jueves, 15 de agosto de 2019

Quince de agosto

De vuelta a Barbastro resulta que se han estropeado la lavadora y el aire acondicionado. La primera no funciona (y sí, he mirado el filtro y estaba limpio), y el aire del aire acondicionado no sale lo frío que debería salir. En fin, habrá que llamar a los técnicos pertinentes y pagar lo que nos pidan, si es que no están de vacaciones (como yo, por otra parte, así que no les culpes por ello, gilipollas).

Me dice Maite: "No dejes que estas cosas te pongan de mal humor, lo arreglaremos y ya está". Y sé que tiene razón, así que dejo de darle vueltas al asunto de las averías y me doy cuenta de la suerte que tengo de vivir con alguien tan inteligente y serena, alguien que conoce qué cosas son verdaderamente importantes.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Catorce de agosto

En este mismo instante
me siento vacío.
No triste, no
desgraciado, sencillamente
vacío. Escucho a
unos niños chillar
en la calle, jugando, y
me da igual. Es como si
durante unos minutos
hubiese dejado de tener
sentimientos. Sólo
apatía, aceptación sin juicio.

Ni siquiera me preocupa.

martes, 13 de agosto de 2019

Trece de agosto

Me asomo al balcón de nuestro quinto piso en Zaragoza frente al colegio de primaria ahora silencioso. Una mujer desciende la calle empujando o, más bien, frenando un carrito con un bebé que mira al cielo. Nuestra calle es una cuesta relativamente empinada.

De pronto las calas de la Costa Brava quedan muy lejos aunque hayan pasado apenas tres días. Es curiosa la flexibilidad con la que percibimos el tiempo. Paula buceaba el sábado por la mañana en las cristalinas aguas de la cala S'Alguer y ahora mismo probablemente esté trabajando en su laboratorio de Bergen, en Noruega.

Yo, por mi parte, continúo de vacaciones hasta el treinta y uno de agosto, y de lo que me estoy dando cuenta es de que podría estar jubilado perfectamente. Y eso que me gusta mi trabajo, me gusta mucho interactuar con los usuarios, pero no tener ninguna obligación, ninguna responsabilidad hacia los ciudadanos, disponer de todo el tiempo para uno mismo, es algo maravilloso. Sí, podría jubilarme mañana mismo.

Ayer y hoy está haciendo un tiempo espectacular en Zaragoza. ¡Esta madrugada me he tenido que cubrir con una sábana! Mediados de agosto. Luego llegará Septiembre y después Octubre. Ya sé que el otoño dura un poco menos cada año, pero cuánto me gustan esos pocos días antes del invierno, la estación en la que soy plenamente feliz.

lunes, 12 de agosto de 2019

Doce de agosto

He dormido mucho desde ayer. El cierzo sopla con fuerza en Zaragoza y atraviesa la casa de ventana abierta en ventana abierta provocando portazos. El insoportable y húmedo calor de Palamós quedó atrás y también el fondo rocoso de las calas, el agua transparente, la sensación de mi cuerpo subiendo y bajando al albur de las olas como si no pesara nada.

Como si no pesara nada. Sigo buscando eso fuera del mar, a centenares de kilómetros de las playas y calas. Esa sensación. Porque esa es la realidad: caminando por la acera rumbo al trabajo, haciendo cola en el supermercado, llenando el depósito de combustible del coche, durmiendo profundamente la siesta en el sofá, cargando con las bolsas de la compra en ambos brazos... No pesamos nada. En las básculas domésticas debería aparecer un mensaje que nos lo recordara y, en vez de aparecer una cifra de kilos, apareciese la palabra NADA.

Pero no queremos ser nada, queremos ser algo, y pesar equis kilos, y dormir equis horas, y existir, existir eternamente. Es el milagro que, de pronto, despertó en nuestros cerebros de primate. La concepción de la existencia de algo sin nombre pero pongámosle futuro y, a partir de semejante vértigo, la filosofía y la poesía y todo lo demás.

