domingo, 24 de julio de 2022

Que nada pesa

Por si muero esta noche o mañana
aquí traigo mi alma, que nada pesa.
He amado mucho y, para mi sorpresa,
he sido amado.

Los pájaros duermen
en la oscuridad.

Mi alma es esto:
cuatro palabras.

No me recordéis:
el mundo amanece,
la noche siempre
pierde la batalla.

miércoles, 13 de julio de 2022

Infierno

Las aspas del ventilador giran mecánicamente pero ya casi me dan ganas de ponerles un nombre y quererlas como se quiere a una novia. Veintiséis grados de temperatura a la una de la mañana. Me ducharé y acostaré sin secarme del todo. Esto es el verano que tantas y tantas personas esperan todo el año, algo que nunca entenderé en este país, que se transforma en un infierno.

El año que viene se jubila mi compañera, profesora, y por fin podremos irnos de vacaciones en marzo, o en octubre, o en febrero. Llevo media vida esperando eso. El verano es una soberana mierda pinchada en un palo. Y cada vez será peor, año tras año. Época de recogerse, como pasaba antaño con los inviernos antiguos. El calor me vuelve loco, afecta a mi cerebro. Voy a ducharme y acostarme mojado sobre la cama. Mañana será otro día.

jueves, 7 de julio de 2022

Vencejos

Los vencejos volando en el cielo a muchos metros de altura parecen insectos bajo las nubes negras de tormenta. No hay aves que vuelen como ellas y sus alas en forma de guadaña, cambiando de dirección a cada momento, más veloces que mi pensamiento que las mira.

Días de tormentas de verano pasajeras, escandalosas, buscando llamar la atención y nada más -es un decir: las tormentas no piensan, sólo existen ajenas a nuestra existencia.

En mi corazón los sentimientos permanecen durante días, durante meses. No lo puedo evitar. Al marido de una amiga mía muy íntima le han diagnosticado una enfermedad incurable que avanza a toda velocidad, y lloramos abrazados ella y yo, y después lloro en silencio al otro lado de mi mesa de trabajo, bajo una sonrisa profesional. Otra amiga, víctima del porcentaje de personas que desarrollan patologías poco conocidas tras haber sufrido el COVID, está desesperada, sin poder recuperar su vida previa, otra amiga a la que quiero muchísimo.

Siento que la muerte y la enfermedad me rodean y acepto cualquier accidente que pueda sucederme mientras contemplo a los vencejos volar frente a nuestro apartamento junto al río. Vuelan a toda velocidad, quebrando su rumbo en una milésima de segundo, girando en el cielo bajo las nubes oscuras que luego descargarán fugazmente su tímida y adolescente tormenta de verano. Acepto lo que venga no por valor, el valor es absurdo fuera de la guerra; acepto lo que venga porque, es algo que he aprendido, no habrá otro remedio, no lo hay. Y no pasa nada. Cuando esta ciudad sea un cúmulo de ruinas los vencejos seguirán volando como insectos en el cielo, haciendo increíbles cabriolas bajo las nubes, volando como sólo ellos saben hacerlo, ajenos a la lejana memoria de nosotros.

martes, 28 de junio de 2022

Algo así como una mentira

Una serie de acontecimientos a mi alrededor en las últimas semanas y meses me han hecho darme cuenta de la fugacidad de nuestras certezas: todo puede cambiar en unos días, en unas horas, en unos minutos. Y debemos aceptarlo como aceptamos las tormentas y la lluvia. Más allá de esa aceptación por otra parte inevitable no hay mucho más que aprender. La fuerza del amor, siempre, y la inutilidad de las cosas futiles, las posesiones, las ambiciones mundanas.

Esta mañana, a eso de las siete, cuando amanecía, una tormenta ha roto sobre Barbastro y ha empezado a llover. Ha llovido durante toda la mañana hasta la tarde. El olor de las calles y los jardines y el río no puedo definirlo salvo con una palabra: felicidad. Al mismo tiempo hay personas cercanas a mí que sufren y día a día se aproximan al mar que es el morir, mientras llueve y yo inhalo el aroma de la lluvia tras semanas de temperaturas extremas. La vida es algo muy extraño, algo así como una mentira, un sueño -lo sé: se dijo y escribió muchas veces.

Voy a acostarme. Ya son más de las doce y mañana trabajo. Cerraré los ojos y moriré sin morir de verdad. O tal vez sí.

jueves, 23 de junio de 2022

La brisa de la noche

La brisa de la noche entra en mi apartamento a través de todas las ventanas abiertas e intenta, sin ser consciente de ello, insuflarme cierta esperanza en el futuro. Me gustan las metáforas desde que, a los doce años, comprendí lo que eran, el mágico artefacto. Es bonito tener recursos para expresar lo que no podríamos expresar de otra manera. La brisa de la noche me convierte en un ser humano posible, sonriente y bueno.

sábado, 18 de junio de 2022

Un hidroavión canadiense

Son las doce y cuarto de la madrugada. Las hélices del ventilador giran como los restos de un hidroavión canadiense estrellado en los bosques del ártico. Por un momento pienso en ese edén congelado. Ahora mismo hay veintiocho grados en esta habitación. Me tiendo desnudo sobre la sábana con el ventilador girando sin cesar. Sólo quiero soñar con lo que imagino que me haría feliz, nada más.

sábado, 11 de junio de 2022

Si es por amor

No quiero ir a Zaragoza mañana. No quiero que mi madre padezca de Alzheimer y mi padre esté cada día más agotado, más consumido. No quiero demorar más acostarme y dormir a pesar de estar a veintidos grados de temperatura. No quiero sufrir, no quiero sentir dolor. No quiero saber.

Mañana iremos a Zaragoza y saldremos con mi madre y mi padre a tomar un vermú. Por la tarde volveré a su casa a eso de las siete. Y el domingo otra vez por la mañana. Mis dos hermanos que viven en Zaragoza se ocupan cada día. Quienes vivimos fuera, mi hermana pequeña y yo, nos turnamos. Todo está bien salvo la dureza de lo que nos ha tocado como familia, lo que les ha tocado a miles, seguramente millones de familias en el mundo. No voy a quejarme: mis padres, hasta la aparición de la enfermedad, han tenido una vida maravillosa, llena de alegrías y regalos: diez nietos, cuatro hijos que se aman.

Sí quiero ir a Zaragoza mañana. Sí quiero sufrir, sí quiero sentir dolor, sí quiero saber, si es por amor.

jueves, 9 de junio de 2022

Insectos

Este jueves tan normal y extraordinario como cualquier otro llega hasta la orilla de la noche. Se retirará empujado por el viernes y, detrás, el sábado y más allá el domingo y todas las olas que vendrán. Los insectos vuelan alrededor de la luz hipnótica de las farolas. Escucho el ruido de una moto al otro lado del río. Me siento bien en mis circunstancias actuales. Cansado, pero el cansancio me gusta, es como un anestésico, una prueba física de que el día existió y me consumió. Dormiré y mi cuerpo inerte y muerto se recuperará al margen de mi voluntad. Todo lo que nos sucede es, en cierta manera, mágico e inexplicable.

martes, 7 de junio de 2022

Migas en el bosque

Un nuevo día termina poco a poco. Ya he cenado. Una ensalada de judías verdes francesas, patata, tomate, huevo duro y anchoas. La llamamos "Ensalada del Molí" porque la primera vez que la comimos fue hace treinta años en un restaurante que se llamaba así en un pequeño pueblo de Girona.

Me he servido un whisky con mucho hielo. Hace calor. Ayer por la tarde casi noche salí al exterior, cerca del río, y estoy cubierto de picaduras de mosquito. Nunca he comprendido que a alguien le guste el verano, pero mi mujer es profesora y sólo tiene vacaciones en esa estación. Cuando se jubile nos iremos de vacaciones en marzo, en octubre, y al verano sobreviviremos con el aire acondicionado de casa y mi trabajo.

Estoy muy cansado. Tengo la cabeza llena de voces, de rostros, de preguntas, de problemas, también de alegrías, bebés recien nacidos, jubilados, y viudedades, invalideces, enfermedades y sufrimiento. Soy informador desde hace muchos, muchos años, y creo que, en general, las personas a las que he atendido me respetan e incluso me quieren un poco porque me dejo el alma en ellos, pero empiezo a estar muy cansado. Me acostaré temprano (para mí) y ojalá pueda dormir siete horas seguidas. Es cuanto necesito.

Mi hija me regaló unos cascos maravillosos, que eliminan el ruido exterior. Los utilizo mucho para oír música e incluso sólo para aislarme del exterior. Lo necesito, aunque todavía necesito más darle un abrazo. Ella vive en Noruega y no la hemos visto desde las navidades. Necesito verla y darle uno de mis abrazos de oso cuidadoso -ella es muy delgada y podría hacerle daño.

Leí ayer o antesdeayer que los blogs, estos diarios literarios en la red, están muertos, que no los lee nadie. Lo leí en un blog de una maravillosa autora a quien, por lo que sea, no le caigo bien, pero sus textos me gustan mucho. Yo no sé si están muertos, sé que, de quienes comenzamos, en mi caso en 2004 con "Innisfree", cada vez quedamos menos. Pero ¿qué importancia tiene eso realmente? No me gano la vida escribiendo. Me quité el capricho ganando un premio literario y publicando un minúsculo librito de poemas. Fui jurado de ese premio durante unos pocos años y salí huyendo de toda esa mierda. Si los diarios en la red están muertos o no, si son un ejercicio de narcisismo o un acto de comunión (que es lo que los míos pretenden ser), si algún día una tormenta solar hace desaparecer todos los satélites e internet se va a la mierda, en el fondo, ¿qué más da? No pasa nada, soy un adulto que escribe en internet las cosas que piensa y le suceden, una persona común y corriente que se siente unida a un río de millones de personas como él. Hago mapas en servilletas de bar, nada más. Migas en el bosque.

lunes, 6 de junio de 2022

Pardina

Sí que hay cosas nuevas bajo el sol. Bueno, en realidad no son cosas: son personas únicas e irrepetibles. Una de las ventajas de seguir vivo es que te permite conocer humanos que no conocías, seres dotados de un atractivo especial, una inteligencia en su mirada, una sonrisa, una bonhomía maravillosa. A mí me ha pasado hoy. Me ha pasado muchas veces en el trabajo, ante mí desfilan decenas de congéneres cada día, pero ha sido por la tarde, con un compañero de mi hijo, actualmente bombero forestal interino cubriendo un permiso de paternidad. Un compañero suyo que tiene mi edad. Hemos conectado, no puede decirse de otra manera. Somos muy distintos, o tal vez no (esto lo diría Carlos Miramón: no sois tan distintos, en absoluto lo sois, y tendría razón). Sí que hay cosas y descubrimientos y mundos nuevos y personas nuevas bajo el sol. Pardina, me has caído muy bien y te agradezo mucho que encontraras en el monte las llaves del coche que mi hijo perdió ayer. Eres especial, y lo sabes. Vivir es esto: la posibilidad de descubrir pequeños tesoros, personas nuevas, rostros y sonrisas nuevas.

lunes, 30 de mayo de 2022

Manrique

Me dejo llevar flotando boca arriba, los ojos cerrados aunque de color naranja por la luz del sol que se filtra a través de los párpados; los brazos y las piernas abiertas, el agua fresca bajo la parte inferior de mi cuerpo, mi cuerpo gordo y vivo flotando río abajo hacia el mar que es el morir.

sábado, 28 de mayo de 2022

Mortal

El verano se acerca prácticamente desnudo, gordo y descalzo sobre las calles, vestido con unos viejos pantalones cortos, sin camiseta, con gafas de sol, sudando impertérrito y con una sonrisa irónica dirigida directamente a mí.

Volvieron los aviones comunes y los vencejos con sus alas de guadaña y su vuelo acrobático en las tardes absurdas de un mundo absurdo.

Hoy cumplo cincuenta y nueve años. Nunca pensé que viviría tanto tiempo. Creo que moriré pronto, no sé por qué, aunque sé que lo que yo crea o deje de creer da exactamente igual. Pero si lo pienso en serio me digo a mí mismo que he vivido muy bien, que he amado y me han amado mucho, me aman todavía de hecho. En la edad media sería un anciano. En el futuro de los bebés que nacen ahora tal vez un hombre de mediana edad.

Últimamente rondan, en personas muy cercanas a mí, la tristeza, la muerte y la enfermedad. Me doy cuenta de que caminamos sobre un campo de minas. No sabemos si el próximo paso será el último. Pero no pasa nada: acepto lo que venga: he sido y soy aproximadamente feliz: me río en la cara del peligro. Creo en el amor y sí, joder: me río en la cara del peligro. Soy amado y amo. Feliz cumpleaños, tonto del higo, idiota, absurdo ser humano afortunado.

martes, 17 de mayo de 2022

Inmortal

Hoy Maite ha cumplido cincuenta y nueve años. Yo los cumpliré el próximo veintiocho de mayo. Nunca le hemos dado demasiada importancia a estas fechas, más allá de las felicitaciones y sentirnos queridos, que ya es muchísimo y precioso -creo que haber vivido bien es eso.

