jueves, 31 de enero de 2019

Treinta y uno de enero

Enero de dos mil diecinueve no sabe que hoy termina. Nunca volverá a existir en el universo que nuestra especie ha explorado hasta ahora. Si un vaso al borde de la mesa cae y se rompe en diminutos pedazos de vidrio no es posible hacerlo regresar al punto de partida y lograr que se mantenga intacto. El tiempo es, exactamente, eso.

Cada día publico una fotografía en Instagram y escribo aquí, en este diario. Tanto las fotografías como los textos son del día en cuestión, no son refritos ni despensa. En eso quiero ser honesto conmigo mismo.

Es, lo sé, un proyecto creativo sin ninguna importancia, una especie de tozudez típicamente aragonesa, aunque yo sea navarro de nacimiento. Mientras no caiga en el abismo de Helm intentaré mantenerme fiel a mi propósito. Mañana haré otra fotografía, mañana escribiré otra vez. Vivo, observo y escucho. Es suficiente para mí.

miércoles, 30 de enero de 2019

Treinta de enero

Son casi las nueve de la noche y pienso: "todavía no he escrito mi entrada del día". No me agobia, son tantos años escribiendo este diario. Pero de algún modo ese pensamiento me plantea la siguiente pregunta: ¿es necesario escribir? Evidentemente no. Por eso escribo, porque no es necesario.

No es necesario dar testimonio: este acto diario es producto de mi pura voluntad. Dejar estas migas de pan en el suelo mientras me adentro en el bosque, eso sí procede de mí.

martes, 29 de enero de 2019

Veintinueve de enero

Cada latido de nuestro corazón,
incluso en las más difíciles circunstancias,
trabaja mecánicamente
para que exista otro a continuación.

De ese movimiento
se alimenta la esperanza.

lunes, 28 de enero de 2019

Veintiocho de enero

Este día común muere poco a poco, aunque tú y yo sabemos que ningún día es común. Yo, por ejemplo, antes de ponerme a escribir esta noche, tuve una conversación de vídeo-llamada con mi mejor amigo. Charlábamos y reíamos mientras él luchaba con un tronco demasiado grande en su chimenea de Girona. Me maravillan estos adelantos tecnológicos: él me veía y yo lo veía a él hasta que desaparecía en dirección al fuego y regresaba a la pantalla. En diciembre estuve allí, en su casa junto al bosque, conozco sus estancias, la esquina donde está la chimenea. Era divertido. Compartimos amor desde más de la mitad de nuestras vidas, allá por nuestros veinticuatro o veinticinco años, y digo amor porque para mí la amistad es una muestra de amor tan importante como la de la pareja o la de la familia.

Poco a poco voy aprendiendo cosas. No soy demasiado inteligente pero voy aprendiendo cosas. Poco a poco voy sabiendo qué es importante y qué no lo es. El amor, por ejemplo, sé que es muy importante, yo diría que es lo más importante de todo. No puedo concebir el mundo sin amor incluso en mi trabajo diario, incluso con personas que no conozco de nada. Es un amor diferente, claro está, pero contiene algo de ese sentimiento gratuito e ilimitado. El pequeño amor de ayudar a alguien. El pequeño amor de dar los buenos días a una vecina que lleva a sus niños al colegio cuando tú te diriges al trabajo. El pequeño amor de dar las gracias a la cajera que acaba de pasar toda tu compra por el lector de códigos de barras.

Deberíamos tomarnos más en serio lo que somos y lo que significamos para los demás. La mayoría de los mejores pequeños actos diarios no cuestan ningún esfuerzo. Este día de enero se consume. Debo acostarme si mañana quiero estar en las condiciones necesarias para trabajar. Cerraré los ojos y despertaré en otro lugar.

domingo, 27 de enero de 2019

Veintisiete de enero

Acabo de colgar el teléfono después de hablar con mi madre. Cumplirá ochenta años. A pesar de sus pequeños fallos de memoria me ha dicho: "¡Ochenta años! Todo lo que venga después es un regalo". Mi padre, de ochenta y tres, leía el Heraldo de Aragón sentado en el sofá. Lo sé porque, durante nuestra conversación, a veces le preguntaba para asegurarse de algo que me había dicho: citas médicas, revisiones, la mejoría de su última operación de cataratas, etcétera.

