viernes, 26 de julio de 2019

Veintiséis de julio

Hoy he quedado a comer con cuatro amigas para celebrar la reciente jubilación de una de ellas. Hemos comido un maravilloso arroz caldoso con carabineros en un sitio que no conocía, La esquineta, y me ha gustado mucho. Su cocina está muy por encima del aspecto del restaurante. A menudo pasa al revés. Volveré.

La recién jubilada es una persona muy especial, la trabajadora social del Centro de Salud junto al que trabajamos. Ella y yo, sobre todo en los últimos años, hemos llevado juntos casos complicados de desarraigo, maltrato, enfermedades mentales, etcétera. Mabel, que es como se llama mi compañera y amiga, ha llegado a ir a casa de una persona a sacarla de la cama para llevarla en su propio coche a Huesca frente al tribunal médico de la Seguridad Social. Como a veces decíamos riéndonos, nos preocupamos más nosotros por ellos que ellos por sí mismos, pero es que las enfermedades mentales son así.

Mabel es un ser humano muy especial, con una personalidad fuerte y arrolladora y, sobre todo, con un corazón de tamaño descomunal. Una persona generosa como pocas he conocido. Lleva jubilada desde el uno de julio y ya la echo de menos en casos laborales que me han llegado después. Menos mal que me queda Alodia, la trabajadora social de salud mental del Hospital de Barbastro, otra magnífica profesional. Ella ha heredado conmigo algunos de nuestros expedientes más complicados.

Por nuestras vidas pasan a lo largo de los años, sobre todo cuando van siendo muchos, multitud de seres humanos de quienes poder aprender. A mí Mabel me ha hecho mejor persona, me ha hecho comprender que para colaborar en las situaciones ajenas más problemáticas debemos centrarnos en ayudar, nunca en compadecer; y también en ser duros suavemente cuando hay que serlo, siempre para beneficiar al enfermo, que a veces no acude a las citas, que a menudo no quiere aceptar lo que le sucede aunque ello le conduzca a la pobreza y el pozo más oscuro. Ella removía cielo y tierra y de hecho sacó a mucha gente literalmente de la calle, de debajo de un puente. En eso Sofía, mi compañera, y yo, colaborábamos con ella buscando todas las opciones, descartando unas, apostando por otras y aprendiendo siempre de su entusiasmo y su compromiso con su profesión.

Sí, la voy a echar de menos pero este rincón de Huesca es muy pequeño y seguiremos viéndonos y, sobre todo, sé que si algún día necesito llamarle por teléfono para pedirle una opinión puedo hacerlo sin ningún problema. Te quiero, Mabel, eres maravillosa. Disfruta de tu merecida jubilación. Has hecho mucho bien a muchos y muchas. Un beso enorme.

jueves, 25 de julio de 2019

Veinticinco de julio

Nunca sé lo que voy a escribir. Ahora, por ejemplo, he tecleado todas estas pocas palabras e ignoro las que vendrán a continuación. Porque lo hago en directo. Escribo en la misma página de Blogger, sin filtros ni correcciones previas (las mías siempre son a posteriori).

Me traslado de aire acondicionado en aire acondicionado. Desde el del trabajo al de casa, desde el de casa al del coche, desde el del coche al del supermercado. Soy como un vampiro huyendo de la luz.

Nunca sé cómo voy a terminar mi página del diario. Ladra un perro. Croan las ranas. El ventilador gira en mi dormitorio como la hélice de un hidroavión de los que apagan incendios forestales. Siempre escribo en mi dormitorio, en la pequeña mesa que instalé junto a mi cama, aunque estas noches duerma en el sofá cama del salón, frente al aire acondicionado.

