Domingo de sol en Zaragoza. Empujo la silla de ruedas donde está sentada mi madre mientras a mi lado caminan mi padre y Maite. Hablan de banquetes y fiestas del pasado, cuando nos reuníamos toda la familia por cualquier excusa; hablan de alegría y celebración de la vida. A nuestro alrededor la gente pasea bajo la luz prodigiosa de este día de febrero. Observo la blanca cabeza de mamá, el terrible corte de pelo que le perpetraron en el Centro de día a donde acude de lunes a viernes, y vuelvo al sueño de la madrugada pasada. Estábamos en la casa del huerto en el pueblo, o más bien en una mezcla entre esa sala y el comedor del piso de la calle Fita, eso que a menudo sucede en los sueños. Mi madre reía y hablaba y nos miraba a todos sobre la mesa llena de la comida de siempre: mejillones cocidos con su salsa secreta, huevos rellenos, canelones, ensalada de pimientos asados. Estaba sana, brillante, guapísima, habladora, sus ojos negros e inteligentes observándonos a todos, a mis hermanos, a nuestras parejas, a nuestros hijos e hijas. Mi padre estaba a su lado, también contento y feliz. Desde mi silla yo sabía que estaba soñando, era absolutamente consciente de que esa reunión estaba sucediendo mientras dormía, y contemplaba a mi madre deseando que ese momento no terminase nunca. Oh, disfruté tanto de esos minutos u horas. Luego el sueño se disolvió sin aviso ni estridencia ni dolor. Volvemos a casa por la calle Bilbao, salimos al Paseo de Pamplona y cruzamos el semáforo frente a la antigua Facultad de Medicina. Mi padre y mi mujer hablan de los buenos tiempos sin un atisbo de tristeza, alegrándose de haberlos conocido y disfrutado. Tampoco yo estoy triste, pues puedo recordar el sueño que guardaré para mí. El sol brilla en el cielo sobre los árboles y los edificios y los coches de colores aparcados en la acera. No hay luz más maravillosa que la del sol en invierno.
domingo, 23 de febrero de 2025
domingo, 16 de febrero de 2025
Fotones
Poco a poco la oscuridad es sustituida por la luz que se filtra a través de la persiana de la ventana. El proceso es casi imperceptible, al principio en forma de fotones oscuros, luego grises y lechosos hasta hacerse, segundo a segundo, transparentes. Mi cuerpo yace sobre la cama, inmóvil. Mañana de domingo en Zaragoza. Ayer me acosté pronto. Últimamente el cansancio me vence a partir de las nueve y media de la noche, lo que causa que me despierte espontáneamente muy temprano. Me gusta quedarme despierto bajo las sábanas durante muchos minutos, sin prisa, regresando.
lunes, 3 de febrero de 2025
Woke
Asistí con espanto a la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Vi y escuché sus delirios, su mala educación frente al presidente saliente, su violencia, sus mentiras. Como tantos otros habitantes del planeta, me pregunté cómo era posible que seres humanos normales, con la mínima empatía y buenos sentimientos que se le suponen a una persona capaz de vivir entre sus semejantes, hubieran decidido votar a alguien tan canalla y enfermo de odio. Estuve mal durante días, padecí ansiedad, me costaba aceptar que en el último tercio de mi vida iba a contemplar la llegada de un nuevo fascismo que, como el que padeció el mundo el siglo pasado, viene también acompañado de la banalización de pensamientos y acciones abominables. Berna González Harbour lo definía muy bien el otro día: "El tiempo de los valores que cimentaron nuestro mundo se esfuma, y en su lugar revive la peor esencia de la humanidad, la de los periodos en que no sabemos contener la maldad." Mi hija me dijo, porque me conoce, que cuidase mi salud mental, que no me dejase arrastrar por pensamientos estériles, y eso intento. Finalmente sólo puedo actuar en la realidad que me envuelve día a día, opinando, dando ejemplo con mis acciones y negándome a aceptar, por activa y por pasiva, comportamientos y expresiones racistas, machistas, homófobas y clasistas. Ignoro qué sucederá en el futuro, cómo nos adaptaremos al cambio climático -que existe al margen de quienes afirman que existe y quienes lo niegan, lo mismo que existen los días, las semanas y los meses. Febrero de dos mil veinticinco existe y comienza ahora. Yo existo, creo, y en estas páginas doy testimonio de ello, si alguna vez sucedió.