martes, 15 de enero de 2019

Quince de enero

Hoy, aprovechando las vacaciones, he ido a la peluquería. Voy cada dos o tres meses, me rapan al uno o al dos y así aguanto un montón de tiempo sin tener que ir, porque no hay nada, salvo comprarme ropa, que me aburra y odie más. Es gracioso, porque a veces llevo la barba más larga que el cabello de mi cabeza, y entonces parezco un viejo vikingo con cara de mala hostia y cuerpo de siesta. O eso me gusta creer.

Niebla todo el día sobre Barbastro. No tan cerrada como las que teníamos en Binéfar pero persistente, quieta y ajena a nuestro ir y venir y las teorías científicas y los últimos descubrimientos paleontológicos.

Algo que siempre me ha fascinado de la naturaleza es que, para empezar, no sabe que se llama naturaleza. Sí, ya sé, parezco idiota o tonto, y no descarto en absoluto que lo sea (hablo absolutamente en serio). Pero esas cosas siempre me han llamado la atención. Un tiburón jamás sabrá que los humanos le llamamos tiburón. ¿Cómo nos llamarán a nosotros los animales que han contactado con los humanos? ¿Qué opina la lluvia de que los niños salten con sus botas de agua en los charcos?

lunes, 14 de enero de 2019

Catorce de enero

Regresamos de Huesca atravesando la oscuridad. Hay personas que odian conducir de noche: yo lo amo. En mi imaginación infantil es lo que más se parece a la ciencia ficción, lo más similar a navegar a través del espacio. Y sobre nosotros las estrellas de invierno, que son las mejores: las más lejanas, las más nítidas, las que más se parecen a las estrellas heladas del cosmos que yo iba a explorar cuando fuese mayor.

domingo, 13 de enero de 2019

Trece de enero

Me levanto de la siesta. Me cruzo con mi hijo de veintiún años con el abrigo puesto, a punto de salir a la calle. Creo que ya supera mi estatura. Me da un beso.

Nuestros hijos adultos no saben el tesoro que son sus besos para nosotros. Todavía lo guardo en la mejilla. La vida tiene sentido por estas pequeñas cosas.

sábado, 12 de enero de 2019

Doce de enero

Esta mañana fuimos a caminar junto al canal, como tantos otros fines de semana. Bajaba lleno y el agua fluía con la misma indiferencia que las nubes o el sonido de nuestros pasos. Eso es todo.

viernes, 11 de enero de 2019

Once de enero

No comprendo por qué tanta gente odia el invierno. Yo amo el frío, su neutralidad absoluta, su capacidad de decirnos: "Vives en un planeta del sistema solar".

El verano es más un descuido, un naufragio en el desierto, la desesperación de no poder hacer nada por evitarlo. Da igual dormir desnudo sobre las sábanas con la ventana abierta: el verano no tiene compasión. Dice: "Vives en el infierno".

Por eso estos días soy feliz cuando el aire helado acaricia mi rostro y me recuerda que soy un animal de sangre caliente. Contemplo el mundo y sueño.

jueves, 10 de enero de 2019

Diez de enero

Me conmueve, y no sólo en invierno, el contraste entre nuestros corazones latiendo detrás de las costillas y la inmensidad del espacio más allá de las nubes y la atmósfera que, mágicamente, nos protege. Aquí este calor de la carne, su morbidez, y algunos pocos kilómetros sobre este sitio en el que escribo el silencio gélido de las estrellas y la oscuridad entre ellas.

Mi vida cotidiana y el mundo en general me parecen un misterio que cada día debo articular de alguna manera para no volverme loco.  También el amor.

miércoles, 9 de enero de 2019

Nueve de enero

Cuando contemplo el mundo políticamente mi natural optimismo, que no sé de dónde nace, da un pequeño paso atrás e incluso se detiene, asustado.

A mí lo que más me preocupa es el auge de los nacionalismos: Trump, Vox, Hungría y Polonia en Europa, Cataluña en España. Es como si, como especie, no hubiésemos aprendido nada de la historia.

Si fuese un superhéroe volaría sobre las ciudades y los campos y pelearía por la abolición de las fronteras, de todas las fronteras: las marinas, las cordilleras montañosas, los ríos. Ya en el reino de la utopía crearía un único gobierno mundial, una confederación como las de las novelas y películas de ciencia ficción. ¿Es justo que alguien que nace a tres mil kilómetros de aquí tenga una esperanza de vida diez o veinte y hasta treinta años inferior a la de nuestros hijos? No lo es. De ninguna manera lo es. El futuro de mi planeta no es el nacionalismo, es la consciencia de lo que somos en realidad como humanos, algo que si mañana asomara a través de las nubes del cielo una nave extraterrestre comprenderíamos en una milésima de segundo. Porque el nacionalismo se nutre de lo pequeño, del rencor, del victimismo, de la falta de visión global de lo que somos y lo que nos espera.

