jueves, 28 de febrero de 2019

Veintiocho de febrero

Febrero termina como si nunca hubiera existido, como si en vez de llamarse febrero se llamase enero o marzo a pesar de esa pequeña característica, casi invisible, de durar menos. Porque febrero no sabe, nunca lo ha sabido, que es raro.

Con el calor han regresado los insectos, que no conocen de estaciones ni de cambios climáticos ni de máquinas rodantes en Marte dirigidas por control remoto a través del espacio.

Pienso: "todo es raro", y a continuación caigo en la cuenta de que ya lo era antes, mucho antes, de que yo lo escribiera.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Veintisiete de febrero

Me siento como si todo el día
hubiese estado nadando
contra la corriente y las mareas y
ahora, al fin,
hubiera alcanzado la orilla.

La arena seca.

El sonido de las olas
rompiendo en la playa
detrás de mí.

martes, 26 de febrero de 2019

Veintiséis de febrero

Hoy ha hecho un calor impropio de estas fechas. Cuando me dirigía a la Agencia a las cuatro parecía primavera y he sentido pavor. Ha sido una tarde movida. He estado con un profesor murciano que trabaja en Barbastro de interino casi una hora intentando instalarle un certificado digital en su Macbook Air. Como yo también utilizo esos ordenadores he pensado que sería muy fácil, pero cuando ya llevábamos más de tres cuartos de hora y su computadora decía que el Certificado Digital no era fiable, le he preguntado: "¿No habrás instalado un antivirus, verdad?". Y sí, lo había instalado. ¡Un antivirus en un mac, algo absurdo! Ha desactivado todas las medidas de seguridad y, no sin alguna dificultad, al final se ha ido con su Certificado Digital instalado, algo necesario para acceder a bolsas de trabajo en otras comunidades, etcétera. Me ha dado la mano tres veces. Es de Totana. Un buen chico, veintinueve años aunque aparentaba veinte.

Ya estoy, de hecho hace años que lo estoy, en esa fase. Ahora comprendo cuando mi suegro decía que se había encontrado a un mozo, y éste tenía sesenta años. ¡A mí me pasa lo mismo! Para mí alguien de cuarenta años es un chico. Incluso de cincuenta. Qué poder inmenso tiene el tiempo para cambiar la perspectiva y la proporcionalidad de las cosas.

Volviendo a casa a las siete de la tarde, con el cerebro casi derretido después de tantas horas de atención al público, me he cruzado con Kinda, a quien conozco desde que vine a trabajar aquí. Tiene la nacionalidad española desde hace ya unos cuantos años. Hemos charlado unos minutos. ¿Qué tal tu familia? Bien. ¿Y la tuya? Bien, bien, Jesús. Iba en bicicleta y ha desmontado para charlar conmigo un momento. ¿Trabajas?, le he preguntado. "Sí", ha dicho con una sonrisa blanca en su rostro oscuro, "todo está bien".

Descendiendo la cuesta junto al río que lleva a mi casa he visto el coche de mi hijo aparcado junto a la acera. La toalla que utiliza en el gimnasio estaba en el asiento del copiloto, imagino que todavía húmeda. Es un desastre. Tiene veintiún años y un corazón más grande que este edificio, pero en cuanto a esos detalles es un desastre total y absolutamente. Su dormitorio es territorio tabú. Yo no puedo entrar porque me gusta el orden y aquello es como una habitación engullida por un agujero negro inmovilizada en el tiempo. Ni siquiera yo podría describir tal caos con precisión.

La noche ha llegado y la noche se irá. Estoy muy cansado. Intentaré leer algo antes de dormirme, pero sé que en la segunda página del libro desapareceré del mundo.

lunes, 25 de febrero de 2019

Veinticinco de febrero

El día termina y ha sido muy raro. Anoche escribí en Twitter un pequeño texto defendiendo que los extranjeros no tienen ayudas específicas para ellos sino que se ajustan a unos requisitos que son iguales para todos, y ahora mismo ese tuit tiene catorce mil me gusta y nueve mil setecientos retuits. Una locura.

He vivido en primera persona y por primera vez lo que significa ser viral. He tenido que eliminar los avisos del móvil porque sonaban a cada segundo, a toda velocidad. Me ha causado cierta ansiedad. Bueno, no: mucha ansiedad, pero he logrado controlarla.