Le he dicho que estaba totalmente de acuerdo con ella, que a partir de los ochenta, e incluso los setenta años, cada día es un regalo. Le he dicho: "Mamá, piensa que tienes un hijo que cumplirá cincuenta y seis años, ¡cincuenta y seis años!", y se ha echado a reír, algo que me ha gustado mucho, que me ha emocionado. "¡Es verdad!", ha dicho. "¡Madre mía, tengo hijos de cincuenta y seis años!", ha dicho, (tengo un hermano gemelo).

Hemos hablado un buen rato. A veces perdía un poco el hilo de la conversación pero era ella, Natividad Arcos, mi madre. Su voz, su amor. Hemos hablado de nietos, de mi prima Nati, hija de mi tío Tomás, que murió con dieciséis años, guapa, hipi, maravillosa; hemos hablado de mi primo Bernardo Arcos, que murió en un accidente de tráfico con poco más de treinta. Si pienso en ellos todavía lloro. Tragedias.

No sé, la vida, como escribí el otro día, es algo muy raro. ¿Ochenta años? Si los alcanzo, cosa que dudo, diré como mi madre: "¡Nunca pensé que viviría tanto tiempo!". Cuatro hijos, cuatro familias compuestas por buenas personas, personas muy buenas, con principios y sin estridencias; diez nietos y nietas preciosos. A mí, si soy sincero, no me importaría morir dejando una herencia así.

sábado, 26 de enero de 2019

Veintiséis de enero

Como es sábado me he permitido una siesta tardía a las cinco que me ha devuelto a la orilla a las siete y media de la tarde. Y cuando digo orilla digo bien, porque al abrir los ojos no sabía si era por la mañana o por la noche, en una cama o tumbado en la arena de la playa como Robinson Crusoe.

El tiempo erosiona poco a poco mi cuerpo, en el exterior y en el interior, sin que me de cuenta cada minuto pero sí cada varios meses o años. Hoy estuve viendo fotografías de cuando no tenía canas ni barba y pesaba diez o quince kilos menos (aunque fumaba). Buscaba sobre todo fotos de mis hijos. Por entretenerme. Por llorar un poco -pero estoy exagerando, no he llorado. Bueno, un poco sí.

En los últimos tiempos me estoy planteando hacer cosas: volver a montar a caballo (tengo fichada una hípica en Capella, cerca de Graus), y aprender a dibujar y pintar (tengo fichada a María Maza, aquí, en Barbastro).  Hacer cosas. Me da miedo enunciarlas en voz alta porque me conozco y sé de mi  inveterada pereza, pero precisamente quiero luchar contra ella después de años de rendición.  No sé qué pasará. Aquí queda escrito en piedra analógica, como dos diminutas tablas de la ley.

viernes, 25 de enero de 2019

Veinticinco de enero

A esta hora en la que escribo todavía no se ha podido acceder al niño de dos años que cayó en un estrecho pozo de Málaga hace ya muchos días, tal vez demasiados. Hoy en la oficina una amiga tan atea como yo me ha dicho: "Si el niño todavía vive declararé públicamente que creo en Dios". Todo el país está expectante.

Mi triste opinión es que, después de tanto tiempo, un ser humano de su edad ha fallecido, y sólo espero que lo hiciera rápidamente al caer desde setenta metros de altura, y no después. Y me adhiero a mi amiga: si todavía está vivo creeré en Dios (en todas sus versiones) y lo declararé aquí (aunque esté mintiendo). Ojalá me vea impelido a hacerlo.

Las desgracias suceden más a menudo de lo que solemos pensar cuando no suceden, y menos a menudo de lo que solemos pensar cuando suceden. Pero suceden. Accidentes de tráfico, enfermedades inesperadas, lo veo al otro lado de mi mesa cada día.