El verano se ha adelantado y las temperaturas han comenzado a subir y subir y subir en mayo, igual que en abril bajaron hasta nevar y helar y destrozar hectáreas de frutales. Todo está cambiando, muta, el clima camina hacia adelante con sus sandalias de granizo, inmune incluso a quienes pudieron hacerle cambiar el paso en algún momento. Los hormigueros sufrirán sus pasos.

Maite y yo, tranquilamente, sin aspavientos, nos sometemos al flujo del tiempo o, lo que es lo mismo: a nosotros mismos. Ahora hace mucho calor, la semana que viene tal vez bajen las temperaturas, el verano está a la vuelta de la esquina y será, como siempre en estas tierras, duro, pero nuestro cuerpo ya se habrá aclimatado. Y luego vendrá el precioso otoño y el tesoro del invierno y nuestro aliento convertido en humo al respirar caminando por la acera.

Nadie sabe si estaremos vivos por entonces, si nuestros hijos amados lo estarán, si el planeta mismo existirá. El conmovedor milagro de mi especie es vivir como si todo fuese inmortal, como si fuese inmortal este segundo, como si este punto fuese un punto y aparte.

martes, 26 de abril de 2022

Costumbre

El mes próximo cumpliré cincuenta y nueve años y sigo sin comprender absolutamente nada. Y sí, digo absolutamente y digo nada y digo bien, pues cuando parece que comprendo algo es exactamente eso: una apariencia. Sobrevivo lo mejor que sé, improvisando y cuidando de mi tribu, que se extiende miles de kilómetros a mi alrededor. Continúo explorando día a día y, en consecuencia, asombrándome. Aunque algo comienzo a saber: esa sorpresa sólo terminará cuando, mañana o dentro de treinta años, mi cerebro se apague. Es mi enfermedad y mi pasión desde los once o doce años. Ha pasado mucho tiempo. Seguramente esta estupefacción contenida y serena es la evolución de la curiosidad original. Conozco dónde terminará el suelo que piso, la luna que veo por la mañana, ya de día, cuando camino hacia el trabajo. Y sin embargo sitúo un pie delante del otro y siempre así, hacia adelante, el corazón latiendo detrás mis costillas, la brisa fresca acariciando mi rostro con la costumbre de la esperanza.

lunes, 18 de abril de 2022

Una oruga

Días de calor incipiente que me asustan, pero todavía lloverá e incluso nevará en los próximos días allí arriba, en las montañas. Vivo como sin querer y sigo adelante, movido básicamente por el amor y la curiosidad. O, lo que es lo mismo: soy un ser humano común que igual que escribo esto en mi dormitorio podría pensarlo en la jungla de Nueva Guinea mirando las brasas del fuego comunal junto a mi cabaña.

La primavera se abre paso en el tiempo como las orugas que comen la madera muerta de los árboles enfermos. A mí nunca me gustó y ahora, con la edad, la necesito. Soy una oruga que se alimenta de la visión de los árboles verdes, los campos de cebada resplandecientes, los lirios silvestres, el canto de los pájaros que buscan pareja, el cielo azul que generosamente nos oculta la oscuridad del espacio estelar.

Los años inclinan mi cuerpo hacia el núcleo de la tierra pero mi mirada sigue tan expectante e impresionable y maravillada como cuanto tenía trece años, exactamente igual. Me siento, más que humano, como un animal de madriguera. Salgo y entro, entro y salgo, husmeando. A veces a la luz de la luna.

domingo, 17 de abril de 2022

Demasiada luz

Hoy mi madre estaba tranquila, a veces dulce. Salimos por la mañana y fuimos hasta el final del Paseo de la Independencia de Zaragoza, que luego retrocedimos. Hacía calor, sobre todo para mí, que empujaba la silla de ruedas. Tomamos un vermú.

Por la tarde regresamos a su casa caminando a paso ligero. Tres kilómetros y medio por el camino más largo, pero bien: si mi mujer es feliz yo soy feliz. Fuimos a la Gran Vía con mis padres y llegamos hasta la plaza de San Franscisco para regresar al principio. Tomamos unas cañas con una bolsa de patatas fritas. La calle estaba llena de gente de todos los sexos, tamaños, aspectos, edades, yendo y viniendo. Mascotas, bicicletas por el carril bici, patines eléctricos, el cielo apagándose poco a poco.

De vuelta en la casa donde me crié dimos a mi madre la medicación y logramos ponerle el pijama a pesar de su resistencia inicial. Cenó bien. Maite y yo volvimos a nuestro apartamento caminando. Soplaba un cierzo fresco pero el ejercicio nos impedía sentir frío. Nos adelantó un camión de bomberos con las sirenas más agudas que yo hubiera escuchado nunca. Paso a paso dejábamos algo atrás y nos acercabámos al futuro. Levanté la mirada al cielo y no se veía una sola estrella. Zaragoza. Demasiada luz.

sábado, 9 de abril de 2022

Balada

La melancolía, como la tristeza, no lleva a ninguna parte, pero durante el viaje tiene el poder de producir cierto placer, un sometimiento emocional, un dejarse llevar, una entrega sensual. Es algo que saben bien las obras de ficción y también nuestra memoria. Es por eso que triunfan las baladas musicales y los poemas de amor no correspondido. Racionalmente no tiene mucho sentido pero, al mismo tiempo, analizándolo desde mi ignorancia infinita, ¿qué mejor modo que afrontar la insensatez de nuestra existencia, nuestras frustraciones y fracasos, que hallando cierto placer absurdo en el proceso? Nuestro cerebro sabe más que nosotros.

miércoles, 6 de abril de 2022

Nubes, olas, ríos

Los días fluyen mansamente, como el agua del río frente a mi apartamento. Los días fluyen mansamente a través de nuestras figuras y vidas invisibles. Y las nubes, a miles de metros de altura sobre este lugar en el mundo. Y los recuerdos. Nada quedará al final de todo. Pienso en una playa y en el sonido de las olas que llegan y se retiran dando paso a las que vienen detrás. Nubes. Olas. Ríos. Siento cierta nostalgia infantil de la edad en la que desconocía lo que ahora sé y, al mismo tiempo, agradezco la fortuna de haber llegado hasta aquí, a esta preciosa y anónima noche.

lunes, 4 de abril de 2022

Sin culpa

Son las once y cuarto de la noche y me siento normal. Disfruto de esta sensación, de la que me he dado cuenta antes de empezar de escribir: de hecho ha sido el motivo de comenzar a escribir, y es una sensación maravillosa. La noche gira lentamente hacia el día sobre esta pequeña ciudad, los perros de la vecina del piso debajo del nuestro dejaron de ladrar. Todo está bien. No soy un forastero ni nada semejante: pertenezco a esta realidad que no siempre comprendo del todo. Mis amores duermen. Los que sé que lo hacen y los que imagino que lo hacen. Yo me acostaré pronto, cuando haya terminado de escribir esta página de mi diario. Son las once y veinte de la noche y me siento bien, sin culpa, tranquilo. Ya casi había olvidado este milagro.

Del mundo

Que el mundo esté al revés no me sorprende porque yo siempre me he sentido al revés del mundo. Nieva en plena primavera en media España, una guerra europea resucita atrocidades que algunos habían olvidado. Pero debo acostarme porque mañana volveré a prostituir mi inteligencia y mi memoria legislativa, y mis emociones también. Mis emociones. Mis sentimientos. Inevitablemente.

sábado, 2 de abril de 2022

Abril

El viento nos trae el frío helado de las montañas nevadas en abril. Todos lo comentamos ignorando absolutamente el futuro.

lunes, 28 de marzo de 2022

Que brilla

A pesar del cambio de hora del último fin de semana la noche cubre el campo. Los jabalíes y garduñas y zorros cuyas huellas quedarán registradas en los charcos secos de los caminos, salen de sus madrigueras mientras en el cielo oscuro navegan las nubes que cubren la luz de la luna. Un poco más lejos, en la lejana y pequeña ciudad que brilla, en uno de sus edificios, un ser humano escribe estas palabras como si supiera algo.

domingo, 27 de marzo de 2022

Mar de los sargazos

Qué verdes están los campos de cebada junto a la autovía regresando de Zaragoza. El cielo está nublado. Todos los almendros transformaron sus flores en hojas y futuros frutos. El coche devora los kilómetros prácticamente solo mientras Maite corrige exámenes a mi lado sin marearse (tiene ese superpoder, entre otros). De vez en cuando una rapaz perfila su silueta en el cielo, las alas abiertas, mi ignorancia incapaz de darle un nombre. En el otro lado de la carretera grandes coches regresan con cosas en el techo. Vienen de las montañas donde todavía hay nieve. Es el mundo, no hay más misterio. El fin de semana en Zaragoza fue bien, mi madre estuvo dulce, su agresividad desaparecida, como su memoria. Un tranquilo mar de los sargazos. Qué bien dentro de la desgracia. Cómo somos capaces de adaptarnos casi a cualquier cosa y qué poder inmenso, aunque a veces tiemble débilmente, el del amor.

jueves, 24 de marzo de 2022

Debo dejarme atrás

He abortado el proyecto de escribir cada día. Me generaba estrés y ansiedad, algo de lo que voy sobrado desde hace unos años.

No sé por qué me propongo estas cosas: ni siquiera gano dinero con ellas y, respecto a lo demás, todo me importa una mierda, una mierda, en serio. Bueno, realmente todo no me importa una mierda, ¡pero sí casi todo!

Debo liberarme de mí mismo, debo dejarme atrás poco a poco, debo verme cada vez más pequeño en el horizonte del pasado hasta desaparecer.

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Actualización: es al revés, todo me importa muchísimo, de ahí la ansiedad y el sufrimiento.

viernes, 18 de marzo de 2022

Plutón

El eco del ataque de ayer permanece pero se va amortiguando poco a poco. Pasé una noche terrible, apenas dormí cuatro horas, y desperté cansado, que es una de las cosas peores que le pueden pasar a uno: despertar como si toda la noche hubiera estado luchando a muerte contra un oso de humo negro. Pero aguanté bien la mañana en el trabajo, atendí a una veintena de personas y, poco a poco, fui recuperando confianza.

El problema de los ataques o preataques de pánico es que pierdes confianza en tus herramientas mentales para hacer frente al estrés y el sufrimiento de los demás, y cuesta recuperarla después. Afortunadamente hoy es viernes y, a pesar de todo, podré domir un poco más y, sobre todo, serán dos días sin escuchar a decenas y decenas de personas con sus problemas y consultas individuales, todas muy importantes para cada uno de ellos y ellas, algo que comprendo perfectamente.

En temporadas así no siento que vivo sino que sobrevivo. Probablemente a lo largo de la historia de mi especie no ha existido ninguna diferencia entre una y otra cosa, pero ahora sí, y es algo que todos podemos percibir, al menos en los países del llamado "primer mundo". Sobrevivo.

Por otra parte soy tan feliz cuando me siento querido, y eso es algo que sucede cada día también. Mi mujer, mi hijo que vuelve de Zaragoza, mi hija a través del vídeo desde su apartamento en Bergen. Me quieren a pesar de ser quien y como soy, este nudo de emociones, contradicciones y sufrimiento por cosas que no deberían rozarme.

Ya es de noche. El eco del casi ataque de pánico de ayer se disuelve poco a poco en mi cerebro, ese planeta gris tan lejano como Plutón. No sé qué quiero, no sé cómo enfrentar el día a día ni la enfermedad de mi madre. Y sé que miles y miles de personas antes que yo estuvieron en esta misma situación. Y sé que todo pasará, aunque todavía no.

jueves, 17 de marzo de 2022

Esponja

Esta mañana, en el trabajo, he sufrido el amago de un nuevo ataque de pánico. Hacía mucho tiempo que no me pasaba y ha sido terrible, aunque he podido controlarlo escondiéndome en el cuarto de baño y ejercitando los ejercicios de respiración que aprendí durante los años en los que canté en la Coral de Binéfar, los ejercicios que hacíamos antes de los ensayos y los conciertos.

El día comenzó bien, pero atendí a dos personas que estaban mal, muy mal, y me contaron por qué estaban mal, todas las desgracias, una tras otra, que les habían sucedido, su impotencia, su rendición; ella se puso a llorar y yo no podía darles ninguna buena noticia, ninguna solución verdadera, sólo apaños, el ingreso mínimo vital, esa prestación tan mal diseñada y ejecutada; desde mi lado de la mesa, a pesar de la mampara de metacrilato, podía oler y sentir su desesperación y su dolor irreal, el sitio al que les había arrastrado la vida desde la crisis económica ya lejana de dos mil ocho. Pero es que antes de ellos había atendido a una mujer más joven que yo a quien le habían hecho un trasplante de médula y estaba pendiente de quién le pagaría al agotar el año de baja. Cuando, durante unos minutos, he quedado libre, me he escondido en el báter y he respirado profundamente, como aprendí a hacerlo cuando cantaba. He llorado un poco. No soporto el dolor de los inocentes, no lo soporto.