Ahora estoy muy cansado y me voy a acostar. No estoy acostumbrado a estas cosas multitudinarias. Me gustan más las pequeñas, las que soy capaz de abarcar sin demasiado esfuerzo. Me gusta la conversación normal, en voz ni muy alta ni muy baja: normal. Y también me agrada hablar con personas que te escuchan y a las que es interesante escuchar. Pero poca gente. Los que caben alrededor de una mesa. Aunque nadie me puso una pistola en la cabeza para entrar en Twitter nada menos que en julio del dos mil once, eso también es verdad.

Escribo en voz baja como si al publicar la entrada de hoy también pudiera leerse en voz baja. Intentadlo por mí. Buenas noches.

domingo, 24 de febrero de 2019

Veinticuatro de febrero

Regresando de nuestro paseo junto al canal vi tres cuervos posados en un árbol. Pensé en la serie de televisión "Juego de tronos", de la que soy fan, muy fan. Hacía calor. Todos los almendros, los cultivados y los silvestres, estaban en flor. El frío va quedando terrible e inevitablemente atrás, adiós al vapor del aire caliente de nuestros pulmones en contacto con el aire frío del exterior, adiós al abrigo; adiós a ir por casa, como hoy, con una chaqueta. El muro de hielo caerá. Spring is coming.

sábado, 23 de febrero de 2019

Veintitrés de febrero

En la mudanza de ayer la empresa olvidó llevarse la bandera de España de sus clientes y ahí sigue, ondeando en un apartamento vacío. Siento curiosidad por saber si quienes vengan a vivir allí la mantendrán o la quitarán.

Respecto a mi opinión, quienes me conocéis después de tantos años, ya sabéis lo que pienso: no sirven siquiera para limpiarse el culo con ellas, las odio. Mis banderas son la ropa tendida en las ventanas: esas nos igualan a todos.


viernes, 22 de febrero de 2019

Veintidós de febrero

Carrer Mare de Deu de la Salut en Girona.
Plaça Major de Banyoles.
Carrer Pia Almoina (en dos pisos distintos del mismo bloque) en Banyoles.
Calle Juan Pablo II en Zaragoza.
Carrer del Río Güell en Girona (tras mi excedencia de un año por el naciminieto de Paula).
Calle Hermanos Gambra en Zaragoza.
Paseo Fernando el Católico en Zaragoza (que compramos, restauramos y luego, tras comprobar que nunca trabajaríamos los dos en Zaragoza, vendimos para irnos a Binéfar).
Calle Zaragoza en Binéfar.
Calle Galileo en Binéfar.
Calle Madres de la Plaza de Mayo en Zaragoza, herencia tras el fallecimiento de mis suegros.
Calle Saint Gaudens en Barbastro.
Avenida del Río vero en Barbastro, la actual.

Catorce domicilios en treinta años. Una mudanza cada vez. Juntos y por separado. Lo he recordado al ver que en un apartamento al otro lado de mi dormitorio se estaban mudando. He hecho una foto desde la ventana. Espero que, en mi caso, la próxima sea la última.

jueves, 21 de febrero de 2019

Veintiuno de febrero

Caminamos creando
una senda inédita.

Cada sonido de pájaro,
cada sonido de ambulancia

o vehículo peligroso
rodando marcha atrás

es nuevo y no se repetirá
jamás exactamente igual.

El pequeño río Vero viaja
inevitablemente hacia el mar.

En eso, como dijo el poeta,
se parece a nosotros.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Veinte de febrero

Cada vez que escucho las canciones de la época dorada de Sinead O'Connor me recuerdo en la autopista viajando entre Zaragoza y Gerona y viceversa. Fue después de la excedencia de un año que tomé para cuidar de mi hija recién nacida. Los domingos me despedía de mis dos chicas y me alejaba de ellas. Mientras viajaba ponía las cintas que me iban a acompañar en el asiento del copiloto, y, en aquella época como ahora, me gustaba mucho la música de Sinead. Hablo de mil novecientos noventa y tres. Atravesando el desierto de los Monegros sonaban sus canciones dentro del coche y aliviaban mi tristeza para transformarla kilómetro a kilómetro en una especie de placer. Este proceso, que todos conocemos, es extraño si uno lo piensa, pero no quiero analizarlo demasiado, forma parte de nuestra condición humana. La pasión de la nostalgia, el consuelo de la tristeza, la felicidad de sentir. Quién no se ha restregado ronroneando como un gato contra la pena y el dolor.

