Llevo sin dormir desde las cuatro de la madrugada. No me quejo. A mí me sucede muy de vez en cuando, hay a quien le pasa cada noche, y cómo les compadezco. Después de escribir estas palabras me acostaré e intentar dormir una pequeña siesta fuera de hora, pero es que, a pesar del cansancio, no tengo sueño. Es algo extraño: uno se siente muy cansado pero no es capaz de cerrar los párpados y dormir. Vale, es verdad: se llama insomnio.
Pasado mañana voy a Barcelona a buscar a mi hijo Carlos, que regresa de Chile. El vuelo llega al Prat a las tres y treinta y cinco de la tarde, así que iré sobrado de tiempo. Ahora allí son las dos menos cuarto de ayer, la hora de comer. Cuando despegue será mañana por la noche y cuando aterrice en Europa será el cinco de noviembre pero varias horas antes. Viajará en el tiempo hacia atrás. Deberá enfrentarse de nuevo al jet lag.
En cuanto a mí, no me da ninguna pereza subirme al coche y, tranquilamente, sin prisas, ir al aeropuerto de Barcelona a recoger a mi hijo. Lo he hecho otras veces. Me gusta muchísimo conducir. Conducir y cocinar alivian mi ansiedad siempre palpitante e hija de puta. Espero no tener ningún problema para acceder a los sitios, estoy seguro de que no los habrá. Me da más miedo lo que les pueda pasar a Carlos y Raquel allí, en Santiago, porque el vuelo sale a una hora posterior al toque de queda. Me gustaría mucho que aterrizase con ella a su lado. Sé que sus prácticas de enfermería son lo primero, pero también sufrimos. La queremos mucho.
El domingo avanza a velocidad de crucero. Creo que voy a acostarme un poco, apagar la luz y dejar descansar mi cerebro, si todavía queda algo sin consumir.
domingo, 3 de noviembre de 2019
Tres de noviembre
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