Yo ya no busco la felicidad. La encontré hace mucho mucho tiempo. Sé que suena muy raro pero en realidad es algo muy pequeño, casi diminuto. Soy feliz con mi leve depresión crónica, mi ansiedad, mis odiosos acúfenos o tinnitus, mi dermatitis psicológica que aparece y desaparece, mi sobrepeso, mis adicciones y mis obsesiones paranoicas, pero soy feliz. Y la culpa de mi felicidad no reside en que yo me acepte como soy, que también, sino en que la persona a la que más amo en este mundo, a quien conozco desde los diecinueve años, también me acepta como soy. Y eso es algo absolutamente increíble. Soy un ser humano muy afortunado porque soy amado. Así de sencillo y complicado es.

domingo, 11 de agosto de 2019

Once de agosto

Hemos dejado a Paula en la terminal dos del aeropuerto de Barcelona y hemos seguido nuestro camino rumbo a Zaragoza. Un poco más allá de Lérida me sentía muy cansado y hemos parado en una estación de servicio donde he tumbado el respaldo de mi asiento y he dormido unos minutos. He soñado con buganvillas, y también con una chica en bikini que, en una playa, me devolvía con su pala una pelota tan alta que desaparecía en el cielo detrás de mí. He abierto los ojos totalmente recuperado. Maite me ha dicho que no he dormido casi nada, apenas cinco minutos. A mí me ha parecido media hora. Ha sido suficiente para conducir la hora que me quedaba hasta aquí. El tiempo es elástico y mentiroso.

Adiós, humedad ambiental de Palamós; hola, calor real de Zaragoza sin trucos, seco, soportable para mí, maravilloso. El mar está muy lejos pero aquí se puede respirar y la ropa no se pega a la piel. Meseta pura y dura. El verano que viene volveré a no recordarlo.

Estoy muy cansado, cansadísimo. Aunque sean poco más de las diez y media de la noche, cuando termine este apunte en el cuaderno de bitácora de esta vieja nave que ya va siendo Las cinco estaciones me iré a dormir. Caeré redondo. Vencido. Bona nit. Me rindo.

sábado, 10 de agosto de 2019

Diez de agosto

Último día en Palamós. Para mí una semana es suficiente, me gusta mucho el mar pero no tanto el turismo del que formo parte activa.

Esta mañana hemos vuelto a la cala Castell y desde allí hemos ido a la Cala S'Alguer, caminando por un pequeño sendero junto al mar acompañados de pinos y cactus de higos chumbos y el sonido mediterráneo de la cigarra. La Cala S'Alguer es muy pequeña y está rodeada de antiguas cabañas y casetas de pescadores, pero me ha enamorado, ha sido como regresar en el tiempo, casi como estar en una pequeña isla griega. Pocas personas y un agua transparente frente a casas de colores claros y ventanas abiertas.

Mañana Paula regresa a Noruega. Tendremos que salir un poco más pronto de lo que teníamos pensado por la huelga del personal de seguridad del aeropuerto de Barcelona. A pesar de nuestros pequeños encontronazos la voy a echar mucho de menos hasta Navidad. Ha sido maravilloso estar con ella estos días. Todavía me queda todo el mes de agosto para salir a caminar temprano con Maite junto al canal, vivir sin prisa, cuidarme un poco y cocinar mucho. Y escribir mucho también, si se tercia -como mínimo una vez al día, ese es mi compromiso hasta el treinta y uno de diciembre. Y leer, que es algo que tengo muy abandonado.

Continúo de vacaciones. Creo que, a pesar de alguna llamada al móvil de trabajadoras sociales y gestorías, ya he desconectado del todo de mi trabajo. Mañana me acostaré en Zaragoza. Me compré dos gafas nuevas que debo ir a buscar. Una de ellas tiene unas lentes de sol que se acoplan magnéticamente a la montura.

Las cosas van sucediendo a su tiempo, según su necesidad, y lo único que podemos hacer es disfrutar incluso de eso. Disfrutar tranquilamente.

viernes, 9 de agosto de 2019

Nueve de agosto

Estoy solo en el apartamento. He bajado la temperatura del aire acondicionado. Me he servido un whisky con mucho hielo. Ni siquiera he puesto la televisión. Sólo estoy aquí, disfrutando de una temperatura aceptable desde un punto de vista humano, tratando de escribir algo pertinente.

