martes, 25 de julio de 2017

Sólo hay que escribirlo

El sonido de las hojas de los árboles agitadas por el cierzo que empuja violentamente las ramas siempre me gustó. Me recuerda al cuchicheo de las palabras y, cuando se calma, al silencio. Los flujos y reflujos que suceden en la absoluta oscuridad de los órganos internos de mi cuerpo.

En el exterior mis vacaciones se aproximan a su fin. Me gusta mucho mi trabajo pero podría acostumbrarme fácilmente a tocarme los huevos cada día. Sí, eso es algo que podría hacer sin ningún inconveniente.

Por otro lado, ¿qué queda de lo que fui alguna vez? O, también: ¿qué queda de lo que quise ser alguna vez?

¡Que salten todas las alarmas como en el interior de un submarino!¡Torpedos melancólicos acercándose a toda velocidad! Y sólo hay que escribirlo para, oh, milagro, tener el poder de hacerlos desaparecer instantáneamente en unas aguas inventadas. Glaucas. Verdes. Grises. Blancas.

Los árboles de la calle se agitan ruidosamente de un lado a otro. No es nada nuevo, y sin embargo.

viernes, 14 de julio de 2017

La sombra oscura

1.

Son mundos diferentes. Está el sol de las nueve de la mañana sobre la cala donde mueren las olas y los pinos y está, tan cerca y tan lejos como un planeta distinto, lo que vive bajo el agua, el cricri permanente de los peces que comen en las rocas, el sonido de mi propia respiración en el tubo de plástico, la ingravidez, el frío inicial, el reflejo geométrico de la luz sobre las zonas de arena, hipnótico más allá de lo prudente.

2.

Hemos regresado al camping de bungalows donde vinimos algunos veranos cuando nuestros hijos eran pequeños. Otros niños nos rodean ahora, casi todos extranjeros como entonces. Juegan entre los árboles y los arbustos cuidadosamente regados y podados. Juegan en francés, en holandés, en inglés, en castellano, en catalán. Durante mi juventud nunca fui una persona especialmente "chiquillera" como sí lo era mi hermano gemelo, pero a medida que he ido cumpliendo años he cambiado y ahora los niños me conmueven de un modo profundo. Su inocencia, sus travesuras y sus lloros nocturnos de protesta mantienen a raya la sombra oscura.

domingo, 2 de julio de 2017

Genitales

Poco a poco voy dándome cuenta de qué va todo esto (y cuando hablo de todo esto hablo, sí, de la vida). En realidad la respuesta es tan sencilla que, junto al alivio de haberla encontrado, siento pena de quienes piensan en sí mismos como la cima de cualquier cosa: la especie, la evolución, el tiempo. La masculinidad. La poesía. El tamaño de los genitales. La perspicacia.

jueves, 29 de junio de 2017

Músculos

Las temperaturas han descendido un poco y entreabro los ojos en mi realidad paralela de ventiladores y aire acondicionado. Todavía no es el momento de despertar, pero sí un descanso de la peor muerte posible en mi imaginación: morir de calor.

Aún no tengo fuerzas para escribir, mas debo entrenar los músculos, recuperar el instinto mientras dure esta tregua, regresar a este acto maravilloso de elegir una palabra detrás de otra.

El tambor de la lavadora gira a toda velocidad en la cocina. Los pajaricos cantan en la espesura al otro lado del río. Las ventanas y la puerta del balcón están abiertas. El aire acondicionado está apagado. No me lo puedo creer.

lunes, 19 de junio de 2017

Un suspiro

Mi corazón se ha convertido en una almendra reseca, mi cerebro es una pasa de Corinto, mi cuerpo carne sufriente sometida a un calor sin misericordia. Mi esperanza duerme esperando que regresen las lluvias que romperán la cáscara de arcilla y le permitirán resucitar milagrosamente y nadar y reproducirse en un suspiro del tiempo.

sábado, 3 de junio de 2017

Dioses

El pequeño bosquecillo al otro lado del río, un ecosistema urbano y a la vez silvestre en el espacio trasero de un edificio abandonado y olvidado por todos, comenzó a agitarse violentamente de un lado a otro como si fuese el preludio del apocalipsis; un caos vegetal, amazónico, ajeno a la integridad de las decenas de nidos que aquella espesura guardaba como un tesoro; relámpagos y truenos derrumbándose como un piano descomunal bajo el cielo oscuro que me hicieron comprender por qué mis antepasados inventaron dioses de poder inimaginable.

Ahora la lluvia cae mansa y tranquila como si pidiese perdón. Los dioses de los truenos y los relámpagos se alejan enfadados hacia otras comarcas empujados por lo único que no pueden dominar: el simple viento que les empuja.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Mayo

Mayo de dos mil diecisiete se precipita como cualquier minuto corriente: jamás volverá a repetirse. Cumplí cincuenta y cuatro años. Como nací en mil novecientos sesenta y tres y pertenezco a la generación del cambio de siglo jamás me visualicé a la edad que cumplí hace pocos días.

Cuando era un soñador y compulsivo onanista adolescente lo único que era capaz de imaginar más allá de mis futuros treinta y seis años -el cambio de siglo- era un mundo de colonias espaciales y maravillosas ciudades submarinas, viajes turísticos a la luna, coches voladores, etcétera.

Año a año he ido contemplando perplejo lo que llegó en realidad: el regreso de las guerras de religión de la edad media con sus miles y miles de víctimas inocentes; el retroceso en la última década de los derechos sociales a caballo de la crisis económica mundial; el envío de naves no tripuladas a Marte pero ninguna expedición humana más allá de la estación espacial que orbita alrededor de nuestro planeta.