Por otro lado hoy he llevado botellas al contenedor de vidrio y, cerca de él, en la pared, había un tablón de anuncios donde las empresas funerarias cuelgan pasquines con los datos de los fallecidos. Tenía que haber hecho una foto pero no me he acordado: un fallecido tenía exactamente cien años y el que estaba a su lado ochenta y tres.

Lo he dicho y escrito muchas veces: la vida es una cosa muy rara; muy, muy rara y, básicamente, incomprensible. Creo que escribo con la idiota ilusión de comprender algo de todo esto y poder articularlo verbalmente.

Acudo a la pestaña del navegador y leo que todavía no se ha podido acceder al pozo donde cayó Julen, pero la distancia es de centímetros. Que tu hijo de dos años, en un descuido, se precipite por un pozo con el diámetro de una sartén, es una inmensa desgracia. Sufro y, mientras consulto y actualizo las noticias, me doy cuenta de lo absurdo que es todo lo que nos sucede.

jueves, 24 de enero de 2019

Veinticuatro de enero

A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el confín del mundo en una cabaña de troncos junto a un lago. Lo disfruto tanto. Corto leña, cazo, pesco, y al regresar me tomo lentamente un whisky mientras la aurora boreal baila en el cielo.

A veces me gusta imaginar que sería feliz viviendo en el lujoso ático más alto de Nueva York o de Londres, tan robotizado que con una palabra tuviese mi música preferida, la calefacción en marcha, el horno calentándose. Me cambio de ropa para quedarme en pijama y contemplo el skyline de la megalópolis esperando que la cena esté lista y la cocina me avise verbalmente.

Suena el despertador y me despierto de mala gana: soñaba que vivía en Alaska, soñaba que vivía en Manhattan.  Voy al baño a evacuar mis intestinos, me ducho, desayuno un capuchino de máquina con dos magdalenas integrales, me lavo los dientes, me visto y de pronto apareces tú, que ya vas apurada de hora al instituto donde eres profesora de Lengua y Literatura.  Nueva York y Alaska desaparecen con nuestro primer beso del día.  Todavía es de noche pero el sol ya comienza a resucitar el mundo.

miércoles, 23 de enero de 2019

Veintitrés de enero

Pídeme lo que quieras, lo que tu alma desea.
Yo viajaré al continente o isla donde
pueda encontrarlo, salvo si es en mi corazón.

Porque mi corazón, amor mío,
está muerto, seco, vacío,
y no sé por qué.

Me gusta pensar que si te amo
queda una brasa caliente, moribunda,
en él.

martes, 22 de enero de 2019

Veintidós de enero

Esta tarde he atendido a una mujer maltratada y con sentencia judicial de alejamiento. Le he dicho que guardase esa sentencia, que he leído y describe sucesos terribles que no puedo revelar, y le he dicho, decía, que la guardase como oro en paño porque si su exmarido muere algún día antes que ella, ese documento le asegura una pensión de viudedad al cien por cien, independientemente de cualquier circunstancia. Algo así como una reparación.

Mientras me hablaba con los ojos húmedos y las canas asomando en las raíces de su cabello teñido, he sentido lo que tantas otras veces: el dolor, la desgracia y la pobreza huelen. Es un olor mental, no físico, pero lo reconozco enseguida. Es algo que uno aprende sin darse cuenta tras muchos años atendiendo al público.

Sobrevive con un subsidio de 430 euros mensuales, y no lo hace sola, sino con un hijo de veinticinco años que no trabaja. Creo que podéis imaginar el paisaje.

La he derivado a la comarca del Somontano, y mañana llamaré a algunas de las trabajadoras sociales amigas mías para que exploren de qué modo pueden ayudar a esta mujer valiente que un día dijo basta.

Antes de irse me ha dicho que su ex había quebrantado muchas veces la orden de alejamiento. Le he preguntado si la guardia civil y la policía local estaban al tanto (en las ciudades pequeñas no tenemos policía nacional), y me ha dicho que sí. "Sobre todo, a la menor sensación de inseguridad llámales, por favor", le he rogado.

