miércoles, 29 de octubre de 2008

Vacas flacas

En medio de la crisis
el frío regresó
con la indiferencia
de las vacas gordas.

Dentro de las casas
vuelan las últimas moscas
de este año veloz:
vivirán dos semanas.

Qué hermoso es el latido
de la arteria en tu cuello.
No quieras saber nada,
no ahora, y bésame.

sábado, 25 de octubre de 2008

Después del ensayo

La navidad comienza muy pronto para los ciudadanos que cantan en un coro: todavía no han guardado las camisas de manga corta cuando ya están entonando Adeste Fideles, Panis Angelicus o White Christmas. En el mío andamos ensayando una misa concierto para el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, y el concierto extraordinario de navidad que este año cantaremos junto a la coral Barbitanya de Barbastro y la coral de Graus, acompañados por la Orquesta de Cámara de Huesca dirigida por Antonio Viñuales. Hay dos o tres piezas nuevas que debemos aprender, algo que me entusiasma porque existen pocas cosas más prodigiosas que asistir al proceso mediante el cual un grupo de personas que desconocían una obra musical la trabajan y estudian y ensayan, bajo la batuta de su directora, hasta hacerla suya, suya para poder compartirla.

Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. Bebo un gin-tonic traicionando mi habitual cerveza Voll Damm y el chupito de whisky. Hablamos de religión, de sexo, de internet, de películas, de música. Cuando salimos del bar ha refrescado un poco y subo la cremallera de mi chaqueta de lana. Conduzco de regreso a casa a través de calles estrechas, la luz de los faros del coche iluminando las paredes del laberinto.

jueves, 23 de octubre de 2008

Dientes y uñas

Viaje a Lérida para una visita rutinaria al ortodoncista uruguayo de mi hijo. Nos llevamos una sorpresa cuando nos comunican que Alejandro ya no está porque se ha trasladado a trabajar y vivir en Barcelona. Hace años que le conocemos, también trató la boca de Paula, y su marcha nos disgusta porque era muy simpático, siempre de buen humor, cariñoso con los niños. Resulta extraño que tu médico desaparezca así, de un día para otro, sin despedirse ni nada. En su lugar han contratado a una doctora de aspecto mucho más serio, amable y correcta pero sólo lo justo, sin alegrías ni confianzas. Es catalana. Al revisar la boca de Carlos toca una de sus muelas de leche, que se mueve desde hace días, y sin preguntar ni dar explicaciones rocía la zona con un spray anestésico y la arranca. El paciente de once años, tumbado en la camilla con la boca inmovilizada y abierta de par en par, sólo puede cerrar los ojos y disimular que casi no le ha dolido. Nada grave, aunque Alejandro hubiera hecho alguna broma, hubiera convertido la extracción en una aventura, hubiera dicho con su acento cantarín: "¿Viste? Ya está, fuiste muy valiente, Carlos, jó, qué tío". Su sustituta se levanta, se vuelve hacia mí y en un catalán casi tan cerrado como el que conozco de los años en Gerona me dice que todo va bien, que la auxiliar va a extraerle el aparato del paladar y que nos veremos dentro de un mes. Se va.

"Qué, Carlos, ¿cómo ha ido?", pregunta Yolanda, "¿te ha tratado bien la doctora?". El chico encoge los hombros. Ella sonríe y me guiña un ojo. Al terminar dice: "Carlos, ¿quieres quedarte con la muela?". Él mira la pequeña pieza sanguinolenta y dice que no. Yo le pregunto a Yolanda: "¿Hay quien se las queda?". "Oh, sí, mucha gente guarda los dientes, supongo que les hace gracia, mira, igual por tener un recuerdo o algo". Es entonces cuando de repente, con total claridad, resucita en mi memoria el cajoncito de un reloj de latón de esos adornados de angelotes y rosetones donde mi madre guardaba dientes diminutos. Estaba, todavía está, en la entrada del piso de Zaragoza, a la derecha. Diminutos dientes de sus hijos, algunos míos. El olor del ascensor, el olor de la escalera, de la casa. Los instantes en los que yo, cada vez más mayor, abro ese cajón y miro con fugaz curiosidad las amarillentas cuentas, esos restos paleontológicos. Yolanda tira al cubo de desperdicios la muela de Carlos. Nos despedimos, pagamos en recepción, nos vamos.