Pero cuando he vuelto a mi puesto de trabajo he atendido a una mamá con su bebé de dieciséis semanas que me miraba todo al rato. Era, eran las dos, tan bonitas, pura esperanza, que mi acúfeno ha empezado a descender de volúmen y mi ansiedad se ha calmado para hablar con la joven madre sobre qué cosas verá su bebé, colonias en Marte, qué cosas que ahora no podemos ni imaginar. A la bebé le debía llamar la atención mi aspecto de vikingo con resaca y no me quitaba los ojos de encima. Yo le hacía muecas, le sonreía y entonces ella también lo hacía. Sus ojos glaucos achinados mientras reía me han salvado esta mañana, me han salvado literalmente, y me estoy dando cuenta de ello ahora mismo, mientras lo escribo.

Mi compañera Esther, una mujer maravillosa que trabaja mesa con mesa a mi lado, me dice que soy una esponja y tiene razón. Afortunadamente no solamente lo soy para la tristeza sino también para la inocencia y la esperanza.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Se aleja hacia el horizonte

Mañana me arrepentiré de irme tan tarde a la cama, lo sé. Aunque si cuando, tras escribir esto, me acuesto cerrando bien fuerte los puños, será como si durmiera el doble. Me lo dijeron hace muchos años, cuando era pequeño. Ignoro la base científica de algo semejante. Seguramente será mentira. Puedes dormirte apretando los puños pero, llegado el momento, los aflojarás como si murieses.

Hoy estaba, estoy, terriblemente cansado porque los martes atendemos a la gente también por la tarde y salgo reventado de la agencia comarcal. Pero es como cuando uno tiene tanto sueño que no puede dormir. A veces el cansancio excede el momento de descansar y se aleja hacia el horizonte, indemne, dejándote a ti hecho una mierda. Y con el sueño pasa lo mismo, y probablemente con más cosas en las que no hemos reparado nunca.

Voy a acostarme ahora y cerraré los ojos y, pase lo que pase, lo juro, no los abriré. Daré tiempo al tiempo. Dentro de una horas sonará el despertador. Daré tiempo al tiempo, digo, cuando es justamente al revés.

martes, 15 de marzo de 2022

Aquiles

Llovió durante casi todo el día. A mí, cuando tomo mi medicación, me gusta la lluvia porque me considero irlandés y asturiano por elección. Un día más y poco o nada puedo escribir. Atendí a personas que me hablaban y buscaban información, personas de todos los tamaños, aspectos y sexo. Siempre me conmueven, a pesar de los años que llevo ejerciendo mi profesión. De hecho cada vez me conmueven más.

Somos muy poco frente a los avatares de la fortuna, me digo, y a continuación, inmediatamente, me digo que no, que podemos cambiarla. Yo soy así: como un Aquiles gordo, viejo, un Aquiles que no hubiera muerto en el fulgor de su juventud.

lunes, 14 de marzo de 2022

Marcianos

Todavía no es lunes pues todavía no me he acostado, y a la vez es lunes. Tengo sueño pero me gana, como siempre sucedió, este afán tonto de estar despierto. Cuando era pequeño me pasaba lo mismo. Ahora valoro el tesoro de cerrar los ojos y desaparecer del mundo y sus problemas, y sin embargo.

El río fluye con más caudal del habitual frente a nuestro apartamento. Esta mañana o, mejor dicho, ayer al mediodía, los campos de cebada lucían un color verde esmeralda fresco y hermoso tras las lluvias de la semana pasada. La tierra reacciona enseguida a los regalos. En los charcos de arcilla junto al camino había huellas de jabalíes, pero sólo pude ver una rapaz sobrevolando el cielo. Cantos de pajarillos en las encinas carrascas a nuestro paso, como avisándose mutuamente de nuestra presencia. Sé que en unas semanas volverán los abejarucos y los aviones, esos compañeros de edificio durante nuestros años en Binéfar. Había muchas nubes en el cielo, algunas blancas y otras oscuras, a miles de kilómetros de altitud. Las nubes siempre me recuerdan que soy un marciano en mi propio planeta, y la mujer que camina a mi lado también, y mis hijos, y mis padres también lo son. Todo es asombroso si te paras a pensarlo, pero fuimos sólo a caminar. Seis kilómetros en una hora.

domingo, 13 de marzo de 2022

Domingo

Domingo en Barbastro. Este fin de semana no hemos ido a Zaragoza y he podido descansar de verdad: emocionalmente. Cuando son las once menos cuarto de la mañana me tomo un capuchino de Tassimo y veo que ha dejado de llover, así que iremos a dar un paseo junto al canal, por la estrecha carretera asfaltada que utilizan los trabajadores de la CHE. A la personas verdaderamente cafeteras estos cafés de cápsula les parecen una mierda, y posiblemente lo sean, pero a mí me gusta. Antes de irnos dejaré cocida al vapor la coliflor con patatas, y cuando vuelva sólo tendré que pasar por la sartén las migas de bacalao desalado y el ajo para chafarlo todo junto y hacer el pastel de coliflor con bacalao. También haré cabezada de cerdo con tomate y pimientos de piquillo, y esta tarde, cuando se hayan descongelado, chipirones encebollados. Ya lo he dicho muchas veces, pero dos de las cosas que más me calman y me relajan son conducir por carreteras locales y cocinar. Bueno, voy a cocinar la verdura y luego nos iremos a caminar, tengo ganas de ver cómo ha cambiado el campo tras estos días de lluvia.

sábado, 12 de marzo de 2022

Tan pancho

Miro en internet vídeos de personas que viven en la naturaleza, algunas de ellas tras renunciar a puestos de trabajo bien remunerados en grandes ciudades. Personas que en Canadá construyen sus propias cabañas y viven de lo que cultivan y cazan, y en China, y también aquí, en España (estas dos hermanas hispanodanesas me tienen enamorado).

Me gusta ver los vídeos sentado frente al ordenador, tan pancho. Si hago el mínimo esfuerzo de observarme desde fuera resulta algo perturbador a decir verdad, pero me gusta. Me agrada hacer, ver, comer y beber cosas que me gustan. Soy simple, y eso también me gusta.

viernes, 11 de marzo de 2022

Crudeza

Los ginkgos de la acera de mi calle junto al río ya han comenzado a despertar y las yemas se abren paso en sus ramas grises. Todo comienza a resucitar. Hoy ha vuelto a llover un buen rato durante la mañana y el mediodía. Antes de salir del trabajo he tramitado la viudedad de una mujer cuyo esposo conocía desde hace muchos años, un hombre que estuvo en nuestra agencia hace dos semanas. Ella, claramente en duelo, ha dicho: "Era muy gruñón pero era él". Esto es lo que ha dicho exactamente. Enrique era socio de una gestoría de Barbastro que venía a menudo por nuestra oficina y sí que parecía un poco gruñón, pero era él. No ha llegado a jubilarse. Todos los días asisto a historias semejantes, aunque cuando conoces al fallecido desde hace tantos años es distinto. Y sin embargo amo mi trabajo, lo amo porque es un mirador privilegiado desde donde contemplar la naturaleza humana, y siempre me ha gustado contemplar, tratar de comprender, sentir, aprender, explorar. A todos nos espera la misma crudeza, pero mientras nos acercamos a ella o nos alcanza qué mejor que mirar a nuestro alrededor y asombrarnos.

jueves, 10 de marzo de 2022

La mirada de los demás

El día termina y voy a acostarme con una sonrisa en la boca. Son tonterías personales pero me ayudan a seguir adelante en medio de esta época convulsa que nos ha tocado vivir. De algún modo me siento en paz, tranquilo y muy cansado. Llovió por la tarde y el agua del río desciende más transparente de lo habitual. No quiero dejarme engullir por el horror de la guerra, no quiero dejarme arrastrar por la rabia y la infinita indignación, no al menos en este mi antiguo y pequeño rincón de Las cinco estaciones. No puedo permitírmelo por mí, por mi salud mental, porque mi tristeza no aportaría nada para solucionar tanta desgracia. El día termina y, porque la vida sigue, hoy me acostaré sintiéndome bien. No con nada exterior a mí, sólo con lo poco que día a día, lentamente, conozco de mí mismo en la mirada de los demás.

miércoles, 9 de marzo de 2022

Marea

Hace poco, no sé, cuatro o cinco años, no pensaba en la jubilación. Tengo cincuenta y ocho años y cumpliré cincuenta y nueve en mayo de este año. Durante las últimas vacaciones por primera vez he pensado que podría vivir perfectamente sin trabajar durante todo el tiempo. Me gustan tantas cosas que no me aburriría nunca, además de que poseo un secreto de mi generación que, por mi experiencia como padre, creo que ahora no tienen los jóvenes: sé aburrirme, no tengo problema en aburrirme. En mi infancia no había móviles ni entretenimientos durante las visitas a familiares en casas donde sonaba el reloj y pasaban las horas, así que aprendimos a estar allí sin más, comiendo alguna galleta del surtido de Cuétara y esperando volver a casa. Sé aburrirme perfectamente y hasta le he encontrado el gusto. Creo que ahora le llaman mindfulness.

Sí, pienso en un futuro como jubilado y ya no me parece algo extraño ni raro: me veo alquilando una casita rural en Asturias durante los duros veranos de aquí y viviendo el resto del año en nuestro piso de Zaragoza, escribiendo, leyendo, viendo películas y series, dando paseos, cocinando y opinando de política en Tuiter. Tal vez muera antes, claro, de hecho si tuviese que imaginar mi futuro en atención a lo que veo en mi trabajo moriría la semana que viene: estamos rodeados de cáncer por todas partes, y por accidentes de tráfico, infartos, ictus, etcétera. Pero entonces me recuerdo a mí mismo que trabajo en una oficina de información de la Seguridad Social y que eso altera importantemente mi estadística.

Sí: podría jubilarme mañana mismo, y me gusta mi trabajo. Pero son demasiados años escuchando voces distintas, problemas distintos; oliendo la pobreza, la displicencia, la ansiedad; demasiados años pasando en minutos de la alegría de una joven pareja que acaba de tener un bebé a la asombrosa serenidad de un enfermo deshauciado que viene con su mujer a preguntar cuánto le quedará de pensión de viudedad; demasiado tiempo siendo espectador de la fascinante pero a veces, muy pocas veces, decepcionante naturaleza humana. He aprendido a querernos, a quereros, a quererme: somos tan frágiles, estamos tan a merced de la fortuna. Sí, podría dejar esta marea atrás mañana mismo y volver a tierra para disfrutar de la mar desde la playa, paseando.

martes, 8 de marzo de 2022

Cinco minutos

Hoy ha llovido durante toda la mañana en Barbastro. El cielo gris como mis viejas camisetas de andar por casa acentuaba los colores de las casas, las calles, los semáforos y los coches rojos, azules, grises y negros aparcados en la acera. Me gustan los días lluviosos. He salido del trabajo sin paraguas y durante los escasos cinco minutos que he tardado en llegar a mi casa me he dejado mojar por la lluvia suave sobre mi cabeza, mis hombros, mis piernas. Sé que todo esto pasará, pero he disfrutado de cada paso mientras el cercano río Vero fluía calmadamente hacia el lejano mar.

lunes, 7 de marzo de 2022

Huida

Acabo de ducharme para poder estar mañana un poco más en la cama. Escribo sentado en calzoncillos oliendo a champú y gel, limpio como una patena. Recuerdo que cuando era pequeño tenía un tío que se cagaba mucho en la patena, decía como si nada: "¡Me cago en la patena!". Por aquel entonces yo estudiaba en un colegio religioso, Dominicos concretamente, y un día le pregunté no sé si a mi padre o a mi madre qué era una patena. Me dijeron que era la bandeja donde se servían las hostias durante la misa, es decir: las bandejas donde se servía la carne de Cristo, y me di cuenta del tamaño y el pecado del juramento aparentemente banal de mi tío y de tantos otros. Se cagaban en la bandeja donde se repartía la carne del hijo de dios. Fue un shock para mí. Me he acordado de eso.

Días difíciles en todos los frentes: en los internacionales, en los personales también: no soporto el dolor del mundo, no soporto el sufrimiento de mis padres. Pero la noche viene a aliviar los pesares del día. Así, recién duchado, a punto de acostarme y cerrar los ojos oliendo bien, el cabello y la barba bien limpios, me hago la ilusión de que existe cierto orden o belleza, o bienestar, o huida.

domingo, 6 de marzo de 2022

Ballenas azules

Es muy tarde. La noche no habla de mí ni de ti, solamente gira despacio hacia su desaparición temporal mañana, dentro de unas horas, con los primeros rayos del sol. Y sin embargo hablamos de ella como si supiésemos algo, y escribimos bellas frases y poemas y palabras. Yo sé hacerlo, lo hago desde que tenía doce años.