Un futuro, lo reconozco, decepcionante para el joven que fui, aunque hace mucho tiempo que olvidé aquellas fantasías y acepto que los acontecimientos históricos tanto pueden empujarnos hacia el futuro como paralizarnos e incluso retrotraernos al pasado. Al parecer nuestro horizonte no era mayoritariamente la inteligencia y la investigación y los viajes espaciales sino la economía desnuda o, lo que es lo mismo, una nueva religión desconocedora de la compasión: el capitalismo. Jamás pude imaginar que a mi edad actual, en este inicio del siglo veintiuno, viviría en un mundo amenazado por un lado por el fanatismo de una religión resucitada de la edad media y por otro por el fanatismo de esta última religión de raíces puramente económicas ajena a las necesidades y sentimientos de la especie humana.

Sé que ya he cruzado el Cabo de Hornos del tiempo que me queda. Si hubiese nacido tres mil o cuatro mil kilómetros más allá o más aquí ya sería un anciano a punto de atravesar el Aqueronte tras pagar el óbolo a Caronte, pero nací en el hemisferio privilegiado del planeta, en un país del primer mundo, y acaso pueda vivir veinte o treinta años más.

Tal vez contemple, antes de desaparecer en el olvido, la existencia de colonias espaciales en la luna o en Marte, ciudades submarinas en el fondo del mar, coches voladores; la desaparición de todas las religiones, también las económicas; la creación de un gobierno mundial, planetario, capaz de redistribuir los recursos entre los miles de millones de habitantes de nuestro pequeño mundo y así terminar con todas las guerras. Me gustaría.

jueves, 25 de mayo de 2017

Pepitas

Justo a la derecha de nuestra pequeña terraza del salón hay una farola municipal. Ahora mismo nubes de insectos giran alrededor de la fuente de luz brillando como pepitas de oro blanco acercándose y alejándose. Pronto aparecerán los murciélagos pequeños como gorriones sobrevolando la calle de farola en farola sin piedad. Las ranas croan a la izquierda, más allá de la pasarela peatonal del palacio de congresos sobre el río. Me iré a dormir y todo esto sólo será verdad porque lo escribí. Doy testimonio de este mundo.

lunes, 22 de mayo de 2017

Comanches, esquimales y bosquimanos

Con el calor llega mi declive. Me transformo en un viejo comanche barrigudo sentado en el porche de su vivienda prefabricada de la reserva india, bebiendo agua de fuego mientras atardece en Monumental Valley. Un hombre a quien arrebataron su pasado y su futuro, pero no el terrible clima de su país de tierra roja.

Con la llegada del calor comienza la prueba de amor más exigente de mi familia: soportarme. Porque juro que me convierto en un quejica permanente e insoportable, un odioso esquimal incapaz de comprender la realidad climática; un odiador profesional de lo que, sorprendentemente, otros seres humanos normales adoran: tener calor, sudar incluso desnudos, ducharse varias veces al día en agua fría... ¿Semejante experiencia es o no es lo más parecido al infierno? Si el calor fuese algo bueno, existiría en el cielo, ¿no es verdad?

Esta tarde he puesto en marcha por primera vez el aire acondicionado del salón. Ahora ya no, lo apagué hace un buen rato y abrí la puerta de la pequeña terraza. Escucho el croar de una rana en algún charco cerca del río Vero, y también el intermitente sonido de los coches circulando más allá, en la Avenida al otro lado. Esto no es Monumental Valley y yo no soy un viejo comanche (lo de barrigudo lo dejaremos aparcado) bebiendo whisky (esto también lo dejaremos aparte) mientras se hace de noche, pero de alguna manera el verano, incluso ahora que apenas ha comenzado a asomar sus dientes, me convierte en un indígena, un aborigen, un hombre medio desnudo yendo de aquí para allá odiando las altas temperaturas sin poder huir al ártico o la antártida.

Con el calor llega mi declive. Mi primitivo organismo se protege de él entrando en un reposo animal, disminuyendo mi actividad física y mental. No es algo extraño en mi especie: los mal llamados bosquimanos del desierto del Kalahari, durante las épocas más secas y cálidas, hacen lo mismo y dejan pasar el tiempo jadeando a la sombra de arbustos y acacias, tratando de evitar sin mucho éxito el mal humor.

Nada como el calor me recuerda el animal que soy. El frío tiene la virtud de revelar nuestros avances tecnológicos para combatirlo, ya sea en forma de calefacción o en las infinitas capas de ropa con las que podemos cubrir nuestros cuerpos; el calor, dejando fuera el reciente aire acondicionado del interior de los edificios, revela que somos poco más que aquellos homínidos asustados por nuestras posibilidades de supervivencia, pues ninguna desnudez puede protegernos de él.

jueves, 18 de mayo de 2017

Precede a lo que precede

Ayer terminé huyendo hacia el Ártico sin mirar atrás, pero hoy ha llovido durante toda la mañana y la temperatura ha descendido más de diez grados, así que los perros esquimales, el trineo y nosotros nos hemos dado la vuelta temporalmente. Yo había acudido a trabajar con una camisa de manga corta, bermudas y mis sandalias de franciscano -bienvenidos al Congo- y me he sentido feliz de no tener calor, incluso de que la lluvia mojara los desnudos y feos dedos de mis pies cuando he salido a almorzar. Generosa y voluble primavera, que cruelmente y entre risas nos hace olvidar que precede a lo que precede.