Cuando alcanzaba la ciudad de Gerona sentí muchas veces la tentación de seguir acelerando sin tomar el desvío, conducir hasta Francia, hasta Italia, hasta Siberia. Ya había olvidado el amor, todo, ya era otra cosa, un piloto dando la vuelta al mundo, el adolescente que casi siempre seguimos siendo los hombres adultos. Bueno, al menos yo, algo de lo que no me enorgullezco especialmente.


martes, 19 de febrero de 2019

Diecinueve de febrero

Tengo la sensación de que las tórtolas turcas de Barbastro son más pequeñas que las de Binéfar. O será la dureza del invierno y que yo las recuerdo en verano. Poco a poco han ido expulsando a las palomas comunes de los centros urbanos de este territorio. Pienso en los neandertales. Debió de ser algo parecido: poco a poco, al principio de un modo casi imperceptible, pero a la vez inocente e implacablemente. Ignoro en qué son más eficaces las tórtolas turcas que las palomas, pero el hecho es que esta batalla evolutiva está sucediendo y, al menos en Barbastro, van ganando las primeras con diferencia.

Esta mañana los coches aparcados al aire libre volvían a estar helados, los techos y los parabrisas blancos de escarcha, lo que me ha hecho mucha ilusión. Adoro el invierno y su pureza, ya lo sabéis. Si creyese en la reencarnación, algo que no sucede -no creo en ninguna religión como para creer en algo tan absurdo-; si creyese, digo, en la reencarnación como un juego, diría que en mi existencia anterior en este planeta (y no en otro, más fallos de esa creencia pero dejémoslo estar), en mi existencia anterior en este planeta, vuelvo a decir, debí ser esquimal u oso polar o, simplemente, una foca de la Antártida. Me veo bien allí tumbado en los pedazos de hielo flotantes, rodeado de mi harén. Sí, lo sé, soy simple. Mucho más que una foca, diría yo.

lunes, 18 de febrero de 2019

Dieciocho de febrero

Escucho desde mi rincón que acaba de llamar nuestra hija a su madre. Hablan mucho por teléfono, si no cada día cada tres o cuatro como mucho. Siempre llama ella, ese es el trato no explícito pero acordado silenciosamente. No queremos interrumpirla en su trabajo o sus relaciones sociales. Escucho que Maite le cuenta que ayer hice el siguiente comentario: "Me gustaría que Paula estuviera aquí para poder abrazarla y besarla con mis brazos de oso y que luego volviese a su laboratorio en Bergen". La teletransportación. Star Treck. Oh, sí, eso me gustaría. Lo utilizaría muchísimo. Me voy cinco minutos a la casa del bosque de mi amigo en Girona y vuelvo. Me voy quince minutos a la costa asturiana y vuelvo. Por favor, científicos del mundo entero: dejad todas vuestras investigaciones y haced posible la teletransportación. Y si es a través del tiempo todavía mejor. Viajaría hacia el pasado y el futuro a todas horas hasta perder el presente, hasta desaparecer. Me conozco.

domingo, 17 de febrero de 2019

Diecisiete de febrero

Siempre de Barbastro a Zaragoza y de Zaragoza a Barbastro (antes lo fue de Binéfar a Zaragoza y de Zaragoza a Binéfar). Creo que nuestra querida y vieja Picasso, con sus catorce años y trescientos treinta mil kilómetros, se sabe la carretera de memoria.

A medida que nos alejábamos de la provincia de Zaragoza y nos acercábamos a la de Huesca el color del paisaje variaba suavemente del ocre al verde y aparecían, al fondo, las cumbres nevadas de la cordillera.

Maite tiene, entre otros muchos, el superpoder de ser capaz de leer o corregir exámenes a mi lado sin marearse. Ha corregido muchos en todos estos años. ¡Sin marearse! ¿Podéis creerlo? Le dan igual las curvas, los baches, lo que sea. Eso sí, me pide silencio y la radio apagada, algo que tampoco me importa demasiado primero: porque me lo pide ella, y segundo: porque me encanta conducir oyendo sólo el ruido del motor y nada más. Me relaja muchísimo, y yo soy alguien que, por mi naturaleza, necesita relajarse. Mucho.

sábado, 16 de febrero de 2019

Dieciséis de febrero

Por la mañana, antes de comer, fuimos a visitar a mis padres, que suelen pasar el invierno en su piso de Zaragoza. Mi padre tiene ochenta y tres años y mi madre cumplirá ochenta.

