martes, 30 de abril de 2019

Treinta de abril

Cada día doy la bienvenida a recién llegados y llegadas que duermen en sus cochecitos de bebé; cada día despido a seres humanos de edades más variadas de las que creeríais, personas que dejan un hueco vacío donde estaban pero que, en el fondo, a quienes no vivíamos allí, no nos importa. La sonrisa de un bebé mueve continentes; nuestra desaparición en la habitación de una casa pasa sin pena ni gloria, incluso es molesta para quienes la visitaban de vez en cuando. Así es nuestra naturaleza. Y no digo que esté bien o esté mal: sólo describo lo que observo tras muchos años trabajando con mis congéneres.

Y en el fondo lo comprendo. Sinceramente, humanamente, lo comprendo. Estamos diseñados para vivir como si fuésemos inmortales, por eso la inmensa mayoría de nosotros huimos inconscientemente de lo que niega ese artificio, esa creación tan ficticia como la de la existencia de dios.

Uno de "mis" usuarios, y con ello me refiero a las personas a las que llevo atendiendo desde hace años, es un ingeniero que se llama Eduardo y hace años fue transplantado de corazón y, por aquellas cosas de la crisis económica, le quedó una pensión ridícula y vive ahora con su familia en Graus. Siempre que nos vemos me dice claramente, con los ojos ligeramente inyectados en sangre, que sabe que no se hará viejo. Tiene mi edad más o menos. El otro día le atendí en la Agencia Comarcal y me dijo, mirándome directamente a los ojos, que se había dado cuenta de que cuando uno se muere tampoco sucede gran cosa, que sólo un puñado de personas, y durante un tiempo, como así debe ser, le echan a uno de menos y lloran, y después nada. Yo le sostuve la mirada y le dije que tenía razón. Los seres humanos llevamos naciendo y muriendo miles, millones de años. Nuestra desaparición individual, en realidad, no es ningún problema. Creo que agradeció que lo reconociera, que no tratara de consolarle.

Siento que me estoy haciendo mayor y un poco más sabio en estas cosas. No podía engañarle y decirle, conociendo su inteligencia, algo que iba a insultarle. Morimos, desaparecemos, y el mundo sigue. No le hacíamos falta antes ni se la haremos jamás. El Mediterráneo, debido al movimiento de las placas tectónicas, se elevará dentro de millones de años convirtiéndose en una cordillera como la que ahora es el Himalaya. Nada tiene sentido salvo estos breves momentos en los que articulamos el pensamiento y damos testimonio, aún sabiendo que se perderá. Debemos explorar, llevamos ese impulso en nuestros genes: qué hay más allá de la colina, qué escribiré mañana si mi vida es la más común de las vidas, ¿aparecerá el mar cuando el coche gire en la siguiente curva?

lunes, 29 de abril de 2019

Veintinueve de abril

El día de hoy ha sido ligero sabiendo que en mi país la derecha apoyada por la extrema derecha había sido detenida gracias a un alto índice de votos, uno de los mayores en las últimas décadas. Cuando en España todo el mundo va a votar suele triunfar el sentido común, la tolerancia, la aceptación de los otros, la integración. Somos el país número uno en el planeta entero en número de donaciones de órganos. Cuando suceden catástrofes internacionales España suele ser uno de los países que más ayuda presta en relación a su población.

Yo ayer por la noche me sentí orgulloso de mis vecinos. Yo, que si algo no soy es nacionalista. Los votos habían vencido a las mentiras, las infamias y los bulos de los tres partidos de la derecha. Hubiera pagado por ver los rostros de sus líderes al darse cuenta de que los españoles, cuando votamos casi todas y todos, no nos tragamos mentiras tan gruesas como que Sánchez había pactado con los independentistas (¡si así hubiera sido no hubiera habido convocatoria electoral, idiota!), que Otegui determinaba la política del PSOE, barbaridades así. ¿Tan tontos nos creían a los votantes?