Cuando se ha ido he sentido mucha tristeza, pero otras personas esperaban su turno. De hecho lo siguiente que he hecho ha sido tramitar la prestación de paternidad de un niño que nació el dos de enero. Este es mi trabajo. Lo amo aunque a veces me duela.

lunes, 21 de enero de 2019

Veintiuno de enero

Vengo de la cocina. Después de la siesta me he puesto a cocinar para mañana y pasado mañana. Fabada asturiana y lo que en casa de mis padres, y también en la mía, siempre se ha llamado "pebre". Pebre significa pimiento en catalán, pero yo lo aprendí antes de saber catalán e incluso antes, mucho antes, de vivir en Cataluña, e ignoro por qué en la ribera de Navarra existe un plato que tiene un nombre catalán. Se trata de un guiso de cabezada de cerdo con ajos, tomate y pimientos de piquillo cortados en tiras. Está buenísimo y es muy fácil de hacer. De la fabada qué puedo decir: después de la imprenta es uno de los mejores inventos de la humanidad.

Cuando mi hija Paula viene a España le gusta que le cocine estas cosas: comida casera, comida de yaya (abuela), como solemos decir en casa con cariño. Rica, sencilla, sustanciosa y sana. A mí me gusta mucho cocinar, pero cocinar para ella es ya el no va más, porque sé que allí arriba se alimenta regular y porque en Noruega no existe la variedad de alimentos que tenemos aquí, algo que pude averiguar el verano pasado.

Siempre he pensado que cocinar es un acto de amor. Si cocinas para ti, porque vives solo o lo que sea, es algo similar a la masturbación; si cocinas para quienes viven contigo o, sobre todo, para tus invitados, es un acto de amor o... bueno, ahora que lo pienso, y siguiendo la analogía, ¡una orgía! (Y sin haberlo deseado me ha salido un pareado).

Imagino que ya lo habré escrito más de una vez, es lo que tiene escribir desde hace tanto tanto tiempo, es imposible no repetirse, pero a mí dos de las tres cosas que más me relajan y tranquilizan son conducir y cocinar. La tercera no es difícil de adivinar. Sí, justamente es esa, la que estás pensando.

domingo, 20 de enero de 2019

Veinte de enero

Noche cerrada. Son las siete menos cuarto de la tarde. Amo el invierno.

sábado, 19 de enero de 2019

Diecinueve de enero

El nuevo año, que perfectamente podría ser el que pasó, el que vendrá o el de hace cinco estaciones, fluye invisible entre la hierba.

viernes, 18 de enero de 2019

Dieciocho de enero

Último día laborable de mi semana de vacaciones pertenecientes al año pasado y, sin embargo, tengo la sensación de que dos mil dieciocho sucedió hace mucho, mucho tiempo. Tanto que casi no lo puedo recordar. Esta velocidad enloquecida.

jueves, 17 de enero de 2019

Diecisiete de enero

Pensamos que no nos pasa nada porque no somos socialmente importantes, porque no hemos logrado triunfos deportivos, industriales, culturales o políticos, o porque aparentemente no influimos en el curso del mundo. Pensamos que nuestra vida es insignificante pero, tras tantos años atendiendo a ciudadanos y escribiendo estos cuadernos puedo afirmar con absoluta certeza que ninguna vida lo es, ningún instante. Lo cual, he de añadir, no significa nada más que lo que significa.

El presente del mundo es la ingente suma de sucesos diminutos y, en muy escasas ocasiones, descomunales (pienso en Bach, pienso en Nelson Mandela, pienso, por ejemplo, en el equipo de ingenieros que diseñaron el primer viaje a la luna).

Ya lo he escrito alguna vez, pero nada me conmueve tanto como entrar, por ejemplo, en una ermita románica y contemplar la piedra del suelo de la puerta del pequeño templo hendida y gastada por miles y miles de pasos humanos a lo largo de los siglos. O las siluetas de prehistóricas manos anónimas fijadas en la roca de las paredes de cuevas recónditas descubiertas por pura casualidad.

