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martes, 2 de enero de 2024

Timbre de voz

He regresado al trabajo tras unos días de vacaciones y la mañana ha ido bien. Persona tras persona, rostro tras rostro, timbre de voz tras timbre de voz al otro lado de la mesa, pero sin aglomeraciones. De mi labor me gusta que nunca nada es igual, nadie es igual a la persona anterior, y de todos aprendo algo. He almorzado un sandwich de jamón de york y chorizo de pamplona como los que comía cuando era pequeño. Me lo ha hecho mi mujer. Mientras lo masticaba con algo de prisa por la gente que esperaba he mirado la calle a través del ventanal, el pequeño río al otro lado, el cielo de color gris.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Las nubes

Hoy en mi trabajo le dije a una persona adulta que lo mejor que podía hacer era dejarse llevar por el tiempo igual que hacíamos de niños en la playa, cuando jugábamos a hacernos los muertos y flotábamos bajo el sol mecidos por las olas. Ella me comprendió mirándome a los ojos. A veces la vida nos da tantos golpes, nos empuja y deshace tanto, nos destroza tanto, que nadar contra la marea es la peor opción, la más inútil, la más estéril: es mejor abrir las piernas, los brazos, sentir el frío en la espalda, el calor en el rostro, las nubes.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Dos de diciembre

La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Veintisiete de noviembre

Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.

Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.

Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.

Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.

Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.

jueves, 10 de octubre de 2019

Diez de octubre

Apenas desciende un hilo del río que debería fluir enjaulado en su canal de hormigón. Las algas de agua dulce son como el largo cabello de una Ofelia eternamente muerta. Los días de esta ciudad de provincias, como el pequeño caudal del río Vero, transcurren lentamente pero sin detenerse nunca. Hoy Malika, una mujer a la que conozco desde hace muchos años, me ha regalado una caja con unos tomates rosa de Barbastro de su huerta absolutamente maravillosos. Estos gestos, que yo siempre que no son necesarios porque simplemente hago mi trabajo, en el fondo me conmueven. Son tan gratuitos, tan de verdad. Malika y su marido recogieron estos tomates, los seleccionaron -estoy seguro porque son perfectos-, los metieron en una caja y pensaron en mí. Cuando me jubile, si todavía vivo para entonces, recordaré estas pequeñas cosas, estas conexiones entre personas tan distintas e iguales al mismo tiempo.

Creo firmemente, desde la privilegiada atalaya que me ofrece mi puesto de trabajo, que el único objetivo político o simplemente de futuro viable para nuestra especie es la comunión entre todos nosotros, que ya existe esporádicamente, que ya se demuestra en catástrofes naturales, que es consustancial a nuestra evolución como seres sociales. Todo lo que vaya en contra de esa comunión sencilla, sin aspavientos, sin señalar con cinismo las diferencias y señalando con fraternidad tantas cosas que nos unen; todo lo que vaya en contra de eso es mi enemigo número uno: el racismo, el clasismo, el nacionalismo -que suele reunir las dos características anteriores-; el desdén por el dolor de los demás, el egoísmo, etcétera: esos son mis enemigos y jamás me cansaré de combatirlos. Jamás.

Los tomates rosa de Malika.

martes, 8 de octubre de 2019

Ocho de octubre

Carlos, que quiere preparar oposiciones a bombero, ahora que ya ha dejado de trabajar por la noche ha vuelto a ir al gimnasio para ponerse como un toro (las pruebas físicas son muy exigentes) y el viernes se examina, de nuevo, del carnet de camión en población. Maite va la piscina climatizada de Barbastro a hacer también gimnasia en el agua dos días a la semana. Casi comienzo a sentirme mal por gordo y dejado y sedentario. Cuando termine este año de escritura y fotografía diaria me lo plantearé. Jamás en toda mi vida he hecho más deporte que el que se hace de niño corriendo de aquí para allá para descubrir dónde se han escondido tus compañeros de juego. Bueno, he tenido temporadas de bicicleta estática y hasta abdominales, y me encanta pasear por el campo o junto al canal los fines de semana. Pero esas temporadas de bicicleta y abdominales, como vinieron, se fueron.