Nada me sirve de nada en realidad. Y está bien que así sea. Nadie está a salvo de nada ni es mejor que nadie. Creo en la justicia aunque la naturaleza de la vida no lo haga -sé que somos hermanos de hormigas y halcones y ballenas azules.

Siento dolor y tristeza porque estoy vivo, lo sé, igual que en otros momentos sentí placer y alegría. No acabo de comprender nada del todo, e intuyo que moriré así. Si he de ser sincero, me duele saber que me quedaré sin conocer mucho más allá de lo que puedo alcanzar, pero nada puedo hacer al respecto.

sábado, 5 de marzo de 2022

Inexorable

Fin de semana en Zaragoza. La enfermedad de Nati avanza inexorable sin que quienes la amamos podamos hacer nada más que darle, a ella y a Jesús, su cuidador, todo el amor del que somos capaces. Maite y yo regresamos de su casa agotados emocionalmente, sin decir una palabra durante el rato que tardamos en regresar a nuestro apartamento. Luego, ya en el ascensor, nos miramos y nos abrazamos. La vida.

viernes, 4 de marzo de 2022

El tesoro

Ayer y hoy llovió un poco. No lo que necesita esta tierra de viñas y olivos y almendros donde no cae una gota desde hace meses, pero llovió un poco al menos.

Madrugamos, nos duchamos, vamos al trabajo, a comprar, llevamos a los niños al colegio, los vamos a recoger, todo eso: la vida normal. Normal. Ojalá nunca sepamos el tesoro que era.

jueves, 3 de marzo de 2022

Viktor

Hoy en el trabajo he atendido a Viktor. Conozco a su madre, Olga, y también a su hermana, Svetlana, desde hace muchos años. Ha venido para tramitar una Incapacidad Permanente a instancia del Instituto Nacional de la Seguridad Social al amparo del convenio bilateral entre España y Ucrania. Hemos hablado. Su hermana ahora mismo está allí con su marido y su suegra, que está incapacitada, lo cual les impide venir a España. Los niños están aquí, con su abuela. En un momento dado de la conversación se le han humedecido los ojos y, claro, a mí me ha pasado lo mismo.

Me ha enseñado fotografías que le envía su hermana: edificios destruídos totalmente, árboles arrasados por las bombas: lo que vemos cada día en las noticias, aunque esas fotos las había hecho Svetlana desde allí.

"Si no estuviera enfermo estaría allí luchando, cerca de mi hermana, defendiendo mi país", me ha dicho. Y se ha puesto a llorar de impotencia y dolor. He salido de detrás de mi mesa y la mampara y le he cogido la mano y el brazo. No soy inmune al dolor de los demás. Se ha calmado poco a poco. Luego se ha ido y me he asomado a la ventana que hay tras mi silla para observarle. Cojeaba ligeramente, los hombros hundidos, un ucraniano enfermo en Barbastro, un pueblo al norte de Aragón, en España. Su hermana durmiendo y viviendo en un sótano. La vida, que hace semanas era una vida normal como la nuestra, con terrazas llenas de gente, cines, restaurantes, comercios, destruida en dos días. Me he dado cuenta de que le daba vergüenza llorar y le he cubierto un poco con mi cuerpo antes de despedirnos.

Nada está escrito. Nada. Ni la paz ni la guerra ni el futuro ni nada de nada. Por eso escribo.

miércoles, 2 de marzo de 2022

Cosas bonitas

Hoy me siento tan cansado que creo que no esperaré a la medianoche para abandonar en el último momento del baile una de mi botas como un ceniciento cualquiera. Me acostaré temprano para lo que son mis (malas) costumbres e intentaré soñar con cosas bonitas: bosques, caballos, el mar, un río escoltado por fresnos y rosales silvestres. La primavera está a la vuelta de la esquina. Con la edad he aprendido a amarla.

martes, 1 de marzo de 2022

Los prados verdes

Sólo aspiro a una vida normal, mantener la vida normal que tengo. Hace unas semanas a una persona de Barbastro le tocaron diez millones de euros en la lotería. Mi querida compañera de trabajo Esther dijo literalmente: menudo ladrillazo en la cabeza, y le comprendí perfectamente.

Una vida normal. Días buenos y días malos. Dinero suficiente para comer y beber bien, la gasolina del coche, sustituir los calzoncillos que se rompen, siempre por el mismo puñetero sitio. Amor diario, no extraordinario: amor diario y pequeño, ese que riega los humildes y hermosos prados verdes.

lunes, 28 de febrero de 2022

Como la lluvia que no llega

Trabajo en una agencia de la Seguridad Social a pie de calle informando al público, y los lunes suelen ser terribles. No sé, es como si durante el fin de semana a los ciudadanos nos diese por pensar: ¿Y si me jubilo?; ¿y si este verano me voy de vacaciones y me ha caducado la tarjeta sanitaria europea?; ¿en qué ha cambiado la ley general de la seguridad social a partir del uno de enero de este año?; ¿cuántos años cotizados tengo?; me queda un mes para dar a luz, ¿qué tendré que hacer para percibir la prestación de maternidad?; voy a contratar a una empleada de hogar, ¿cómo lo hago?.

Es sin lugar a dudas, junto al martes, el día más complicado, porque la mayoría de las personas acuden sin cita previa y, como vienen desde pueblos y lugares distantes -mi agencia es comarcal y atiende a un territorio inmenso- y no tenemos corazón para no atenderles, terminamos derrengados y con un estrés tremendo. No me quejo, me gusta lo que hago, pero los lunes salimos todos sin saber ni cómo nos llamamos, con el cerebro derretido.

En una trinchera como la mía se palpa muy bien cómo está la población, cuáles son sus preocupaciones. Noto intensamente que la crisis económica de dos mil ocho y después la pandemia ha dejado un rastro profundo, mucha ansiedad, muchas tragedias de salud y también económicas, mucho nerviosismo y miedo al futuro. Es algo que supongo que sucede en toda España: se respira inquietud e incertidumbre, y sólo ha faltado la invasión de Ucrania por parte del sátrapa Putin para alimentar la desesperanza.

Después de tantos años trabajando en esto, en vez de endurecerme mi empatía y mis neuronas espejo se han hiperdesarrollado, con lo que a menudo salgo hecho polvo de la oficina de información no ya por la carga de trabajo, que es muy grande, sino por las cosas que me han contado, el tono de las voces, la tristeza o la desesperación.

A menudo, allí o también en Zaragoza, me gustaría poder ser un ladrillo emocional, muchas veces lo he deseado y he maldecido no saber serlo. Pero estas cosas son como la lluvia que no llega, las nubes blancas a kilómetros de distancia de la superficie desde donde las miro, aunque por su tamaño parezcan más cerca; estas cosas son como el latido permanente de mi corazón o la respiración inconsciente de mis pulmones: forman parte de mi naturaleza.

domingo, 27 de febrero de 2022

Lo mejor que sé hacer

Este fin de semana, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos quedado en Barbastro. Hemos ido a pasear por el campo. Todos los almendros estaban en flor. Hoy es domingo: el último día que me duché fue el viernes antes de ir a trabajar. Emocionalmente ha sido un masaje maravilloso (y sé cómo puede sonar esto a quien no tenga familiares enfermos cerca, pero ya me da igual, yo sé). Lo mejor es que he podido dedicarme a lo que mejor sé hacer: no hacer nada exactamente.

sábado, 26 de febrero de 2022

Pajaricos

Es raro. Hay guerras -no solamente la de Ucrania, ahora mismo probablemente estén bombardeando Yemen y Damasco, y todas las que estoy olvidando sin querer- y yo estoy aquí, en este pequeño rincón de mi casa donde siempre escribo, como si no pasara nada.

Mi madre duerme (¿con qué soñarán los enfermos de Alzheimer, que en este otro lado no tienen memoria?) y yo estoy aquí, sentado en esta silla de Ikea, frente a una pequeña mesa blanca junto a mi cama.

Los pajaricos de esta tarde, gorriones todos en fila sobre la farola al sol que hay frente a nuestro salón, a estas horas deben estar durmiendo en alguna parte que no conozco. Los jabalíes salen a alimentarse sin tener en cuenta la propiedad de los campos de maíz.

Echo mucho de menos el mar cuando jamás viví en su orilla. Echo de menos algo que no sea todo esto. Echo muchísimo de menos a alguien que sea yo y al mismo tiempo no lo sea. Echo de menos a otro Jesús Miramón distinto, mejor y más tranquilo y responsable que yo.

viernes, 25 de febrero de 2022

Guerra

En plena guerra de la extinta Yugoslavia Maite estaba embarazada de Paula, nuestra hija mayor, hace treinta años. Eran nuestros últimos días en Banyoles y recuerdo que, durante una consulta con su ginecólogo, salió el tema de aquella guerra terrible. Aquel hombre, muy agradable y profesional, torció el gesto y nos comentó que ya no podía ver las noticias en la televisión porque se sentía impotente al no poder hacer nada para evitarlo. Yo entonces lo comprendí a medias: ahora lo comprendo del todo. Él dijo, y lo recuerdo perfectamente: ¿Qué debo hacer, dejar a mi familia e ir allí a combatir contra los serbios? ¡Ni siquiera sé cómo funciona un arma de fuego, sólo soy médico!

Sí, ahora le comprendo bien. Hay momentos de la vida en los que la información sólo te genera impotencia. Y no sucede sólo con las guerras, también con las hambrunas, los naufragios nocturnos y terribles de migrantes que buscan un futuro mejor, tanto dolor y desesperación en el mundo.

Putin, el presidente de Rusia, dio la orden de invadir Ucrania la pasada madrugada. No las zonas supuestamente prorrusas del Donbass, no, todo el país. Ahora mismo están a treinta y cinco kilómetros de Kiev. Y yo, que ya tengo una edad, puedo comprender el marco teórico de todo: Rusia no quiere a la OTAN y su poder nuclear en sus límites fronterizos, Rusia quiere mantener su influencia en las regiones que fueron parte de su territorio, y si para ello debe romper con el derecho internacional y la soberanía de Ucrania, está dispuesta a hacerlo y, de hecho, así ha sido. Putin ha hecho lo mismo que Hitler hizo en Polonia, y me resulta profundamente desesperanzador que en este siglo se repita el horror del siglo pasado. Y todavía me parece más desesperanzador que haya personas de izquierdas que defiendan a Putin, que bien podría ser un personaje de cómic, ridículo y malo acariciando un gato, cuando es un dictador que encarcela a sus contrincantes políticos, si no les envenena antes, y niega los derechos de las personas LGTBI.

He escrito que ya tengo una edad. He asistido a varias guerras. La de Yugoslavia, al suceder en Europa, fue especialmente terrible, y esta afirmación es injusta pues no fue más terrible que las que durante los últimos treinta años se han dado en Asia, África y demás lugares del mundo. En Yemen Arabia Saudí, apoyada por los Estados Unidos, bombardea y asesina a civiles, niños incluidos. Por no recordar la guerra de Irak basada en la mentira de las armas de destrucción masiva que luego trajo la de Afganistan, un triste y cruel país para las mujeres del que ya nadie se acuerda después de que los talibanes la ganaran y los países occidentales abandonaran a su población a su amarga y desgraciada suerte.

Y a pesar de todo me sigo conmoviendo. Me sigo enfadando e indignando. Siempre he dicho que yo no soy pacifista sino pacífico. Asesinaría a dentelladas y con las uñas, como un animal rabioso, a quien amenazase a las personas que amo. La invasión de Ucrania es una violación a plena luz del día delante de toda la Unión Europea y la OTAN. Y Putin es el responsable, el violador, el criminal, el dictador de facto de un país inmenso que, en su día, venció al fascismo. No sé qué sucederá en los próximos días. Ahora mismo los soldados ucranianos combaten en un aeródroma cercano a la capital, Kiev, contra el intento ruso de establecer una cabeza de puente con fuerzas especiales. Es la guerra. Entre mis usuarios en el trabajo hay ciudadanos ucranianos que llevan muchos años residiendo en España, algunos prorrusos y otros lo contrario, pero creo que con lo sucedido desde ayer ya todos se sienten ucranianos. Tengo ganas de que vengan a mi agencia por cualquier otro tema y hablar con ellos sobre esto.