Ninguna vida, ningún momento, es insignificante, lo cual no quiere decir que nuestras vidas o siquiera nuestro mundo sean la cima, el final o el principio de lo más importante en la historia del universo, este universo vastísimo, inmensurable y todavía inexplorado.

Hemos de saber esto, incluso si no tiene sentido alguno: formamos parte de esta aventura. Sin nosotros, sin cada uno de nuestros cotidianos días, por aburridos que sean, el mundo no sería como es. Somos creadores.

miércoles, 16 de enero de 2019

Dieciséis de enero

Vivo en un edificio en el que todos los vecinos tienen perros. O eso parece a partir de las seis de la mañana a juzgar por los ladridos. A mí me encantan los perros, me chiflan, los adoro: perros, gatos... fin (no comprendo que insectos y reptiles sean mascotas pero igual es culpa mía, no sería la primera vez que no comprendo algo).

Doy gracias a la legislación española que impide el acceso fácil a las armas porque ya estaría en la cárcel. Esta semana, como todo el orbe sabe, estoy de vacaciones, unos días que quedaron pendientes del año pasado, y no hay mañana en la que los preciosos perros de todo mi edificio no empiecen a ladrar, reñir, llorar y dar, básicamente, por el culo.

Pero con la bondad inconmensurable que el universo concedió a mi corazón seguiré soportando semejante atentado a mi derecho a dormir hasta cuando yo quiera y nada más: sólo queda joderse. Es una bondad que compartimos toda la familia. Si muriésemos mañana, los tres iríamos al cielo con la velocidad de un misil tierra aire, envueltos en el eco de los ladridos histéricos de decenas de perretes. Qué bonicos.

martes, 15 de enero de 2019

Quince de enero

Hoy, aprovechando las vacaciones, he ido a la peluquería. Voy cada dos o tres meses, me rapan al uno o al dos y así aguanto un montón de tiempo sin tener que ir, porque no hay nada, salvo comprarme ropa, que me aburra y odie más. Es gracioso, porque a veces llevo la barba más larga que el cabello de mi cabeza, y entonces parezco un viejo vikingo con cara de mala hostia y cuerpo de siesta. O eso me gusta creer.

Niebla todo el día sobre Barbastro. No tan cerrada como las que teníamos en Binéfar pero persistente, quieta y ajena a nuestro ir y venir y las teorías científicas y los últimos descubrimientos paleontológicos.

Algo que siempre me ha fascinado de la naturaleza es que, para empezar, no sabe que se llama naturaleza. Sí, ya sé, parezco idiota o tonto, y no descarto en absoluto que lo sea (hablo absolutamente en serio). Pero esas cosas siempre me han llamado la atención. Un tiburón jamás sabrá que los humanos le llamamos tiburón. ¿Cómo nos llamarán a nosotros los animales que han contactado con los humanos? ¿Qué opina la lluvia de que los niños salten con sus botas de agua en los charcos?

lunes, 14 de enero de 2019

Catorce de enero

Regresamos de Huesca atravesando la oscuridad. Hay personas que odian conducir de noche: yo lo amo. En mi imaginación infantil es lo que más se parece a la ciencia ficción, lo más similar a navegar a través del espacio. Y sobre nosotros las estrellas de invierno, que son las mejores: las más lejanas, las más nítidas, las que más se parecen a las estrellas heladas del cosmos que yo iba a explorar cuando fuese mayor.

domingo, 13 de enero de 2019

Trece de enero

Me levanto de la siesta. Me cruzo con mi hijo de veintiún años con el abrigo puesto, a punto de salir a la calle. Creo que ya supera mi estatura. Me da un beso.

Nuestros hijos adultos no saben el tesoro que son sus besos para nosotros. Todavía lo guardo en la mejilla. La vida tiene sentido por estas pequeñas cosas.

sábado, 12 de enero de 2019

Doce de enero

Esta mañana fuimos a caminar junto al canal, como tantos otros fines de semana. Bajaba lleno y el agua fluía con la misma indiferencia que las nubes o el sonido de nuestros pasos. Eso es todo.

viernes, 11 de enero de 2019

Once de enero

No comprendo por qué tanta gente odia el invierno. Yo amo el frío, su neutralidad absoluta, su capacidad de decirnos: "Vives en un planeta del sistema solar".

