miércoles, 29 de diciembre de 2010

Siempre al norte

Mientras dos mil diez se apaga sin estridencias, ajeno a la terrible crisis económica y los desastres naturales, yo plancho ropa para el viaje familiar de fin de año. De nuevo iremos al norte, siempre al norte, no muy lejos del mar.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Manzanas rojas

El árbol de navidad yace en el armario de la buhardilla dentro de su caja de cartón medio rota, acompañado de espumillones dorados y plateados, manzanas rojas, bolas brillantes y dos cajas de luces intermitentes compradas en los chinos. Conoció mejores tiempos, saboreó la gloria, la fama, las fotografías, pero todo eso se esfumó cuando los pequeños crecieron. La vida de los árboles de navidad, como la nuestra, es una estrella fugaz.

martes, 21 de diciembre de 2010

Un regalo inesperado

Éste es el inesperado regalo de navidad ofrecido por la Coral Niágara a los visitantes de un centro comercial, que llegó a mí a través de Susana y Aurora, dos amigas de mi propio coro, y hoy paso yo a vuestras manos (a vuestros ojos, a vuestros oídos, a vuestro corazón). Feliz navidad.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Después del ensayo

Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. Hace mucho frío en la calle. Me doy cuenta, sin decir nada, de que la iluminación navideña es más austera que otros años. No se me quita de la cabeza la historia de L., una mujer de cuarenta y pocos años a quien le van a quitar la casa, el coche y la furgoneta de trabajo de su marido, que ahora mismo anda buscando trabajo en Suiza. Pienso en sus dos hijos adolescentes, uno de ellos, por cierto, muy buen estudiante. Van a quitarles la casa por no poder pagar la hipoteca. Van a quitarles el coche familiar y la furgoneta de trabajo por no haber podido pagar la seguridad social en los estertores de una pequeña empresa de escayolistas que la crisis arrastró al precipicio. No dejo de pensar en sus dos hijos, en el mayor, que es un poco desastre y nunca se le han dado bien los estudios, y en el pequeño, que es un estudiante extraordinario y el año que viene no podrá ir a la universidad porque sus padres ni siquiera podrían pagar los costes iniciales de los viajes, el piso, la residencia, antes de poder solicitar una beca que cobrarían quién sabe cuándo, si la cobran.

Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. De algunos bares y restaurantes salen al frío de la calle quienes esta noche celebraban la cena de navidad de sus empresas. ¡Qué distancias hay entre nosotros, entre todos nosotros! Hay abismos, desiertos, océanos.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Niebla cerrada

Sábado de niebla cerrada, tan característica de este territorio que ya casi empezaba a echarla de menos; una niebla que invita a quedarse en casa y encender la chimenea, leer, tomar una bebida caliente. No pido ni quiero nada más.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Años luz

Es puente y no queda nadie. Unos esquían y otros duermen en las salas de espera de los aeropuertos (a mil años luz de lo que existe a mil años luz de aquí). Las olas lamen las playas del norte y del sur. Nieva en las montañas del este y el oeste. Silencio. Es puente y no queda nadie. Sólo tú, a un millón de años luz de lo que existe a un millón de años luz de aquí.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una liebre en el jardín

Anteayer por la mañana había una liebre en el jardín que rodea el pequeño edificio donde trabajo. Al principio pensamos que era un conejo común pero no, era una liebre con las características manchas oscuras en la punta de las orejas, una verdadera y esbelta liebre de ojos como uvas de moscatel. Tras los primeros instantes de perplejidad imaginé que alguien la habría encontrado en el campo en primavera, cuando era un adorable lebrato, y al hacerse adulta en la casa, sin ánimo para matarla y comérsela, pensó, por absurdo que parezca, que sería una buena idea dejarla en nuestro jardín antes del amanecer. Esas cosas suceden. Ahora, mientras algunos peatones la señalaban con asombro, la liebre corría de un lado a otro tratando de esconderse bajo los arbustos, detrás de las escaleras contra incendios, entre el contenedor de basura y la pared. Dejé de mirar un instante y cuando volví a hacerlo el animal se había esfumado como si nunca hubiera existido. Todo el día estuve atento a los ventanales por si acaso volvía a aparecer, también ayer de vez en cuando, y hoy también ya un poco menos, ya casi nada.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Para Teresa

Pasad, nubes, pasad
ingrávidas y veloces sobre mí,
no llegaréis a tiempo
al sitio del que vengo.

Cantad la canción,
hojas del bosque,
sobre la tierra que
eternamente rueda.

Cruje, nieve, buscando el atajo.
Brilla, sol, antes de tu hora.
Navega, nube, sobre la sombra de mi alma
y sigue tu camino, pues yo
encontré lo que buscaba.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Después del ensayo

Después del ensayo salimos a la calle y hace mucho frío. En las cálidas capillas de nuestros cráneos suena todavía la música, las partituras de una navidad que ahí se acerca con la misma inocencia con la que nosotros nos precipitamos cada día hacia la noche oscura.

domingo, 21 de noviembre de 2010

A chimenea

Mientras subimos al coche ella me dice que le encanta el olor de Binéfar en esta época del año, que sólo huele así aquí. Yo, que carezco de olfato por culpa de la rinitis, le pregunto a qué huele y ella me contesta que huele a chimenea, a leña ardiendo en una chimenea. La llevo a la estación y me quedo en el andén hasta que el autobús, que tiene los cristales tintados, maniobra y se aleja en dirección a Barcelona.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Zarzas y enredaderas

Las noticias sobre la crisis económica en Irlanda, una de las últimas víctimas del robo del siglo, me hacen recordar la amabilidad de sus habitantes, la belleza de Connemara, el olor de sus playas invadidas por las algas, las casas abandonadas cubiertas de zarzas y enredaderas.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Lunes por la noche

Sopla un viento frío,
vanguardia del invierno,
exploradores a cuyos ojos
nada escapa.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Borrador

Sueño con una almazara cerca de la playa. En alguna parte hay un campamento de jóvenes. Conozco a unas chicas, hablamos junto al mar. Yo también soy mucho más joven, tal vez adolescente. La Playa. La costa. Casas de pescadores. Una plaza. La prensa comprime las olivas. El aceite virgen cae en un depósito de plástico. Una voz adulta dice detrás de mí: «¡Es extraordinario!».

viernes, 5 de noviembre de 2010

La primera estación

Se encontraba en medio de un pequeño bosque. El viento agitaba las copas de hojas amarillas convirtiéndolas en un gran sonajero y haciendo que algunas de ellas se desprendiesen y cayesen sobre él. Podía sentir el olor del suelo de hierba cubierto de hojarasca. Cantó un pájaro.

Despertó. Abrió los ojos a la tenue oscuridad de la cabina e inmediatamente volvió a cerrarlos tratando de recuperar el sueño durante unos segundos más, siquiera un instante, pero ya era demasiado tarde, los árboles y el viento se habían desvanecido. Se irguió en la cama y contempló el cosmos a través del ojo de buey. Ni él ni sus padres habían conocido los viejos bosques de la tierra, ¿de dónde provenían aquellos sueños, unas imágenes tan vívidas? Consultó la hora. Pronto entraría de guardia en uno de los puentes de proa. Qué destino tan amargo era el suyo, haber nacido y estar condenado a morir en una de las arcas, prisionero y esperanza al mismo tiempo. Serían sus tataranietos quienes tuviesen el privilegio de llegar a un mundo nuevo en el que les esperaban los descendientes de los colonos exploradores que habían partido antes que ellos, dos siglos atrás. Por lo que sabía no se encontrarían con bosques de hojas amarillas agitadas por el viento, aunque sí con inmensos océanos de un azul que no podía imaginar pero sí soñar. Se puso en pie, se dio una ducha seca y, dando la espalda a la oscuridad y las estrellas, salió del camarote rumbo a sus obligaciones.

martes, 2 de noviembre de 2010

Todos los santos

El sol lucía en todo su otoñal esplendor sobre los nichos, los árboles de las aceras y la multitud que pululaba entre las calles armados de flores nuevas y productos de limpieza. La policía local regulaba el tráfico y, en general, se respiraba un ambiente de fiesta y celebración, casi de verbena.

Por nuestra parte no hicimos nada diferente a lo que hacían miles de personas a nuestro alrededor: limpiamos con un limpiacristales el frío mármol, sustituimos las flores, pensamos en nuestros muertos durante unos minutos, volvimos a verles en nuestra memoria tal y como eran, nos despedimos de ellos y nos fuimos. A la salida del cementerio había un atasco considerable, pero ningún conductor tocó el claxon ni manifestó prisa o enfado.

domingo, 31 de octubre de 2010

Último día

El grillo que cantaba a comienzos de octubre calló al cabo de pocos días, probablemente sin haber logrado reproducirse a esas alturas del año. Ahora hiberna en la profundidad de su agujero, inmóvil como una pieza de orfebrería. A miles de metros de altitud los aviones de pasajeros surcan el cielo nocturno. Alguien que vuelve a casa duerme en su asiento junto a la ventanilla, y sueña.

sábado, 30 de octubre de 2010

Trigésimo día

En Zaragoza ya es navidad, si uno ha de fiarse de algunos escaparates donde se exponen árboles cubiertos de nieve artificial, espumillón, bolas de colores, lazos rojos y dorados. Es sábado por la tarde y el centro comercial está tan lleno de gente que se han agotado los carros de la compra. Yo me obligo a conservar la calma y, por una vez, lo consigo, lo que me permite observar sin palpitaciones la amplia variedad genética que me rodea: íberos, aztecas, bereberes, caucásicos, nilóticos, cosacos; hombres y mujeres del desierto, de la montaña, de las estepas y los bosques. Todavía recuerdo cuando el paseo de un soldado negro de la base militar norteamericana hacía que todos los niños nos volviésemos a mirar, asombrados. Salimos de Babel, regresamos al piso que fue de mis suegros y ponemos en marcha la calefacción. Pronto hará seis años que los yayos de Zaragoza murieron, ella en enero y él en diciembre de dos mil cuatro. Si pudieran contemplar ahora a sus nietos qué orgullosos se sentirían de ellos. Carlos hace los deberes que ha traído aquí para tener libre la tarde de mañana y el lunes entero en Binéfar, y Paula, que llegó ayer de Barcelona después de tres semanas de ausencia, descansa tendida en el sofá Ektorp, guapísima y un poco acatarrada. Poco a poco la vivienda va entrando en calor. Sí, más pronto de lo que parece llegará la navidad, esa tenue frontera donde se reúnen el final y el comienzo, los muertos y los vivos, los niños que fuimos y quienes somos ahora.