El caso es que nunca sé cómo terminaré el último párrafo, la última frase antes de cerrar el cuaderno, y hoy no va a ser distinto.

miércoles, 24 de julio de 2019

Veinticuatro de julio

Esta mañana el coche de mi hijo Carlos ha amanecido con las dos ruedas del costado derecho, el que daba a la acera, reventadas por una navaja u otro objeto cortante. Ha tenido que venir la grúa, etcétera. "Pero yo no tengo enemigos", me ha dicho, todo "rallado", como dice la gente de su edad. "No te ralles, cariño", le he dicho, "habrá sido algún gamberro, hay gente así". Y le he contado que hace muchos años, antes de que él naciera, cuando su hermana era un bebé, a mí me pasó lo mismo: me pincharon a mala hostia las dos ruedas que daban a la acera. Pero él seguía pensando en quién habría podido ser entre sus conocidos, y por qué. Es un joven de veintidós años relativamente popular, tiene muchos amigos. No podía evitar tratar de dilucidar, según sus palabras, qué cabrón le había podido hacer eso. Porque los coches aparcados tras el suyo no habían sido dañados, eso lo hemos comprobado después. Y yo sufría de verlo así, un poco en bucle, pero enseguida he caído en la cuenta de que, a su edad, a mí me hubiera pasado lo mismo.

Hacerse mayor trae, junto a algunas desventajas obvias, ventajas no tan visibles desde la juventud. Las preferencias. Ha venido la grúa, ha llevado el coche al taller y sólo será dinero. Ruedas nuevas y revisión preiteuve. Las preferencias: no "rallarse" con lo que ya ha sucedido y centrarse en solucionarlo y seguir sonriendo y disfrutando del momento.

Es por eso que no me cambiaría por mi yo de veintidós años ni de casualidad. También con cincuenta y seis años se tienen disgustos y se pasa mal, pero se viven de modo diferente, muy relativo. ¿Qué me quedan? ¿Treinta años con suerte, seguramente menos, muchos menos si mañana aparece alguna enfermedad como las que cada día veo desfilar al otro lado de mi mesa de trabajo?

Pero no he olvidado cómo era yo a los veintidós años y comprendo a mi hijo. Le han rajado las ruedas del coche y no sabe quién ha sido. Le comprendo muy bien. Yo hubiera reaccionado igual. Le costará algunos días, tampoco demasiados, dejarlo estar. Todo está bien.

Leí una vez que los padres no deberíamos impedir que nuestros hijos escalen las ramas de los árboles, sino estar lo suficientemente cerca por si se caen. Algo así.

martes, 23 de julio de 2019

Veintitrés de julio

Hay días que, a pesar del calor, acaban bien, y hoy es uno de ellos. A pesar del calor y a pesar del cansancio que el calor causa en mi cuerpo y mis meninges.

Confieso que la fotografía de Instagram de hoy ha sido hecha para cumplir el compromiso de una cada día, como estos textos diarios, durante este año de nuestro señor de dos mil y diecinueve. Dos botellas de agua metálicas de las que mantienen el líquido frío durante horas, nuestro último descubrimiento. Un pequeño bodegón.

Siempre lo digo pero es verdad, tanto en este diario de intención más o menos literaria como en mi fotografía diaria de Instagram mi objetivo es dar testimonio de una vida común, una vida absolutamente corriente. Siempre me ha fascinado esa posibilidad, y quién más común y corriente que yo, un funcionario de una ciudad pequeña de provincias, diletante, casado, enamorado de su mujer, amante de sus hijos, etcétera.

Lo intento porque disfruto intentándolo. La creatividad requiere voluntad y trabajo, eso es algo que he aprendido con los años. La creatividad, como la felicidad,  es en gran parte voluntad.

lunes, 22 de julio de 2019

Veintidós de julio

En términos políticos, a menudo me encuentro en medio de disparos cruzados. Siempre he sido y sigo sintiéndome de izquierdas, más socialdemócrata -ah, la edad- que otra cosa. Soy antinacionalista; creo que el nacionalismo y la religión, a la que el primero tanto se le parece, son una lacra de la humanidad; y soy partidario de un planeta federal, un mundo de igualdades continentales que hable en nombre de la tierra. Ser esas tres cosas me convierte en radical, en facha y en ingenuo, las tres cosas a la vez. Bueno, es posible que la última me la merezca un poco.