Por la noche termino de limpiar en la cocina dos lomos de melva, les arranco con cuidado las espinas de la ventresca, los despego minuciosamente de la piel, mis uñas se ennegrecen de sangre. En la perola ya casi están cocidas las patatas con el sofrito de cebolla, ajos, pimientos verdes, vino blanco y agua. Corto el pescado en dados medianos, apago el fuego y los echo: el marmitako se acabará de hacer él solo en un momento. Mientras mi familia pone la mesa en la cocina yo en el lavabo peleo con la negra sangre de pescado infiltrada en mis uñas. Las cepillo, las cepillo una y otra vez.

lunes, 20 de octubre de 2008

Flor del mundo

A las cuatro y media de la tarde atendí a una joven ecuatoriana de grandes ojos negros y tez pálida. Olía a fritura, a cocina industrial. Venía de trabajar. Flor del mundo. Dulzura.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Somontano

Cada día laborable conduzco ida y vuelta durante unos cuantos kilómetros entre viñedos. Me gusta contemplar cómo las estaciones van dejando su huella en ellos, cómo son podados en invierno hasta dejarlos en limpios esqueletos, cómo aparecen los primeros pámpanos en primavera y luego se convierten en ramas que se cubren de hojas verdes en verano, cómo maduran los primeros racimos de uva, la campaña de la vendimia y después, ahora, en otoño, cómo la espesura se tiñe de amarillo y de rojo en un alarde de belleza ajeno a la belleza y la muerte, mi mirada.



Paseo por los viñedos de Bodegas Laus hoy, de vuelta del trabajo.

domingo, 12 de octubre de 2008

Gran premio

A las seis y media de la mañana me levanto y acudo a despertar a Carlos para ver juntos el Gran Premio de Japón de Fórmula Uno, ignorantes aún de que Fernando Alonso ganará la carrera con su Renault, demostrando lo mucho que ha evolucionado su equipo y que es uno de los mejores pilotos del mundo. Mientras disfrutamos del espectáculo amanece poco a poco.

viernes, 10 de octubre de 2008

De las hojas

La savia
se detiene
lentamente,
milímetro
a milímetro,
en las arterias

de las hojas

que caerán.

lunes, 6 de octubre de 2008

Mermelada de higos

A las nueve de la mañana asisto a un curso de trabajo en Huesca. La voz monocorde del profesor convierte mis neuronas en gelatina. Tengo microdesmayos en los que sin embargo, lo sé, no importa que sea incapaz de recordarlos, sueño. Mis compañeros también lo hacen, puedo reconocerlo en la laxitud de sus mandíbulas, en su respiración suave y acompasada, en sus ojos exageradamente abiertos.

Por la tarde preparo mermelada con unos higos casi condenados al cubo de basura. Extraigo su carne, la pongo en una cazuela con dos cucharadas de azúcar y un poco de zumo de limón y dejo que hierva lentamente durante un rato. Hacer mermelada es lo más fácil del mundo. La de higos está muy buena con queso de sabor fuerte como el que nos gusta en casa.

Apenas escribo nada. No hago ejercicio y he vuelto a engordar. Me estoy dejando el pelo largo a pesar de los rizos. Me gusta el frío pero desde hace unos días me ducho con agua caliente. Por la noche me sirvo un generoso bourbon con hielo y leo libros sobre la segunda guerra mundial.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Nadie lo sabe

Hace exactamente ocho minutos que septiembre terminó. En la calma de la ciudad dormida caen sobre la grava del jardín de mi lugar de trabajo las castañas de indias, abiertas sus cáscaras de púas. Sé que durante estos días los niños del colegio cercano se colarán entre las rejas de la valla para recogerlas, tan ilusionados como ignorantes de su amargor. Al principio, hace años, abría la ventana y les advertía; luego decidí dejar de hacerlo: ¿quién era yo para estropear su exploración, quién era yo para adelantarme al futuro, para adelantarme a la realidad? Mañana cuando salgan del colegio saltarán la verja, incapaces de resistir la tentación de las pulidas castañas, y me limitaré a observarles de reojo y disfrutar de sus gritos de entusiasmo, ¿acaso alguien sabe qué nos traerá octubre?