Hoy hemos comido los tres miembros de la familia por separado. Todos. Ayer dejé hechos unos macarrones con tomate y chorizo. Mi compañera tenía la gimnasia en la piscina a las tres y media, yo volvía al trabajo a las cuatro -los martes atendemos por la tarde de cuatro a siete-, y nuestro hijo ha regresado del gimnasio a las cuatro menos cuarto.

Libertad. Siempre libertad. Los macarrones con tomate y chorizo, por cierto, aunque a los italianos les parezca una herejía, estaban muy buenos. Todavía quedan para mañana. He heredado de mi madre que sólo sé cocinar para ejércitos, siempre sobra. Pero nos lo comemos todo.

Estoy tan cansado mentalmente. Sé que incluso puede ser un agravio comparativo para muchas personas que trabajan más duro y más horas que yo, pero atender público ocho horas es agotador, las agencias de información de la Seguridad Social, sobre todo cuando son comarcarles como la mía, lo tocan todo, tenemos toda la institución en nuestro cerebro y debemos aconsejar e informar sabiendo la responsabilidad que asumimos, que es muchísima. Hay tantos asuntos distintos, tantas consultas diferentes. Aunque ya lo he dicho, ¿qué derecho tengo yo a quejarme por un trabajo que me gusta y que es estable y que me requiere trabajar sólo una tarde a la semana? Ninguno. No es correcto que me queje. Pero estoy tan cansado. Escribo dejándome llevar, improvisando, dejando que mi mente se vacíe un poco de tantas voces, tantos rostros, tantas personas maravillosas en su identidad irrepetible. Buenas noches.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Veintiséis de septiembre

Otro día se aleja llevándose cosas y dejando cosas, como hacen los ríos y las orillas del mar. Hoy a última hora del trabajo he atendido a una mujer guapa, inteligente y muy sensible. Había venido con su marido, un hombre también inteligente y con un brillo especial en la mirada. Hemos hablado mucho rato de cosas que no puedo ni quiero revelar, pero una de las conversaciones ha discurrido sobre la importancia de querernos a nosotros mismos y aceptarnos como somos y ser libres de la opinión de los demás. Hay enfermedades que simplemente consisten en ignorar o no saber enfrentar cosas sencillas, ligeras e ingrávidas. Lo he visto antes durante mis años de profesión: jóvenes extremadamente delgadas que se veían gordas en el espejo, personas adorables sin un atisbo de amor hacia sí mismas. No son enfermedades fáciles de curar porque hunden su raíz en lo más profundo de lo que somos: nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestra visión personal de la extraña realidad que a todos nos rodea cada día desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Yo, antes de cerrarlos esta noche, quiero pensar en Teresa y alegrarme porque poco a poco va curándose y aprendiendo y explorando más allá. Quienes hemos padecido depresión y ansiedad nos reconocemos mutuamente y sabemos en qué consiste y qué no se nos debe decir aunque sea con buena intención. Ha sido un placer hablar con ellos y quedan en mi memoria, que para los seres humanos que atiendo diariamente es sorprendentemente buena.

Debemos aprender a querernos como queremos a nuestros amigos: sin juzgarlos. Debemos dar valor a las cosas que se nos dan bien, sea cocinar, limpiar o arreglar cosas; sea dar comprensión y cariño a los demás sin darnos cuenta. Todos tenemos dones, regalos involuntarios que damos cada día al mundo sin ser conscientes de ellos. Prestemos atención sin mirar demasiado atrás. Exploremos a través de bosques, montañas, costas y desiertos. Somos seres humanos: nacimos para eso. Que los bosques, las montañas, las costas y los desiertos sólo existan en nuestra imaginación no invalida en absoluto nuestro viaje.