viernes, 29 de octubre de 2010

Vigesimonoveno día

Conduzco de noche detrás de otros coches y furgonetas y camiones que también acuden al trabajo. Al girar en la primera rotonda para entrar en la autovía me sitúo durante un momento frente al Este, donde el cielo comienza a clarear débilmente sobre la línea del horizonte anunciando un nuevo día -y esto es una gran verdad- nunca antes repetido en la historia del mundo; un nuevo día todo entero para mí.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Vigesimoséptimo día

Octubre continúa avanzando hacia noviembre, insensible a nuestras dudas y nuestras certezas. Nada le detendrá, ni el amor ni el miedo ni el cansancio ni el frío, ni tampoco esa fragilidad que de improviso se instala en nuestro corazón como un pájaro. No, nada le detendrá, pues el verdadero motivo de su existencia es no detenerse nunca.

martes, 26 de octubre de 2010

Vigesimosexto día

Atenuar el miedo, expulsar el sufrimiento. La melancolía. Bach. En una ventana de Leipzig se apaga la luz de un candil. La biblioteca ha caído sobre un fondo de silencio. Los instrumentos reposan en sus cuerdas. Un hombre cansado y de vista tenue se dirige a la cama, ha releído, más allá de las páginas, un mundo al que volverá mañana. La nada le ha sido concedida como un don. La nada es un bien. Por eso reza. De cada día surge una melodía: le pondrá un contrapunto. Mientras llega el sueño, piensa en los que yacen. Oye la vida en lo inaudible. Quizá la música consista en eso, en revelar las cosas antes de que adquieran nombre. Si ha quedado un libro abierto sobre el escritorio, el universo seguirá teniendo un espejo en la tierra.

Ramón Andrés, de Johann Sebastian Bach - Los días, las ideas y los libros, Acantilado, 2005.

lunes, 25 de octubre de 2010

Vigesimoquinto día

Por la mañana alguien me dice que en las montañas han caído las primeras nieves. En el llano sopla un viento furioso que inclina los chopos y álamos junto a las acequias. Los campos de maíz que quedan sin cosechar tienen el color del bronce antiguo. Ayer desmonté el sistema de riego automático para guardarlo en el interior de mi casa hasta la próxima primavera. Hasta la próxima primavera, escribo, y me estremezco.

domingo, 24 de octubre de 2010

Vigesimocuarto día

Hoy he cantado con mi coral en Pla de la Font, un pueblo de colonización cerca de Lérida cuyo ayuntamiento nos ha contratado en las celebraciones del quincuagésimo aniversario de su creación. ¡Cincuenta años solamente! Pocos años antes de que yo naciese este lugar no existía.

En un acto protocolario previo a la misa y el concierto su alcalde ha hablado de aquellos primeros colonos, provenientes de Cataluña, Aragón, Andalucía, Valencia, Castilla, que llegaron al territorio para comenzar una nueva vida, agricultores a quienes se les concedían unas parcelas para que las trabajaran y pudieran labrarse un futuro. Desde el coro de la iglesia escuchaba sus palabras y me parecía estar en una película del oeste americano o de Siberia.

Al terminar nuestra actuación y recoger los bártulos hemos salido a la calle, lucía el sol y una rondalla cantaba una albada en homenaje al pueblo y sus fundadores. Algunos de sus versos me han emocionado:

Han pasado cincuenta años
desde que vinimos a estas tierras
con los bolsillos vacíos
y el alma llena de pena.

Esto era casi un desierto,
no había agua ni luz,
pero lo más importante
es lo que trajiste tú,
lo más importante es
lo que trajiste tú.

sábado, 23 de octubre de 2010

Vigesimotercer día

¡Las nueve de la noche y todavía no he hecho mis ejercicios! Ahora me pondré a ello porque desde hace un tiempo faig bondat, que en catalán quiere decir cuidarse, portarse bien, adelgazar incluso como, poco a poco, estoy haciendo yo. Me gusta mucho el catalán y siempre que puedo aprovecho para practicarlo. Hay una palabra que me encanta: tardor, la tardor, que se pronuncia sin la erre final: la tardó, y significa otoño, un otoño femenino.

viernes, 22 de octubre de 2010

Vigesimosegundo día

Después de hablar por teléfono con mi amigo me preparo un té rojo y ordeno las partituras del concierto del domingo. Poco a poco la noche cubre con su manto el pueblo iluminado con farolas. El frío ha llegado para quedarse. La taza de té está caliente. La voz de mi amigo siempre es música para mi corazón.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Vigésimo día

MI MUERTE

Si tengo suerte, estaré conectado
a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos.
Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final.
Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!"
Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo.
Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez
y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren,
me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien".
Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho.
Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento.
Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo".
Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz".
¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno,
me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso,
no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo.
Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia
de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.

Raymond Carver,
de Todos nosotros, 4ª edición, septiembre de 2007.

martes, 19 de octubre de 2010

Decimonoveno día

Una vez el marido de esta mujer la agarró de los pelos y golpeó su cabeza contra el suelo. Cuando estaba embarazada la amenazaba con las jeringuillas que utilizaba para vacunar a los tocinos, le decía que iba a ponerle la inyección que les ponía a las cerdas para que pariesen. La trataba como si fuese un animal o, sabe usted, peor que a los animales de la granja. En el pueblo nadie le quería y todos le temían, cuando bebía se pegaba con el primero que se encontraba por la calle. Al hijo lo sacó del colegio en cuanto cumplió quince años y le hacía trabajar con él de sol a sol, no le permitía salir por ahí con otros jóvenes de su edad. Durante años ella nunca se atrevió a denunciarlo porque sabía que el monstruo era capaz de matarles a los dos, pero cuando el chico intentó suicidarse se dio cuenta de que debía ser valiente, si no por ella, por su hijo. Puso una denuncia en la guardia civil y los dos se fueron a vivir a casa de su hermana en Barbastro. El juez impuso una orden de alejamiento que, afortunadamente, el ogro cumplió. Se divorciaron sin la presencia de él, que no quiso saber nada. Ella renunció a cualquier pensión compensatoria, a la aislada casa junto a la granja, a todo lo que tuviese que ver con aquel hombre y las cosas que le hacía. Comenzó una nueva vida. Se puso a limpiar para varias empresas en bancos, oficinas y colegios. El hijo se hizo mayor y se fue lejos con la traumática carga de su infancia en la memoria. Ella se compró un piso pequeño en la ciudad. Cuando a finales de septiembre de dos mil diez supo que su marido había muerto sintió un gran alivio, yo sé que está mal, sabe usted, pero no pude evitarlo, por fin podía respirar tranquila, por primera vez podía caminar por la calle sin esa sensación de temor permanente a la que nunca había llegado a acostumbrarse. Le hemos tramitado una pensión de viudedad especial para casos de violencia de género, una modalidad que elude la obligatoriedad de que la viuda percibiese pensión compensatoria del excónyuge. No es mucho dinero pero ella está satisfecha, lo ve como una especie de indemnización por haber aguantado tantos años a aquel hombre que conoció muy jovencita y la engañó. Me da las gracias, se levanta sonriendo y sale a la calle donde hace frío, el aire es transparente, las hojas de los castaños de indias se secan lentamente.

lunes, 18 de octubre de 2010

Decimoctavo día

Este granjero de terneros se parece muchísimo a Sidney Pollack. La joven de la gestoría es el vivo retrato de Anaïs Nin. Tengo un amigo en Binéfar que es clavado a Harrison Ford. En un planeta con una población de casi siete mil millones de seres humanos resulta imposible que cada uno de nosotros no tenga más de un sosias. Alguien idéntico a ti sale ahora de su casa en las antípodas, sube a una bicicleta y se aleja pedaleando sobre el asfalto mojado.

domingo, 17 de octubre de 2010

Decimoséptimo día

Anotar algo en este cuaderno cada día durante un mes no tendría ningún sentido si no fuese por la voluntad de hacerlo. A veces basta con eso.

sábado, 16 de octubre de 2010

Decimosexto día

Hace quince días una señora de Barbastro me regaló una bolsa de almendras de su campo. Esta tarde las he cascado con un martillo, las he escaldado en agua hirviendo con sal para que la piel se suelte fácilmente al comerlas, y después de secarlas con un trapo las he tostado en la bandeja del horno. Todavía calientes estaban buenísimas. La señora en cuestión suele pasar con cierta frecuencia por mi lugar de trabajo, si vuelvo a verla ojalá recuerde decirle que no hubiese cambiado sus almendras recién tostadas por todas las trufas y todo el caviar del mundo. Se pondrá contenta y además es verdad.

viernes, 15 de octubre de 2010

Decimoquinto día

Alertado por el ruido, Carlos me pregunta si me estoy afeitando y yo le contesto que no, que sólo me estoy depilando el vello de las orejas. Mi hijo, intrigado, entra en el cuarto de baño. Sí, le digo, observa esta pequeña máquina, no parece gran cosa, ¿verdad? Pues de eso nada, aquí donde la ves se trata de una máquina tan inteligente que su mera utilización genera y asegura su propio porvenir. ¿Qué quieres decir, papá? Quiero decir, hijo mío, que una vez que has empezado a depilarte el vello de los oídos con una depiladora eléctrica deberás seguir haciéndolo hasta el final de tus días, porque los pelos crecerán cada vez más fuertes y visibles, ¿es o no es inteligencia artificial? Ah, y también sirve para eliminar los de la nariz... Eh, pero, ¿por qué te alejas haciendo muecas de asco? ¡No huyas, cobarde! ¡Algún día también tú te someterás a su poder! ¡Algún día!

jueves, 14 de octubre de 2010

Decimocuarto día

Conduzco de regreso de Lérida con el sol retirándose a la izquierda, su luz definitivamente otoñal iluminando los maizales, un campo de golf, las viñas de Raimat. No he puesto música en el equipo del coche y sólo se escucha el aire deslizándose sobre la carrocería, el ronroneo del motor diesel, mi respiración.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Decimotercer día

Observo conmovido el rescate de los mineros atrapados en Chile, las emocionantes escenas de su llegada al mundo exterior tras más de dos meses sepultados, y también las entrecortadas imágenes tomadas desde el interior del refugio que muestran a la cápsula de salvamento asomando milagrosamente en el techo de roca, esa estrecha cabina que, con un hombre en su interior, recorrerá seiscientos veintidós metros atravesando la tierra rumbo a la superficie, a la luz, al aire fresco y los seres queridos; esa cápsula que se llama Fénix e inmediatamente me hace pensar en Julio Verne.

martes, 12 de octubre de 2010

Duodécimo día

Llegué al retrete con el tiempo justo para arrodillarme y empezar a vomitar violentamente. Expulsé durante un rato lo que mi cuerpo rechazaba sin contemplaciones, me lavé los dientes y me tumbé en la cama hasta que tuve que correr de nuevo, algo que sucedió varias veces durante la noche, al principio para purgarme por arriba y después por abajo. Maite entró a consultar en internet y llegamos a la conclusión de que se trataba de una gastroenteritis viral, lo que por aquí se conoce vulgarmente como «una pasa», nada grave, dos días de adelgazamiento forzoso y curado, espero. Respecto a los vómitos y la diarrea: nunca deja de asombrarme que nuestro organismo pueda adoptar decisiones tan radicales al margen de nuestra voluntad.

lunes, 11 de octubre de 2010

Undécimo día

PUEDE SER SIN TÍTULO

Después de todo, estoy sentada bajo un árbol,
a la orilla del río,
en una mañana soleada.
Es un acontecimiento banal
y que no pasará a la historia.
Nada que ver con batallas ni pactos
cuyas causas se investigan,
ni con tiranicidios dignos de ser recordados.

