sábado, 26 de mayo de 2007

Dioses pequeños

Esta tarde compartimos
la mesa del salón,
separados por la pantalla
del ordenador portátil.
Mi mujer corrige exámenes
en la recta final del curso
y yo intento escribir.

Me gusta estar así,
en silencio los dos,
mientras en el horno de la cocina
se asan lentamente
cinco pimientos rojos
y tres berenjenas.

Ella levanta la vista
y me mira un instante,
no arrasada de amor,
no ardiendo en deseo,
me mira nada más, sonríe y
vuelve a zambullirse
en su trabajo.

Oh, pequeños dioses
de las cosas sin importancia,
conservadlas en mi memoria
tan ciertas y verdaderas
como ahora.

martes, 22 de mayo de 2007

Ella sonreía

Cuando regresaba de depositar la basura en los contenedores me crucé con una chica de pelo corto. Ella caminaba mirando el suelo de la acera y sonriendo. Calzaba zapatillas deportivas de color blanco. Los vencejos chillaban en el aire de la calle. La joven desconocida pasó a mi lado sonriendo para sí misma, ajena al mundo, y eso fue todo.

Té rojo

A eso de las seis de la tarde calenté una taza de agua, puse en ella dos bolsitas de té rojo y la tapé con un platillo. Después de tres o cuatro minutos levanté el plato y el aroma humeante de la infusión trajo inmediatamente a mi cerebro el olor de la piel de los caballos.

domingo, 20 de mayo de 2007

Partidos

Sale del vestuario con el pelo mojado, la bolsa azul al hombro y el rostro serio. Me acerco, le doy un beso, le digo: "¿Qué pasa, cariño?", él me dice: "Nada, vámonos, papá". Me despido de los otros padres y nos alejamos en dirección al coche.

Mientras regresamos a casa mi hijo guarda silencio. Yo sé lo que le sucede, no ha jugado bien, mi pregunta fue una reacción instintiva. Lo miro de reojo y una oleada de amor crece inesperadamente desde mis intestinos hasta alcanzar las mejillas, casi sofocándome. ¿Debería volver a contarle que yo era un pésimo futbolista, que en el patio del colegio siempre era el último en ser elegido por el capitán del último equipo en elegir? Eso le hace reír y son datos ciertos (así como que era torpe, carecía de concentración y ganar o perder me resultaba indiferente). Pero entonces él deja de mirar por la ventanilla, se vuelve y me pregunta: “¿Haremos un vermut?”. “Claro, ¿qué te apetece?”. “¿Hay aceitunas y boquerones?”. “Me parece que sí”. Por primera vez sonríe, dice: “Al menos hemos ganado el partido, ¿verdad?”, y añade a continuación: “Tengo un hambre que no veas”.

martes, 15 de mayo de 2007

Esqueletos

Ayer soñé con V., un amigo del pasado. Caminábamos por un mercadillo seguidos de cerca por un grupo de niños desharrapados. Al pasar junto a un puesto de sombreros V. se detenía, compraba varios modelos de distintas formas y colores, y a continuación los repartía entre los chiquillos, quienes, entusiasmados, se alejaban dando saltos y gritos.

Hoy he soñado con otros amigos, también del pasado. En el sueño Zaragoza era una ciudad en ruinas. J. y K. venían a buscarme a casa de mis padres. En el edificio ya no existía el ascensor y la escalera había quedado expuesta a la intemperie como si la hubiesen bombardeado, así que mientras bajaba a la calle saltando los peldaños de cuatro en cuatro podía sentir en el rostro el aire de la mañana. Después los tres paseábamos entre callejuelas estrechas de paredes de piedra. En el sueño yo era capaz de percibir, casi físicamente, el tenue menosprecio que J. sentía hacía mí, y tenía ganas de preguntarle a qué se debía y avisarle de que cuando fuésemos adultos esa displicencia sería causa de nuestra ruptura definitiva, pero, no sé por qué, me mantenía en silencio. Había mucha gente en las tabernas del barrio marinero, el ambiente era de fiesta, incluso creo recordar guirnaldas y banderines colgando entre las fachadas, cuando de pronto me encontré solo en una ciudad que ya no era Zaragoza sino San Sebastián. La memoria del sueño se esfuma lentamente mientras busco el rumbo que me lleve al antiguo acuario y su esqueleto de ballena.

jueves, 10 de mayo de 2007

Placas tectónicas

M. corrige exámenes. El mandarino de la terraza del salón se cubrió de pequeños y apretados capullos blancos. C. trabaja en sus deberes. Al fin regresaron los vencejos a sus nidos de adobe en el alero. P. está en Madrid, en un viaje de estudios. Donde hay chopos flotan en el aire sus copos de algodón. Mis padres están en Cáceres haciendo turismo. Las placas tectónicas que convertirán el mediterráneo en una cordillera más alta que el himalaya se mueven bajo la corteza terrestre a una velocidad de cinco centímetros por año. En el silencio de la casa sólo se escucha el sonido de mis dedos pulsando las teclas del ordenador.

lunes, 7 de mayo de 2007

Escribir

Siempre he pensado que escribir consiste en formular el pensamiento, y esta posibilidad sirve lo mismo para una lista de la compra que para un poema, un ensayo o una novela. El pensamiento (la memoria, la imaginación) es ininteligible en sí mismo, pero con la escritura podemos enfocarlo, ordenarlo, transformarlo en un huerto.

También: del mismo modo que a todos los seres humanos nos gusta escuchar el ruido de la lluvia, el del mar llegando a la playa o el del fuego crepitando en la leña, igualmente nos gusta oír el que hace nuestro cerebro, se parezca a una manada de búfalos golpeando el suelo en estampida o al arroyo cristalino que desciende de la nieve entre las piedras.