Cierro el cuaderno de bitácora. Ahora me acostaré en la cama y dormiré profundamente mientras este submarino, este avión, este barco pequeño surca las olas del tiempo pausado en el que mi cerebro se recupera de todo lo vivido, todo lo escuchado y olido y visto, y hace una selección de lo importante, lo muy interesante, lo casi interesante, y tira a la basura todo el resto al margen de mi voluntad. ¿Y si algunas noches me resisto a acostarme precisamente porque no estoy seguro de lo que mi propio cerebro hará desaparecer durante el sueño? Pero ahora estoy muy cansado y me rindo como cada día. Este es el ciclo. En otro lugar amanece ahora. En otro lugar despiertan.

martes, 17 de septiembre de 2019

Diecisiete de septiembre

A mí, trabajando, me sucede que casi todo el mundo me parece interesante y hermoso, independientemente de su género o su edad. Mi manera de demostrárselo es atenderles con profesionalidad y un poco de cariño y empatía. Fuera de la agencia comarcal no me ocurre, sólo me pasa allí. No sé si mi mente, después de tantos años atendiendo ciudadanos, ha generado esa capacidad para hacerme más fácil satisfacer sus necesidades de información o porque soy sencillamente así. Sí, sé exactamente a qué suena lo que he escrito. ¿Alguien lo dudó alguna vez?

viernes, 19 de julio de 2019

Diecinueve de julio

Por la mañana atiendo a un joven de quince años que viene con su tía. Es de Senegal y lleva poco tiempo en España. No tiene pasaporte, no tiene ningún tipo de documentación, sólo una hoja de papel timbrada con dos sellos de la comuna del lugar de donde proviene, escrito en francés. Siente mucho dolor en la muñeca del brazo derecho y, como menor de edad, tiene derecho a asistencia sanitaria gratuita y universal (los menores de edad y mujeres embarazadas lo tienen garantizado en España), aunque debe estar empadronado en Barbastro. Pero sucede que no se puede empadronar en casa de su tía -o supuesta tía, pues no hay modo de acreditar dicho parentesco- porque no tiene ningún documento de identidad donde aparezca su imagen, ni tiene, como menor de edad, ningún documento de tutela o permiso de sus padres senegaleses para viajar fuera del país o cediendo la custodia a su tía. Hablo con tarjetas sanitarias en Huesca: sin un documento que acredite su edad fehacientemente, y el folio que aporta es harto escaso para ello, no se le puede dar asistencia gratuita.  Subo con ellos a ver a la trabajadora social del Centro de Salud. Lo esencial, insisto, es que se le trate y después ya se verá qué sucede con su situación legal. Estamos de acuerdo y será tratado médicamente. Su situación legal, ante la necesidad médica, es secundaria.

Ahora bien: ningún senegalés puede entrar en España sin un pasaporte visado en la aduana. Este joven que lo mismo podría tener quince que veinte años y no habla una palabra de español ni de francés, mira a la ventana que hay tras mi silla de trabajo mientras yo hablo con su tía, que está muy embarazada y suda profusamente. A ella le digo: "Pero sin pasaporte no se puede entrar legalmente en España, ¿su sobrino ha venido en patera? Yo sólo quiero ayudarle, pero necesito saberlo, porque no puede ser que siendo menor de edad no tenga ninguna documentación, ni siquiera el documento de identidad de su país". Ella me mira durante cinco segundos sin decir nada y ya me ha contestado. Vuelvo a observar al joven sentado a su lado. Fuerte, casi atlético, camiseta y pantalones de pitillo, zapatillas deportivas de color naranja. Lo imagino desembarcando en una playa del sur de España con un teléfono y una dirección de Barbastro, en la provincia de Huesca. Es probable que sea su tía de verdad, y ella le enviara dinero para que pudiera venir hasta aquí. ¿Quince años? Aparenta ser más mayor pero en el pequeño papel del ayuntamiento de su pueblo, el único documento que posee, dice que nació en dos mil cuatro.