Mamá, hace cuatro o hace cinco años, sufrió un ictus, un infarto cerebral, un síndrome de Menier, hoy es el día que todavía no sabemos qué le sucedió exactamente, qué interrumpió una vejez que tenía muy buena pinta.  Sí, sé que estas cosas pasan, pero en un instante se quedó sorda y ciega, y en unos segundos recuperó la vista y recuperó, aunque no al cien por cien, el oído izquierdo, tal vez el derecho, no recuerdo.

Desde entonces su calidad de vida empeoró. Microinfartos cerebrales, vértigos, dolores insoportables de cabeza, etcétera. La sanidad pública se ocupó, lentamente, de ella. Le han colocado un implante cloquear para mejorar su oído y mejorar el equilibrio y los mareos, y cada cierto tiempo le pinchan en la cabeza y en los músculos del cuello para mejorar su calidad de vida, una calidad que, básicamente, consiste en no sufrir. Pero sufre. Sufre porque tiene pérdidas de memoria y ella sabe que las tiene. Hoy estaba muy flojica, muy baja de moral. Pero la semana que viene le vuelven a pinchar. Lo hacen cada tres meses y entonces repunta y está bien durante unas semanas, aunque después languidece poco a poco hasta desesperarse. "Mamá, la semana que viene volverás a estar mejor, ya verás", le he dicho.

En un momento dado me he ido a la cocina con mi padre, que es quien la cuida con todo su amor y, también, quien soporta el dolor y las quejas que a menudo se vuelven contra él, quien está más cerca, injustamente. No sé qué palabras he pronunciado para decirle que comprendía por lo que estaba pasando porque, entre otras cosas, era mentira, pues por muchos casos que, por mi oficio, conozca, y conozco muchísimos, ninguno es igual a otro, y menos cuando se trata de tu propia familia. Pero sé que él ha comprendido mi intención y mi amor y mi admiración a su paciencia y su cariño y su bondad.

Pobre mamá, tan delgada y con un hilo de voz diciendo que así no merecía la pena vivir, sentada en el sofá en medio de un salón lleno de retratos de hijos, nueras, yerno, nietos; fotografías de bodas, de vacaciones, de comidas en el huerto. Yo, mientras la escuchaba, observaba sus pómulos, sus ojos profundamente negros, el rostro que contemplé cada día durante toda mi vida hasta que salí de casa, y luego me volví a la derecha para observar a mi padre, su perfil patricio y noble, sus ojos cansados pero firmes, su paciencia y su amor, diciéndole a mi madre "cariño" antes de cada palabra.

Lo vivo con serenidad.  Tengo cincuenta y cinco años para cumplir cincuenta y seis en mayo. No ignoro el precio del tiempo, aunque eso no me haya impedido llorar mientras escribía el párrafo anterior. Cada etapa de la vida tiene su afán, su felicidad, su dolor y su olvido. En un momento dado mi madre ha dicho que no le daba miedo morir, que le daba más miedo sufrir y hacer sufrir a los demás.

Sé lo que sucederá y puedo decir que ahora, mientras escribo, ya he dejado de llorar. Pienso de modo un tanto absurdo en la famosa y magnífica película Zulú. A menudo la vida se parece a eso: luchar con todo lo que tienes contra todo lo que venga.

viernes, 15 de febrero de 2019

Quince de febrero

Ningún día es normal.
Todos lo sabemos.
Hacemos como que
no lo sabemos pero
en el fondo,
a nada que algo
nos sucede,
lo sabemos con total claridad:
ningún día, ninguno,
es normal.

jueves, 14 de febrero de 2019

Catorce de febrero

Aprovechando que mi pareja tiene fiesta en el instituto, la llamada "semana blanca", aunque ni siquiera sea una semana entera, me he tomado dos días libres y esta tarde hemos viajado a Zaragoza.

Después de cenar he venido a la habitación de mi hija a escribir y delante de mí tengo un corcho donde hay dibujos y pinturas suyas. Siempre le ha gustado mucho dibujar, y se le da muy bien. En otros tiempos hubiera sido una científica de las que dibujaban la materia de su estudio, como hacía Ramón y Cajal, autor de unos dibujos absolutamente extraordinarios.