El verano es más un descuido, un naufragio en el desierto, la desesperación de no poder hacer nada por evitarlo. Da igual dormir desnudo sobre las sábanas con la ventana abierta: el verano no tiene compasión. Dice: "Vives en el infierno".

Por eso estos días soy feliz cuando el aire helado acaricia mi rostro y me recuerda que soy un animal de sangre caliente. Contemplo el mundo y sueño.

jueves, 10 de enero de 2019

Diez de enero

Me conmueve, y no sólo en invierno, el contraste entre nuestros corazones latiendo detrás de las costillas y la inmensidad del espacio más allá de las nubes y la atmósfera que, mágicamente, nos protege. Aquí este calor de la carne, su morbidez, y algunos pocos kilómetros sobre este sitio en el que escribo el silencio gélido de las estrellas y la oscuridad entre ellas.

Mi vida cotidiana y el mundo en general me parecen un misterio que cada día debo articular de alguna manera para no volverme loco.  También el amor.

miércoles, 9 de enero de 2019

Nueve de enero

Cuando contemplo el mundo políticamente mi natural optimismo, que no sé de dónde nace, da un pequeño paso atrás e incluso se detiene, asustado.

A mí lo que más me preocupa es el auge de los nacionalismos: Trump, Vox, Hungría y Polonia en Europa, Cataluña en España. Es como si, como especie, no hubiésemos aprendido nada de la historia.

Si fuese un superhéroe volaría sobre las ciudades y los campos y pelearía por la abolición de las fronteras, de todas las fronteras: las marinas, las cordilleras montañosas, los ríos. Ya en el reino de la utopía crearía un único gobierno mundial, una confederación como las de las novelas y películas de ciencia ficción. ¿Es justo que alguien que nace a tres mil kilómetros de aquí tenga una esperanza de vida diez o veinte y hasta treinta años inferior a la de nuestros hijos? No lo es. De ninguna manera lo es. El futuro de mi planeta no es el nacionalismo, es la consciencia de lo que somos en realidad como humanos, algo que si mañana asomara a través de las nubes del cielo una nave extraterrestre comprenderíamos en una milésima de segundo. Porque el nacionalismo se nutre de lo pequeño, del rencor, del victimismo, de la falta de visión global de lo que somos y lo que nos espera.

Yo nunca he pretendido convencer a nadie de nada. Sé que es imposible. He escrito sobre ello. Somos tan sonrientemente radicales en nuestras convicciones que da igual todo lo que nos digan, encuestas, estudios que demuestran que España está entre las veinte democracias más avanzadas del mundo. Es inútil, y, aunque me cuesta mucho por mi carácter, comienzo a rendirme ante la pelea dialéctica. Rendirme, en mi caso, no es dar la razón al adversario sino dejar de discutir porque sabes que su fanatismo jamás le permitirá escucharte de verdad.

Vivo en una comunidad políticamente pequeña, una región cuya una de sus principales preocupaciones es la despoblación del medio rural. Aragón es muy grande geográficamente pero, en relación con otros territorios, tan poco poblada que no tiene interés para los partidos políticos. Por un lado es un erial y por otro, os lo aseguro, un paraíso.

Cuando contemplo el mundo políticamente tiendo a simplificar, tiendo a pensar en las personas más vulnerables que atiendo cada día al otro lado de mi mesa de trabajo, tiendo a recordar las fotografías que hacen los astronautas desde la estación espacial internacional. No puedo evitarlo.

martes, 8 de enero de 2019

Ocho de enero

Los martes es el día que abrimos también por la tarde, de cuatro a siete. Antes éramos cinco personas en la oficina, se jubilaron dos y ahora somos tres. No han repuesto los puestos de quienes se jubilaron, así que hace mucho mucho tiempo que no almorzamos y que, sea creíble o no, trabajamos más horas de las que nos obliga nuestro deber. El pasado viernes hubiera cumplido el horario trabajando cuatro horas y cuarenta minutos. Salí de la Agencia a las tres y veinte de la tarde.