Me voy a la cama, tarde como siempre, sin el estruendo de las bombas, sin la amenaza de la guerra, sin necesidad de recoger las cosas más importantes y salir corriendo de mi país huyendo de la violencia y la muerte. Cerraré los ojos y dormiré sin miedo, aunque con el corazón encogido.

jueves, 24 de febrero de 2022

Playa

Otro día se acerca a la orilla para acariciarla y retirarse dejando sitio al siguiente. Yo hoy no soy el mismo que ayer y también rompo en la orilla y vuelvo a chocar contra ella. El tiempo la acaricia y yo rompo en ella porque no sé ser de otro modo. Palabras y palabras y palabras. ¿A quién quiero engañar? Todo, absolutamente todo, lo ignoro.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Como si el mundo lo fuera todo

Siempre me he complicado mucho la vida. Desde que era un adolescente le he dado a todo muchas vueltas. Ahora estoy cansado. Me gustaría detener mi cerebro, hacerlo entrar en reposo como hacemos con los odenadores, y luego, cuando quisiera, despertarlo.

La tierra gira en la galaxia y yo sobre ella sentado con mi culo gordo en una silla de Ikea. No me gusta ser como soy, esto tengo que decirlo con absoluta sinceridad. Hay muchas cosas de mí que no me gustan y podría cambiar si fuese un ser humano inteligente, pero no lo soy: soy un viejo idiota y vago, y compulsivo, y sensible sin control alguno, algo todavía peor que ser insensible.

Sí, siempre he hecho de todo un mundo como si el mundo lo fuera todo.

martes, 22 de febrero de 2022

Un hurón, otra oportunidad

Un nuevo día comienza, ajeno a todo, sólo porque sí. He cagado y me he duchado. Ahora, limpio como una patena, escribo con un capuchino de Tassimo a mi lado: lo necesito para comenzar a ponerme en marcha. Me acabaré de vestir y acudiré al trabajo. Ignoro qué personas se sentarán al otro lado de mi mesa ni qué querrán preguntarme. Por no saber no sé si hoy se precipitará sobre nuestro planeta un meteorito no detectado que acabará definitivamente con cualquier forma de vida.

Vale, lo sé, mi imaginación es como un hurón sin control, lo sé, vale. Un nuevo día comienza. Una nueva vida. Otra oportunidad.

lunes, 21 de febrero de 2022

Primates

Escucho a Maite, mi mujer, hablando con su mejor amiga, que se llama Raquel. Se conocen desde hace cincuenta años, han compartido toda su vida juntas y siguen ahí, la una para la otra. Es algo que me maravilla, porque a mi mejor amigo lo conocí cuando yo ya tenía veinticinco o veintiseis años, es decir: hace más de treinta. No guardo ninguna amistad anterior, nunca las tuve.

Me emociona oír a mi compañera hablar con otra mujer a la que conoce desde que eran unas niñas pequeñas. Estas cosas me conmueven mucho, y pienso en lo que significa el paso del tiempo, esta experiencia tan absolutamente insólita que vivimos con la normalidad imprescindible para no volvernos locos de remate. Siempre lo he dicho y escrito: somos unos primates tan esquizofrénicos como para vivir sabiendo que moriremos como si, en realidad, no lo supiéramos. Somos poesía carnal caminando sobre la tierra.

La amistad es una de las mejores y más limpias y puras manifestaciones del amor. Siempre la defenderé. No tiene nada que envidiar a las otras -y voy a confesar algo: el sexo con la edad deja de tener la importancia que tenía cuando tu novia te metía la mano en los pantalones.

Amor, y amor, y amor. Con sexo, sin sexo, en la misma cama, en camas separadas, separados por dos manzanas de casas, por cientos de kilómetros. Amor. Compadezco profundamente a quien no sepa qué es, qué se siente. En este momento de mi vida es lo único que da sentido a mi existencia.

domingo, 20 de febrero de 2022

Caballos, cohetes y submarinos

No me canso nunca de muchas cosas, algunas confesables y otras no tanto. Hoy he soñado que iba a montar a caballo en la Gran Vía de Zaragoza, lo cual ya es un poco raro, pero ese momento, por mil causas absurdas y tontas, nunca llegaba, el caballo se alejaba, se cruzaban personas en mi camino, aunque siempre tenía la esperanza de que acabaría poniendo mi bota en el estribo izquierdo y acabaría cabalgando sin prisa entre la gente. A pesar de despertarme sin lograrlo me he despertado con una sonrisa en los labios. Una compañera de trabajo ya jubilada siempre decía, para mi sorpresa, que nunca había conocido a alguien tan optimista como yo. Igual tenía razón, de algún modo desconocido para mí.

Nunca me canso de los caballos, de la jungla, de la arquelogía y, dentro de ésta, de la prehistoria; no me canso de la historia bélica, no me canso del cine clásico, no me canso de la ciencia ficción (he visto películas tan malas que jamás lo creeríais, pero eran de ciencia ficción); no me canso de cocinar, de conducir, de respirar humo por la boca en invierno, del sonido de las olas del mar en las playas yendo y viniendo; no me canso de ver vídeos de la NASA de cohetes despegando hacia el espacio, ese magma de fuego a presión necesario para alejar la nave de la fuerza gravitatoria de la tierra, al principio aparentemente despacio y luego más deprisa hasta desaparecer entre las nubes del cielo. También me fascinan los submarinos (he visto películas terribles porque sucedían en submarinos).

De las cosas inconfesables de las que tampoco me canso nunca no puedo permitirme hablar, pero sólo diré una cosa: son mucho menos originales que las confesables.

sábado, 19 de febrero de 2022

Secuoya

Veo vídeos de personas que construyen con sus propias manos unas cabañas bellísimas en los bosques más salvajes de Canadá, y viven allí cultivando y cazando su comida, estación tras estación -las cinco. Veo vídeos de personas que viajan con su furgoneta de segunda mano alrededor del mundo, durmiendo el año pasado en una playa de la Patagonia y ahora en las montañas del Atlas marroquí.

Yo estoy en Zaragoza y dentro de un rato haré lo que tengo que hacer, que no tiene nada que ver con la Patagonia ni con las montañas de Marruecos. No pasa nada. Me miro en el espejo y veo otro viaje más lento pero igualmente salvaje y cruel. Allí no hay bosques de secuoyas ni profundos cañones creados por el agua durante miles y miles de años en la roca roja; allí solamente se refleja el fruto del viaje de la vida en mi cuerpo y mi rostro. Lidio con ello.

Sí, me gustaría vivir en una cabaña en medio de un bosque canadiense y saber cazar y utilizar el hacha y no depender de nada ni de nadie; me gustaría mucho estar muy lejos de cualquier lugar, de cualquier conocimiento.

viernes, 18 de febrero de 2022

Tulebras

Recientemente me he reencontrado en internet con mi primer amor de la adolescencia. Mi madre está enferma de Alzheimer. De la primera me enamoré como sólo se puede enamorar un chico de catorce años. A la segunda la amo como un hijo puede amar a su mamá. La vida tiene estas cosas. Pensé que a la primera la había perdido para siempre, pero es la segunda quien se va desvaneciendo lentamente frente a mí mientras mi corazón se rompe en pedazos.

La vida es algo extraño e impredecible: flotamos sobre ella al albur de las tormentas y las calmas chichas. Si pienso en mi primer amor la veo claramente frente a mí, su cuerpo y su rostro, hace cuarenta y cuatro años, en Tulebras. Amo a mi mujer y amo a aquella joven de Bilbao, como amo a mis hijos y también a mi mejor amigo de Girona. Me alegro de haberla encontrado y sigo adelante. La vida es una mochila invisible.

jueves, 17 de febrero de 2022

Panteras negras

Continúo sintiendo un cansancio invisible, atávico, apático. Sé lo que es porque hace años lo sentí, puedo identificarlo. Las panteras negras me acechan en la espesura.

Echo de menos la alegría. La mía y la que podría dar a quienes me aman. Hace una hora he hablado con mi padre, como cada noche: las cosas no estaban demasiado bien.

La enfermedad, cuando sucede en una familia que se ama, produce mucho dolor a muchos. También: cada uno es como es. Cómo y cuánto me gustaría ser distinto a como soy, lo juro; sufrir menos porque sufro inutilmente, para nada, de un modo que no ayuda ni a la causa del sufrimiento ni a mí; sufro para nada, para nada, y sufro.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Costillas

Qué inmenso cansacio. Me gustaría salir de mi casa y correr en los campos bajo la noche, pero me costará cierto pequeño esfuerzo alcanzar la cama de mi dormitorio.

Sí, me siento derrotado, pero mi corazón todavía palpita detrás de las costillas. ¿Qué soñaré hasta que mañana se haga de día? No lo sé. Mi corazón palpita detrás de las costillas.

martes, 15 de febrero de 2022

Los dioses saben

Una señal inequívoca de que no estoy tan bien como contesto cuando me lo preguntan es que me gusta más el final del día que el principio. ¿Qué tal estás? Bien, gracias (quiero que esto acabe y acostarme y despertar siquiera durante unas horas en otro sitio).

El final del día me aproxima a una tranquilidad que durante la mayor parte de mi vida tuve durante el día y ya he perdido. Es así. Amo con el mismo amor, me dejo querer más que nunca, pero es así.

Oh, los dioses saben que me gustaría ser de otra manera. Más racional, más práctico, no sé. Lo he intentado, sigo intentándolo. Compartimentar las situaciones y los sentimientos que ellas me provocan. Ahora mismo eso ya no me funciona, aunque durante un largo tiempo sentí tener las riendas y el control en mi mano.

En estos momentos de mi vida me gustaría poder pincharme una inyección que disipara de mi mente los pensamientos negativos que no aportan nada, el sufrimiento que no aporta nada: lo que soy. Y tomo mi medicación cada mañana con un vaso de zumo de naranja, pero me temo que ya no alcanza a cumplir sus objetivos.

Sólo me satisface la belleza, la belleza nada más. Mi pareja que me acompaña en el camino, la música, el cine, lo poco que leo cuando estoy así.

Pero también esto pasará, como pasaré yo y todo el amor que siento y sentí una vez; como pasará la enfermedad y la vida de mi madre y la de mi padre y la mía y la de mis hijos. También esto pasará. La pequeña muerte diaria de cada noche me consuela como una simulación, un entrenamiento dulce y sin dolor. Mañana no existe aún.

lunes, 14 de febrero de 2022

Nubes

Ya en Barbastro, después de haber estado el sábado y el domingo con mis padres, me sirvo un whisky con hielo sintiéndome culpable de todo lo que alguien puede sentirse culpable. Llovió un poco durante el día. Hablo por teléfono con mi padre y me cuenta que Nati no quiere ponerse el pijama y le insulta gravemente. Mamá tiene Alzheimer y su espíritu se revela en medio de la incomprensión, la nada, lo que no existe.

Debo luchar contra mí mismo para estar a la altura de esta época que, como sucede en tantas familias del mundo, nos está tocando vivir; debo impedirme a mí mismo el profundo e infinito dolor que siento si quiero ser útil.

La noche llegó hace horas. Ojalá mañana lloviera sin parar durante días y días. Días y días y días y días y días. Noches y noches y noches de lluvia. Nubes. Días. Noches.

domingo, 13 de febrero de 2022

Ya cantan

Acabo de despertarme tumbado en el sofá de nuestra casa en Zaragoza. Me quedé dormido viendo la ceremonia de entrega de los premios Goya de la Academia de cine español. Son las cinco y media de la mañana. Odio estas cosas, pero he descubierto que algunos pájaros ya cantan entre los árboles, puedo escucharlos a pesar de que todavía no ha aparecido la luz. Mi caballo negro ha dejado de galopar y ahora sólo quedo yo, que me dirigiré a la cama como un reo de sí mismo, y dormiré unas horas más. La vida también era esto.

sábado, 12 de febrero de 2022

Un caballo negro

Llega la noche y lo único que querría es montar en un caballo negro y galopar hasta alejarme de esta gran ciudad rodeada de desierto. Galopar bajo las estrellas hacia ninguna parte, lejos del ruido de las calles, lejos del ruido de mis pensamientos; galopar y galopar.

viernes, 11 de febrero de 2022

Luz en la oscuridad

Sí, somos un suspiro, pero en ese parpadeo caben no solamente nuestras vidas sino todas las que nos precedieron. Frente a mi ventana el río casi seco por la sequía a duras penas avanza hacia el mar. La estrellas, muchas de ellas muertas hace millones de años, brillan en el cielo sobre la pequeña ciudad. Seremos alcanzados, no importa cuan rápido corramos a través de la noche, a través del día, a través de los campos de cebada, a través del mundo: seremos alcanzados, desapareceremos y las cosas seguirán sucediendo como cuando existíamos. Siempre fue así. No pasa nada. Lo importante es, en mi opinión, no desfallecer en la exploración, no desfallecer en amar y ser amados, no desfallecer en la curiosidad, en el ejemplo inconsciente, no desaparecer en la memoria de quienes conservan la brasa del fuego que se encendió hace miles y miles de años. La vida no es una cerilla que se consume, es una antorcha que pasa de mano en mano. Luz en la oscuridad.

jueves, 10 de febrero de 2022

Cuarenta días

He leído que una abeja vive menos de cuarenta días, visita al menos mil flores y produce a lo largo de toda su vida casi una cucharada de miel. Casi. Es una información que me ha resultado interesante y a la vez muy sorprendente: cada cucharada de miel es un poco menos que el fruto de la vida entera de una abeja voladora sobre los campos entre los árboles y arbustos. Siento en mi interior que existe un desequilibrio en alguna parte: no sé si cuando vierto miel en mis tostadas para untar en el café con leche o, simplemente, en mi conciencia.