Era ya de noche cuando hemos entrado en la gran ciudad y, como siempre, desde lejos brillaba como una colonia espacial. En Instagram sigo a la NASA y me gusta contemplar las fotografías que los astronautas hacen de la tierra. Los países desarrollados brillan en la cara oscura como árboles de navidad; los países pobres, los territorios despoblados y los pocos lugares vírgenes que quedan son espacios de oscuridad.

Siempre he pensado cuan íntimamente están ligados el arte y la ciencia. Ambos comparten dos afanes muy humanos: explorar y dar testimonio. Si volviera a nacer, además de pastor en la Patagonia, cocinero propietario de un pequeño restaurante cerca del mar pero no en el paseo principal, director de orquesta o simplemente músico profesional, agente forestal, arqueólogo, médico, enfermero, gaucho en la pampa argentina, cazador en Alaska, camionero australiano, piloto de Fórmula Uno, domador de caballos, pintor, astronauta, si volviera a nacer, digo, también me gustaría ser científico. Investigar lo inimaginablemente pequeño o lo inconmensurablemente grande. Sí. Aunque lo de ser pastor en la Patagonia tira mucho, la verdad.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Trece de febrero

El invierno avanza noche a noche con sus sandalias de hierro. Por la mañana temprano los coches aparcados en la acera están cubiertos del hielo de la madrugada, y al mediodía casi podría decirse que, bajo los abrigos que nos pusimos al salir camino del trabajo, hace calor.

No existe nada más transparente y puro que un día de sol en invierno. Los gorriones juegan alrededor del tobogán de un parque infantil.

Al atardecer, cuando la luz desaparece, el frío reaparece recordándonos que somos un planeta más que gira alrededor de su sol como los de las películas de ciencia ficción, como esos en los que en el cielo brillan dos lunas en vez de una, como esos en los que se refugian los perseguidos.

martes, 12 de febrero de 2019

Doce de febrero

Mientras escribo una joven española de veintiséis años sale del laboratorio donde trabaja y sube la cuesta hacia la casa donde tiene alquilada una habitación, un edificio de color amarillo frente a un parque, en Bergen, Noruega.

Mientras escribo un joven español hace ejercicio en un gimnasio de Barbastro. Después de haber trabajado el último verano en una brigada de bomberos forestales de la empresa SARGA, una subcontrata del Gobierno de Aragón, ahora su objetivo, en vez de ser guarda forestal, es ser bombero forestal profesional y, si es posible, dice, del grupo helitransportado, uno que lleva a los trabajadores en helicóptero a los lugares más inaccesibles de un incendio. Se está sacando el carnet de camión y en el gimnasio prepara las pruebas físicas, muy exigentes. Las oposiciones las preparará en una academia, seguramente en Zaragoza, donde tenemos un piso.

Mientras escribo una mujer española corrige pruebas y exámenes de Lengua castellana y Literatura en la mesa del salón. Desde que terminó Filología siempre ha dado clase en unos pocos institutos. Ella dice: "el profesor se va haciendo más mayor pero los alumnos siempre son adolescentes". Es muy buena en lo suyo y ha dejado huella en muchas personas. Su marido se siente muy orgulloso. El otro día le tramitó la paternidad a un chico de Binaced y, hablando de esto y de lo otro, salió que, como todos lo que viven allí, había estudiado en Binéfar. Al marido de esa profesora de instituto el joven le dijo: dile que soy aquel chico de pelo rizado, ¡y sobre todo que saqué una ingeniería, aunque trabaje las tierras de mi padre! Resultó que ella se acordaba perfectamente de él, incluso de su nombre y apellidos, y recordó las veces que se reían juntos. A su marido esto le ha pasado muy a menudo: mencionar el nombre de su compañera y oír buenas palabras de sus antiguos alumnos. Él, que lleva trabajando con personas treinta y un años, sabe diferenciar muy bien cuándo algo se dice por decir o se dice desde el corazón. Por eso se siente tan orgulloso.

