jueves, 25 de octubre de 2018

Con las manos en los bolsillos

Me alejo de un lugar seguro y me acerco día a día a otro que desconozco pero al que, misteriosamente, he ido perdiéndole el miedo poco a poco.

Ya casi no escribo y, sin embargo, vivo cada día con la intensidad mayor o menor de la luz del cielo. Escribir no era necesario para explorar, aunque en mi fuero interno siento que explorar sin escribir es, de algún modo, egoísta. No hacer mapas para quienes vengan detrás, no colaborar con nadie, es egoísta. Deambular sin más de aquí para allá con las manos en los bolsillos, silbando incluso a través de la noche oscura.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Un pastel de coliflor

Cocino para mañana un pastel de coliflor con migas de bacalao, ajo y huevo gratinado. Es una receta de mi suegra que, mejor de un día para otro, queda muy buena y es muy fácil de hacer.

Me asomo a la ventana de la cocina. Están derruyendo el viejo edificio al otro lado del río. Por ahora no ha afectado al pequeño bosquecillo de plantas y árboles diversos que alberga decenas de nidos de aves ruidosas. Aunque dudo que sobreviva -ojalá me equivoque.

La vida continúa porque básicamente consiste en eso, en continuar. El otro día escuché en la radio una referencia al libro de un médico especializado en enfermos terminales que hablaba de que la conciencia parece utilizar nuestro cerebro para manifestarse, no para existir. No recuerdo ni al autor ni el título de la publicación. Quien me conoce sabe de mi escepticismo construido a medias entre la poesía, mis diminutos conocimientos científicos y mi nihilismo no confeso, pero me dio que pensar. ¿Y si fuese verdad?

Mientras tanto la existencia humana transcurre al otro lado de mi mesa de trabajo. Qué espectáculo tan apasionante, tan conmovedor y aterrador a veces. Mantengo la posición con una sonrisa mientras mi corazón palpita a la velocidad del de los pájaros.

Finalmente han comenzado a bajar las temperaturas. Adiós a las sandalias y los pantalones cortos. Anoche dormí por primera vez cubierto con una sábana, la ventana del dormitorio abierta. Si el calor me aniquila a todos los niveles, la llegada del frío me resucita. Mi última oportunidad regresa.