A mi provecta edad me importa poco lo que los demás puedan pensar de mí (a los jóvenes os digo: la edad os hará libres y lo disfrutaréis tanto como yo), pero sigo dando mi opinión, no me callaré nunca. Lo hago tranquilamente casi siempre, y digo que en estos tiempos de PP, Ciudadanos y Vox quiero un gobierno de coalición, el primero en la historia de nuestra democracia, progresista y de izquierdas. Eso voté el veintiocho de abril y eso quiero, no otra cosa.

Si PSOE y UP no se ponen de acuerdo y hay nuevas elecciones preferiré quedarme en casa golpeándome los testículos con dos piedras antes que ir a votar. Ya tuvieron un mandato clarísimo, que se pongan de acuerdo o que se olviden de los viejos rojos como yo.

domingo, 21 de julio de 2019

Veintiuno de julio

Entramos en otra ola de calor aunque los pesados como yo nos vamos aburriendo de quejarnos, algo que quienes nos rodean agradecen enormemente. Sobre todo esas extrañas criaturas a quienes este infierno les parece el buen tiempo, y hay muchas, muchísimas, llenan piscinas y playas, festivales de música, terrazas, no sé, me cuesta entenderlo.

Pero hasta yo me he cansado de quejarme y sólo escribiré una cosa: la vida es algo maravilloso.

sábado, 20 de julio de 2019

Veinte de julio

Yo tenía seis años cuando el ser humano caminó por primera vez sobre la luna o, lo que es lo mismo, pertenezco a la primera generación humana en la que nuestra especie logró viajar más allá de nuestro planeta. A partir de aquel suceso histórico que ahora se conmemora recuerdo una adolescencia donde se vaticinaban nuevos tiempos de avances tecnológicos que no sucedieron, que no han sucedido aún. Colonias lunares, vehículos autónomos, comida de astronautas para todos, una federación planetaria, la exploración de nuevos planetas donde poder vivir, etcétera.

Las cosas han ido más despacio, infinitamente mucho más despacio de lo que cuando tenía quince años leía en revistas e incluso en enciclopedias, pero será verdad que soy optimista porque pienso que seguimos caminando. Más despacio pero existe una vetusta estación espacial internacional girando alrededor de nuestro hogar desde hace mucho tiempo, y hemos enviado a Marte naves del tamaño de coches que van de aquí para allá investigando y tomando muestras. Hemos descubierto agua allí y también en nuestro pequeño satélite que hace que suba y baje la marea en las playas tan lejanas, ay, de esta habitación.

El cambio climático es una amenaza, una realidad actual. Pero el ser humano, su cerebro y, sobre todo, la suma de sus millones de cerebros, tal vez sea capaz, no de revertirlo, algo imposible ya a día de hoy, sino de desarrollar tecnología que compense nuestros errores. Si existe una especie capaz de sobrevivir en el desierto más árido y en el ártico más gélido esa es la nuestra; y si existe una especie capaz de inventar algún sistema tecnológico para expulsar de nuestra atmósfera el CO2, por ejemplo, es la nuestra.

Yo tenía seis años cuando el ser humano pisó por primera vez la superficie de un lugar de nuestra sistema solar distinto al nuestro. Sé que volveremos. Sé que iremos mucho más allá. Sé que yo no lo veré, pero sí, tal vez, lo verán mis tataranietos, o los tataranietos de mis tataranietos o de alguien, quien sea, da igual, pues cada día soy más consciente de que todos, incluso quienes se matan entre sí, somos parientes cercanos. Compartimos este hogar. La vida individual es muy breve. El pesimismo no es una opción para quien sólo es un parpadeo.