Y sin embargo estoy sentada junto al río, es un hecho.
Y puesto que estoy aquí,
he tenido que venir de algún lado
y antes
estar en muchos otros sitios,
exactamente igual que los grandes descubridores
antes de subir a cubierta.

Hasta el instante más efímero tiene su pasado,
su viernes antes del sábado,
su mayo antes de junio.
Son tan reales sus horizontes
como los de los catalejos de los almirantes.

Este árbol es un álamo enraizado desde hace años.
El río es el Raba, que fluye desde hace siglos.
No fue ayer cuando unos pasos
formaron el sendero.
El viento, para dispersar las nubes
tuvo antes que arrastrarlas aquí.

Y aunque en los alrededores no pasa nada importante,
el mundo no es más pobre en sus detalles,
ni está peor justificado, ni menos definido
que en la época de las grandes migraciones.

El silencio no sólo acompaña a conspiraciones secretas.
Ni un séquito de causas a ceremonias de coronación.
No sólo se erosionan los aniversarios de las sublevaciones,
también envejecen los guijarros de la orilla.

Complicado y denso es el bordado de las circunstancias.
Costura de hormigas en la hierba.
Hierba cosida a la tierra.
Diseño de olas en el que se enhebra un tallo.
Por casualidad estoy aquí y miro.
Sobre mí una mariposa blanca bate en el aire
unas alas que sólo a ella le pertenecen
y una sombra se me escapa a través de la mano,
no otra, no la de cualquiera, precisamente la suya.

Ante esta visión siempre me abandona la certeza
de que lo importante
es más importante que lo insignificante.

Wislawa Szymborska, traducido por David Carrión Sánchez,
de El gran número, Fin y principio y otros poemas, 5ª Edición, 2010.

domingo, 10 de octubre de 2010

Décimo día

Despierto a Carlos en nuestro piso de Zaragoza cuando todavía es noche cerrada sobre la ciudad. Encendemos la televisión. El Gran Premio de Japón comenzará dentro de un rato.  Todavía no sé que Fernando Alonso quedará en tercera posición y ganará Sebastian Vettel, pero lo que sí sé es que estos madrugones que mi hijo y yo nos damos año tras año desde que era muy pequeño son un territorio único, un lugar especial en el que estamos juntos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Noveno día

Hoy comemos en el huerto de mis padres con toda la familia y se supone que ya debíamos estar en Zaragoza, donde queremos detenernos a comprar unos regalos para nuestros sobrinos, pero son las once menos cuarto y todavía estamos en casa. Por mi parte he bajado plásticos y algo de basura a los contenedores, he ido a sacar dinero al cajero y todavía me ha dado tiempo de comprar en la bodega Isabal una botella de whisky Glenfiddich para llevar al pueblo. Siempre pasa lo mismo. Yo antes me agobiaba pero ahora ya no, total nadie me hacía caso y sólo servía para crear tensión ambiental. No veo a mis padres y mis hermanos desde que regresamos de Irlanda, tengo muchas ganas de encontrarme con todos y ver cómo han crecido los niños más pequeños. Por aquí el cielo está cubierto y tiene pinta de llover, no sé qué tiempo hará en la ribera de Navarra. ¡Ya son las once! Pero tú tranquilo, Jesús, ponerse nervioso no sirve para nada, no te asomes a la escalera para gritar: ¿SABÉIS QUÉ HORA ES? ¿CÓMO ES POSIBLE QUE TODAVÍA NO ESTÉIS LISTAS?

viernes, 8 de octubre de 2010

Octavo día

Detrás de mi casa hay un pequeño parque con columpios. Son las seis y media de la tarde y los niños gritan como si los guerreros de Herodes hubiesen entrado en la plaza blandiendo sus espadas. Los chillidos se reflejan en las fachadas de los edificios y se convierten en un eco que pervive durante unas milésimas de segundo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sexto día

Carlos y yo vamos a comprar ropa al Centro Comercial. Necesita camisetas, pantalones, una prenda de abrigo y una mochila para el instituto. Normalmente suele comprarse la ropa él solo pero como esta vez vamos a pagar con tarjeta tengo que acompañarlo. Después de la emasculación lo que menos me gusta del mundo es ir a comprar ropa, lo odio tanto que mi familia opina que es una fobia: igual que hay personas que tienen fobia a las palomas, a volar en avión o a los sitios cerrados, yo tengo fobia a comprar ropa. Seguramente tienen razón. En la tienda una dependienta reconoce a Carlos, de trece años, y me comenta que siempre le ha llamado la atención que se comprara la ropa él solo o acompañado de algún amigo de su edad (de hecho viene haciéndolo desde los once o doce años). No sé muy bien qué contestarle, también yo suelo comprarme la ropa solo ¡y en diez minutos! En la zona de caballeros veo un matrimonio comprando pantalones, la mujer los elige y su marido, como un niño grande, va a probárselos mansamente y sin rechistar.

martes, 5 de octubre de 2010

Quinto día

Las excavadoras y camiones de las obras de la autovía descansan inmóviles bajo las estrellas. Los padres, agotados al cabo del día, acuestan a sus hijos pequeños cumpliendo escrupulosamente los rituales precisos. Las camareras del Chanti limpian el local, pasan una bayeta por la barra y la cafetera, apagan las luces y salen a la calle. El camión de la basura avanza, se detiene, avanza y vuelve a detenerse para que los dos trabajadores que viajan detrás se descuelguen con agilidad y vuelquen en su interior el contenido de los depósitos verdes. Cerca de Monzón el agua del río Cinca fluye bajo el puente que cruzaré mañana rumbo al trabajo. Hay una comadreja atropellada en la carretera de las viñas de Barbastro, su piel suave como plumón se mueve agitada por el viento nocturno.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuarto día

Tengo cuarenta y siete años y siempre he tenido ideas políticas. Me he batido el cobre muchas veces hasta acabar agotado y cubierto de polvo. Creo que jamás convencí a nadie de nada, y no me sorprende, lo acepto como algo normal porque tampoco a mí me convenció nunca nadie. Ahora sé que no merece la pena gastar toda esa energía, toda esa concentración mental, es una pérdida de tiempo hablar con quien, a menudo, en su fuero interno te desprecia, debatir con quien al mirarte ve la caricatura previa que dibujó en su mente. Me costó años aprender esto y descubrirlo supuso un alivio instantáneo. Continúo teniendo ideas políticas, por supuesto, y las defiendo a mi modo, tranquilamente, cada día de hecho, pero ya no me enzarzo en obscenas peleas cuerpo a cuerpo, ya no trato de convencer a nadie de nada porque sé que es imposible. La vida es breve como el día. Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.

domingo, 3 de octubre de 2010

Tercer día

La lluvia despertó al viejo rapsoda, que se levantó y se acercó a la galería colgante sobre el mar. Las voces de los muertos continuaban susurrando en sus oídos. Tomó asiento frente al escritorio, prendió la lámpara de aceite y la sangre volvió a correr sobre la tierra mientras los gritos de las viudas se elevaban al otro lado de las murallas.

sábado, 2 de octubre de 2010

Segundo día

Cerca de las dos de la madrugada, mientras tomaba una copa en el Chanti con mis compañeros del coro, sonó mi teléfono móvil. Desconocía el número que aparecía en la pantalla pero era mi hija, que me llamaba desde Barcelona. Apenas podía oír su voz en medio del inconfundible ruido de una fiesta. Me decía, desde el móvil de una amiga, que había perdido su teléfono y me ocupase rápidamente de bloquearlo, que es lo que hice sin necesidad de hablar con nadie, limitándome a marcar los números que una voz robótica me ordenaba desde el otro lado. Poco después, para alivio de los trabajadores del Chantilly, salíamos a la frescura de la noche. Octubre. Jamás había pensado en esa palabra. Octubre. Paula.

viernes, 1 de octubre de 2010

Primer día

Al amanecer calló el grillo que desde hace semanas canta en algún lugar de la terraza. Anoche salí a grabar en el teléfono su voluntad incansable, tan ajena a la mía. Pronto llegarán los días fríos. La mañana es gris. Octubre comienza a suceder.


