jueves, 31 de octubre de 2019

Treinta y uno de octubre

Suena el timbre de la puerta de casa. Al otro lado un grupo de niños, entre ellos una alumna de Maite que vive en nuestro bloque de apartamentos. ¡TRUCO O TRATO! Mi compañera, que ya se lo esperaba, había comprado chucherías y se las da. ¡Te queremos, Maite! Me asomo en el salón con mi aspecto cavernario y todos me saludan con la mano. Ablandan mi cascarrabias corazón.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Treinta de octubre

Ayer por la tarde vino una chica de Binaced junto a un refugiado de Camerún para arreglar algunas cosas. Yo sabía que todos los jóvenes de Binaced estudiaron en Binéfar, donde Maite dio clase. Le dije: "Soy el marido de Maite Puértolas". Su reacción fue tan bonita que me da pudor contarla.

Esta mañana ambas se han puesto en contacto. Voy a decir algo: Maite, como las buenas profesoras, dejó una huella profunda. Me siento tan orgulloso de ella, porque no es la primera vez que me sucede algo semejante. Una buena profesora puede marcarte de por vida, y sé que Maite es de esas. Si supiera lo que estoy escribiendo vendría corriendo a intentar evitar que lo publicase. No podrá. No sabe lo que estoy haciendo en este preciso instante.

El amor también es admiración, respeto, asombro. Lo escribo yo, que llevo con ella desde los diecinueve años y tenemos cincuenta y seis. Es tan maravilloso saber que convives con alguien así.

martes, 29 de octubre de 2019

Veintinueve de octubre

He salido de trabajar a las siete de la tarde pero la luz era la de las ocho de la semana pasada. No sé de quién dependen estos cambios horarios ni si son realmente útiles para ahorrar energía, pero a las siete horas la noche cubría Barbastro como si fuesen las diez o las once. Sé también que cuando he salido estaba reventado, mi cráneo rebosante de voces, rostros, miradas, preguntas, expectativas, miedos, alegría y tristeza.

Antes de regresar a casa he ido a comprar exactamente dos cosas: papel de cocina y arroz integral. Hoy ha sido un día duro, como ayer, con algunas situaciones difíciles de aceptar. Otra vez una mujer mucho más joven que yo ha llorado frente a mí y al darle la mano he sentido todo su dolor en mi alma, atravesándome de arriba abajo. Año tras año, en vez de hacerme más fuerte, me siento más desnudo frente al sufrimiento de los demás. Tal vez ya no sirvo para este trabajo, pero es el que me gusta. No sé. Son rachas. Hay semanas y meses en los que no me veo sometido a estas realidades. Ahora han coincidido dos seguidas. Respiro hondo. No pasa nada. Debo concentrarme en ayudar y eso es todo.

Tal vez muera esta noche o dentro de diez minutos, o, como la madre de otra usuaria que he atendido hoy, a los ciento tres años (yo no apostaría por eso), pero quiero escribir del mejor modo que sepa lo siguiente: la naturaleza humana es tan fuerte como delicada, tan optimista como sensible a la lluvia; somos algo que no puedo dejar de mirar como es imposible no contemplar el fuego de una chimenea, ese baile de luz aparentemente ajeno a la vida.

lunes, 28 de octubre de 2019

Veintiocho de octubre

Querer y ser querido. Siempre he pensado que eso justificaba una vida. A pesar de que ayer tu marido de treinta y seis años muriese de un infarto de miocardio súbito frente a ti y sus hijos pequeños, entre catorce y cuatro años.

No ha sido una reacción profesional, pero se me han escapado unas lágrimas junto a la joven viuda destrozada y su prima, que, oportunamente, hacía de secretaria dura, tragando saliva a cada segundo. Pero cómo lloraba la viuda. La conocía de Barbastro. Aquí todos nos conocemos más o menos. Hoy me ha tocado asistir, como otras veces, a la pena infinita de ver cómo un futuro se truncaba de improviso.

Hace mucho rato que es de noche. Las lluvias pasadas se llevaron las algas putrefactas del río que corre frente a mi casa y ahora el agua fluye transparente y limpia. Nuestro edificio gira lentamente, tan lentamente que no nos damos cuenta, hacia el amanecer que aparecerá por el este. Vive. Carpe diem. Duerme y despierta. En realidad nada importa en serio. Amar y ser amado. Siquiera una vez.

domingo, 27 de octubre de 2019

Veintisiete de octubre

Yo soy muy sensible a los cambios horarios. Todo mi cuerpo sabe que ahora son las siete y veinte, no las seis y veinte. Me costará algunos días, muchos días, acostumbrarme. Es lo que le pasa a todo el mundo, por otra parte. Imagino.

Todavía siento los efectos de la comilona de ayer. Y lo mejor es que en el frigorífico me esperan restos guardados en sus correspondientes tupperware (caldereta y caracoles). Debí engordar dos kilos.