Me alegro mucho, muchísimo, del resultado electoral de ayer en España. Sólo espero que el PSOE no pacte con Ciudadanos, pero esa posibilidad es algo que me parece casi imposible habida cuenta de las declaraciones del líder de este último partido, que lo fía todo a convertirse en el partido principal de la derecha. Sé que habrá presiones del mundo empresarial y mediático para que eso suceda, pero confío en que Sánchez sepa qué esperanza se ha depositado en su voto.

Estoy contento y voy a dormir bien. Nunca había hecho campaña política, y en esta ocasión me he dejado la piel en las redes sociales. Nos jugábamos tanto. La ultraderecha estará en el Parlamento pero su papel será insignificante, sin consecuencia alguna en la vida de las personas más allá del miedo que da.

Soy progresista, sí. Lo soy desde que era muy joven. Creo en la justicia, en la igualdad social, en los servicios públicos, en la desaparición de fronteras, en la fraternidad, en la redistribución de la riqueza de países y continentes: creo en el feminismo, en la aceptación del diferente, en el respeto a cualquier opción sexual que no obligue a nadie a hacer nada que no quiera hacer; creo en una futura Ley de Eutanasia que permita a enfermos terminales ser propietarios de su vida sin que ninguna otra persona les arrebate esa última decisión. Sí, imagino que soy "progre". Buenas noches.

domingo, 28 de abril de 2019

Veintiocho de abril

Me siento feliz. El Partido Socialista ha ganado las elecciones y, sobre todo, ha relegado a la ultraderecha a un rincón insustancial del congreso. La movilización ha merecido la pena. Porque somos humanos somos políticos. Yo, por mi trabajo, sé las consecuencias de las decisiones de los legisladores. Afectan a nuestra vida cotidiana. He hecho campaña, lo sé, y me alegro de que los resultados sean los que yo deseaba. Que Pedro Sánchez pueda seguir siendo el presidente de España es para mí una noticia maravillosa. Lo que había enfrente era terrible. Me acuesto feliz. Hay cuatro años por delante para desarrollar políticas progresistas. Bona nit.

sábado, 27 de abril de 2019

Veintisiete de abril

Jornada de reflexión: quiero un país justo, feminista, defensor y militante de los servicios públicos. No hay más. Es así de sencillo.

viernes, 26 de abril de 2019

Veintiséis de abril

Estas cinco estaciones son un lugar de descanso para mi mente precipitada. Mi mente precipitada, sí, una precipitación contra la que casi toda mi vida mantuve, y todavía mantengo, una sorda lucha para contenerla.

Fui tartamudo hasta los doce o trece años. Todavía recuerdo cómo lo que pensaba se amontonaba en forma de palabras en mi mente creando un colapso que me impedía articularlas a la velocidad necesaria. Esas palabras podían ser, perfectamente: "Póngame tres barras de pan y dos bolsas de leche, por favor". La panadería de Adelina estaba en la acera de enfrente de casa de mis padres, y cuando me mandaban a comprar pan a veces ella llamaba a mis padres porque yo no me acordaba de si eran dos barras de pan y tres bolsas de leche (entonces vendían la leche fresca en bolsas) o al revés. A veces perdía el dinero en los tres o cuatro metros que separaban el portal de nuestra casa de su tienda.

En algún momento dejé de tartamudear. Lo que quería decir y la velocidad a la que lo quería decir coincidieron y ya está, fue como un clic. No por ello mi mente se calmó, pero encontró otros modos de evacuar su velocidad. No mencionaré por su nombre uno de los más efectivos a esas edades, pero recuerdo que era como un bonobo solitario y compulsivo.

