miércoles, 27 de noviembre de 2019

Veintisiete de noviembre

Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.

Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.

Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.

Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.

Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.

8 comentarios:

shichimi dijo...

Qué consuelo da saber que hay gente buena en el mundo.

Fackel dijo...

Mientras leía pensaba. Las ayudas a corto o medio plazo siembran. ¿Cómo no reconocer el esfuerzo y la bondad de quienes participasteis en ayudar a otro humano, aunque no le conocierais apenas?

Jesús Miramón dijo...

La verdad a menudo es más fascinante que la ficción.

Y, Fackel, en esta historia la protagonista es aquella señora de Barbastro de toda la vida, blanca como la leche, que ayudó a un joven desconocido y negro como el azabache. En su día ya fue algo maravilloso, pero ayer, cuando le tramité la paternidad, sentí que el círculo se cerraba. La niña bebé era preciosa. Nació el 16 de noviembre. En España.

Abrazos a los dos.

La de la ventana dijo...

No dejes de escribir aquí, Jesús. Nunca.

Elvira dijo...

¡Qué maravilla, Jesús! Gracias por contarlo. Un beso

Jesús Miramón dijo...

Muchísimas gracias, Teresa, Elvira. Cuánto tiempo. No sé si dejaré de escribir, pero cuando termine este año de escribir cada día de cada día me lo tomaré con más tranquilidad, eso seguro.

Besos.

Mayte dijo...

La historia me ha parecido tan hermosa que la he compartido en Facebook. Emocionante, por el gesto y por el deseo de que permaneciera en el anonimato.

Imaginar dónde estaría este chico y qué hubiera sido de su vida si esa deuda no se hubiera pagado nos da la importancia justa de ese gesto desinteresado

Gracias!

Un beso desde BCN

Jesús Miramón dijo...

Orgulloso de que lo hayas compartido, Mayte, sobre todo porque es rigurosa verdad. Por estas cosas me gusta tanto mi trabajo: me permite contemplar en primera línea los detalles de lal vida.

Un beso desde Barbastro.