La comida familiar se celebraba por los cumpleaños de mi padre y mi hermano Carlos, ambos en octubre, ochenta y tres y cincuenta años respectivamente (aunque aparentan setenta y cuarenta, los cabrones). Pero todos tuvimos regalo. Mi hermana Susana y nuestro querido cuñado nos regalaron a todos unas camisetas maravillosas. (A mí por otro lado mi cuñada Ana me regaló una taza muy especial que guardaré con mucho cariño). Echamos de menos a nuestros dos hijos, uno en el estrecho de Magallanes, otra volando a Bergen, pero ya somos tantas personas que resulta difícil congregar a todos. Aunque salvo ellos y la novia de nuestro sobrino Javi, un pedazo de pan de casi dos metros de altura, estuvimos todos, incluso Patricia y Marta vinieron desde Briones, en La Rioja.

Y mañana lunes. Y después martes, Y miércoles. Pero esta camiseta mítica la tenemos todos, incluso mis padres, los abuelos, y sus nietos, mis sobrinos, y sus parejas, todos. Y es maravillosa.  Gustavo, Susana, gracias. Tenemos un apellido especial porque somos especiales. ¡Garrote!

De izquierda a derecha: cincuenta y ochenta y tres años.

Carlos Miramón mi hermano y Jesús Miramón mi papá.

Todos hemos recibido una camiseta tan maravillosa como esa.

Mi esperanza reside en que comparto sus genes,
aunque no su maravilloso aspecto.

sábado, 26 de octubre de 2019

Veintiséis de octubre

Conduciendo al anochecer entre Barbastro y Zaragoza nos acompañaba Venus en el cielo. La primera y la última luz en cielo. El lucero del alba y del atardecer. Al salir de la autovía durante el tramo de Huesca ha pasado de estar a mi izquierda a brillar frente a mí ligeramente en la esquina del parabrisas. Venus. El segundo planeta más cercano al sol. No una estrella, no una fuente de energía atómica sino un planeta más o menos como el nuestro, rocoso, sólido. Veía el reflejo de la luz de nuestra estrella en su superficie, no su inexistente radiación. Estas cosas me colocan en mi sitio.

Maite, que está muy acatarrada, dormía en el asiento de al lado. Poco a poco, kilómetro a kilómetro, la noche se apropiaba del mundo. He pensado en nuestro hijo en Chile, en su jet lag; he pensado en nuestra hija en Alicante, que mañana volará a su pequeño apartamento en Bergen, en Noruega. La vida, a nada que te alejas metro y medio, es tan rara. Aunque lo que es importante saber es que, suceda lo suceda, lo hace en un planeta tan real como Venus, que brillaba en la noche mientras los faros de nuestra querida y vieja Picasso iluminaban la carretera. Quién sabe, tal vez la Tierra brilla lejana en la mirada de alguien o algo, muy lejos.

viernes, 25 de octubre de 2019

Veinticinco de octubre

Las calles se convierten en senderos, los arbolillos enjaulados en pequeños bosques domesticados. Han derribado el edificio de la calle Antonio Machado, el viejo edificio donde crecía un níspero. Era un solar codiciado. Ahora se ven paredes de papel de colores y ventanas ciegas. Paso a su lado varias veces al día. Demoliendo el edificio trabaja Kinda, un viejo amigo. Más allá el río al fin se parece a un río de verdad gracias a las lluvias de los últimos días. Yo soy alguien que observa y toma nota. No me importa el fracaso porque hay personas que me aman de verdad.

jueves, 24 de octubre de 2019

Veinticuatro de de octubre

Esta mañana a las seis de la mañana he llevado a Lérida a Carlos Miramón, mi hijo de veintidós años, para que desde allí tomara un tren a Barcelona y desde allí pudiera despegar rumbo a Chile donde Raquel, su novia, está haciendo las prácticas de enfermería.

En este mismo instante vuela sobre el océano. Quince horas de viaje. Hace cuatro días era mi hija aterrizando en Barcelona desde Noruega. Al final fue una riada antes de llegar a Cambrils, en Tarragona, la que le hizo llegar a Alicante, donde se celebraba el Congreso, a las tres de la madrugada.

Es curioso cómo funcionan las cosas. Yo las contemplo y tomo nota, dibujo. Amo, me sorprendo, vuelvo a sorprenderme y amar y observar con toda atención. Si vivir no sirviera para esto, ¿qué sentido tendría?

miércoles, 23 de octubre de 2019

Veintitrés de octubre

Al colgar el teléfono
he roto a llorar.
Ha durado poco.
Me enseñaron a
no hacerlo. El final ha sido
un respirar entrecortado
y después nada.

Sólo esta sensación
de desamparo.

martes, 22 de octubre de 2019

Veintidós de octubre

Ha llovido durante todo el día y, espera, voy a mirar por la ventana: sí, sigue lloviendo a estas horas. Puedo visualizarla en la luz de la farola. Amo la lluvia, no tanto como a la nieve, tan escasa, pero casi. Amo la lluvia tanto como odio el calor, que tanto dura y más durará todavía en el futuro de este hemisferio.

De pronto pienso, no sé por qué, en las pequeñas ermitas románicas que he tenido la oportunidad de visitar durante mi vida. Me gustan mucho. Las piedras solares gastadas por millones de pasos, los siglos atravesándolas sin destruirlas del todo.

Viajamos en el tiempo sin darnos cuenta de que la nave somos nosotros.