Mi hija no acaba de comprenderlo, piensa que como estoy de vacaciones debería aprovechar más el tiempo, salir con ellas a pesar del calor y conocer calas del camino de ronda que bordea el mar. Aunque luego, como ahora mismo, regresan y me dicen: "conociéndote, tú no lo hubieras soportado, hace muchísimo calor". ¿Y entonces?

No entiende que yo estoy bien aquí, en este lugar nuevo para mí, distinto al que habito diariamente, escribiendo, pensando, estando. No necesito "hacer" nada especial. Todo a mi alrededor me parece especial salvo caminar sudando a chorros, algo que se parece más a una tortura insufrible que a cualquier otra cosa.

Se enfada conmigo porque no me comprende. Y yo me enfado con ella por lo mismo, le digo: "respétame como soy", y todavía se enfada más. Paula, de veintiséis años, es una mujer de mucho carácter, muy apasionada, y yo, su padre, estoy en otra fase de la vida con mis cincuenta y seis. He entrado en una etapa, un territorio tan inexplorado como los anteriores, en el que quiero poder hacer o no hacer lo que quiera, sin juzgar ni ser juzgado (aunque a estas alturas me importa muy poco, por no decir nada en absoluto, lo que los demás puedan pensar de mí). Me quedan algunas décadas de vida; nadie, yo tampoco, sabe cuántas. Quiero vivirlas a mi ritmo, a mi manera. Y si Paula, mi hija, piensa que estoy desperdiciando el tiempo, me da igual. No es capaz de comprenderlo como yo a su edad probablemente tampoco hubiera podido. El tiempo, a nada que se tenga imaginación o la necesidad de dar testimonio de lo que sucede, nunca se desperdicia. Sólo se consume.

jueves, 8 de agosto de 2019

Ocho de agosto

Bajo el agua el mundo es distinto. Con mi hija al lado esta mañana hemos buceado en las rocas a la derecha de la cala El Castell, una playa virgen que se salvó de la especulación inmobiliaria y turística gracias a que los vecinos de Palamós se opusieron a la construcción de un campo de golf y diversas urbanizaciones. Ahora es un lugar que recuerda cómo debió ser en su día la costa brava.

El caso es que hemos estado buceando allí un buen rato. Había peces limón, gobios, hemos visto un pulpo, doradas, peces que ella y yo llamamos arcoíris porque su cuerpo contiene todos los colores pero cuyo nombre real desconocemos. Un paraíso donde, bajo el agua, sólo escuchaba el leve crujido de los animales comiendo en las algas de las rocas y el sonido de mi respiración en el tubo de plástico. Paula a veces se lanzaba hacia abajo y descendía dos, tres metros. Yo, que estoy operado de sinusitis, sólo lo he hecho en dos ocasiones porque enseguida se me tapan los oídos y me da miedo. No sé cuánto rato habremos estado allí, señalándonos el uno al otro cuando veíamos algo interesante, dejándonos mecer por las olas, ajenos al exterior. Esto es lo que venía buscando.

Por la tarde hemos ido a la lonja. Habíamos ido en los ochenta, cuando vivimos en Bañolas, y también he notado la diferencia. Ahora es un espectáculo para turistas. ¡Gambas de Palamós a noventa y siete euros el kilo! Los turistas extranjeros compraban de todo, pero hemos estado haciendo cuentas y cada gamba salía como a cinco o seis euros. Yo comprendo a los vendedores: agosto, Palamós lleno hasta arriba de holandeses, franceses y alemanes con un alto poder adquisitivo ¿cómo no aprovechar la oportunidad? Pero yo no pago ochenta euros por dieciséis gambas, por buenas que estén. Tal vez en invierno los precios sean diferentes. La verdad es que me he llevado un pequeño chasco.