Hoy he comido un chuletón entreverado de grasa, una maravilla que he disfrutado como el carnívoro de mandíbulas manchadas de sangre que soy; un chuletón muy poco hecho. ¿Y entonces? La abeja no muere para que yo pueda disfrutar de su miel, pero el pedazo de vaca que me he comido pertenece a un animal muerto.

Convivo con todas estas cosas. La razón y el deseo. El conocimiento y la ignorancia. Lo que debería hacer y lo que quiero hacer. Lo que me gustaría ser y lo que soy.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Como viajar en el tiempo

He dormido una siesta de hora y media. Al despertar ya no era de día. Ha sido como viajar en el tiempo. Hubiera podido despertar con veinticinco años de edad o con ochenta. Durante unos segundos no sabía quién era, dónde estaba, en qué lugar del mundo.

martes, 8 de febrero de 2022

Transiciones

Desde pequeño trataba de averiguar la frontera de las cosas. En qué momento dejaba de ser de día para pasar a ser de noche. En qué momento justamente dejaba de estar despierto para estar dormido. Momentos de transiciónes suaves, invisibles, imperceptibles.

Son las ocho menos diez de la noche. Hace tiempo que se hizo oscuro y tengo sueño, aunque es demasiado pronto para acostarme. Y todo es casi siempre así.

He ido al baño a hacer pis y luego me he mirado en el espejo. ¿En qué momento me convertí en lo que soy ahora? Todo es casi siempre así.

lunes, 7 de febrero de 2022

Arena en la playa

Somos nuestro cerebro, lo sé bien. He conocido a mi madre toda mi vida, literalmente, claro. Sé cómo es, cómo era. Contemplé desde pequeño su maravillosa relación con mi padre, el hombre más guapo y más bueno que existe en este planeta, pero en el último tramo de sus vidas en este mundo llegó al Alzheimer y puso todo patas arriba, sus vidas y también las nuestras, las de sus hijos e hija, que les queremos con locura.

Pero no pasa nada, es la realidad de miles y millones de familias en el mundo en este mismo instante; pero sucede todo: esta cruel realidad del pequeño y minúsculo universo que es mi familia y superaremos con mucho amor, este minúsculo grano de arena en la playa.

domingo, 6 de febrero de 2022

Andamios

Durante algunas semanas tuvimos andamios en la terraza de nuestro piso de Zaragoza. Era una vista terriblemente fea desde el salón, tan fea que bajábamos la persiana hasta el suelo. Pero por fin terminaron los arreglos en los balcones y fachada y hemos vuelto a recuperar el paisaje de siempre. Nuestro edificio tiene la suerte de erigirse frente a un gran colegio infantil y estamos a muchos metros de las fachadas del otro lado. Podemos ver la línea urbanizada del barrio y el cielo sobre ella. Es bonito teniendo en cuenta que se trata de una gran ciudad.

Si alguien me preguntara ¿por qué siempre escribes al final del día, tan tarde, incluso cuando ya es el día siguiente?, le contestaría: porque es el instante de hacer recuento, porque me da miedo hacerlo antes, porque no sé absolutamente nada de nada.

Voy a irme a la cama a dormir, como cada día desde que vine a este mundo extraño, raro e insólito. Todo es tan extraño, tan raro, tan insólito.

sábado, 5 de febrero de 2022

La historia de mi vida

Sé lo que debería hacer casi al detalle, punto por punto, día tras día, mes tras mes, y lo sé porque ya lo hice en el pasado reciente, aunque no ahora mismo. ¿Por qué? Porque lo que debería hacer no me produce el mismo placer que lo que hago. Así que, como ya he hecho otras veces a lo largo de mi existencia, debo elegir entre el placer y su contrario, que no es exactamente el sufrimiento pero sí algo parecido y sordo que no sabría definir con exactitud.

Y esta es la historia de mi vida: largos periodos de hedonismo irresponsable con fugaces etapas de responsabilidad monacal. Me gusta imaginar que no soy el único ser humano a quien le sucede esto en nuestro planeta. Mi carne es débil y mi curiosidad infinita.

viernes, 4 de febrero de 2022

Algo así

Mi vida no es complicada, pero me gustaría que lo fuese todavía menos. Algo así como el extremo de una canoa que, lentamente, rompe el agua del ancho río atravesándola. Los pájaros en los árboles de la orilla. Las nubes blancas en el cielo azul. Algo así.

jueves, 3 de febrero de 2022

Bruguera Historias Selección

Me siento agotado sin saber por qué. No todo podemos ni debemos saberlo (esto es algo que me gustaría poder decirles a los usuarios que se sientan al otro lado de mi mesa de trabajo).

La vía láctea que atraviesa el cielo nocturno de nuestro planeta es una anécdota del tamaño de un grano de arena en el desierto. A veces me gustaría conocer menos, saber menos, vivir al margen de la exploración, conformarme con lo que puedo modificar, con lo que está en mis manos, pero es imposible. La culpa es de los libros de Bruguera Historias Selección que mis padres nos ponían cada navidad la mañana de reyes. Robinson Crusoe, Los hijos del capitán Grant, Mil y una leguas de viaje submarino, Robin Hood, La isla del tesoro, y también la colección de Los cinco de Enid Blyton, y todos los que vinieron después. No puedo conformarme. Ya es tarde para eso.

Me acostaré, cerraré los ojos y los abriré en una isla desierta, en otro planeta a millones de años luz de aquí o en el Nautilus del capitán Nemo, a kilómetros de profundidad bajo el océano, en la fosa de las Marianas.

miércoles, 2 de febrero de 2022

Llámala amor

Mi vida, como la tuya, es compleja, un mapa de territorios que a veces se mezclan y a veces no.

La noche se extiende sobre esta pequeña ciudad como el cansancio sobre mi corazón.

Yo, como tú, nado, floto, me aproximo a la playa, camino a través de los prados y los bosques bajo el cielo.

Confieso que estos días me cuesta mantener mi estoicismo, mi comunión universal, todo eso.

Pero he de decir que los últimos sucesos de mi vida familiar no han logrado que la llama de mi interior se apague del todo. En la oscuridad brilla una brasa. Llámala amor, llámala supervivencia.

Llámala amor.

martes, 1 de febrero de 2022

Elefantes o rinocerontes

Nuestro organismo hace muchas cosas al margen de nuestra voluntad. Los pulmones se llenan de aire y se vacían, el corazón late a 68 latidos por minuto, nuestro estómago digiere la cena, el hígado filtra las sustancias tóxicas y nos protege de nosotros mismos hasta donde puede hacerlo.

No estoy muy seguro de pensar las cosas que yo quiero pensar y escribir. Tengo dudas respecto a eso. Mi cerebro es un órgano como mis pulmones, mi corazón, mi estómago o mi hígado.

¿Por qué debería creer que todos los órganos del terrícola que soy actúan por su cuenta y mi cerebro no? No tengo en absoluto la sensación de controlar lo que pienso y escribo en estos diarios. Aunque mantengo, es verdad, un filtro mínimo que me impide escribir cosas demasiado íntimas y probablemente decepcionantes, sí, es verdad, pero, al margen de ese filtro mínimo que mantienen activo un puñado de neuronas, ¿qué control tengo realmente sobre mis pensamientos más allá del oficio de escribir y articularlos en palabras y frases y párrafos, algo que hago desde que tenía doce años?

A menudo mi cerebro es un órgano contra el que combato inútilmente. Sólo dispongo de tratamientos semejantes a los que utilizan los científicos para salvar a los elefantes o los rinocerontes de Masai Mara. Un disparo, caída, medición, análisis de sangre, inyección, y un levantarse en medio de la sabana tambaleante pero vivo.

El mundo me interesa mucho. Su pasado, su futuro. La prehistoria, la ciencia ficción. Me interesa saber, básicamente, de qué cojones va todo esto, toda esta película a la que yo, mientras escribo ahora mismo, pongo una banda sonora de Bach. ¿Qué es lo que veo y siento? ¿Por qué mi madre, enferma de Alzheimer, ha tirado esta noche un vaso de vino con gaseosa al rostro de mi padre, que la cuida día a día? ¿Por qué merece la pena vivir cuando ya no eres tú sino algo parecido a ti? ¿Por qué no tenemos un botón bajo la piel en el homoplato, en una nalga, en el tobillo, para apagarnos?

Yo mañana me lo instalaría sin dudarlo. Qué arma para vivir; saber que sin desagradables ahorcamientos, caídas de edificios o disparos en la cabeza podríamos tener el control de nuestra existencia. Posiblemente sería el único acto de nuestra vida producto de nuestra voluntad sincera, o loca, o enferma, o desesperada, pero verdaderamente nuestra.

lunes, 31 de enero de 2022

Tampoco

Ni yo mismo soy capaz de comprender la desfachatez de escribir cada día como si mi vida fuese interesante. A menudo creo que lo que hago es, como en el cuento, dejar migas de pan en el suelo del bosque en el que me he perdido, por si quisiera buscar alguna vez el camino de regreso; a veces pienso que hago un croquis en la servilleta de un bar para indicaros cómo llegar a un lugar que desconozco.

He aprendido que nada tiene demasiada importancia. Tampoco nuestra poca importancia.

domingo, 30 de enero de 2022

Gorgona

Por alguna razón inexplicable esta mañana, antes de ir a Zaragoza, fui a lavar el coche a uno de esos lugares de mangueras a alta presión. Era temprano y hacía frío. Me caí al pisar la capa de agua congelada alrededor del coche. Fue una caída de comedia de los años veinte, todo largo en el suelo. Me hice daño en el costado izquierdo y, al soltar instintivamente la manguera, esta salió despedida al espacio exterior como si fuese un ser con vida propia. El suelo helado estaba tan resbaladizo que no encontraba la manera de ponerme en pie hasta que, como una babosa invernal, me acerqué al coche y, apoyándome en su parachoques, pude poco a poco erguirme. Miré a mi alrededor con ojos de hipopótamo y no había nadie. ¿A qué otro gilipollas se le iba a ocurrir lavar el coche con todo el territorio helado, a dos grados bajo cero?

Luego, con todo el pantalón mojado y sucio, además de un dolor en el costado izquierdo, fui a comprar algunas cosas al supermercado, regresé a casa, me cambié de pantalón y, una hora más tarde, conduje hasta el lugar donde escribo ahora: Zaragoza.

No voy a repetir lo de siempre aunque hoy, también, se ha repetido. La enfermedad de mi madre es terrible para todos y, sobre todo, para el ser humano más bueno y que más queremos sus hijos en el mundo, además de ella: mi padre. Al menos hoy Maite y yo le hemos podido dar la medicación y la hemos dejado dormida en la cama. Son tiempos, épocas, estratos geológicos que, como todos los demás estratos geológicos de la tierra, jamás podremos ahorrarnos.

Ahora escribo y, mientras lo hago, soy feliz porque abro las compuertas y puedo liberar parte del peso de mi corazón. Si respiro fuerte, como si alguna vez hubiera hecho deporte, me duele el costado izquierdo, pero como nunca he hecho deporte no hay problema. Me tomo un whisky con hielo. Maite duerme. Me resulta imposible imaginar qué estará sucediendo en el piso de mis padres, y siento una pena profunda pero no quiero dejarme arrastrar por ella. Prefiero la imagen de mí mismo resbalando sobre el hielo al lado de mi coche y la manguera de agua a alta presión volando a su aire como una gorgona liberada de la moneda en el pequeño cajero oxidado. El peatón que resbala en una cáscara de plátano. Risas. Aplausos.

sábado, 29 de enero de 2022

Miren

El mundo, nuestro planeta, los continentes y océanos, parecen y son inconmensurables, pero a veces suceden pequeños milagros. A mí me ha sucedido recientemente uno que ha convertido mi mundo en un lugar pequeño y precioso, un bosque de caminos que se cruzan. He tenido respuesta a preguntas que me hice muchas veces. Todavía me cuesta creer esta suerte, esta fortuna. La noche se aproxima a la orilla bajo el cielo estelar y la luna brillando como si fuese un planeta. A mi alrededor todos se retiran a dormir. También yo lo haré pronto. Mañana conduciré hacia Zaragoza. La vida sólo termina cuando termina, no antes, y mientras tanto todo es posible, he podido saberlo hoy: todo es posible.

viernes, 28 de enero de 2022

Nelly

Tengo la sensación de estar escribiendo siempre lo mismo, pero, como dijo Heródoto, el agua del río nunca es la misma y quien se baña en él tampoco. Hoy mi madre ha querido ir al Centro de día por la mañana y ha tomado su medicación, algo que nos ha alegrado muchísimo a todos.