Mientras escribo lo hago en esta pequeña mesa pegada a la pared entre la cama y la ventana. Necesito estos momentos de soledad y a veces, en ellos, me sorprende haber acabado formando y siendo parte de una familia propia. Nunca imaginé que sucedería. En mi juventud soñé que me convertiría en un escritor maldito, un músico maldito, un dibujante maldito, qué sé yo, el cambio de siglo parecía estar a un millón de años luz de distancia y el malditismo, al parecer, estaba de moda. No sé si exisistirán muchas personas cuyas vidas actuales son exactamente iguales o muy parecidas a como las imaginaban en su juventud, pero la mía no, en aquella época nunca imaginé que sería un empleado público. Si me lo hubiesen adivinado hubiera dicho que no, que, por supuesto, antes morir, que vaya mierda, que qué aburrido, que me moriría en una oficina, etcétera, etcétera. Y, sin embargo, ahora no me imagino haciendo otra cosa. He aprendido tanto de las personas a las que atiendo y, con ellas, de nuestra especie, de nuestro pasado, de nuestros posibles futuros. Uno nunca sabe, y por eso, porque uno o una nunca sabe, debemos explorar el mundo hasta que la luz se apague definitivamente.

lunes, 11 de febrero de 2019

Once de febrero

Todo está bien.

Lo digo dos veces
en voz baja:
todo está bien,
todo está bien,
y se convierte
en verdad.

domingo, 10 de febrero de 2019

Diez de febrero

Los domingos por la tarde se parecen al desierto de Atacama, a la Antártida, a la fosa de las Marianas. Parece que no fuese posible la vida allí, pero existe. Primitiva, básica, simple, pero vida viva. Células reproduciéndose y sustituyéndose una y otra vez. Nubes en el cielo a kilómetros de altura tiñéndose con las últimas luces del sol.

Los domingos por la tarde se parecen a un final del mundo que, a estas horas, ya no nos importara, que aceptásemos mansamente como tantas veces aceptamos las cosas. Los domingos por la tarde son el momento ideal para invadir un país o un planeta, el momento ideal para acunar la esperanza en vez de despertarla. Duerme, duerme, pequeña.

sábado, 9 de febrero de 2019

Nueve de febrero

No había niebla en Binéfar, y además aparqué en una zona restringida a la policía local y me pusieron una multa que pagaré el lunes en el banco (si lo hago antes de veinte días naturales pago la mitad, en este caso veintisiete euros).

Pero me lo pasé muy bien. Tengo una relación de amor con Binéfar. Viví allí entre mil novecientos noventa y siete y, no sé, ¿hace tres o cuatro años? Allí crecieron mis hijos, allí canté en un coro del que llegué a ser su presidente; allí, después de los ensayos, íbamos al Chanti a tomar unas copas. Quiero mucho a ese pequeño lugar en el mundo como quiero mucho a Cataluña, donde viví casi diez años de mi vida y donde aprendí su idioma, una lengua que me encanta practicar cada vez que tengo la mínima oportunidad.

Anoche lo pasé muy bien con tres amigas por las que siento un cariño inmenso. Cada una de ellas es absolutamente distinta de las demás; cada una tiene su personalidad, su historia familiar, sus ideas políticas, y cada una de ellas son preciosas para mí, precisamente, por eso.

Anoche, mientras regresaba a Barbastro conduciendo por la misma carretera que recorrí durante años y años cada día ida y vuelta, sólo tenía un temor: que hubiese un control de la Guardia Civil en la rotonda de entrada a Barbastro. Se ponen mucho allí y nos habíamos bebido dos botellas de vino y -yo- un gintonic.

La noche estaba preciosa, oscura, negra. Ya he dicho muchas veces que me encanta conducir de noche y es la pura verdad. Con las luces verdes de los instrumentos de mi vieja Citroen Picasso y los faros iluminando el futuro, no me cuesta nada conducir imaginándome el piloto de una nave espacial. En realidad sé que lo soy como lo sois todos vosotros y vosotras devorando kilómetros bajo la tímida luna. Kilómetros y tiempo y espacio. Si por mí fuera conduciría siempre de noche, sin interferencias, sin tráfico, sin la pesada y molesta presencia del prepotente sol, ese dios de verdad.

viernes, 8 de febrero de 2019

Ocho de febrero

Despierto bruscamente de la siesta como si regresase de una vida paralela o hubiera sido excretado por el otro lado de un agujero negro. Durante unos segundos ni siquiera sé dónde estoy.