Y a continuación pienso en el viaje desde Senegal a la costa frente a Europa, las dificultades por las que ha pasado este joven que ahora se deja llevar de aquí para allá por su tía. La travesía. La travesía en el mar con decenas de personas arriesgando su vida. Las olas zarandeando la patera. Tal vez los muertos siendo lanzados al mar. Ese papel envuelto en plástico bien guardado entre su ropa, el que ahora tengo en mis manos. El esfuerzo de su familia en Senegal para reunir el dinero suficiente para pagar a los traficantes el precio para que al menos uno de sus hijos pueda llegar a Europa, exactamente hasta el otro lado de mi mesa.

Pero todo no ha hecho sino empezar. Mientras le miro deja de contemplar el castaño de indias tras mi silla y me mira a los ojos. Los suyos están ligeramente inyectados de sangre. Le digo despacio y sonriendo: "Vamos a ayudarte". Pero no reacciona. No sonríe, no dice nada. Ni siquiera muestra un gesto de tristeza, sólo indiferencia. Su tía dice en perfecto castellano: "Está así desde que llegó".

viernes, 31 de mayo de 2019

Treinta y uno de mayo

En mi trabajo informo y tramito maternidades, paternidades, altas en la Seguridad Social cuando los jóvenes comienzan a trabajar, la tarjeta sanitaria europea cuando viajan de vacaciones, jubilaciones y viudedades: la vida entera. Hay un documento que en España, no sé si en otros países sucede lo mismo, es como el Santo Grial: el Libro de familia. Los antiguos venían acompañados de fotografías en blanco y negro del matrimonio, y cuando voy a la fotocopiadora y las contemplo siempre me emocionan. Todas y todos parecen actores de Hollywood, jóvenes y con los peinados de entonces, hace tantos años. Y da igual si eran de los valles más remotos del Pirineo o del pueblo más cercano a Barbastro.

He observado también, comparando aquellas imágenes de juventud con las de los carnés de identidad actuales, que, de algún modo, siempre somos los mismos. Ellos, nosotros, los hombres, acaso nos deterioramos más, pero ellas siguen pareciéndose mucho a cómo eran hace sesenta o setenta años. Me conmueve profundamente.

Las solicitantes de las pensiones de viudedad suelen venir acompañadas de alguna hija o algún hijo, y cuando son muy mayores, ochenta, noventa años, aceptan las cosas como son. La gente de la montaña es dura. Si no fuese por la confidencialidad a la que me debo como funcionario público hace años que hubiese hecho una colección de esas pequeñas fotografías de los Libros de familia más antiguos. Esos bigotes a lo Clark Gable, los peinados inverosímiles de ellas. "De profesión: sus labores", pone en casi todos. Un trabajo documental que yo no puedo hacer pero que acaso algún joven cineasta sí podría desarrollar. Cómo hasta lugares como Plan o Cerler ya llegaban en los cincuenta y los sesenta los modelos de belleza de las películas norteamericanas. Eran ganaderos, agricultores, panaderos, albañiles, ellas siempre o casi siempre "amas de casa".

Intento atender a estas personas mayores con todo mi cariño y respeto, y cuando se levantan acompañadas de sus hijos y salen de mi edificio a veces vuelvo a mirar las fotografías del antiguo libro de familia y comprendo, y aprendo, y amo mi trabajo.

martes, 21 de mayo de 2019

Veintiuno de mayo

En mi trabajo atiendo situaciones de todo tipo. Algunas felices -paternidad y maternidad, tarjetas sanitarias europeas de personas que van a salir de vacaciones, jubilaciones, etcétera-; algunas muy tristes.

Aprendemos, sin siquiera darnos cuenta de ello, en cada momento. Desde que nos despertamos por la mañana hasta que caemos rendidos de sueño por la noche. No lo podemos evitar. El ser humano está hecho para explorar y aprender y escuchar y querer ir más allá de la siguiente colina. Somos así cuando estamos sanos. No lo somos cuando enfermamos.

