miércoles, 20 de marzo de 2019

Veinte de marzo

Otra brazada
en mar abierto.

La tierra firme es un sueño
en nuestra cabeza: las cosas
que nos pasan allí, secos
bajo las nubes,
creando familias,
viendo crecer a nuestros hijos,
descubriendo nuevos amigos,
cenando en restaurantes,
leyendo libros, escribiendo
diarios, son un sueño.

Otra brazada
en mar abierto: respirar
oxígeno del aire y
expulsar en el agua
dióxido de carbono
en forma de burbujas
que quedan atrás.

martes, 19 de marzo de 2019

Diecinueve de marzo

Ahora mismo nuestro hijo de veintiún años está cocinando la cena, pollo con verduras. Lo veo en la cocina con el delantal y la tabla de picar y todo ordenado (no como su dormitorio, el centro abisal de un agujero negro) y me doy cuenta de cómo, sin darnos cuenta, ellos nos miraban cuando eran pequeños e, inconscientemente, tomaban nota.

He llamado a mi padre para felicitarle en el día del padre. Me ha preguntado si mis hijos lo habían hecho. Le he dicho que, en estas costumbres del día de tal o de cual, éramos los últimos de Filipinas. Le he dicho también que le quería muchísimo y era un ejemplo para mí, sobre todo ahora, cuando mi madre está enferma y él está ahí, al pie de todo; le he dicho que era la persona más buena que había conocido en mi vida y que me sentía orgulloso de ser hijo suyo.

No ha sido difícil porque todo era verdad. Han existido y existirán seres humanos extraordinariamente buenos sobre la tierra, y puedo afirmar sin duda alguna que mi padre, Jesús Miramón Martínez, es y será hasta el fin de los tiempos uno de ellos.

lunes, 18 de marzo de 2019

Dieciocho de marzo

Se me cierran los ojos de puro cansancio, que en mi caso es mental. No sé cuántas calorías consume el cerebro ni tengo ganas ahora de buscar esa información en internet. Las farolas de la calle junto a mi ventana tiñen las aceras de amarillo. Escucho música, bebo whisky, respiro y tecleo palabras en este cuadro en blanco de Blogger. No soy ajeno al mundo sino una partícula de él. Qué milagro. Qué responsabilidad.

domingo, 17 de marzo de 2019

Diecisiete de marzo

La tarde de domingo fluye lentamente entre altos árboles poblados por tucanes de picos de colores y monos capuchinos con el mismo peinado que yo.

Las nubes navegan a miles de kilómetros de altura sobre el sitio donde escribo, deshaciéndose y volviéndose a rehacer como nosotros no podemos. La luz languidece lentamente.

No tengo prisa, o mejor debería decir: no "siento" prisa. Ni siquiera ante el proyecto de escribir una entrada en este diario cada día.

He ido aprendiendo que da igual lo rápido o despacio que sucedan las cosas: el tiempo es algo ajeno a nosotros, impermeable a nuestras expectativas. El tiempo se ocupa de todo mientras sobre mi canoa se agitan las hojas de las palmeras y, de vez en cuando, delfines rosados de agua dulce asoman su aleta dorsal en el agua turbia.

sábado, 16 de marzo de 2019

Dieciséis de marzo

Hace un rato hemos vuelto de la casa de mi hermano gemelo, donde hemos celebrado una comilona familiar. El lugar, con todos los coches aparcados alrededor, parecía una de esas comidas italianas que salen en las películas sobre la mafia, salvo que en este caso todos éramos personas normales, hombres, mujeres, niñas, niños, y dos abuelos muy contentos de vernos a su alrededor. Mi hermano Javier es un experto haciendo paellas. La de hoy era para veinticuatro personas y estaba buenísima. También hemos comido longanizas de Graus que hemos llevado nosotros, chistorra casera de Navarra que ha traído mi hermana del pueblo, morcillas, queso, chorizo, en fin. Hemos vuelto con un táper de arroz de los que nuestra querida cuñada Ana, previsora, había comprado sabiendo que, como siempre, sobraría mucha comida.

No nos reunimos muy a menudo. La familia de mi padre y mi madre ha dado lugar a dieciocho personas y es difícil cuadrar las fechas. Creo que la última vez fue en Navidades. Eso sí, cuando lo hacemos nos lo pasamos muy bien. Maite y yo hemos sido los últimos en levantarnos de la sobremesa ¡y eran más de las nueve de la noche! Las sobremesas de mi familia son míticas. A todos nos gusta mucho opinar y hablar de lo humano y lo divino, y lo hacemos sin cortapisa alguna mientras tomamos café, comemos pasteles y bebemos whisky y gin-tonics. Hoy además estaba la pareja de mi sobrina, con la que hemos sabido que vive desde hace un mes en un piso en el pueblo de aquella, una mujer risueña, cariñosa y que nos tiene enamorados a todos. Patricia y Marta: sois maravillosas y os queremos muchísimo, ya lo sabéis. Os deseamos lo mejor para el futuro en esta nueva etapa. ¿Ya he dicho que sois maravillosas?