Luego hemos ido a pasear por el barrio viejo, lo que fue Palamós hace siglos, ahora calles pintorescas con restaurantes y tiendas de ropa y heladerías. Después de un rato yo tenía mucho calor y me he venido a casa. Maite y Paula, ahora, mientras escribo, todavía están por ahí, inasequibles a la temperatura y la humedad. He puesto el aire acondicionado a veintidós grados mientras me duchaba con agua fría y ahora lo he subido a veintitrés. Me he servido una cerveza helada. Del día de hoy me quedo con el largo rato que he pasado buceando en la cala con mi hija. Ese casi silencio bajo el agua a ratos fría en función de las corrientes, la bella fauna marina allí, tan ajena a nosotros y nuestras relaciones familiares y nuestras vacaciones y nuestras vidas.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Siete de agosto

Todavía no me he acostumbrado a la humedad de la costa. Quienes nacimos tierra adentro lo pasamos mal sometidos a ella. Menos mal que el apartamento que hemos alquilado tiene aire acondicionado porque no sé si podría dormir sin su ayuda. Donde sí se está bien es dentro del mar. Entrando y saliendo, siempre fresco a pesar del sol y la humedad.

Palamós se ha convertido desde los ochenta en una ciudad más grande que Barbastro; una ciudad, Palamós, que en verano se transforma en un caos de tráfico de coches y personas en las aceras de las calles y paseos principales. Nosotros vamos a bañarnos temprano y nos retiramos cuando comienza a llegar la gente, como hemos hecho siempre, pero Palamós ya no es el lugar que conocí cuando vivíamos en Banyoles hace más de veinte años, o al menos yo no lo recuerdo así. Aunque es inevitable: cuando Maite y yo nacimos en el planeta vivían tres mil millones de personas y ahora somos casi ocho mil millones. Es algo exponencial salvo en la España pobre y agraria, sin turismo ni playas, donde la población disminuye cada día hasta vaciar del todo territorios enteros. Sucede en Teruel, sucede en Soria, sucede en muchas provincias del interior.

Pero estoy de vacaciones y lo que quiero y necesito es relajarme, descansar, nadar y bucear en el mar, que es una de las cosas que más me gusta hacer, y comer bien y dormir largas siestas. Ni siquiera tengo ganas de hacer largas excursiones y visitar otros lugares. Mañana iremos a Cala Castell, a quince minutos en coche. A las nueve o nueve y media. A las once y media o doce de vuelta a casa pasando por el supermercado para improvisar la comida. Me apetece hacer un suquet de peix. Compraré la típica picada, que aquí ya venden preparada en un sobre; patatas y pescado y tomate, y también caldo de pescado. Con un buen vino blanco Bach Viña Extrísima seco bien frío estará buenísimo (o eso espero).

Me encanta cocinar en vacaciones porque puedo permitirme recetas lentas, hechas con productos frescos y servidas al momento. Cocinar para Maite y Paula, y también para mí. ¿Puede haber algo mejor después de haber buceado junto a mi hija junto a las rocas que envuelven la cala mirando peces y respirando a través de nuestros tubos de plástico? Creo que no. Me'n vaig a dormir. Bona nit.

martes, 6 de agosto de 2019

Seis de agosto

Segundo día en Palamós. Por la mañana nos hemos bañado en el mar mientras Paula dormía. Me gusta hacerme el muerto boca arriba y dejarme mecer por las olas, me relajo tanto que podría dormirme así (aunque imagino que esa posibilidad, físicamente, no es posible), y lo hago tan bien que Maite, que estaba a mi lado, se ha asustado y me ha dado un empujón diciéndome que realmente parecía muerto. Eso significa que me quiere. Yo también a ella. Tranquilamente, sin aspavientos. Nuestra nueva sombrilla es de color azul. He cocinado unos espaguetis a la vongole de escándalo. Escribo esto solo en el apartamento. Ellas se han ido a pasear. Un ochenta y siete por ciento de humedad no es para mí. Escribo esto al refugio del aire acondicionado. Las vacaciones, sobre todo para gente como yo, también tienen su punto de desequilibrio y adaptación. Diré también: el whisky con mucho hielo también está bien rico y frío. Esta noche cocinaré tortilla de patatas. Quiero que Paula, antes de que regrese a Noruega, recupere grasa, engorde, deje de ser aunque sea durante unos días la ratoncita flaca que es ahora. Voy a ponerme a ello después de escribir esta entrada en el diario. Mi modo de agradecer la vida es escribir y cocinar. Es la manera que hace que, para mí, merezca la pena.