Luego llegaron los años de lecturas insaciables, robadas a las noches, al patio en el instituto, robadas a mi vida de adolescente. Fundé una revista, hice teatro, ¡cualquier cosa antes que estudiar! Aquí mis recuerdos comienzan a confundirse. Un campo de voleibol, una sala de conferencias que llamábamos "Siberia" porque siempre hacía mucho frío y que cubrimos de hojarasca de otoño para un recital de poesía.

Recuerdo mientras escribo y me doy cuenta de que, en realidad, lo que estoy escribiendo probablemente sólo tenga sentido en mi cabeza que recuerda. ¿De qué manera podría interesarte a ti? A menos que pienses que tú y yo estamos unidos desde que abrimos los ojos por primera vez hasta que los cerramos para nunca despertar por un vínculo eterno: somos humanos, sé que mi experiencia no es única en este planeta, sé que mi experiencia puedo compartirla sin vergüenza ni reparo con todos los seres humanos que han vivido antes que yo. Qué menos con quienes comparto el tiempo y el espacio.

Estas cinco estaciones son un lugar de descanso para mi mente que, a menudo para mi desgracia, nunca nunca descansa. Me siento ante la página en blanco, me pongo música, respiro y dejo que mis dedos se deslicen por el teclado. Te confieso que frecuentemente no sé ni qué estoy escribiendo exactamente.

jueves, 25 de abril de 2019

Veinticinco de abril

Llovió débilmente durante todo el día y ahora, momentos antes del atardecer, el cielo se ha abierto y entre las nubes ha asomado un sol inesperado convirtiendo todas las anodinas fachadas de los edificios circundantes en templos griegos de ladrillos de oro.

miércoles, 24 de abril de 2019

Veinticuatro de abril

Mi cuerpo está empeñado en ponerme a prueba, y ahora lo que tengo es un catarro o bronquitis importante, con mucha tos. Cristina, mi médico, me ha recetado un antibiótico de tres días. Espero estar mejor el viernes, cuando acabe.

Últimamente se está colando en mis comentarios Spam a todas horas, comentarios que tengo que borrar y eliminar uno a uno. Como estoy así he decidido moderar los comentarios durante una temporada. Si, por alguna razón, os apetece comentar, me llegará un aviso al correo y le daré curso con mucho gusto. Al dichoso Spam, que nunca he comprendido qué gana con estas cosas, me lo cargaré directamente.

No tengo ganas de escribir, sólo de meterme en la cama y dormir. Buenas noches.

martes, 23 de abril de 2019

Veintitrés de abril

Lo único que me gusta de San Jorge es que es festivo en Aragón y no tengo que ir a trabajar. El día de Aragón como tal, y por coherencia con lo que pienso acerca de la naturaleza de los seres humanos, me importa un pimiento.

¿Qué mérito prodigioso recae en la absoluta casualidad de haber nacido en un lugar u otro del mundo? Es que hasta el espíritu más perezoso se tiene que dar cuenta. Nacer en un lugar no es mejor que nacer en otro. No pertenecemos a tierra alguna sino a nuestras decisiones, y por eso nuestra aventura consiste en descubrir y explorar. Caminemos hasta la siguiente colina para ver qué se vislumbra desde allí.

lunes, 22 de abril de 2019

Veintidós de abril

Hoy nuestro hijo pequeño ha cumplido veintidós años. Estábamos nosotros, sus padres, su novia Raquel y su hermana Paula. Ha sido bonito, porque en nuestra familia no somos de celebrar este tipo de cosas. Raquel había cocinado su primera tarta de queso con frutos del bosque, que estaba buenísima, y el horno se ocupó de un ternasco de la zona con patatas. Una comida y una celebración sencillas pero muy bonitas. Creo que él no se esperaba una ceremonia al uso. Mientras todo sucedía yo le observaba y me asombraba su belleza, su risa de reto al mundo presente y por venir, su energía agotadora. Pensaba en lo pequeño que era cuando por primera vez lo tuve en mis brazos, un gusanito como todos los recién nacidos. Cada día, en mi trabajo, atiendo a jóvenes parejas que acaban de tener un bebé y es de las cosas que más me gusta hacer: sus rostros cansados y al mismo tiempo estupefactos e ilusionados. A veces tengo ganas de decirles que esas gusanitas y gusanitos acabarán convirtiéndose en mujeres y hombres más altas y fuertes que ellos, pero no lo hago porque eso es algo que cada pareja merece la pena descubrir sin que nadie se lo anuncie.