Canto de un grillo en mi terraza, 30 de septiembre de 2010, 8:59 de la noche.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Después del ensayo

Después de casi dos meses de vacaciones musicales me ha costado un poco vestirme y salir a la calle un viernes por la noche para ir a ensayar. Quédate en casa, idiota, deja la coral y ahórrate estos compromisos, ¿qué necesidad tienes de complicarte la existencia? ¿no ves que vivirías más tranquilo y sin obligaciones? El viento de la calle ahoga la voz de mi conciencia y camino los pocos metros que me separan del local de ensayo. Las compañeras que ya han llegado me saludan. ¡Anda, te has dejado barba! Sí, bueno, dejé de afeitarme en vacaciones y así está la cosa, ¿cómo ha ido el verano? Muy bien, ¿y tú? También, también, sí, de maravilla. La directora se sitúa de pie junto al piano y nosotros nos repartimos de izquierda a derecha en semicírculo y por cuerdas: sopranos, tenores, contraltos y bajos. Instalo un atril frente a mí y coloco en él mi carpeta negra, que no he tocado desde el uno de agosto. La abro mecánicamente, mis ojos se posan sobre los pentagramas y recuerdo por qué estoy aquí. Las partituras, todas las partituras, siempre son bellas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Aguaceros interruptus

Despierto de la siesta aturdido y confuso. Uf, ha sido demasiado larga, profunda, impropia de un día laborable. Me siento en la cama frente al espejo del armario y contemplo un hipopótamo. Oh, dioses, qué gordo estoy. Tengo la boca seca y decido bajar a la cocina y servirme una Guinnes bien fría en uno de los vasos oficiales de la marca que compré en Dublín. ¡Servirte una Guinnes! ¿Así adelgazarás, vago de bellota? Oh, cállate, por favor, cállate y déjame en paz. La casa está desierta, ¿dónde se ha metido todo el mundo? Mientras me sirvo la pinta con el cerebro al ralentí, aunque no tan al ralentí como para no inclinar cuidadosamente el vaso, comienzo a recordar que ella tenía cita en la peluquería y él clase de inglés. Sí. Todo está bien. Fuera el cielo es oscuro. El bochorno que nos ha acompañado durante todo el día no acaba de descargar. Odio estos aguaceros interruptus.

martes, 21 de septiembre de 2010

Repiquetea

Llueve a la luz del sol. No es la primera vez que lo presencio: brilla el sol y la lluvia repiquetea sobre todas las cosas, indiferente a ellas y a mí.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Alas invisibles

Salgo de Barcelona cuando el tráfico en sentido contrario comienza a crecer, es domingo por la tarde y los viajeros del fin de semana vuelven a casa. Por la mañana llevé a Paula al colegio mayor donde residirá durante su primer curso de estudios universitarios. En el viaje no paraba de hablar, qué entusiasmada, qué feliz y radiante estaba de salir al mundo, de iniciar un nuevo camino, nuevas experiencias y exploraciones. Yo también me sentía feliz, feliz por ella. Después de dejar las maletas en la habitación hemos cruzado la ciudad y los dos nos hemos ido a comer al Port Vell. Tras dar un paseo contemplando los barcos y los turistas hemos regresado a la residencia y la he dejado en la puerta. «Cuídate mucho, cariño», le he dicho. «No te preocupes, papá, estaré bien», ha dicho ella, sonriente. Nos hemos dado un beso y me he ido.

De Innisfree [5/2004 - 5/2005]:

Viernes 17 de septiembre de 2004

SIN TÍTULO

Forro los libros del nuevo curso con plástico autoadhesivo. El proceso es semejante a una pesadilla. Si me descuido por aquí la esquina se pega sobre sí misma por allá, y cuando acudo presto a despegarla, en otro lugar del libro, que ahora parece inmenso como un continente, lo mismo vuelve a suceder. P. me observa con cara de sueño, ligeramente sorprendida de mi torpeza. Su hermano duerme desde hace un rato. Yo mascullo maldiciones en voz baja pero al cabo de lo que parecen interminables horas la pila de volúmenes ya ha sido forrada, por llamarlo de algún modo. Con las burbujas de aire que han quedado atrapadas en la chapucería podría sobrevivir durante un mes una estación espacial. Mientras me sirvo un whisky mi hija las pincha con una aguja de coser. "Lo he hecho lo mejor que he podido, cariño", le digo. "Bah, está muy bien, papá", dice ella deshaciendo las ampollas con minuciosidad de cirujana. Observo la cola de caballo de su cabeza, sus delgados codos apoyados en la mesa, los delicados omoplatos donde asoman las alas invisibles que un día la alejarán de mí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mahamet

Mahamet me dice que no hay trabajo porque ahora las grandes bodegas vendimian con máquinas. Cuando llegue a casa me enteraré a través de internet de que una sola vendimiadora mecánica hace en un día la faena de cien hombres, pero ahora todavía no lo sé y lo único que puedo hacer es escuchar y compadecerme. La verdad es que no sé qué solución hay para todas estas personas que cada día se sientan al otro lado de mi mesa: temporeros, peones de la construcción, empleados de almacenes y pequeñas empresas sin ningún tipo de especialización. O sí lo sé: no existe ningún futuro para ellos porque en España no se volverán a construir ochocientas mil viviendas al año, no existe ningún futuro para ellos porque las tareas del campo se mecanizarán cada vez más. El panorama es así de desolador. Conozco a Mahamet desde hace años, no tiene familia, vive en pisos patera durmiendo en colchones sobre el suelo y comiendo arroz cocido con pastillas de caldo avecrem. Es un hombre alegre de ojos brillantes y siempre un poco inyectados en sangre. Si alguna vez me ve por la calle siempre me saluda diciendo mi nombre y alzando un brazo. Todavía es bueno, todavía tiene esperanza, la realidad no ha logrado, todavía, socavar sus cimientos. Ojalá nunca lo haga. Siempre que hablo con él me fijo en unas cicatrices simétricas que adornan su rostro de ébano. Juego a imaginar que son el resultado de alguna especie de ritual mientras visualizo rechonchos baobabs, chozas de espino, tierra roja, los mugidos de vacas de cuernos inmensos bajo el cielo azul. ¿Son esas cicatrices las que le dan la fuerza necesaria para seguir adelante?

martes, 14 de septiembre de 2010

Explosiones

Espero por su propio bien que esta noche no haya supervivientes de guerra entre los habitantes de este culo del mundo. Lo digo por los fuegos artificiales que cierran las fiestas: podrían despertar en ellos ataques de pánico, episodios de estrés postraumático, reacciones inesperadas. La casa entera vibra con las explosiones. Bebo un sorbo de whisky y me pregunto si realmente es necesario todo esto.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Chernóbil

Por la mañana salgo un momento a hacer unos recados y paso por las ferias desiertas y silenciosas. Todos los puestos están cerrados, las bombillas de colores apagadas bajo el sol del día, el suelo cubierto de vasos de plástico rotos, pañuelos, basura. No se ve a nadie por ninguna parte. Pienso en Chernóbil.

Tan cascarrabias

Han comenzado las fiestas y casi todas las familias sin hijos menores ni otros compromisos han huido rumbo a la playa o la montaña, lo más lejos que podían. Desgraciadamente la mía no está entre ellas y, como cada año, tendré que soportar el bullicio de las peligrosas ferias ambulantes, el eco de la música de la carpa de las peñas a todo volumen hasta el amanecer y los inevitables botellones en el pequeño parque de atrás.

Cuando Carlos vuelve del chupinazo con la cabeza empapada cubierta de grumos de harina y camino de la ducha dice sonriente que se lo ha pasado genial no puedo evitar sentirme un poco culpable: ¿cómo puedo ser tan cascarrabias?

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Tarde o temprano

Ese vecino que lleva dos bolsas de basura hacia los contenedores de la esquina vestido con bermudas viejas, chanclas de piscina y una camiseta agujereada (su personal versión de «ropa de estar por casa», tal vez alguien debería decirle que parece un vagabundo), ese hombre que camina con la mirada en el suelo, abstraído en sus pensamientos, lloró hace unas horas viendo una película de dibujos animados, ¿puedes creerlo? La historia va de juguetes abandonados o más bien, en realidad, del paso inexorable de los años. En las secuencias finales -estaba solo frente a su ordenador, podía dejarse llevar- lloró como una magdalena, sin reparos, a moco tendido, y lo curioso es que no es la primera vez que le pasa en los últimos tiempos, sin ir más lejos hace unos días también acabó sonándose la nariz viendo el desenlace de «Las invasiones bárbaras», una película muy distinta. Pero qué desahogo le producen esas convulsiones y lágrimas: cuando han terminado se siente limpio, liberado, ligero. Quizás se está volviendo demasiado blando, ¡a este paso acabará llorando viendo anuncios en la televisión!

Tras depositar las bolsas de basura en sus respectivos contenedores regresa a su casa por la acera. Los nidos colgantes de los aviones comunes vuelven a estar vacíos. Corre un poco de aire fresco, ¿será verdad que van a bajar las temperaturas? Al fin y al cabo alguna vez deberá suceder, tarde o temprano vendrá el otoño, no hay nada que pueda hacerse por evitarlo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Contacto

Entre los primeros avistamientos y la aniquilación de cualquier forma de vida sobre el planeta transcurrieron exactamente dos segundos y medio. Ellos ni siquiera se habían detenido y siguieron su camino, inocentes, a través del universo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agujeros de gusano

El tiempo ha cambiado, incluso es posible que llueva. Conduciendo hacia el trabajo veo un Citröen Picasso gris detenido en el arcén y a su lado un hombre arrodillado tomando fotografías de las viñas a la luz de la mañana recién nacida. Si el coche hubiera sido de color rojo y el hombre hubiese tenido el pelo más largo bien pudiera haberse tratado de mí mismo en un cortocircuito espacio-temporal, uno de esos agujeros de gusano donde presente y pasado comparten durante un segundo el mismo instante.

sábado, 28 de agosto de 2010

Álbum de Connemara

LA CASA




LOS QUE SE FUERON




LUGARES










PERSONAS




IRLANDA ES UN JARDÍN



(Pasar el cursor sobre las fotografías permite leer información, así como abrirlas y ampliarlas.)

viernes, 27 de agosto de 2010

Días de Connemara

EL MERO ACTO DE VIAJAR

El de hoy ha sido un día muy largo e intenso. Comenzó en Binéfar, provincia de Huesca, Aragón, España, y acaba aquí, en Great Mans Bay, Dereen Daragh, Lettermore, Connemara, Condado de Galway, costa oeste de Irlanda. Caigo en la cuenta, por infantil que resulte pensarlo, de que el mero acto de viajar, la posibilidad de trasladarse sobre el planeta de un lugar a otro, me sigue pareciendo increíble, mágico, algo casi inexplicable.

Salimos de casa en dirección a Barcelona a las cuatro de la madrugada. En el aeropuerto del Prat, tras esperar un buen rato, tomamos un avión hacia Dublín, donde nos esperaba un Toyota Avensis con cambio automático y el volante a la derecha que conduje por el carril de la izquierda de costa a costa hasta llegar aquí, parando en Galway para comprar provisiones. Maite me avisaba cuando me aproximaba peligrosamente al arcén y lo cierto es que he disfrutado mucho, aunque al principio estaba un poco nervioso.