Yo nunca he pretendido convencer a nadie de nada. Sé que es imposible. He escrito sobre ello. Somos tan sonrientemente radicales en nuestras convicciones que da igual todo lo que nos digan, encuestas, estudios que demuestran que España está entre las veinte democracias más avanzadas del mundo. Es inútil, y, aunque me cuesta mucho por mi carácter, comienzo a rendirme ante la pelea dialéctica. Rendirme, en mi caso, no es dar la razón al adversario sino dejar de discutir porque sabes que su fanatismo jamás le permitirá escucharte de verdad.

Vivo en una comunidad políticamente pequeña, una región cuya una de sus principales preocupaciones es la despoblación del medio rural. Aragón es muy grande geográficamente pero, en relación con otros territorios, tan poco poblada que no tiene interés para los partidos políticos. Por un lado es un erial y por otro, os lo aseguro, un paraíso.

Cuando contemplo el mundo políticamente tiendo a simplificar, tiendo a pensar en las personas más vulnerables que atiendo cada día al otro lado de mi mesa de trabajo, tiendo a recordar las fotografías que hacen los astronautas desde la estación espacial internacional. No puedo evitarlo.

martes, 8 de enero de 2019

Ocho de enero

Los martes es el día que abrimos también por la tarde, de cuatro a siete. Antes éramos cinco personas en la oficina, se jubilaron dos y ahora somos tres. No han repuesto los puestos de quienes se jubilaron, así que hace mucho mucho tiempo que no almorzamos y que, sea creíble o no, trabajamos más horas de las que nos obliga nuestro deber. El pasado viernes hubiera cumplido el horario trabajando cuatro horas y cuarenta minutos. Salí de la Agencia a las tres y veinte de la tarde.

Hoy he salido a las siete y media literalmente agotado. No me quejo. Quienes trabajan atendiendo al público en una oficina de información saben el esfuerzo mental y emocional que supone, aunque no me quejo, me gusta mucho mi trabajo. Soy consciente de que me ha hecho mejor persona, he aprendido de los seres humanos que he atendido cada día, cada uno de ellos distinto, único, irrepetible, me ha hecho un trabajador de una paciencia casi infinita y, sobre todo, me he conmovido y he comprendido que a los verdaderos héroes y heroínas el pelo les huele a fritura de restaurante y sus manos tienen callos y a veces restos del yeso o la pintura con la que sus hijos han estudiado, o no, una ingeniería en Barcelona o un grado de Formación Profesional en Huesca.

Volviendo a casa me he cruzado con un pequeño grupo de marroquíes y me han saludado con una sonrisa: "¡Hola, Jesús!". Conocía el nombre propio de tres de ellos. Les he saludado y he seguido mi camino junto al río.

lunes, 7 de enero de 2019

Siete de enero

Al poco de llegar a Barbastro desde Zaragoza, comiendo mientras nuestra hija de veintiséis años volaba hacia el Norte, Maite ha recibido un mensaje comunicándole que su prima N., muy enferma, había empeorado. Hemos recogido la vajilla y hemos ido a Huesca, al hospital. Sólo ha subido ella porque a mí no me conocen mucho y también porque en determinadas situaciones la mejor elección es ser invisible, a menos que te digan explícitamente lo contrario. Hay momentos vitales de una intimidad difícil de ser expresada y comprendida.

La prima hermana de mi mujer se muere. El puto cáncer de los cojones. Tiene nuestra edad y dos hijos de la edad de los nuestros. Cuando regresábamos a casa, ya de noche, Maite me ha dicho que su prima, a la que está muy unida, sobre todo en los últimos tiempos, le ha apretado fuertemente la mano repitiendo su nombre: Maite, Maite, Maite. He llorado. ¿Sólo somos esto? ¿Cómo puede creer alguien en ningún dios? ¿Qué justicia divina justifica que una buena persona muera a los cincuenta y cinco años después de no haber hecho jamás daño a nadie? Me cagaría en dios si creyera en su existencia pero, como no creo, ni esa opción me queda.

¿Sólo somos esto? Sí, ni más ni menos. Sólo esto: risas, lágrimas, amor.

domingo, 6 de enero de 2019

Seis de enero

Día de reyes. Salimos a pasear por el Parque del Agua, el Ebro fluye hacia el mar con muy poco caudal. Los niños pequeños van con sus juguetes nuevos a recoger los que les han puesto en otras casas. Mañana los contenedores de cartón y de plástico rebosarán de envoltorios. Hay ciclistas, algunos corredores. Cierzo. Sol.