El agua del río nunca es la misma. Mañana comienza a trabajar en casa de mis padres Nelly, una mujer nicaragüense que, durante la entrevista que mantuvimos en una cafetería junto a la Gran Vía, me produjo buenas sensaciones. Hoy mismo la he dado de alta en la Seguridad Social, yo haré su contrato, sus nóminas, todo en orden.

Vivir es esto, exactamente esto, no otra cosa: esto. Las aguas que van a dar en la mar.

jueves, 27 de enero de 2022

Cantata

Mi hija me regaló estas navidades unos cascos que eliminan el sonido exterior. No sé cómo lo hacen, pero lo consiguen. Me los pongo y el mundo desaparece. Incluso aunque no escuche nada a través de sus auriculares, en su modo máximo de aislamiento apenas oigo nada. Era lo que quería: ser sordo artificialmente y a demanda.

Porque a veces el mundo me abruma, los sonidos del mundo me abruman, incluso los más comunes. Adoro eliminarlos de mi cerebro. El tinnitus sigue ahí pero él solo, sin nadie más que yo, su enemigo vencido. Hace años me dijeron que me acostumbraría a esa presencia y, a pesar de no creerlo en absoluto al principio, así ha sido: forma parte de mi vida y, salvo que centre mi atención en él, ahora es casi invisible.

Vivo con mi tinnitus, con mis muertos, con mis amistades desaparecidas en el trajín de la vida; vivo con mis olvidos y mis recuerdos a medias; con mi primer amor a los trece o catorce años -cómo será ahora, habrá formado una familia, será feliz, sólo al recordarla se acelera mi corazón y me estremezco.

Vivo y duermo y me despierto, y hago lo que debo hacer, y sigo adelante. Los cascos que me regaló mi hija me ayudan a sentirme un gordo astronauta sujeto a la gravedad de la tierra. Ahora mismo podría haber un bombardeo y yo seguiría escuchando la cantata 147 del maestro Bach que tantas veces canté con la coral de Binéfar, ajeno a todo sonido exterior.

Sé lo que soy. No oír voluntariamente los sonidos del mundo cotidiano me ayuda a ser más lo que soy, aunque eso me suponga algún susto cuando mi mujer me toca el hombro para decirme algo. Soy el que soy sin necesidad de ninguna zarza ardiente.

miércoles, 26 de enero de 2022

Cerbatana

Me digo que son épocas, temporadas, malas rachas, momentos. Y, en lo que me queda de inteligencia, sé o quiero saber que tengo razón. Imagino, por ejemplo, que vendrán otras distintas si sobrevivo a esta. Pero todos morimos en una época, en una temporada, una mala racha, un mal momento. Esto también es verdad.

Hoy he tramitado la viudedad de una mujer casada con un hombre que ha fallecido por culpa del covid a los cincuenta y un años. Ella es de origen colombiano y se ha quedado sola con un hijo autista de dieciséis años. Épocas. Su marido murió en medio del tiempo, de una mala racha, cuando no tocaba.

Porque ni el tiempo ni lo inesperado nos da respiro. Porque el tiempo es un maldito hijo de puta que nunca se detiene de verdad, ni siquiera cuando nos rendimos al sueño e inmediatamente despertamos en Nueva Zelanda, o en un velero en medio del Cabo de Hornos, o cabalgando en las praderas de Arizona, o trabajando en una mina romana como esclavo tras la invasión de mi pueblo, o cazando en el Amazonas con una cerbatana. El tiempo no se detiene jamás e, incluso mientras dormimos, cura y envejece al mismo tiempo nuestros músculos, nuestros huesos, nuestros órganos internos, nuestra memoria. Cura y envejece.

Por eso no puedo fiarme de mis pensamientos. No, no, no: nunca. Lo que escribo, lo que pienso, sólo es un río sin verdadero sentido, como los ríos de verdad. Todo y nada puede suceder en cualquier momento. Debo prepararme para eso, debo aprender a prepararme para eso.

martes, 25 de enero de 2022

Entre las viñas

La ansiedad ha regresado. Ni siquiera el frío bajo cero de las mañanas en las que camino hacia el trabajo puede con ella. Conozco bien su origen y sé que debo aprender a combatirla sabiéndolo. Pero mañana por la mañana pondría un pie delante del otro hasta dejar atrás la pequeña ciudad y sus edificios, y pisaría sobre los charcos de hielo entre las viñas, y me tumbaría allí boca arriba, sobre la tierra esponjosa, vestido con mi ropa de invierno mirando el cielo azul, y cerraría los ojos durante un rato, mucho rato, durante todo el tiempo necesario.

lunes, 24 de enero de 2022

Los gorriones duermen

Voy a acostarme sin saber gran cosa de nada. Recuerdo un verso de un poeta polaco cuyo nombre no recuerdo que decía algo así como: "el grifo es pequeño / pero mi sed es inmensa como un océano". Me siento así. Los poetas saben decir esas cosas.

Hoy he leído en un periódico que cada día el sol sale un minuto más pronto y se pone un minuto más tarde. Todos sabemos que a partir de enero y febrero aumentarán las horas de luz. Me gusta vivir en un hemisferio en el que existen cuatro estaciones. Bueno, cinco en mi caso.

Me voy a la cama sin saber mucho más de lo que sabía ayer. El río Vero viaja hacia el mar frente a mi casa con un caudal de dos palmos de altura. Los gorriones duermen. Yo también dormiré.

domingo, 23 de enero de 2022

Nadie como tú

Zaragoza. Ya no tenemos andamios en la terraza y han cambiado los cristales rotos, aunque los nuevos son ligeramente de otro color y mi TOC se acelera un poco al verlos.

Por la tarde, muy pronto, drama de mi madre con mi padre. Corriendo con Maite a su casa, de donde habíamos salido a las dos. Ella quería salir a la calle con el pijama y su marido, papá, se lo ha impedido. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Mi padre es una mala persona, lágrimas, estoy sola, todos estáis equivocados, os ha puesto en mi contra, etcétera. Alzheimer. Mi padre la ama y la cuida y se ocupa de la casa, la comida, la limpieza, todo. Tiene ochenta y cinco años. El próximo lunes daré de alta en mi oficina a una empleada de hogar, y todos rezamos para que la acepte y congenien y sea posible que mi padre tenga un descanso, porque ya casi no puede más.

Me he ido del piso de mis padres a las seis y media. Ella ya estaba más tranquila, ni siquiera se acordaba de lo que había sucedido. Por mi trabajo sé que el Alzheimer es una enfermedad terrible, pero vivirla en primera persona es devastador.

He salido de la casa donde crecí gran parte de mi vida agotado, literalmente reventado mentalmente. Y he estado tres horas. Mi padre está todos los días, veinticuatro horas siete días a la semana. Al llegar a nuestro piso me he servido un whisky con hielo. Me siento rendido: es el whisky, dos porros o dos pastillas de Lorazepam. Rendido, triste, ansioso y preocupado.

No es una historia original. Miles de familias están pasando por lo que está pasando la mía. Yo mismo, por mi trabajo de informador de la Seguridad Social, he asistido a ese proceso, he escuchado historias como la mía. No consuela. Nunca existirá en este mundo nadie como mi madre, nadie como mi padre, nadie como tú o como yo.

sábado, 22 de enero de 2022

Camisetas con dibujos

Un lugar donde vivir. Alguien que me ame como soy, sin medias tintas. Las necesidades básicas y algunas pocas extraordinarias cubiertas con el salario de un trabajo que me gusta. El frío del invierno que precede a la primavera. Ver en la pantalla un dron de origen humano volando sobre la superficie de Marte. Poder comprar camisetas con dibujos y mensajes que me gustan. Poder comer lo que quiera. Amar. Ser amado. Ser una más entre las personas más afortunadas de toda la tierra.

viernes, 21 de enero de 2022

Calendario estelar

Cuaderno de bitácora. 21 de enero de 2022 según el calendario estelar de la especie humana. Navego a a través del tiempo. Nada que anotar hoy. Tengo mucho sueño. Avanzo hacia el futuro al margen de mi voluntad. Sé que así ha de ser. Floto mirando el cielo de día y también de noche. Soy, como tú, un viajero del tiempo. Todos somos astronautas.

jueves, 20 de enero de 2022

Algunas de las estrellas

Un nuevo día termina y,
en un instante,
se ha convertido en pasado,
casi nada queda de él.

Navegamos sobre aguas veloces.
Los acontecimientos suceden y
tomamos decisiones a
cada momento. Vivir es así.
No nos guía el destino sino
el instinto, por eso al cruzar una calle
miramos a iquierda y derecha
antes de dar el siguiente paso.

La inteligencia sabe
manifestarse de muchos modos.
Algunas de las estrellas
que contemplo en el cielo nocturno
murieron hace millones de años.
Es importante saberlo.

miércoles, 19 de enero de 2022

Tortilla de chorizo

Estoy agotado. Los martes atendemos a los ciudadanos por la tarde. Sé que para mucha gente la atención e información de una pequeña oficina comarcal de la Seguridad Social es un trabajo que no requiere gran esfuerzo. Y no, no requiere esfuerzo físico, pero sí mental. Cada persona que se sienta al otro lado de la mesa, cada persona a la que llamas por teléfono, es distinta de la anterior, y sus consultas y problemas son también diferentes. Los martes, atendiendo por la mañana y por la tarde hasta las siete, son abrumadores. Como comentamos los compañeros medio en broma, al acabar no sabemos ni cómo nos llamamos.

Los ciudadanos quieren, y así lo merecen, un trato humano de calidad, empático, educado, amable y eficaz. Yo llevo muchos años haciendo este trabajo y creo que he aprendido a desarrollarlo de ese modo, pero para ello he de poner todo mi corazón y mi improbable inteligencia en escuchar y saber qué debo hacer, cómo he de hablar, hasta dónde puedo llegar. Y se da la paradoja de que justamente todo esto que me agota es lo que me engancha de mi trabajo. He aprendido mucho de la vida de otras personas; he asistido a tragedias, a alegrías, me han contado cosas íntimas, a mí, a un desconocido, sabiendo que, como los sacerdotes, mi profesión me impediría dar datos personales, como de hecho así es.

A las siete, cuando hemos salido de la agencia, ya era de noche. Exactamente parecían las once o las doce de la noche, y hacía mucho frío. He comprado cuatro cosas y he ido a casa, donde Maite preparaba sus clases en la mesa del salón, rodeada de papeles, el portátil abierto. Me he cambiado de ropa. Para cenar he cocinado tortilla de chorizo. Hemos cenado en la mesa pequeña delante de la televisión con una botella de vino tinto. La tortilla estaba buenísima. He dicho: "Si abriera en Londres un sitio donde sólo hiciera tortillas de chorizo me iba a forrar". La vida también está hecha de decir tonterías.

Sí, estoy agotado y al mismo tiempo me siento bien. Es una agradable sensación semejante a la dulzura de las enfermedades leves, ese dejarse llevar por el abandono, flotando sobre el agua del río boca arriba viendo pasar las ramas de los árboles bajo un cielo azul de color azul.

Todo está bien. Mi vida actual está llena de preocupaciones banales y otras importantes, pero todo está bien. La diferencia entre la vejez y decadencia de quienes fueron tus jóvenes padres y la erupción de un volcán o las lluvias torrenciales que lo arrastran todo a su paso no existe: son lo mismo.

Me voy a acostar y leeré exactamente tres párrafos de la novela que tengo entre manos desde hace unas semanas antes de caer dormido y despertar en otro mundo fresco y nuevo, descansado como si la vida de este lado no existiera. Me gusta jugar a imaginar esas cosas. La vida también está hecha de imaginar tonterías.

martes, 18 de enero de 2022

El jabalí

Hoy he pasado todo el día con mi mejor amigo desde hace treinta y tres años. Ha venido desde Girona a pasar tres días en la Sierra de Guara y esta mañana he ido a Adahuesca para estar con él todo el día. Hemos caminado por el campo, hemos reído, nos hemos puesto al día de nuestras familias y, en realidad, absolutamente, ha sido como si nos hubiésemos visto ayer.

En las zonas de sombra el campo estaba cubierto de hielo blanco, pero lucía el sol en el cielo. El campo en invierno siempre me recuerda a Chéjov. Las fincas de cereal estaban húmedas y blandas, y las ramas desnudas de los árboles parecían desprender un fulgor dormido en el cielo azul.

Hemos venido a Barbastro a comer y luego, más tarde, hemos recogido a Maite y hemos ido a pasear por una ruta junto al río Vero que hay en un pueblo cercano que se llama Castillazuelo. Ha sido un paseo agradable. En algunos tramos había tanto hielo que era casi como pisar nieve, algo que me gusta mucho.