La casa tiene unas vistas soberbias de la bahía, pero lo que más nos ha llamado la atención es que está llena de detalles personales, fotografías y objetos de la familia McDanagh, uno de cuyos miembros, Michael, un hombre muy alto que habla inglés a golpe de glotis (estamos en territorio Gaeltacht, donde se habla gaélico), nos ha guiado desde la iglesia de Lettermore y nos ha entregado las llaves. Cuando se ha ido hemos descubierto, al ir a recoger la compra en la nevera, un regalo de bienvenida consistente en una botella de vino blanco australiano acompañada de queso cheddar rojo y un paquete de galletas saladas crackers, un detalle que me ha hecho recordar el día que pensé en la posibilidad de llevar un par de botellas de rioja bueno para obsequiárselas a los propietarios de la casa, el día que lo pensé, debo decir, y a continuación deseché por el límite de peso de los equipajes en el avión.

Antes de cenar nos hemos dedicado a explorar las habitaciones y rápidamente hemos deducido que ésta fue la casa familiar del clan, donde todo empezó. En las paredes de un pequeño salón enmoquetado hay colgadas fotografías de los abuelos, los hijos (aparece Michael en varias edades) y los nietos, incluso una felicitación de navidad insertada en la esquina de uno de los marcos. Nos ha sorprendido mucho. «Es como ocupar la casa de tu tía del pueblo», ha dicho Maite. «Bueno, dudo que exista algo más irlandés que vivir durante unos días en la casa de una verdadera familia irlandesa, con sus retratos, santos y todo», le he replicado con un vaso de carísimo whiskey irlandés en la mano. «Ya, pero es un poco raro, ¿no? Fíjate, esta fotografía es de una boda». «No sé si es raro, cariño, lo que sí sé es que estamos muy cansados y que mañana lo veremos todo con otros ojos, recuerda que esta madrugada estábamos en Binéfar y ahora estamos aquí, ¿no es increíble?».

FUNDA NÓRDICA

He dormido como un tronco toda la noche, cubierto por una funda nórdica que no me ha molestado en absoluto. Las vistas desde la cocina son preciosas. El mar es gris, como el cielo y las nubes. En los cables del tendido eléctrico se ha posado un grupo de cuervos.

NUNCA HABÍA IMAGINADO QUE LA COSTA IRLANDESA OLIESE ASÍ

Hemos ido a dar un paseo por la playa desierta. Nunca había imaginado que la costa irlandesa oliese así. Imaginaba el olor salado de las costas del norte de España, aquella mezcla de yodo, helechos y espuma de olas, pero aquí huele a melaza, a flores, a las algas cobrizas que lo cubren todo expuestas al sol que de tanto en tanto asoma entre las nubes. Es un olor dulzón que deja un persistente sabor ferruginoso en la boca, ahumado, mineral. Todavía tengo que decidir si es agradable o no. Lo que no tiene parangón es el paisaje, aún más hermoso de lo que imaginaba.

ARTEFACTOS

En esta casa nada funciona fácilmente. Hay que poner en marcha mecanismos diversos para que el agua salga caliente por la alcachofa de la ducha y también, algo insólito, para que sencillamente la corriente eléctrica fluya a través de un enchufe. Lo de la ducha es curioso: no hay grifos ni palancas sino una especie de caja con dos mandos que regulan la salida del agua y la temperatura. Para que funcione basta con accionar un interruptor situado en el pasillo después, eso sí, de haber abierto el gas en la cocina de la planta de abajo y esperar diez o quince minutos para que se caliente el agua. Estuvimos en Londres hace un par de años y detecto ciertas similitudes entre Irlanda y lo que vimos allá: casi todo es raro, antiguo, como de otro tiempo: la tetera eléctrica, el abrelatas, la tostadora, incluso el sintonizador de la televisión por cable parece haber sido fabricado en los años cuarenta del siglo pasado, me recuerda a la máquina Enigma que descifraba los mensajes secretos de los nazis.

CONDUCIR POR LA IZQUIERDA

Vine un poco preocupado por tener que conducir con el volante a la derecha y por el carril izquierdo de las carreteras, de hecho ese fue el motivo de que alquilase un coche con cambio automático, así me ahorraba tener que cambiar de velocidad con la mano izquierda, y fue una gran idea, el Toyota Avensis va de maravilla, muy fino, y sólo tengo que concentrarme en acelerar y frenar. Pero a lo que iba: me ha costado dos días cambiar los hábitos. Algo que ayuda mucho al proceso es la amabilidad y educación de los conductores irlandeses, ya puedes conducir a cuarenta donde se va a ochenta que nadie te pitará ni te presionará como sucede en mi país. Para empezar ellos no corren, algo de puro sentido común teniendo en cuenta que las carreteras de este país son bastante malas, pero es que además son muy corteses, dejan pasar en los atascos, ceden el paso, saludan, en fin, algo inaudito para un español.

REGATA DE HOOKERS

Por la mañana nos sorprendemos al ver algunos coches en el entorno de nuestra casa, normalmente desierto. Han venido para asistir a una regata de hookers, los botes a vela típicos de Connemara. Nosotros podemos contemplarla desde la cocina. No acabo de comprender, sin duda alguna por ignorancia, dónde reside la diversión de ver pasar unos bonitos barcos por la bahía una y otra vez pero los aficionados, armados con prismáticos y encaramados a las rocas y colinas junto a las playas, parecen disfrutar mucho durante horas.

UN PASEO POR GALWAY

Después de la siesta nos vamos a dar un paseo por Galway, una bonita ciudad de sesenta y seis mil habitantes. En las calles peatonales del centro hay muchos pubs, restaurantes y comercios. En las terrazas la gente bebe pintas de cerveza y en algunas esquinas los músicos callejeros cantan tras el estuche de sus guitarras abiertos en el suelo. En una de ellas hay un tipo moreno y mal afeitado que canta música tradicional irlandesa con una bellísima voz de barítono. Frente a él un hombre de unos sesenta y pico años le acompaña en voz baja llevando el ritmo con una pierna. Me quedo un rato disfrutando. Tras cuatro o cinco canciones el señor del público se acerca al músico, deposita unas monedas en el estuche de la guitarra y le hace un signo levantando el pulgar de la mano izquierda. Yo también le doy dinero y le sonrío en muestra de agradecimiento. Toca y canta mejor que algunos músicos profesionales que escucho en los discos que he traído.

Regresamos de Galway cuando ya es noche cerrada y llueven ráfagas provenientes del mar. Si todavía me resulta algo complicado conducir en este país de día y con buen tiempo, en estas condiciones he de concentrarme con todos los sentidos. Para volver a casa debemos atravesar tres puentes ceñidos por muros de piedra tan estrechos que cuando se cruzan dos vehículos ambos deben frenar y avanzar casi rozándose para poder pasar. De noche y lloviendo todavía no comprendo cómo no he dañado el lateral izquierdo del Toyota. Estaba cagado de miedo y debía de ser evidente porque nadie en el interior del coche decía ni mú. Imagino que con el paso de los días acabaré tomándoles la medida a los dichosos puentes, por otra parte muy pintorescos y objetivo de fotógrafos y turistas.

ACANTILADOS DE MOHER

Conduzco hasta los acantilados de Moher, el lugar más visitado de Irlanda. Las vistas son ciertamente espectaculares, altos acantilados recortados contra el cielo sobre un mar oscuro, y ya está.

Bueno, no está, porque mientras contemplaba los precipicios he reparado en una señora de avanzada edad que tomaba el sol sentada en un banco con los ojos cerrados. Su rostro emitía tanta serenidad, tanta paz y agradecimiento, que no he podido evitar hacerle una fotografía con el teléfono móvil.

DÍAS DE DESCANSO

Tras un día de excursión nos quedamos otro en casa, que para eso la alquilamos. En todos nuestros viajes lo hacemos. Días de descanso: comemos en la cocina, dormimos la siesta, leemos, vemos la televisión, damos un paseo por los alrededores, en fin, hacemos vacaciones de las vacaciones.

WHISKY AGUADO

El agua que sale por el grifo de la casa es igual de turbia que la que riza el viento en los lagos y ríos de Connemara, del color del whisky aguado. Cuando el primer día preguntamos a Michael McDanagh si podíamos beber de ella nos comentó con una sonrisa que él no lo haría.

LAS ISLAS ARAN

Hoy hemos visitado Inis Mór, la más grande de las islas Aran, donde hemos alquilado (junto a dos mil personas más) unas bicicletas para recorrer la isla. Al principio aquello parecía la salida de la vuelta ciclista a España y se ha creado un caos casi angustioso pero luego, poco a poco, a medida que la isla iba absorbiendo carne humana, las cosas han mejorado. Lo cierto es que el paisaje, bancales divididos por cercas de piedras y estrechos caminos que desembocan en playas de aspecto salvaje, es precioso, muy intenso y fotogénico y, a decir verdad, idéntico al que tenemos alrededor de nuestra casa. Aquí y allá, como sucede en todo Connemara, pedaleábamos junto a ruinas de casas abandonadas. Me he dado cuenta de que lo más resistente son las chimeneas, que se mantienen en pie acosadas por helechos y zarzales. Yo, sin embargo, no soy resistente y he terminado con los huevos escocidos por el roce del sillín, y eso que en las cuestas desmontaba y proseguía mi camino empujando ignominiosamente la bicicleta. Maite, Paula y Carlos me adelantaban mofándose de mí y luego yo les alcanzaba cuesta abajo, ajeno al significado de palabras como dignidad, honor o vergüenza.

De la excursión de hoy me ha gustado especialmente el viaje en ferry hasta la isla, sentado cómodamente en la cubierta superior y felizmente ignorante de que regresaría con la entrepierna maltrecha. El mar estaba tranquilo y ha sido muy bonito ver aparecer las islas en el horizonte.

TODO ESTÁ CUBIERTO DE FLORES SILVESTRES

Después de la siesta vamos a dar un paseo por la carretera. Todo está cubierto de flores silvestres, hay especies que no reconozco y otras que sí, como las moras, abundantísimas. Ya hay frutos maduros y Carlos se detiene a recogerlos y comérselos. Yo también las pruebo y están muy ricas. Junto a algunas casas hay montones de turba preparada para el invierno. Los conductores de los pocos coches que se cruzan con nosotros nos saludan con un gesto de la mano posada sobre el volante. Empiezo a pensar si el gobierno irlandés no paga un salario a sus ciudadanos para que sean tan amables con los forasteros y se lo comento a mi familia. Nos reímos. Hago fotografías de todas las flores. Me siento tan feliz.

