sábado, 20 de marzo de 2010

Vigésimo día

Escucho el eco de los jóvenes que pasan la tarde en el pequeño parque de atrás: gritos, risas, protestas. Al mismo tiempo suenan las campanas mecánicas de la iglesia.

viernes, 19 de marzo de 2010

Decimonoveno día

EN LOS ÁRBOLES

En los árboles, en las copas de los árboles, bajo los frondosos
vestidos de hojas, bajo las sotanas del resplandor,
bajo los sentidos, bajo las alas, bajo los cetros,
en los árboles se esconde, respira, vira
la vida callada y soñolienta, esbozo de la eternidad.
Reinos de opulencia crecen en los púlpitos
de los robles. Las ardillas corretean inmóviles
cual pequeños ocasos pelirrojos
bajo los párpados. Los rehenes invisibles
hormiguean bajo las cáscaras de las bellotas,
los esclavos aportan cestas de fruta y plata,
los camellos se mecen como un sabio
árabe sobre un manuscrito, los pozos beben
agua y vinagre, la Europa agria supura como
la savia en la madera, Vermeer pinta
ropajes y luz que no merma.
Bajo la cúpula del circo bailan los tordos.
Slowacki ya vive en París
y juega en la bolsa con tesón. El rico
se escurre por el ojo de una aguja
gimiendo qué suplicio, Sócrates
explica a los buscadores de oro qué es
la mentira, qué es el bien, qué la virtud.
Los remeros reman lentamente. Los navegantes
navegan lentamente. Los huidos de la Insurrección
de Varsovia beben té dulce,
en las ramas se está secando la colada,
alguien pregunta en sueños dónde está mi
patria. El velero verde sujeto en
su ancla herrumbrosa. El coro de almas inmortales
ensaya la cantata de Bach, completamente enmudecido.
Al lado, en un estrecho sofá, duerme fatigado
el capitán Nemo. El pájaro carpintero envía
un telegrama muy urgente anunciando la conquista
de Cartago y la hora del té en Boston.
El armiño no se convierte para nada en lady Macbeth,
en las copas de los árboles no hay
remordimientos. Ícaro naufraga pacientemente.
Dios rebobina la cinta. Las expediciones de castigo
vuelven al cuartel. Viviremos mucho tiempo
en las líneas del arabesco, en el balbuceo
del búho, en el ansia, en el eco
indigente, bajo los frondosos vestidos de las hojas,
en las copas de los árboles, en el aliento de alguien.

Adam Zagajewski.
Traducción de Elzbieta Bortkiewicz.
Poemas escogidos, Pre-Textos, 2005.

jueves, 18 de marzo de 2010

Decimoctavo día

Marzo se precipita suavemente hacia adelante, empujado por su propio peso y por las nubes que anuncian lluvia. Quiero pintar las paredes de la terraza pero estoy esperando que llegue una racha seguida de sol. El mecanismo de riego automático, debido seguramente a las heladas del invierno, pierde agua, así que tendré que desmontarlo y volver a sellarlo. Las plantas permanecen a la espera, aparentemente muertas. Posado en la antena de televisión de mi casa hay un pequeño mirlo. Mientras lo contemplo comienza a cantar alternando breves silbidos repetidos con melodías más largas, rebosantes de armonía y complejidad.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Decimoséptimo día

Llamo por teléfono a mi amiga. Su voz al otro lado es tan suave y preciosa como siempre. Aunque han pasado muchos meses desde la última vez la alegría de saber uno del otro hace que parezca que nos hubiésemos visto ayer. Hablamos y hablamos durante mucho rato, tenemos tantas cosas que contarnos al oído. Cuánto me gusta su voz, cuánto me gustan las palabras que se inventa, esas que sólo dice ella, cuánto me gusta su bondad sin aspavientos, su genuina y absoluta generosidad. Es mezzosoprano, una maestra en todos los sentidos, también en el que ese adjetivo tiene en el mundo de la música y, sobre todo, es una bellísima persona, uno de los mejores descubrimientos de mi vida. Se llama María y la quiero mucho. Creo que siempre la querré.

lunes, 15 de marzo de 2010

Decimoquinto día

Un agricultor me dice que las heladas de estos días han arruinado las almendras, me explica que las flores darán paso a frutos pequeños, negros, quemados por el frío.

domingo, 14 de marzo de 2010

Decimocuarto día

Me levanté cuando ya no podía dormir más, desayuné una tostada de queso Philadelphia con jamón de york y un café con leche, no me afeité y fui a comprar los periódicos y el pan. A eso de las doce preparé la base del arroz al horno: costillas de cerdo ahumadas y adobadas de Ponferrada, judías verdes, cebolla, ajos y tomate natural troceado, todo pochado a fuego lento en la paellera de hierro, así más tarde sólo sería necesario añadir el arroz, darle unas vueltas, verter el caldo de verduras y cocerlo en el horno a doscientos grados durante unos quince minutos. Una vez planificada la comida me senté en el suelo del salón con la espalda apoyada en el sofá y estuve viendo el programa previo a la carrera mientras doblaba calcetines, trapos de cocina, toallas, bragas y calzoncillos de diversos tamaños. Durante la vuelta de reconocimiento me serví una pinta de John Smith extra smooth, Maite sacó unas anchoas con piparras y unas patatas fritas de aperitivo y, de nuevo sentado en el suelo, una costumbre que tengo desde que era un crío, me dispuse a disfrutar del primer Gran Premio de Fernando Alonso en Ferrari, y de su victoria. ¿Hubiera podido imaginar un domingo mejor? ¡Imposible!

sábado, 13 de marzo de 2010

Decimotercer día

Viaje relámpago a Zaragoza. Han abierto al tráfico un nuevo tramo de la autovía en construcción y durante varios kilómetros atravesamos campos inéditos. Para los ojos que vamos a conocer, unos ojos glaucos y pequeños incapaces todavía de centrar la mirada, el mundo entero es, desde el primer grano de arena hasta los últimos cúmulos de galaxias, un territorio virgen.

viernes, 12 de marzo de 2010

Duodécimo día

Hoy ha muerto uno de los mejores escritores de la historia de la literatura española, un destilador del castellano más transparente y honesto, ajeno a la retórica y la prosopopeya, y por mi parte no puedo más que agradecer sus libros, algunos de los cuales leí cuando era apenas un adolescente pasando a formar parte de lo mejor de mi educación sentimental; pero es que yo a Miguel Delibes lo admiraba también por ser al mismo tiempo un señor normal, un hombre de pueblo en el mejor sentido de la palabra, fiel a su mundo, fiel a su mujer fallecida a los cuarenta y ocho años, fiel a su familia, a su amor al campo, fiel incluso a la editorial donde editó la totalidad de sus libros, un escritor insólitamente indiferente, por hombre bueno, por sabio, al aspecto más vanidoso y superficial que muestra a menudo el escenario literario. Que la tierra le sea leve.

jueves, 11 de marzo de 2010