Pero debo darme prisa porque tengo una cita en Binéfar.  Allí he quedado con tres amigas a las que hace mucho tiempo que no veo. Hace meses que no voy a Binéfar. ¿Habrá niebla? Me gustaría.

jueves, 7 de febrero de 2019

Siete de febrero

Lo que más anhelo después del amor es la paz. La paz sensorial, la paz mental, la paz como concepto de todo lo contrario a la ansiedad y la angustia, la paz como sinónimo de descanso, incluso de cierta insensibilidad controlada, si eso es posible. No sé por qué mi cerebro se empeña en sentir el amor pero no la paz, aunque vivo día a día y contemplo, y exploro, y también imagino. Imagino. Imagino.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Seis de febrero

Estaba mal aparcado frente a la policlínica cuando ella ha salido de su consulta médica. Ha echado un vistazo alrededor y, al descubrirme, ha sonreído. Después de cruzar la calle tras mirar a un lado y otro ha entrado en el coche y se ha sentado en el asiento del copiloto. Durante esos segundos previos, ese instante en el que la he visto un poco de lejos, buscándome con la mirada, he vuelto a saber por qué me enamoré de ella hace treinta y cinco años.

martes, 5 de febrero de 2019

Cinco de febrero

Ya sabéis que los martes abrimos la agencia por la tarde, de cuatro a siete. Son muchas horas atendiendo al público y salgo reventado. Muy, muy reventado. Imagino que mi creciente edad también tiene su importancia en ello.

Esta mañana, a última hora, he sentido el pitido agudo en mis oídos que precede a un ataque de pánico, pero he podido relajarme respirando despacio y controlándolo sin que la persona a la que estaba atendiendo se diera cuenta, espero. No lo creeréis pero cuando el tinnitus aparece le hablo mentalmente y le digo: suena lo que quieras, llena mi cerebro de ese La agudo y permanente, no podrás conmigo, vete a la mierda, me río de ti, me cago en ti, acúfeno de los cojones, no podrás conmigo. En serio, lo pronuncio mentalmente mientras fijo mi mente en lo que estoy haciendo. Combato fuertemente, salvajemente, sin que a mi alrededor nadie lo sepa. Y he aprendido a ganar batallas que antes perdía porque, concentrado a propósito en otras cosas mientras le insulto soezmente, de pronto el cabrón desaparece. Es tan extraño... pero no voy a perder un segundo más en él, que le den morcilla. Hasta la vista, baby.

Febrero avanza y, como sé lo rápido que desaparecerá el invierno, disfruto del frío en mi rostro caminando por la calle, esa sensación de despertar del todo en los cinco minutos que hay entre mi domicilio y mi mesa de trabajo. Amo el frío y sé que pasará. A veces voy a hacer recados y los alargo para pasear un poco más y sentirlo en mi frente, en mis pómulos, en mis patas de gallo, en mis ojeras antiguas desde la adolescencia. Febrero avanza y en nada estaremos en marzo, luego en abril y se acabó lo bueno. Volveremos a desnudarnos impúdicamente. Volveremos a sudar. Pero detente, Jesús, ¿qué cojones haces? Vive el momento. Hace frío. ¡Hace frío! ¡Goza!

lunes, 4 de febrero de 2019

Cuatro de febrero

Otra mujer en situación de extrema vulnerabilidad por malos tratos. Sentencia de alejamiento. Un hijo de doce años y otra de cuatro. Invirtió sus ahorros en el negocio de su maltratador y ahora se ve en la miseria. Me he arruinado por un amor equivocado, me ha dicho.

A muchos políticos les pondría una silla a mi lado durante una semana. No les pediría que hicieran nada, que movieran un dedo. Su único trabajo sería escuchar a quienes se sientan al otro lado de mi mesa.

Esta joven madre va a cobrar una renta de inserción de cuatrocientos treinta euros mensuales. También bonos para comprar alimentos. He llamado a mis amigas, las trabajadoras sociales de la Comarca, y me han dicho que, mientras cumpliera los requisitos para cobrar esa ayuda, no podía optar a otras. Normas. Instrucciones. Poco dinero para la intervención social inmediata.

Hace unos pocos años me hubiese tenido que ir al almacén donde guardamos las cosas a llorar. Afortunadamente ahora sé gestionar estas situaciones: mi labor es centrarme en ella y hacer todo lo que esté en mi mano y no martirizarme por lo que no lo está. He aprendido. Le he dicho que viniese cuando tuviera cualquier duda y, sin ninguna información de primera mano, le he dicho que seguro que las cosas mejorarían. Como siempre, le he preguntado si la Guardia Civil y la Policía Local estaban al tanto de su caso y de la orden de alejamiento. Me ha dicho que sí. Le he recomendado que hiciese las gestiones para obtener un abogado de oficio gratuito y tratar de recuperar el dinero que había perdido. Me ha dicho que lo iba a hacer. Me he centrado en ella, no en el dolor que su situación podía provocar en mí. Ha dado resultado. Aunque son casi las nueve de la noche y no consigo sacármela de la cabeza.