Atiendo cada día a personas enfermas, y tras tantos años me he dado cuenta de que las enfermedades mentales son terribles. Yo padezco, en muy pequeño tamaño, de ello: cada mañana me tomo un antidepresivo y ansiolíticos, nada más el resto del día, pero veo casos muy graves. Seres humanos que han perdido cualquier interés, cualquier curiosidad, que vegetan en un limbo de obsesiones patológicas y otras enfermedades verdaderamente incapacitantes. Creo que la línea que separa a un enfermo digamos leve, como yo, de un enfermo grave, es cuando ya han perdido la curiosidad. Cuando ya se han rendido a la idea de que la rutina es una mierda y rechazan la posibilidad de que algún día puedan ser felices. Es cierto que estos usuarios suelen tener vidas familiares muy desestructuradas, poco apoyo familiar, dependencias tóxicas, etcétera. Pero me da mucha pena. Me dan ganas de agarrarles del cuello y decirles: ¿No os dais cuenta de que esta oportunidad de explorar y sentir este mundo es la única que os ha sido dada? Pero no lo hago porque sé que su enfermedad les incapacita para entender algo así. Y porque podrían denunciarme, y con razón.

Esto es lo que hay. No podemos elegir, y esto es importante: nadie puede elegir dónde y cuándo nace. Si en un país en guerra o en la cuarta potencia de la Unión Europea. Pero todos podemos decidir cómo afrontamos el reto de vivir, de sobrevivir, de aprender incluso de lo que nos sucede si no morimos durante el camino.

Siempre he creído que lo que nos hace humanos, si eso tiene alguna importancia, algo que dudo a veces, es nuestro afán de saber más, de huir, de conquistar, de saber qué se ve desde la colina más cercana.

martes, 9 de abril de 2019

Nueve de abril

Tras cada ser humano con quien os cruzáis en la calle hay historias inimaginables. Historias felices, tranquilamente felices, la mayoría, y también historias muy tristes e incluso traumáticas y dignas de denuncias judiciales que nunca se llevaron a cabo.

Me moriré habiendo contemplado la naturaleza humana. No la mía, que sólo la conocen los demás (nosotros somos incapaces de saber algo así). Y después de tantos años esa naturaleza de las personas que han pasado frente a mí me conmueve tan profundamente que me cuesta expresarlo con palabras.

Somos figuras rusas: unas conteniendo otras y otras pero, en nuestro caso, sin más final que el fallecimiento, la muerte, la desaparición. Aprendo mucho cada día a pesar del tiempo que llevo trabajando en este oficio. Capas de cebolla y en el centro siempre un corazón.

martes, 2 de abril de 2019

Dos de abril

Estoy tan cansado que escribo por inercia. Las palabras brillan durante un segundo en mi cerebro y luego aparecen aquí. El de hoy fue un día tan largo. Leí denuncias de malos tratos en el ámbito familiar tan terribles que me costó no llorar. Atendí también a madres recientes con sus preciosos bebés durmiendo en sus carritos. Vaya, lo normal. Buenas noches, lectores y lectoras, os quiero. Buenas noches.

jueves, 14 de marzo de 2019

Catorce de marzo

Otro día se apaga lentamente. Socialicé muchísimo por la mañana y por la tarde me recluí en el silencio, la siesta y esta mesa pequeña junto a mi cama, ahora. Este es mi momento. Nada extraordinario me sucedió, salvando el hecho de conocer a decenas de personas que no conocía y, de vez en cuando, sentir una conexión especial con ellas.

Por la mañana, yendo a trabajar, los aviones habían dejado líneas blancas de su rastro en el cielo azul. Un gato callejero salió de debajo de un coche, un macho con una oreja mordida, la cola rota y el aspecto de un pirata: un superviviente.

Delante de mí unas niñas sudamericanas en vez de caminar bailaban y saltaban rumbo al colegio, sus pequeñas melenas de un negro azabache moviéndose de un lado a otro, las mochilas rosas en su espalda. Me conmovieron hasta el hueso.

Al llegar a la agencia ya había dos personas esperando fuera. Les dije: "Abrimos la atención al público a las nueve".  Me contestaron: "Vale, vale, tranquilo, ya esperamos".