LA GRANDEZA DE IRLANDA

Irlanda tiene solamente cuatro millones de habitantes, es un país pequeño, el único de toda Europa Occidental que tiene menos población que hace un siglo y medio. ¿Qué la hace grande? Podría hablar de su música, de sus poetas, de su cerveza Guinnes, oh, Dios, qué bien la tiran, cómo la voy a echar de menos, pero hoy quiero hablar de sus preciosas carreteras locales, tan bellas como estrechas y mal asfaltadas: en ellas diez kilómetros son equivalentes a veinte o treinta y las distancias se multiplican, por eso Irlanda es tan grande, inmensa como un continente.

CONG

1.

Este viaje comienza conmigo sentado en el suelo frente a una televisión Vanguard en blanco y negro. En la película hay un regreso, una historia de amor y una pelea, pero lo que queda grabado para siempre en mi cerebro infantil son los paisajes, las canciones y una carrera de caballos en la playa. Todavía no sé que esta película volveré a verla más adelante y en color muchas, muchas veces; todavía no sé que en la edad adulta, del modo absurdo en el que suceden estas cosas, la convertiré en uno de mis mitos personales; todavía no sé que un día viajaré a Irlanda y visitaré algunos de los escenarios que ahora mismo estoy viendo en la pantalla, que beberé una pinta de Guinnes en esa misma taberna donde Sean Thornton y Willy Danaher se conceden un descanso en la pelea, que caminaré por la misma calle, girando en la misma curva junto al río que Sean y Mary Kate toman a toda velocidad pedaleando en su tándem mientras huyen de la vigilancia del pequeño Michelin. No, todavía no sé.

2.

Anoche vimos «El hombre tranquilo». Soy tan friki que la metí en el equipaje para poder verla aquí. Dispersos por el salón de los McDanagh los Miramón Puértolas vimos la película juntos, algo que, para mi sorpresa, nunca había sucedido, de hecho caí en la cuenta de que mis hijos la conocían como se conocen algunas leyendas y cuentos infantiles, por referencias.

La experiencia fue maravillosa, les gustó mucho, rieron, se conmovieron, reconocieron el paisaje y disfrutaron de las peripecias de los personajes. Al finalizar les dije: «¿Comprendéis ahora por qué me enamoré de Irlanda, por qué estoy tan emocionado de estar aquí?».

3.

Al salir de la curva he visto la calle, la cruz celta en el centro de la cuesta y a la izquierda el bar de Pat Cohan con su fachada de madera pintada de verde y, oh, dioses, mi corazón ha dado un vuelco. Todos los ocupantes del coche han fijado su vista en mí para asistir al espectáculo de mi felicidad.

MÚSICA EN LA PARROQUIA

Por la noche, avisados ayer por el encantador propietario del pequeño supermercado de la carretera de Lettermore, nos hemos acercado a un local anexo a la iglesia donde actuaba un grupo de música tradicional irlandesa. Éramos los únicos extranjeros de la sala, llena de vecinos que se saludaban entre sí en gaélico. El párroco se ha acercado, nos ha dado la bienvenida en inglés y con cierto aire detectivesco nos ha preguntado de dónde éramos. Tras comprobar con el rabillo del ojo que nadie oculto con pasamontañas nos apuntaba con metralletas le hemos contestado y, ante nuestra respuesta, nos ha felicitado por la copa del mundo de fútbol y se ha ido.

El concierto ha sido una delicia, nadie dotado de sistema nervioso podía dejar de marcar el ritmo con las rodillas o la cabeza. En un momento dado una joven ha salido a bailar y luego un señor mayor se ha sumado a ella, zapateando los dos sobre el suelo del salón de actos con ligereza élfica.

ES AUSTERO, ES ELEGANTE, ME GUSTA

En las estrechas carreteras de Connemara casi todos los conductores se saludan al cruzarse. Lo hacen levantando discretamente uno o dos dedos del volante. Yo he aprendido a hacerlo. Es austero, es elegante, me gusta.

UN NUEVO DÍA

Todavía con los ojos medio cerrados salgo al exterior. Un nuevo día comienza en este remoto lugar de Irlanda. El mar parece mercurio bajo el cielo cubierto de nubes grises. Las vacas pastan en el prado de al lado. La bandera de Irlanda flamea junto a la casa de la carretera de abajo, de cuyas ventanas abiertas escapa la música pachangera de un programa de radio.

AQUÍ LAS MAREAS SON INMENSAS

Aquí las mareas son inmensas, de cuatro o cinco metros de profundidad, si no más. En cada una de ellas el mar Atlántico deposita y eleva los barcos sobre el fango cubierto de algas. Para alcanzar nuestra casa, que aunque administrativamente pertenece a la isla de Lettermore en realidad está situada en la que hay debajo de ella, Gorumna, debemos atravesar tres brazos de mar conectados por tres estrechísimos puentes de piedra. Cuando la marea está alta los postes de luz emergen directamente del agua.

IRLANDA ES ZEN

Camino de Westport el paisaje de Connemara, duro y pedregoso, da paso suavemente a los prados verdes y las sinuosas colinas del condado de Mayo. Los ríos corren por doquier y las ovejas de caras negras pastan tranquilamente. En algunas zonas son visibles las zanjas abiertas para recolectar turba. Hay lagos donde se reflejan las montañas. Hay islas en los lagos, y en las islas pequeños bosques vírgenes. Irlanda es zen.

CERCAS DE PIEDRAS

Las cercas de piedra están por todas partes, muchas desde hace siglos. Lo que me llama la atención es que el material utilizado para mantenerlas en su sitio es la fuerza de la gravedad, sólo su propio peso, lo que les confiere un aspecto neolítico que el liquen y el musgo que crece sobre las piedras no hacen sino acrecentar.

LLUEVE SUAVEMENTE

Llueve suavemente durante todo el día. Decidimos quedarnos en casa y aprovechar para poner alguna lavadora y relajarnos. Por la tarde vamos a Galway a dar un paseo. Es la tercera vez y ya la sentimos un poco nuestra. Mientras Paula y Carlos pasan un rato en un cibercafé, ansiosos por conectarse a internet, Maite y yo tomamos unas pintas en un pub cercano. Los parroquianos también beben y el camarero tiene listos los vasos siguientes, la cerveza decantándose sobre un enrejado dispuesto para ello, porque sabe que cuando terminen le pedirán otra levantando discretamente un dedo, dos a lo más, igual que hacen al saludar desde el coche.

MADRUGAMOS PARA VISITAR DUBLÍN

Madrugamos para visitar Dublín, de la que nos separan doscientos sesenta kilómetros. El esfuerzo merece la pena. La ciudad me sorprende por su tamaño aparente, resulta difícil creer que en ella vive un millón doscientas mil personas pues todo parece estar a la vuelta de la esquina. La escasa altura de los edificios hace que el cielo siempre esté muy presente, lo que confiere a sus calles una atmósfera propia de las poblaciones pequeñas. Pasamos el día caminando de un sitio a otro, deteniéndonos de vez en cuando, como hace todo el mundo a nuestro alrededor, para consultar el plano. Visitamos el pequeño barrio de Temple Bar, así como el Trinity College, las dos catedrales y el castillo de Dublín, símbolo del poder británico sobre la ciudad durante muchos siglos. Comemos en una terraza del restaurante The Church, en el centro más comercial de la ciudad, atendidos por un simpático camarero canario que nos cuenta que trabaja todos los veranos allí para pagarse la carrera de Derecho en Valencia. Lo cierto es que se escucha hablar español por todas partes. Muy entrada la tarde regresamos a la otra costa del país, atravesando el verdor de los prados y bosques para alcanzar los bancales de Connemara azotados por el viento.

UN PRECIOSO DÍA DE VERANO

Hoy ha amanecido un día esplendoroso, sin una nube en el cielo por primera vez desde que llegamos. El mar riela plano bajo el sol y el horizonte se difumina en la calima.

DISFRUTA DE IRLANDA, IDIOTA

Los días pasan, siempre más veloces de lo que uno es capaz de imaginar, y la nostalgia comienza a hacer su nido en mi estómago. Y no es solamente porque el viaje haya superado ampliamente su ecuador, no, es porque ayer en Dublín caí en la cuenta de que probablemente ya nunca volvamos a viajar los cuatro juntos. Paula, definitivamente convertida en una mujer, se va a Barcelona en septiembre y no es fácil que a partir de ahora quiera venir con nosotros. Aunque ¿qué hago pensando en estas cosas? Aprovecha los tres días que quedan y disfruta de Irlanda, idiota.

¿DÓNDE ESTÁN LOS CAMINOS QUE LLEVABAN HASTA AQUÍ?

En nuestro día de descanso salimos a caminar por «nuestra» playa, a tres minutos de casa. A lo lejos avistamos unas ruinas -cuántas hay en este país de emigrantes- y decidimos acercarnos a ellas atravesando las rocas y el campo. Son los restos de una pequeña iglesia y una vivienda, probablemente la del cura, levantadas frente al mar. Los matorrales y las zarzas las cercan mientras sus muros se resisten a caer. ¿Dónde están los caminos que llevaban hasta aquí? Cierro los ojos y me concentro en el silencio absoluto, ni siquiera roto por los pájaros o el mar.

UN PEQUEÑO PARQUE NACIONAL

Conduzco hasta el Parque Nacional de Connemara. Tras todos estos días ya no tengo que pensar dentro del Toyota, me he convertido en un conductor irlandés a todos los efectos y circulo despacio, saludo a todo el mundo y disfruto de la vida. El parque es muy bonito y muy pequeño. Caminamos uno de los tres o cuatro recorridos, apenas cuatro kilómetros, y disfrutamos del paisaje inhóspito y absolutamente romántico de Connemara. Comemos los bocadillos en una mesa de picnic y tras un último paseo por un pequeño bosque nos vamos a Clifden, un pueblo que nuestro querido Michael McDanagh se empeñó en recomendarnos.

UNA FERIA DE CABALLOS EN CLIFDEN

¡Grande y agradable sorpresa! Resulta que justamente hoy se celebra en Clifden la Feria anual del poni de Connemara, una raza equina que prolifera en muchos de los bancales de cercados de piedra y es literalmente adorada por los habitantes de este territorio. Ellos, como yo, también aman los caballos. Mi familia no y decidimos separarnos: yo me voy a la feria y ellos se van a pasear por los mercadillos y puestos callejeros que inundan el pueblo en este día de fiesta mayor.