Los políticos detrás de mí, invisibles, escuchando las cosas que yo escucho, eso me gustaría mucho. Leyendo las sentencias que yo leo, oyendo a los pensionistas que cobran menos del salario mínimo de este año, que son miles y miles. Sobre todo los políticos que piensan que son innecesarias las leyes de violencia de género. Me hubiera gustado tener a uno de ellos sentado a mi lado esta mañana, e incluso dejarle que diera respuesta a esa mujer.

Jamás en mi vida pensé que me vería en esta situación, me ha dicho. Yo era una persona normal, me ha dicho.

domingo, 3 de febrero de 2019

Tres de febrero.

Hoy sólo he salido de casa para tirar la basura. El viento que soplaba ayer y convertía la campana extractora de la cocina en una especie de instrumento musical seguía soplando esta mañana. Un cielo azul muy alto y muy azul, despejado, abierto. Mi hija lo echa mucho de menos en Bergen.

De vuelta a casa me he encontrado con una vecina que es hermana de una becaria que hizo sus prácticas a mi lado: Laura. Sé que tuvo un bebé y le he preguntado a su hermana por ella. Convivimos laboralmente tres o cuatro meses y fue un placer, Laura es una persona muy tímida pero encantadora e inteligente.

Su hermana, esta mañana, frente a nuestra casa, llevaba un perro precioso, algo mayor, de color canela. Mientras hablábamos le he acariciado la cabeza, las orejas, el lomo, era un amor de perro. El río fluía un poco más allá, al otro lado de la valla. Mañana de un domingo casero y tranquilo. A veces las cosas son fáciles si se pone un poco, sólo un poquito, de voluntad.

sábado, 2 de febrero de 2019

Dos de febrero

El fuerte viento se filtra a través de la campana extractora de la cocina. Ulula débilmente. Miro en la televisión las imágenes del frío glacial en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos. ¡Cuarenta grados bajo cero! Y mi imaginación comienza a funcionar como si un niño le hubiera dado cuerda girando una pequeña llave en mi espalda.

El mundo está cambiando a una velocidad mucho mayor de lo que se pensaba hace diez o quince años. No dudo de que nuestra especie sobrevivirá temporalmente, tampoco de que el número de sus millones de habitantes disminuirá drásticamente, a menos que colonicemos otros planetas, algo que hoy por hoy parece imposible, como imposible parecía lograr pisar el suelo de la luna. Las migraciones climáticas serán todavía más dramáticas que las económicas o políticas: cuando dejemos de poder sembrar y alimentarnos iremos allí donde podamos hacerlo, y no habrá espacio para todos. Por rápido que esto suceda casi con toda seguridad yo ya habré muerto, algo que me da mucha rabia porque me impedirá seguir mirando y explorando, que es lo que más me gusta hacer (haciendo honor a mi apellido).

Limpio concienzudamente la vitrocerámica de nuestra cocina con Vitroclen y una rasqueta, y mientras lo hago escucho el viento filtrándose a través de la campana extractora. Cierro los ojos y me imagino viviendo en un refugio, algo así como un iglú de ladrillos y hormigón armado. Después abro los ojos y caigo en la cuenta de que hoy es uno de los días más importantes en Barbastro: la Feria de la Candelera. Siempre se ha celebrado a través de los siglos desde mil quinientos trece. Con lluvia, con viento, con nieve. Esa asombrosa tenacidad me hace creer, mientras limpio, que en nuestros genes están firmemente ancladas las moléculas químicas necesarias para sobrevivir como individuos y, sobre todo, como especie. Eso me gusta pensar.

viernes, 1 de febrero de 2019

Uno de febrero

Enero se despidió con lluvia y febrero comenzó con ella aunque pronto amainó. Me gusta cómo huelen las calles mojadas. El cielo gris. Un gato que pasa entre dos coches. Abrir la agencia. Encender el ordenador mientras la pequeña ciudad despierta del todo. Ordenar mi mesa de trabajo. Levantar la persiana a las nueve de la mañana para que nuestros clientes entren y todo comience.