El día que ahora se apaga lentamente comenzaba entonces. Cada día es la metáfora de una vida, y lo mismo sucede al revés.

jueves, 7 de marzo de 2019

Siete de marzo

Un día más con muchos rostros nuevos al otro lado de mi mesa de trabajo, y también algún que otro conocido. Por la tarde, después de la siesta, cociné estofado irlandés para mañana. Ahora es de noche. Tengo mucho sueño y una vida normal.

martes, 26 de febrero de 2019

Veintiséis de febrero

Hoy ha hecho un calor impropio de estas fechas. Cuando me dirigía a la Agencia a las cuatro parecía primavera y he sentido pavor. Ha sido una tarde movida. He estado con un profesor murciano que trabaja en Barbastro de interino casi una hora intentando instalarle un certificado digital en su Macbook Air. Como yo también utilizo esos ordenadores he pensado que sería muy fácil, pero cuando ya llevábamos más de tres cuartos de hora y su computadora decía que el Certificado Digital no era fiable, le he preguntado: "¿No habrás instalado un antivirus, verdad?". Y sí, lo había instalado. ¡Un antivirus en un mac, algo absurdo! Ha desactivado todas las medidas de seguridad y, no sin alguna dificultad, al final se ha ido con su Certificado Digital instalado, algo necesario para acceder a bolsas de trabajo en otras comunidades, etcétera. Me ha dado la mano tres veces. Es de Totana. Un buen chico, veintinueve años aunque aparentaba veinte.

Ya estoy, de hecho hace años que lo estoy, en esa fase. Ahora comprendo cuando mi suegro decía que se había encontrado a un mozo, y éste tenía sesenta años. ¡A mí me pasa lo mismo! Para mí alguien de cuarenta años es un chico. Incluso de cincuenta. Qué poder inmenso tiene el tiempo para cambiar la perspectiva y la proporcionalidad de las cosas.

Volviendo a casa a las siete de la tarde, con el cerebro casi derretido después de tantas horas de atención al público, me he cruzado con Kinda, a quien conozco desde que vine a trabajar aquí. Tiene la nacionalidad española desde hace ya unos cuantos años. Hemos charlado unos minutos. ¿Qué tal tu familia? Bien. ¿Y la tuya? Bien, bien, Jesús. Iba en bicicleta y ha desmontado para charlar conmigo un momento. ¿Trabajas?, le he preguntado. "Sí", ha dicho con una sonrisa blanca en su rostro oscuro, "todo está bien".

Descendiendo la cuesta junto al río que lleva a mi casa he visto el coche de mi hijo aparcado junto a la acera. La toalla que utiliza en el gimnasio estaba en el asiento del copiloto, imagino que todavía húmeda. Es un desastre. Tiene veintiún años y un corazón más grande que este edificio, pero en cuanto a esos detalles es un desastre total y absolutamente. Su dormitorio es territorio tabú. Yo no puedo entrar porque me gusta el orden y aquello es como una habitación engullida por un agujero negro inmovilizada en el tiempo. Ni siquiera yo podría describir tal caos con precisión.

La noche ha llegado y la noche se irá. Estoy muy cansado. Intentaré leer algo antes de dormirme, pero sé que en la segunda página del libro desapareceré del mundo.

martes, 5 de febrero de 2019

Cinco de febrero

Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.

Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.

Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!

lunes, 4 de febrero de 2019

Cuatro de febrero

Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.

A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.

Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.

Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.

Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.

domingo, 3 de febrero de 2019

Tres de febrero.

Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.

De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.

Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.

viernes, 1 de febrero de 2019

Uno de febrero

Enero se despidió con lluvia y febrero comenzó con ella aunque pronto amainó. Me gusta cómo huelen las calles mojadas. El cielo gris. Un gato que pasa entre dos coches. Abrir la agencia. Encender el ordenador mientras la pequeña ciudad despierta del todo. Ordenar mi mesa de trabajo. Levantar la persiana a las nueve de la mañana para que nuestros clientes entren y todo comience.