La Feria del poni de Connemara resulta ser todo un descubrimiento para mi infantil y mitómana inteligencia. En un campo se exhiben ejemplares de caballos frente a jurados vestidos con traje y bombín en la cabeza, y ¿a quién veo llevando del ronzal un precioso ejemplar? ¡Al hombre mayor que salió a bailar en el local de la iglesia de Lettermore la noche del concierto! En otro campo anexo al de las exhibiciones jóvenes jinetes ejecutan carruseles de monta frente a otros jueces. El ambiente es un estímulo permanente para mí. En un escenario ambulante hay un concurso de baile de música tradicional irlandesa donde niñas y niños, delante de juezas con cuadernos de calificación en las manos, bailan al son de una pareja de músicos compuesta por un anciano acordeonista y una jovencísima violinista. A mi alrededor hay puestos de hamburguesas, té, pasteles y helados «Angelito». Estoy tan emocionado que ya no distingo si la gente habla en gaélico o en inglés.

A LA DERIVA EN LA ANTÁRTIDA

El viento ha soplado con fuerza toda la noche, silbando y ululando contra las esquinas de la casa como si fuese el fin del mundo. Si hemos podido dormir esta noche podríamos hacerlo en un velero a la deriva en la antártida. Último día en este país maravilloso. Anoche dejamos preparadas las maletas. Dentro de pocas horas volveremos a cruzar el país de costa a costa, rumbo al aeropuerto de Dublín. Vuelvo la mirada a la cama para contemplar con nostalgia anticipada el edredón nórdico con el que me he abrigado todas estas noches.

EL MERO ACTO DE REGRESAR

Aterrizamos por la noche en Barcelona y nos recibe un calor húmedo e insoportable. Allí recogemos nuestro coche, cambio el chip cerebral para volver a conducir por la derecha con el volante a la izquierda y emprendemos el último tramo hasta Binéfar, a donde llegaremos pasadas las dos de la madrugada. Calor, calor, calor, hace mucho calor. Ay, Irlanda, cuánto voy a echarte de menos.

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Álbum de Connemara

jueves, 5 de agosto de 2010

Pasado mañana

Telefoneamos a Mrs. Cathy Molloy y quedamos con ella pasado mañana por la tarde en la iglesia de Lettermore, desde donde volveremos a llamarla para que nos guíe hasta la casa y nos entregue las llaves. En la iglesia de Lettermore, condado de Galway, Irlanda, pasado mañana. Casi no puedo creerlo.

miércoles, 28 de julio de 2010

Evolución ética

La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, promovida por una iniciativa legislativa popular tras la necesaria recogida de firmas, desata un alud de reacciones que, en su inmensa mayoría, no tienen nada que ver con la pregunta de fondo: ¿el maltrato, sufrimiento y muerte de un animal puede ser considerado y respetado como espectáculo cultural en pleno siglo veintiuno? Yo, que no soy ni catalán ni independentista, pienso que se trata de una auténtica salvajada, por mucho que su violencia y su sofisticada liturgia logren agitar ocultos resortes de mi instinto, los mismos, imagino, que conmovían a los asistentes de los espectáculos del circo romano.

He leído el debate del diario El País en el que ha intervenido el filósofo Jesús Mosterín, a quien admiro mucho, y me identifico con casi todas sus intervenciones contestando a otros participantes. Algunos ejemplos:

Las flores no sufren, pues carecen de sistema nervioso. Respecto a las langostas, entendemos mal su psicología, pero tampoco hay razón alguna para maltratarlas. Los toros seguro que sí sufren. De todos modos, se puede vivir perfectamente sin maltratar ni torturar a nadie.

La libertad es un valor político irrenunciable. Pero la libertad se extiende a las interacciones voluntarias entre seres humanos, no al maltrato de los demás. El que a algunos les guste algo no es razón suficiente para permitirlo, si implica maltrato ajeno, como en la pederastia.

No hay razón para prohibir una afición por ser minoritaria; la razón para prohibir la tauromaquia es por ser gratuitamente cruel y sanguinaria. Todas las prácticas crueles y sanguinarias merecen ser prohibidas, con independencia de que sean mayoritarias o minoritarias.

No, todavía no se ha abolido la tauromaquia en general, pero se acabará haciendo, en todas partes y en los pocos países donde aún colea. Lo de hoy en Cataluña es un primer paso. Ojalá pronto no necesitemos darle más vueltas a este tema, como ya no lo hacemos con los gladiadores.

La cultura española (es decir, de los españoles) abarca muchas cosas, unas admirables, otras abominables, otras neutrales. Ojalá se corten menos orejas y rabos y se ganen más premios Nobel. La tauromaquia es una porción ínfima del acervo cultural español.


Me congratulo de que en Cataluña se haya dado este paso, ojalá otras regiones hagan lo mismo, y si es a través de iniciativas legislativas populares, mucho mejor.

domingo, 25 de julio de 2010

Otro no soy

Soy el padre que se despistó y dejó a su hijo sentado en su sillita dentro del coche a pleno sol durante ocho horas. Soy la novia de uno de los chicos que atropelló un tren junto a la playa cuando cruzábamos la vía. Soy el hermano mayor que jugaba a cavar un túnel en la duna donde entró mi hermano pequeño. Soy la madre del niño que se extravió en el campo y murió de sed. Soy el padre de la estudiante universitaria que falleció víctima de una avalancha durante un festival musical. Otro no soy.

jueves, 22 de julio de 2010

Kinda y Mahamadou

Conozco a Kinda desde hace mucho tiempo. Él obtuvo la nacionalidad española pero sus hijos siguen siendo gambianos. Viene con Mahamadou, que acaba de cumplir dieciséis años, para que le asigne un número de Seguridad Social y puedan darle de alta en su primer empleo como temporero en las viñas. «Ya es hora de que se ponga a trabajar», dice Kinda. «Bueno», le digo, «si no le gusta estudiar es la mejor opción, desde luego». «Ah, Jesús, pero él es un buen estudiante, sacaba muy buenas notas, ¿verdad?», dice el padre dirigiéndose al hijo, un joven de mirada inteligente que se encoge de hombros con gesto tímido. «Kinda, si es buen estudiante ¿no sería mejor que hiciese una carrera?». Me giro hacia el adolescente. «A ver, Mahamadou, ¿qué asignaturas se te daban mejor?». El chico, un poco incómodo junto a su padre, contesta: «Las de ciencias». Kinda ríe y dice: «¡Él quería ser médico! ¿Te imaginas?». Y yo me lo imagino, desde luego que me lo imagino, veo a Mahamadou estudiando en la Universidad, doctorándose en medicina y volando muy alto y muy lejos. Su padre y yo nos miramos a los ojos. Él dice: «La universidad cuesta mucho dinero, no puedo permitírmelo». «¿Y las becas?», le digo yo, que conozco perfectamente los ingresos de Kinda; «te las concederían todas». «No, no, Jesús, él tiene que trabajar y ayudar a su familia, es su obligación», dice con un gesto serio que de inmediato pasa a convertirse en una sonrisa. Kinda es un buen hombre, lo es, sucede que sencillamente no es capaz de comprender que su hijo tiene derecho a una vida mejor, que algo así es posible. Cuando se levantan para marcharse no puedo evitar sentir una mezcla de lástima y frustración.

viernes, 16 de julio de 2010

Sin título

Túmbate en la cama y permite que el aire entre y salga de tu pecho al ritmo de la luna, de pie en medio de la nieve de la antártida o en la orilla calcinada de la costa de los esqueletos. Milímetro a milímetro crecerá tu cabello sobre la almohada, náufrago.

miércoles, 14 de julio de 2010

Campeones mundiales

Han pasado dos días desde la gran hazaña y supongo que a partir de ahora la histeria colectiva se irá apagando poco a poco. Yo, a mi manera, participé de esa histeria y confieso que cuando Iniesta metió el gol de la victoria salté como un poseso. Puede haber quien, no sin sentido común, diga que todo eso son tonterías, que el fútbol es un mero negocio, una pueril distracción de los verdaderos problemas del mundo. No lo sé. Sí sé que precisamente en estos tiempos no deberíamos despreciar la más pequeña migaja de felicidad.

martes, 13 de julio de 2010

Calor extremo

El calor extremo vacía mi cerebro, espesa la sangre, paraliza el entendimiento. Mi mente sólo se preocupa de estar fresco y mover mi cuerpo del aire acondicionado del salón al del coche, del coche al trabajo, del trabajo al aire acondicionado del supermercado, del supermercado al coche en una huida permanente. En la aplicación de predicciones meteorológicas de mi teléfono móvil consulto de vez en cuando el tiempo en Lettermore y suspiro de impaciencia: hoy comunica aguaceros pasajeros, ratos soleados a última hora, clima templado, dieciocho grados.

viernes, 9 de julio de 2010

Tan fácil ahora

Flotas haciéndote el muerto. No recuerdas con exactitud cuándo lo aprendiste pero el caso es que sabes hacerlo. Piensas en ello mientras flotas con los pies por delante, subiendo y bajando a merced de las olas. El mar suena en los oídos sumergidos y el sol quema en silencio el rostro que asoma. Tu técnica, reconócelo, es un poco defectuosa y debes ayudarte discretamente con los brazos. Cierras los ojos. La playa y sus habitantes, así como el paseo marítimo y los edificios, dejan de existir. ¿Cuándo aprendiste a hacerte el muerto? Parece tan fácil ahora.

miércoles, 7 de julio de 2010

Rugido menguante

Salgo a la terraza en busca de un poco de aire fresco. Las campanadas eléctricas de la iglesia de San Pedro resuenan impertérritas en medio de la noche, ajenas a la gente que duerme y las ignora por costumbre. Hay estrellas en el cielo, las veía claramente hasta que encendí la luz. El aire fresco es escaso, por no decir inexistente: la brisa que sopla esta noche no lograría hacer bailar la llama de una cerilla. Recuerdo que en Zaragoza había personas que en noches como ésta dormían en los balcones. Yo ronco demasiado para permitírmelo, ¡despertaría rodeado por una furiosa horda de vecinos asesinos armados con antorchas y escopetas!

