Cada día laborable conduzco ida y vuelta durante unos cuantos kilómetros entre viñedos. Me gusta contemplar cómo las estaciones van dejando su huella en ellos, cómo son podados en invierno hasta dejarlos en limpios esqueletos, cómo aparecen los primeros pámpanos en primavera y luego se convierten en ramas que se cubren de hojas verdes en verano, cómo maduran los primeros racimos de uva, la campaña de la vendimia y después, ahora, en otoño, cómo la espesura se tiñe de amarillo y de rojo en un alarde de belleza ajeno a la belleza y la muerte, mi mirada.
Paseo por los viñedos de Bodegas Laus hoy, de vuelta del trabajo.
4 comentarios:
Jesús, siempre he pensado que mi paraíso es una viña.
pámpanos, eso es, pámpanos, que yo me decía a veces, ¿cómo se llamaban los brotes de la vid?
Gracias, jesús, por recordármelo, y gracias por este escrito tan chulo
Las viñas y las choperas de cultivo siempre tranquilizan mi espíritu, no sé si por su orden humano y rectilíneo o porque forman parte del paisaje que más conozco. Los bosques también me gustan, pero de otra manera. Y el vino, claro (aunque el navarro no tiene nada que envidiar al de somontano, tan buenos los dos).
Un abrazo, Luis.
Pámpanos, sarmientos, cepas, zarcillos... Cada día me gustan más las palabras de nuestro idioma. Gracias a ti, Koldo (y feliz cumpleaños).
:-)
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