viernes, 19 de julio de 2019

Diecinueve de julio

Por la mañana atiendo a un joven de quince años que viene con su tía. Es de Senegal y lleva poco tiempo en España. No tiene pasaporte, no tiene ningún tipo de documentación, sólo una hoja de papel timbrada con dos sellos de la comuna del lugar de donde proviene, escrito en francés. Siente mucho dolor en la muñeca del brazo derecho y, como menor de edad, tiene derecho a asistencia sanitaria gratuita y universal (los menores de edad y mujeres embarazadas lo tienen garantizado en España), aunque debe estar empadronado en Barbastro. Pero sucede que no se puede empadronar en casa de su tía -o supuesta tía, pues no hay modo de acreditar dicho parentesco- porque no tiene ningún documento de identidad donde aparezca su imagen, ni tiene, como menor de edad, ningún documento de tutela o permiso de sus padres senegaleses para viajar fuera del país o cediendo la custodia a su tía. Hablo con tarjetas sanitarias en Huesca: sin un documento que acredite su edad fehacientemente, y el folio que aporta es harto escaso para ello, no se le puede dar asistencia gratuita.  Subo con ellos a ver a la trabajadora social del Centro de Salud. Lo esencial, insisto, es que se le trate y después ya se verá qué sucede con su situación legal. Estamos de acuerdo y será tratado médicamente. Su situación legal, ante la necesidad médica, es secundaria.

Ahora bien: ningún senegalés puede entrar en España sin un pasaporte visado en la aduana. Este joven que lo mismo podría tener quince que veinte años y no habla una palabra de español ni de francés, mira a la ventana que hay tras mi silla de trabajo mientras yo hablo con su tía, que está muy embarazada y suda profusamente. A ella le digo: "Pero sin pasaporte no se puede entrar legalmente en España, ¿su sobrino ha venido en patera? Yo sólo quiero ayudarle, pero necesito saberlo, porque no puede ser que siendo menor de edad no tenga ninguna documentación, ni siquiera el documento de identidad de su país". Ella me mira durante cinco segundos sin decir nada y ya me ha contestado. Vuelvo a observar al joven sentado a su lado. Fuerte, casi atlético, camiseta y pantalones de pitillo, zapatillas deportivas de color naranja. Lo imagino desembarcando en una playa del sur de España con un teléfono y una dirección de Barbastro, en la provincia de Huesca. Es probable que sea su tía de verdad, y ella le enviara dinero para que pudiera venir hasta aquí. ¿Quince años? Aparenta ser más mayor pero en el pequeño papel del ayuntamiento de su pueblo, el único documento que posee, dice que nació en dos mil cuatro.

Y a continuación pienso en el viaje desde Senegal a la costa frente a Europa, las dificultades por las que ha pasado este joven que ahora se deja llevar de aquí para allá por su tía. La travesía. La travesía en el mar con decenas de personas arriesgando su vida. Las olas zarandeando la patera. Tal vez los muertos siendo lanzados al mar. Ese papel envuelto en plástico bien guardado entre su ropa, el que ahora tengo en mis manos. El esfuerzo de su familia en Senegal para reunir el dinero suficiente para pagar a los traficantes el precio para que al menos uno de sus hijos pueda llegar a Europa, exactamente hasta el otro lado de mi mesa.

Pero todo no ha hecho sino empezar. Mientras le miro deja de contemplar el castaño de indias tras mi silla y me mira a los ojos. Los suyos están ligeramente inyectados de sangre. Le digo despacio y sonriendo: "Vamos a ayudarte". Pero no reacciona. No sonríe, no dice nada. Ni siquiera muestra un gesto de tristeza, sólo indiferencia. Su tía dice en perfecto castellano: "Está así desde que llegó".

jueves, 18 de julio de 2019

miércoles, 17 de julio de 2019

Diecisiete de julio

Si escribo es para dar testimonio. No tengo otra ambición. Y lo hago sabiendo que todas estas palabras escritas con tanto cuidado, este testimonio de hombre común y corriente, serán borradas de este mundo por un rápido meteorito gigante, el lento fin del mundo o el olvido de las colonias humanas exteriores, cada vez más autónomas, nuevas especies, tan lejanas de esta noche de calor en la tierra de hoy, de ahora, hace siglos.