Ahora llega el bajón. Como hemos comido tanto no tengo hambre, aunque supongo que algo caerá antes de irnos a dormir. Me gustan estas reuniones familiares llenas de coches, mis padres ya muy mayores, mis hermanos y hermana, mi cuñado Gustavo (una de las personas más profundamente buenas que conozco), mis sobrinas y sobrinos, algunos todavía pequeños, la mayor ya con su compañera. La vida crece y el amor también. Somos una pequeña tribu, como diría Javier, unida por el amor y el respeto entre nosotros. Como alguna vez he escrito -y he escrito tantísimo que tengo la sensación de no escribir nada nuevo desde hace años-, días como hoy son los recuerdos del futuro, cuando las cosas sean distintas. Es como sembrar un huerto sin darnos cuenta. Bueno, aunque yo sí me doy cuenta, un poco, no puedo evitarlo.

viernes, 15 de marzo de 2019

Quince de marzo

Cinco estornudos, siete estornudos, diez estornudos seguidos, tal vez doce, sin poder parar. Ojos llorosos. Brotes atópicos en la piel. El calendario dirá lo que quiera, pero la primavera, para mi alérgica desgracia, ya ha llegado. Sé lo que me espera, me acompaña desde hace muchos años. Ella es así: bella y letal*.

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* Igual he exagerado un poco en el último adjetivo. Todo lo demás es cierto.

jueves, 14 de marzo de 2019

Catorce de marzo

Otro día se apaga lentamente. Socialicé muchísimo por la mañana y por la tarde me recluí en el silencio, la siesta y esta mesa pequeña junto a mi cama, ahora. Este es mi momento. Nada extraordinario me sucedió, salvando el hecho de conocer a decenas de personas que no conocía y, de vez en cuando, sentir una conexión especial con ellas.

Por la mañana, yendo a trabajar, los aviones habían dejado líneas blancas de su rastro en el cielo azul. Un gato callejero salió de debajo de un coche, un macho con una oreja mordida, la cola rota y el aspecto de un pirata: un superviviente.

Delante de mí unas niñas sudamericanas en vez de caminar bailaban y saltaban rumbo al colegio, sus pequeñas melenas de un negro azabache moviéndose de un lado a otro, las mochilas rosas en su espalda. Me conmovieron hasta el hueso.

Al llegar a la agencia ya había dos personas esperando fuera. Les dije: "Abrimos la atención al público a las nueve".  Me contestaron: "Vale, vale, tranquilo, ya esperamos".

El día que ahora se apaga lentamente comenzaba entonces. Cada día es la metáfora de una vida, y lo mismo sucede al revés.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Trece de marzo

Las playas del oeste de Irlanda son orillas de conchas trituradas por las mareas y algas que la marea abandona en ellas. El cielo está nublado y la arena huele a cierta dulce y lenta putrefacción vegetal. Lo recuerdo.

martes, 12 de marzo de 2019

Doce de marzo

A menudo encuentro paz en la monotonía. Otras veces no, otras veces me gustaría tener una vida plena de aventuras y acontecimientos inesperados, pero hoy es un día para lo primero: rutina, retiro, tomarme una copa, escribir algunas palabras y luego irme a dormir.

Sé que me estoy haciendo mayor porque yo, que siempre odié dormir pues sentía que me robaba tiempo, ahora amo dormir, tal vez me he dado cuenta de que el tiempo no es nada, y también porque sueño mucho y frecuentemente recuerdo los sueños.

El tiempo de estar despierto y el tiempo de dormir es el mismo, pero en el primero los sucesos suelen ser, hasta cierto punto, previsibles, y en el segundo nunca sabes lo que va a ocurrir, vives en un lugar construido con basura mental, anhelos y viejos recuerdos ya olvidados. De día, en plena vorágine de trabajo, a veces echo de menos ese otro mundo aleatorio.

Cuando cada mañana suena el despertador me da mucha pena porque nunca volveré a visitar el otro lado tal y como lo dejé al abrir los ojos. Me da rabia no poder controlar ese fenómeno, y con eso me quedo.

A lo largo del día el cerebro, pese a mis esfuerzos, va olvidando lo soñado y al acostarme de nuevo, muy cansado como ahora mismo, una nueva historia vuelve a comenzar para no tener nunca un desenlace.

lunes, 11 de marzo de 2019

Once de marzo

Todos o casi todos los almendros han dejado caer los pétalos de sus flores y los frutos han comenzado a madurar.

Ayer los campos de cebada fulgían bajo el cielo azul con su característico color verde esmeralda cuando regresábamos de Zaragoza.

Ese color intenso y único durará unas semanas, una maravilla que siempre me ha fascinado tanto como en lo que se transformará: el milagroso amarillo casi dorado de la sazón y la cosecha.