Hoy he salido a las siete y media literalmente agotado. No me quejo. Quienes trabajan atendiendo al público en una oficina de información saben el esfuerzo mental y emocional que supone, aunque no me quejo, me gusta mucho mi trabajo. Soy consciente de que me ha hecho mejor persona, he aprendido de los seres humanos que he atendido cada día, cada uno de ellos distinto, único, irrepetible, me ha hecho un trabajador de una paciencia casi infinita y, sobre todo, me he conmovido y he comprendido que a los verdaderos héroes y heroínas el pelo les huele a fritura de restaurante y sus manos tienen callos y a veces restos del yeso o la pintura con la que sus hijos han estudiado, o no, una ingeniería en Barcelona o un grado de Formación Profesional en Huesca.

Volviendo a casa me he cruzado con un pequeño grupo de marroquíes y me han saludado con una sonrisa: "¡Hola, Jesús!". Conocía el nombre propio de tres de ellos. Les he saludado y he seguido mi camino junto al río.

lunes, 7 de enero de 2019

Siete de enero

Al poco de llegar a Barbastro desde Zaragoza, comiendo mientras nuestra hija de veintiséis años volaba hacia el Norte, Maite ha recibido un mensaje comunicándole que su prima N., muy enferma, había empeorado. Hemos recogido la vajilla y hemos ido a Huesca, al hospital. Sólo ha subido ella porque a mí no me conocen mucho y también porque en determinadas situaciones la mejor elección es ser invisible, a menos que te digan explícitamente lo contrario. Hay momentos vitales de una intimidad difícil de ser expresada y comprendida.

La prima hermana de mi mujer se muere. El puto cáncer de los cojones. Tiene nuestra edad y dos hijos de la edad de los nuestros. Cuando regresábamos a casa, ya de noche, Maite me ha dicho que su prima, a la que está muy unida, sobre todo en los últimos tiempos, le ha apretado fuertemente la mano repitiendo su nombre: Maite, Maite, Maite. He llorado. ¿Sólo somos esto? ¿Cómo puede creer alguien en ningún dios? ¿Qué justicia divina justifica que una buena persona muera a los cincuenta y cinco años después de no haber hecho jamás daño a nadie? Me cagaría en dios si creyera en su existencia pero, como no creo, ni esa opción me queda.

¿Sólo somos esto? Sí, ni más ni menos. Sólo esto: risas, lágrimas, amor.

domingo, 6 de enero de 2019

Seis de enero

Día de reyes. Salimos a pasear por el Parque del Agua, el Ebro fluye hacia el mar con muy poco caudal. Los niños pequeños van con sus juguetes nuevos a recoger los que les han puesto en otras casas. Mañana los contenedores de cartón y de plástico rebosarán de envoltorios. Hay ciclistas, algunos corredores. Cierzo. Sol.

sábado, 5 de enero de 2019

Cinco de enero

Somos padres y madres a tiempo completo durante algunos años, aquellos en los que nuestros hijos dependen de nosotros y somos responsables de su cuidado, su bienestar, su seguridad.  Después, como así ha de ser y ha sido a lo largo de todos los tiempos, todo cambia.

Ellos, nosotros cuando fuimos ellos, vosotros, los que vendrán, saltamos del nido y a partir de ese momento a nuestros padres y madres sólo les queda cruzar los dedos y esperar que todo vaya bien, que nadie ni nada se crucen en el camino de quienes educamos para ser libres e independientes.

Entonces llega la época de las estaciones de tren y los aeropuertos. Las bienvenidas y las despedidas. Las comunicaciones por videoconferencia, comprobar en WhatsApp que se conectaron.

viernes, 4 de enero de 2019

Cuatro de enero

Las naves que hemos ido lanzando al espacio durante los últimos cuarenta años siguen viajando. Estos días la sonda New Horizons alcanzó Última Thule y envió a la tierra imágenes en color de ese objeto en los confines de nuestro Sistema Solar, cuyo nombre, maravilloso, es mil millones de veces más bonito que su aspecto, similar a dos piedras unidas con el perfil de un ocho. Aunque, claro, mejorar Última Thule, en cuanto a nombre de cualquier cosa del universo, es casi imposible (tal vez Primera Thule).