La noche ofrece su eco a los sonidos: cerca de aquí gira una lavadora y más allá, en la carretera, algunos vehículos transportan a sus conductores dejando atrás el rugido menguante de sus motores. ¿A dónde se dirigen atravesando el canto de los grillos?

martes, 6 de julio de 2010

Hacer kilómetros

Esta semana estoy de vacaciones y ayer llevé a Paula a Segur de Calafell, donde mis padres, mi hermana y sus hijos están pasando unos días; estará con ellos hasta el viernes, cuando vayamos a buscarla. Creo que apenas pasaron cinco minutos desde que descendí del coche, besé a los yayos, mi hermana y mis sobrinas, que nos esperaban en la playa, y me lancé al agua del mediterráneo, que en esta época todavía está fresca. Ah, cuánto echaba de menos bañarme en el mar. Claro que, como cada verano, hoy me he levantado rojo cual turista germánico. Siempre me pasa lo mismo.

El caso es que estos días no paro de hacer kilómetros de un sitio a otro: si no es para ir a buscar a uno es para llevar a otra o para acudir a un compromiso o qué se yo. Suerte que me encanta conducir. De hecho las dos actividades que más me relajan, dejando aparte el sexo, son cocinar y conducir. Si estoy nervioso por cualquier motivo no existe mejor remedio para mí que ponerme a preparar comida o subirme al coche y perderme por carreteras y caminos. Y por cierto, hablando de sexo y verano... pero no, de eso mejor escribiré otro día.

domingo, 4 de julio de 2010

Una cena en Zaragoza

Anoche cenamos en un restaurante de Zaragoza, un sitio muy bonito al lado del río y frente a la basílica del Pilar. Habíamos acudido allí invitados por una amiga que se casó el viernes. Mi mujer y ella son íntimas desde que tenían siete años. Siempre me han llamado la atención estas amistades de toda la vida porque yo no guardo ninguna tan lejana. La novia estaba radiante, feliz, y me emocionó mucho volver a verla. Fue una cena un tanto especial porque nos habíamos reunido por un lado los amigos de la novia y por el otro los del novio, sin conocernos previamente, pero el ambiente fue estupendo (no negaré que, además del cariño fluyendo de aquí para allá y de allá para aquí, probablemente tuviese algo que ver la noticia que anunciaba que España se había clasificado para las semifinales del campeonato del mundo de fútbol). Comimos muy bien y después de los postres y el café subimos a la terraza del local, un lugar que ofrecía unas vistas absolutamente espectaculares del río y la basílica. Allí tomamos unas copas y charlamos a la fresca que una oportuna tormenta de verano, caída mientras cenábamos, nos había dejado como último regalo.

viernes, 2 de julio de 2010

Dos salamanquesas

Estábamos José Luis y yo hablando amigablemente en la terraza del Chanti cuando de pronto, plaf, a uno o dos metros de distancia de nuestra mesa han caído del cielo dos salamanquesas. Una se ha dirigido rápidamente hacia la cercana pared azul y la otra, algo más aturdida por el golpe, se ha quedado en la acera, recuperándose. Tras la sorpresa inicial mi amigo y yo hemos bebido un sorbo de nuestras respectivas copas, me he levantado un momento para hacer una fotografía con el móvil, y a continuación hemos seguido charlando sobre esto y sobre lo otro: fotografías, literatura, música, internet, exploración, consciencia.

lunes, 28 de junio de 2010

Un viaje inesperado

A media mañana Carlos me llama al teléfono móvil desde el hotel cercano al cámping donde pasa unos días de campamento. Me dice que se encuentra mal, que le duele la tripa, que ha vomitado durante toda la noche, que vaya a buscarlo. Salgo del trabajo, subo al coche y enfilo la carretera que lleva a las montañas. Kilómetro a kilómetro voy dejando atrás viñedos, campos de cebada y olivos. Los embalses están llenos y las copas de los árboles asoman en el agua. Pronto el verdor de los pinos y los abetos da paso a congostos de roca negra rezumante de humedad, tras los cuales se abren pequeños valles surcados por ríos a cuyas orillas florecen negocios turísticos de rafting y piragüismo. Localidades poco pobladas, algunos restaurantes a pie de carretera, bellísimas casas de piedra, prados con vacas y caballos. En algunas zonas de las cumbres todavía brilla la nieve. Atravieso Benasque, dejo atrás el desvío a Cerler y las estaciones de esquí, continúo en dirección a los Llanos del Hospital y me desvío en el Hotel Turpi, junto al cual está instalado el campamento donde mi hijo lleva una semana. Él, muy pálido y con gesto serio, me espera en la recepción. «¿Qué tal estás, cariño mío?», le digo. Se acerca a mí, sus ojos azules brillando no sé si de emoción o de fiebre, y nos abrazamos. Comunico a los monitores nuestra partida, les doy las gracias, subimos el equipaje al coche y emprendo el viaje de vuelta. El adolescente-niño de trece años se duerme enseguida, agotado por una gastroenteritis común, y yo conduzco dejando atrás los deliciosos dieciséis grados de temperatura para acercarme kilómetro a kilómetro a los treinta y tres terribles grados del lugar donde vivimos.

domingo, 27 de junio de 2010

Tormenta de verano

La tormenta que el calor presagiaba ha llegado al fin, acompañada de aparatosos truenos infantiles. Me gusta la lluvia a la luz del sol.

miércoles, 23 de junio de 2010

Casa de guardacostas

Mientras guardo las cosas de la compra en la despensa de la galería echo un vistazo al otro lado de la calle y veo a nuestra vecina de enfrente poniendo la lavadora al tiempo que habla por teléfono, el aparato sujeto entre la cabeza inclinada y el hombro derecho. Es una chica muy joven que se instaló a mediados del año pasado. Tiene la costumbre, como nosotros, de no bajar la persiana, así que es frecuente, aún sin querer, ver su mesa de la cocina dispuesta con los platos de la cena, normalmente para ella sola, en ocasiones para sus amigos, algunos de los cuales salen al balcón a fumar. Supongo que también ella nos habrá mirado sin querer alguna vez, yo en la cocina atareado entre ollas y sartenes, Maite corrigiendo exámenes y trabajos, mi hijo conectado al messenger en el ordenador del salón.

Hoy mi joven vecina estaba poniendo la lavadora mientras hablaba por teléfono; hace unos meses la sorprendí colocando en la barandilla un macetero con flores que al cabo del tiempo murieron por falta de riego; el otro día vi cómo extendía con cierta dificultad un tendedero plegable para secar la ropa, y juro que a punto estuve de llamarla para ofrecerle mi ayuda.

Es curioso pero, no sé, creo que he desarrollado cierta inexistente e invisible relación con esa chica que no me conoce. Me recuerda a mí mismo cuando con veintipocos años fui a vivir a Gerona y tuve que aprender a toda prisa los rigores cotidianos de la supervivencia: cocinar, poner lavadoras, limpiar, tratar de que creciera alguna planta a mi alrededor, ordenar los libros en unas estanterías recién compradas, colgar en la pequeña sala aquella lámina de Edward Hopper en la que aparecía una casa de guardacostas junto al mar.

sábado, 19 de junio de 2010

Descalzos

El fallecimiento de José Saramago trae un inmenso alud de epitafios, panegíricos, elegías y artículos. Entre los que he leído hay uno que narra un viaje que el escritor hizo por Portugal el año pasado. Saramago tenía ochenta y seis años y, en un momento dado, le cuenta al periodista lo siguiente:

«El recuerdo más dulce de mi vida es el del momento de volver a mi pueblo cuando se acababa el curso en Lisboa. Tomaba el tren de las 5,55 horas en el Rossio y, a mediodía, estaba en Mato do Miranda. En el mismo salto que daba para salir del tren, me descalzaba, y no volvía a ponerme los zapatos hasta que volvía a Lisboa».

Estas frases me han conmovido. Tengo la intuición de que en los últimos días eran ese tipo de imágenes las que resucitaban en su memoria, por encima de premios, condecoraciones y reconocimientos. He recordado algo que el abuelo Antonio comentó cuando ya estaba muy enfermo, pocos meses antes de morir, algo que escribí en «Innisfree» el 21 de agosto de 2004:

Esta semana le daban la tercera sesión al abuelo. El martes se fueron los dos, padre e hija, a Zaragoza, y el jueves fui a buscarlos después del trabajo para traerlos a casa en el coche. Regresábamos a Binéfar por la carretera a través de los campos amarillos. De vez en cuando yo echaba un vistazo al espejo interior: el hombre miraba a través de la ventanilla con ojos perdidos. Maite ponía su mano izquierda en mi pierna derecha, contenta de volver a verme, contenta de regresar. También yo estaba contento de volver a estar con ella. Junto al arcén corría el agua de una acequia. El abuelo dijo: «Cuántas veces no me habré bañado yo en una acequia». Volví a echar un vistazo al retrovisor: Antonio seguía mirando con sus ojos muy azules a través de la ventanilla. Durante unos segundos sentí que había escuchado sus pensamientos, pero abrió levemente la boca para continuar: «En verano, cuando el calor apretaba como hoy, me bañaba en las acequias, así me refrescaba. Me desnudaba y me metía en el agua». El coche ronroneaba a cien kilómetros por hora. «Yo entonces era un crío». Lo pronunció sin ninguna entonación especial, impertérrito, mientras en un segundo regresaba a su infancia de pastor, su niñez única e irrepetible, lejana, insólita, inimaginable; un tiempo anterior a la supervivencia, al festejo, al traslado a Zaragoza en busca de mejores oportunidades; un tiempo anterior a los días felices de la madurez, la paternidad, los nietos; una época anterior a los tristes días de la enfermedad y la muerte de su mujer, y ahora su propia decadencia. El agua de la acequia fluía bajo la luz del sol junto a la carretera. «Yo entonces era un crío», dijo, y no volvió a decir nada más durante el resto del viaje.

Dicen que al final de la vida recuerdas con más exactitud cómo era la cocina de tu niñez que el menú que comiste ayer. Las frases de José Saramago y Antonio Puértolas, uno escritor galardonado con el premio Nobel y otro jubilado de la Red Nacional de Ferrocarriles, enlazan directamente con la nota que se encontró en la cartera de Antonio Machado tras su muerte, aquella tan famosa que decía:

Estos días azules y este sol de la infancia.

Descansen en paz todos ellos como descansaremos nosotros, descalzos para siempre, los pies sumergidos en el agua clara de las acequias bajo el sol.