Hoy en mi trabajo le dije a una persona adulta que lo mejor que podía hacer era dejarse llevar por el tiempo igual que hacíamos de niños en la playa, cuando jugábamos a hacernos los muertos y flotábamos bajo el sol mecidos por las olas. Ella me comprendió mirándome a los ojos. A veces la vida nos da tantos golpes, nos empuja y deshace tanto, nos destroza tanto, que nadar contra la marea es la peor opción, la más inútil, la más estéril: es mejor abrir las piernas, los brazos, sentir el frío en la espalda, el calor en el rostro, las nubes.
Las mareas, tan incontrolables para un humano en su trayectoria vital: se pueden ver venir, hay opción de ponerse a buen recaudo a veces, pero del enfrentamiento con ellas nunca se sale ileso del todo, si no te hunden.
ResponderEliminarA medida que me voy haciendo más mayor (sí, más viejo) sé que las mareas no son algo que nos sucede: nosotros formamos parte de ellas. Somos la materia que llevan de aquí para allá en su mandato lunático. No vienen y van: vamos y venimos. Somos su fruto y su despojo.
ResponderEliminarPrecioso texto, Jesús.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte.
Un abrazo, Fernando. Flotamos y a veces, además de llorar, sonreímos y damos gracias a este extraño mundo.
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