El caso es que cierro los ojos e imagino a esas sondas hechas de aluminio, de cables, de cobre, alejándose del pequeño planeta en el que fueron construidas por humanos como yo y como tú, y algo del inmenso abismo del espacio me hace sentir vértigo. Algunas salieron hace poco de nuestro sistema y vuelan tan lejos que jamás podrán enviarnos información. Botellas con un mensaje flotando en el mayor océano que pueda existir. Acaso en algún momento vayan a parar a unas manos -o garras o tentáculos o filamentos- que, perplejas, las observarán con la curiosidad de una inteligencia que ni siquiera podemos imaginar ahora. Probablemente cuando eso suceda nuestra especie habrá desaparecido miles o millones de años atrás. O tal vez no.  Es divertido pensar en esas cosas.  Yo lo hago. ¿Colonizaremos el universo huyendo de la extinción inevitable? ¿Evolucionaremos para sobrevivir en condiciones distintas a las de nuestro planeta original?  Sí, es divertido y también conmovedor pensar en estas cosas.

Me asomo a la ventana y miro la fachada del edificio de enfrente.  El río Vero fluye domesticado en el canal de hormigón que se construyó en su día para evitar inundaciones.  El cielo y sus estrellas más arriba de la niebla brillan pálidamente en el frío del invierno mientras en esta pequeña habitación mi corazón palpita a treinta y siete grados de temperatura, caliente como el pequeño sol que es en realidad apagándose lentamente.

jueves, 3 de enero de 2019

Tres de enero

Jueves. Siete y veinte de la tarde. Me acostaría en la cama y dormiría sin conocimiento, pero sé que a las dos o tres de la madrugada me despertaría. La niebla se ha disipado. Los chinos han aterrizado en la cara oscura de la luna.

miércoles, 2 de enero de 2019

Dos de enero

Primer día laborable del año. He jubilado a seis personas. He dado de alta en el sistema sanitario a un recién nacido que se llama Jorge. Tarjetas sanitarias europeas. Dudas sobre lecturas en la prensa relativas a cambios legislativos que todavía no se han publicado en el boletín oficial del estado. Sólo estábamos Sofía y yo y no hemos podido levantarnos de nuestras mesas en toda la mañana. Y sin embargo.

martes, 1 de enero de 2019

Uno de enero

A lo largo de mi vida he cometido muchos errores; miles, millones de errores: todos los posibles: los míos y con ellos todos los de quienes me precedieron sobre esta tierra desde el principio de los tiempos.

Probablemente en este mismo instante, mientras tecleo estas palabras, mantengo viva tan antigua tradición.

Pero comienza un nuevo año. Se llama 2019 en este hemisferio del planeta, una convención como cualquier otra y tan útil para mis intereses como cualquier otra, y sí, me hace ilusión, porque 2019 es mi próximo horizonte y, permíteme la familiaridad, también el tuyo.  Y además porque me gusta cómo suena al oído: dos mil diecinueve. Me gusta mucho. Dos mil diecinueve.

Evidentemente desde el ya lejano y remoto dos mil dieciocho que dejé atrás hace apenas un momento yo no he cambiado nada, y las mismas cosas, buenas y malas, me seguirán sucediendo o, para ser más exactos, a menudo no sucediendo; y añado: las mismas cosas, buenas y malas, seguiré cometiéndolas a menudo a mi pesar (y entiendo que este último detalle sea difícil de comprender para quienes poseen el poder infinitamente envidiado de controlar lo que quieren o no quieren hacer con sus vidas).

Me arrodillo metafóricamente ante mi propia confesión y no sé si reír o llorar, aunque una cosa sé con absoluta seguridad: en este dos mil diecinueve que ahora da sus primeros pasos reiré y lloraré, reiré y lloraré.