exploro, y también imagino. Imagino. Imagino.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Seis de febrero

Estaba mal aparcado frente a la policlínica cuando ella ha salido de su consulta médica. Ha echado un vistazo alrededor y, al descubrirme, ha sonreído. Después de cruzar la calle tras mirar a un lado y otro ha entrado en el coche y se ha sentado en el asiento del copiloto. Durante esos segundos previos, ese instante en el que la he visto un poco de lejos, buscándome con la mirada, he vuelto a saber por qué me enamoré de ella hace treinta y cinco años.

martes, 5 de febrero de 2019

Cinco de febrero

Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.

Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.

Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!

lunes, 4 de febrero de 2019

Cuatro de febrero

Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.

A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.

Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.

Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.

Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.

domingo, 3 de febrero de 2019

Tres de febrero.

Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.

De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.

Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.

sábado, 2 de febrero de 2019

Dos de febrero

El fuerte viento se filtra a través de la campana extractora de la cocina. Ulula débilmente. Miro en la televisión las imágenes del frío glacial en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos. ¡Cuarenta grados bajo cero! Y mi imaginación comienza a funcionar como si un niño le hubiera dado cuerda girando una pequeña llave en mi espalda.

El mundo está cambiando a una velocidad mucho mayor de lo que se pensaba hace diez o quince años. No dudo de que nuestra especie sobrevivirá temporalmente, tampoco de que el número de sus millones de habitantes disminuirá drásticamente, a menos que colonicemos otros planetas, algo que hoy por hoy parece imposible, como imposible parecía lograr pisar el suelo de la luna. Las migraciones climáticas serán todavía más dramáticas que las económicas o políticas: cuando dejemos de poder sembrar y alimentarnos iremos allí donde podamos hacerlo, y no habrá espacio para todos. Por rápido que esto suceda casi con toda seguridad yo ya habré muerto, algo que me da mucha rabia porque me impedirá seguir mirando y explorando, que es lo que más me gusta hacer (haciendo honor a mi apellido).

Limpio concienzudamente la vitrocerámica de nuestra cocina con Vitroclen y una rasqueta, y mientras lo hago escucho el viento filtrándose a través de la campana extractora. Cierro los ojos y me imagino viviendo en un refugio, algo así como un iglú de ladrillos y hormigón armado. Después abro los ojos y caigo en la cuenta de que hoy es uno de los días más importantes en Barbastro: la Feria de la Candelera. Siempre se ha celebrado a través de los siglos desde mil quinientos trece. Con lluvia, con viento, con nieve. Esa asombrosa tenacidad me hace creer, mientras limpio, que en nuestros genes están firmemente ancladas las moléculas químicas necesarias para sobrevivir como individuos y, sobre todo, como especie. Eso me gusta pensar.

viernes, 1 de febrero de 2019

Uno de febrero

Enero se despidió con lluvia y febrero comenzó con ella aunque pronto amainó. Me gusta cómo huelen las calles mojadas. El cielo gris. Un gato que pasa entre dos coches. Abrir la agencia. Encender el ordenador mientras la pequeña ciudad despierta del todo. Ordenar mi mesa de trabajo. Levantar la persiana a las nueve de la mañana para que nuestros clientes entren y todo comience.