Hoy Carlos Miramón Puértolas ha cumplido veintidós años. Es una buena persona, con sus defectos y sus virtudes, como sus padres, pero bueno como no se puede ser más bueno, en el sentido estricto de la palabra: igualitario, feminista, libre, alegre sin límite, amigo de sus amigos, amante de su amor.

Todo está bien, salvo que no llueve. Llevamos días con cielos de inminente lluvia que luego quedan en casi nada. Cuatro gotas. Cinco personas. Una tarta primeriza propia de una pastelería y mucho cariño compartido. Y el amor, el amor, siempre el amor. Feliz cumpleaños, mi príncipe.

domingo, 21 de abril de 2019

Veintiuno de abril

Ayer fuimos de excursión a la ruta de los azudes, en Pozán de Vero. Hoy hemos ido a Torres de Alcanadre para hacer una ruta que partía de una ermita y recorría un sendero hoy por hoy muy abandonado que en algunos tramos acompañaba al cauce del río Alcanadre. El paisaje era premonegrino, austero, cubierto de aliagas y y otras plantas que pinchaban, roca arenisca, pequeños pinos inferiores a nuestra estatura.

Soy de los que piensan que no hay lugar estrictamente feo sino la mirada que se deposita en él. Nuestra excursión de esta mañana ha sido muy bonita, pero nos hemos dado cuenta de que el sendero había sido invadido por la vegetación e incluso algunos de los postes de madera indicando la dirección habían caído al suelo sin que nadie se hubiera preocupado, en años, de ponerlos en su sitio. A menudo nos ha costado trabajo encontrar el camino, lo cual, tampoco voy a negarlo, nos ha hecho sentir exploradores de otro tiempo.

Paula echa de menos estos paisajes cambiantes. Al lado del río Alcanadre la vegetación de ribera crecía verde y maravillosa a pocos metros desde donde la admirábamos, terreno de matorral, romero en flor, zarzamoras, líquenes, musgo amarillo, malas hierbas y, como malas, protegidas por todas sus armas.

Hay una belleza antigua en los bosques de Noruega, quién podría negarlo. Árboles de diámetros inmensos y alturas épicas. Pudimos disfrutarlos el verano pasado. Agua, hierba, lagos, arroyos por todas partes. Hay una belleza antigua, es verdad, pero también monótona.

Paula, que ha venido a pasar unos días con nosotros, disfruta de la variedad de paisajes y, sobre todo, del disfrute de cambiar cada pocos kilómetros de naturaleza, incluso aunque ésta haya sido modificada por la humana. Me ha pedido que aparcara a un lado de la carretera junto a un campo de colza. El cielo era gris de lluvia y el campo amarillo intenso brillaba como un milagro alienígena.

Cuando nuestra hija viene a visitarnos recupera los campos de cereal, las amapolas, la aliaga, los altísimos cielos azules, las encinas carrascas, los pinos y enebros, las zarzamoras, los lirios silvestres, las margaritas, el paisaje de su infancia. Es cierto: no son los bosques vikingos entre los que ahora vive y que, para una temporada, lo mismo te dejan con la boca abierta. Pero echa de menos la variedad de que todo cambie si conduces unos kilómetros hacia Benasque o Bielsa o si los conduces hacia Sariñena y Tardienta. Incluso si conduces, como hacemos tantas veces, hacia el desierto que rodea a Zaragoza. Ella conoce, desde su infancia, la variedad, y tras eso todo es pobre y escaso.