Más tarde hemos venido a casa a cenar algo, tras comprar cuatro cosas en un supermercado. Ha sido en ese momento cuando he visto en el móvil los mensajes de mi grupo familiar, hablando del bajón de mi madre, de la situación de mi padre como imposible cuidador con sus ochenta y cinco años, hablando de posibles soluciones que actualmente se resumen en una: ayuda domiciliaria. La última vez que recurrimos a ella tuvimos que cancelarla porque mi madre no la quería, pero ahora el Alzheimer ha avanzado y tal vez nos lo permita.

En cualquier caso durante la cena he compartimentado mis sentimientos. Es algo que he aprendido a hacer: compartimentar realidades y sentimientos, no mezclarlo todo como si fuese joven. No soy joven, y he reído muchísimo mientras la tristeza esperaba su turno en la cola. Lo mejor de Carlos es que con mirarnos nos basta para saber y para reírnos de nuestra sombra; lo mejor de Carlos es que él me quiere como soy y yo también a él como es. El amor de la amistad, como el de la pareja, es querer al otro como es, sin más, sin querer cambiar nada sustancial del otro. Bueno, en la amistad sin querer cambiar absolutamente nada del otro (en eso gana por goleada al amor romántico).

He dejado a mi amigo en Adahuesca y he regresado a Barbastro. No se ha cruzado delante del coche ningún animal. La luna llena brillaba en el cielo como una lámpara de papel gigante, y también las estrellas en la noche helada.

Al volver a casa, cambiarme de ropa y venir a escribir a esta mesa diminuta, en la cola de mi mente absurda le ha tocado el turno a la tristeza. He escrito a mis hermanos y cuñadas y cuñado. Es paradójico que hoy haya podido reír y ser feliz mientras en Zaragoza la enfermedad de mi madre avanza inexorable y sin piedad. Menos mal que allí están mis hermanos Javier y Carlos (sí: mi hijo se llama Carlos porque mi hermano se llama Carlos y mi tercer hermano, mi amigo del alma, se llama también Carlos). Ellos están sobrellevando el día a día entresemana. Los fines de semana vamos nosotros y mi hermana Susana y su familia.

Algo sé: será el amor lo que nos ayude a pasar este puente, el que nos tenemos entre nosotros y el que les tenemos, infinito, a nuestros padres. Cuando haya que reír, reiremos; cuando haya que llorar, lloraremos. Somos vida, somos luz, somos los frágiles y fuertes eslabones de una cadena cuyo comienzo no podemos ver salvo en los álbumes de fotografías, y aún allí sólo los últimos metros de la larga línea que se pierde en el pasado. Todo sucederá. Lo que realmente me obsesiona es impedir el sufrimiento de mi madre, el de mi padre, pero ¿qué puedo hacer? ¿Cómo podemos impedirlo? Lo único que nos queda, como siempre, es el amor. Amor, amor, amor, amor. Compañía, tomar una mano que tal vez algún día no sepa quién eres, llevar comida a mi padre como hace Javier para que no tenga que cocinar, pasar la tarde con ellos en su piso como hace mi hermano Carlos, hacerles saber que nunca estarán solos, que siempre estaremos a su lado, hasta el final, queriéndoles con todo nuestro corazón.

Tras dejar a mi tercer hermano en Adahuesca, de vuelta a Barbastro, he llorado un poco. No mucho, sólo unos kilómetros. La carretera tenía muchas curvas y en cualquier momento podía aparecer un jabalí.

lunes, 17 de enero de 2022

Promesas

Prométeme que sufrirás y se romperá tu corazón ante lo que deba ser pero no más allá; prométeme, Jesús María Miramón Arcos, que mantendrás encendida siempre y en cualquier circunstancia la llama de la esperanza; prométeme que seguirás creyendo que el amor es el secreto de todo porque lo sabes o imaginas que lo sabes; prométeme que agradecerás lo que la vida va a regalarte hasta el final; prométeme que no sustituirás la bondad por el cinismo, la curiosidad por el escepticismo, el interés por el aburrimiento; prométemelo, por favor.

Te lo prometo.

domingo, 16 de enero de 2022

Hipopótamo

No me gustaría estar ahora
en otro lugar del mundo
diferente a este. Al otro
lado de la pared duerme,
a salvo de mis ronquidos
de hipopótamo,
la mujer que amo.

sábado, 15 de enero de 2022

Carne de caballo

Hoy en mi trabajo un usuario que percibía una pensión de incapacidad permanente para su profesión de conductor de camiones me ha preguntado si podía trabajar cuidando caballos. Caballos. Los caballos son una de mis dos o tres debilidades principales. Le he informado de que, al ser una profesión absolutamente distinta a la que ocasionó su pensión, no había ningún problema, que podría trabajar cuidando caballos sin ningún problema. Le he comentado que amo a los caballos, que aprendí a montar a los catorce años, que me cambiaría por él, y entonces me ha dicho que se trataba de una granja de caballos para el matadero. El impacto ha sido tan grande que durante unos segundos no he sabido qué decir. Le he dado los buenos días y se ha ido para dejar paso a la siguiente persona que se ha sentado al otro lado de mi mesa.

Desde ese momento han pasado muchas horas, y soy lo suficientemente adulto (algo así) e inteligente (algo así) para saber que no existe ninguna diferencia conceptual entre comer carne de caballo o carne de cordero o de ternera o de pollo o de lo que sea. Me he dado cuenta y, ahora mismo, antes de irme a dormir, siento un poco de vergüenza de mí mismo, de mi especie, de lo que estamos haciendo. Pero mañana cocinaré cabezada de cerdo sin hueso con tomate y pimientos de piquillo. Y podría ser caballo, okapi o antílope.

Yo como carne, como pescado. No sé si siempre lo haré. Sé que durante miles de años mi especie lo ha hecho, sé que durante millones de años los antecesores de mi especie lo hicieron; sé que eso hizo crecer nuestros cerebros, sé que pasamos de ser carroñeros a ser cazadores y eso modificó nuestro organismo, que cuando aprendimos a controlar el fuego nuestra dentadura cambió, que la grasa animal alimentó nuestras neuronas, nos irguió y permitió que aprendiésemos a utilizar nuestras manos. Sé todo eso porque lo he leído y sé muchas cosas más porque también las he leído. Me fascina esa época. Pero confieso que para mí cuidar caballos no era alimentarlos y limpiarlos para llevarlos al matadero. Y confieso también mi hipocresía, mi falta de coherencia, mi contradicción flagrante.

Han pasado muchas horas y todavía me cuesta pensar inteligentemente en la anécdota que me ha sucedido esta mañana. Y añado: para mí los caballos son animales sobre los cuales cabalgar por el campo. Y sí, los humanos lo hemos hecho durante siglos y siglos y de hecho eso ha creado razas distintas, algunas de las cuales sé diferenciar sin género de duda. Pero entre montarme sobre ellos y comérmelos, en realidad, ¿qué diferencia hay que no los convierta en objetos de transporte o alimento? Definitivamente la consciencia es una mierda. La odio.

viernes, 14 de enero de 2022

Como el bello día

Ni la belleza ni la tristeza
tienen horario. Me dormí y
acabo de despertar sentado
en la silla, sí, sentado en
la silla. La noche me ignora
mucho más de lo que yo
le ignoro a ella, cansado como
un humano vacío, sólo huesos,
piel, cáscara, ropa, ella
recién despertada, la joven noche
tan inmortal como el bello día
que comenzará mañana helado,
transparente, eterno.

jueves, 13 de enero de 2022

Intacta

Amanece otro día con temperaturas bajo cero. He dormido bien. Espero que el día me sea propicio (a veces me gusta hablar como lo hacen los romanos en las películas).

Ayer sucedió y nunca volverá, el futuro no existe y ahora voy a ponerme en marcha con mi esperanza intacta. Lucho cada instante para mantenerla, a menudo contra mí mismo.

miércoles, 12 de enero de 2022

Toda esta levedad

Tras algo más de veinticuatro de horas en ayunas ya me he recuperado de la gastroenteritis. A mi padre le está costando un poco más. Imagino que esa es la diferencia entre tener 58 años y 85.

Hoy ha sido una mañana de trabajo "suave": sin parar pero sin aglomeraciones ni situaciones incómodas como otros días. Yo, como un recién resucitado, limpio por dentro y por fuera, estaba tranquilo, sereno, consciente de algo que nunca he sabido muy bien cómo definir: fugacidad, toda esta levedad.

martes, 11 de enero de 2022

Almejas sospechosas

Noche mala, con dolor de estómago, ganas de vomitar que intentaba contener en la oscuridad y, finalmente, pequeña carrera para llegar a tiempo al cuarto de baño. He vomitado varias veces hasta que, al menos por allí, ya no quedaba nada, porque después todavía me ha dado tiempo de permitir su paso a la diarrea. Madrugada mala. Me he lavado los dientes pero esa sensación de ácido en el interior de los dientes ha sido costosa de erradicar. Algo que me sentó mal: una grastroenteritis que me ha postrado en la cama.

Al mediodía mi hermano Javier nos anuncia que mi padre también ha vomitado y está muy pachucho. La hora de sus vómitos coinciden casi al minuto con la mía. Le llamo al teléfono. El domingo al mediodía, antes de volver a Barbastro, fui a visitar a mis padres a su casa. Como llovía un poco, en vez de ir a dar un paseo mi padre sacó unas aceitunas y, tachán, unas grandes almejas de lata que mi madre no comió porque, según dijo, "estaban duras". Y lo estaban: grandes, duras y oscuras, pero por no hacerle un feo al abuelo las comí junto a él. Cuarenta horas más tarde vomitamos los dos. Mi madre, que no las comió, está muy bien (dentro de las circunstancias). Me pregunto si es normal que pasen tantas horas entre el consumo del producto y sus consecuencias, desde el domingo al mediodía hasta la madrugada del lunes al martes, pero la coincidencia es demasiado evidente.

Y aquí estoy, en ayunas desde la cena de ayer, haciendo uso de mis abundantes reservas naturales y bebiendo mucha agua. Hacía mucho tiempo que no vomitaba, no recordaba lo desagradable que es, el dolor muscular después de las contracciones musculares, el sudor frío, la debilidad. Este año comienza fuerte, aunque lo importante es que mi padre, una persona muy mayor, se recupere lo antes posible. Afortunadamente dos de mis hermanos viven en Zaragoza y están por ellos. Dos mil veintidós, qué tienes preparado para nosotros.

lunes, 10 de enero de 2022

Una despedida

He ido al taller, me han dicho dónde estaba y me he acercado a ella con una bolsa para despedirme. Mi vieja y querida Citroen Picasso de 2004, con cuatrocientos mil kilómetros, ha dicho basta. Algo de la culata (siempre es algo de la culata y los balancines). Una avería demasiado cara para un vehículo que ya en los últimos meses nos había dado alguna que otra avería menor. Mientras recogía cosas de Carlos, que era su conductor ahora: dos balones de fútbol, un saco de dormir, cedés de música, una Play Station estropeada y veinte cachibaches más; mientras recogía las cosas, decía, he recordado muchos viajes, cómo eran mis hijos entonces, hace casi dieciocho años, cómo éramos sus padres. Nos salió muy buena la Picasso, esperaba que mi hijo pudiera hacerle quinientos mil kilómetros, pero no ha sido posible.

Siempre digo que mi religión es el animismo porque otorgo alma a las cosas, y no hablo de la naturaleza, no, hablo de objetos artificiales también: camisetas con agujeros, zapatillas de andar por casa, chaquetas de lana llenas de pelotillas, gafas, botas, ordenadores portátiles, coches. Lo que me gusta suele gustarme para siempre, no sé por qué.

He llamado a un desguace de coches que me ha recomendado el jefe del taller y me he encontrado con todo lo contrario: rudeza, poca educación, nula empatía. Me ha pedido que le enviara fotografías del coche y le he enviado fotos de las ruedas nuevas, de los asientos, incluso de la caja plegable que venía de serie en mi coche: piezas que creo que podría revender. Me ha dicho de malos modos que esas fotos no le servían para nada, que quería fotos del vehículo completo. Si no fuese porque un coche sólo puede darse de baja en uno de esos lugares y, porque además de una barbaridad medioambiental es un delito grave, quemaría la nave que tan felices nos hizo y tántos kilómetros nos permitió recorrer en España y fuera de España, un justo homenaje como se hacía con los barcos vikingos.

Es una tontería, lo sé. No sé lo que me digo. Espero al menos no tener que pagar para que una grúa se lleve nuestro coche para ser desguazado en piezas. No sé enfrentarme a personas que sólo respetan el dinero y tampoco sé regatear, nunca he sabido, no sé por qué.

Adiós, vieja amiga. En mi familia nunca te olvidaremos.