domingo, 30 de junio de 2019

Treinta de junio

Hacía tanto calor que esta mañana me he ido a pasear en coche yo solo (para Maite pasear en coche no tiene sentido).  He tomado un camino de la carretera que nunca había explorado y he avanzado por él lentamente, pues no estaba en muy buen estado. El aire acondicionado de nuestra querida y vieja Picasso refrescaba su interior con una eficiencia impropia de un coche de catorce años, y era agradable atravesar los campos de cereal, mucho más allá del territorio del canal por donde solemos caminar cuando el tiempo lo permite.

Los campos de cereal, tanto cuando son de color verde esmeralda al principio de la primavera como cuando están en sazón y el viento los mece en forma de olas, hoy, ya cosechados, habían cumplido su ciclo. Paula los echa mucho de menos allí en Noruega: los campos de cereal y los cielos azules.

Finalmente el camino se complicaba y me he detenido frente a una extensa propiedad en medio de la cual, como suele suceder en los Monegros, más al Sur, el agricultor había respetado un pequeño y humilde árbol solitario.

Me gusta pensar que es un un gesto de respeto. Siempre me conmueven esos árboles protegidos por el propietario, que perfectamente hubiera podido acabar con él para aprovechar esos pocos metros de tierra. Es algo que siempre me llamó la atención. Creo que tiene que ver más con la poesía que con la agricultura.


sábado, 29 de junio de 2019

Veintinueve de junio

Hace un rato he acudido a la inauguración de la nueva mezquita de Barbastro, que está justo al lado del bloque de pisos donde vivo. Me han enseñado el interior del edificio, un pequeño trozo de Marruecos en nuestra ciudad, y han sido tan hospitalarios y solícitos conmigo que he vuelto a casa con un montón de comida de la que habían sacado a la calle en dos largas mesas. A los musulmanes de aquí los conocía a casi todos, por no decir a todos, y ellos me conocían a mí. En la calle habían dispuesto dos largas mesas con una cantidad ingente de comida hecha en sus propias casas, lo he probado casi todo, sabores distintos, cúrcuma, especias que no conozco, semillas de sésamo, miel, muchos dulces muy muy dulces. Me conmovía el cariño con el que me han trataban: "¡Jesús, prueba esto! Jesús, ¿otro té? (Qué rico el té con hierbabuena, nunca lo había probado y me he tomado tres) Jesús, ¿has comido calabacines rellenos? Están muy buenos. ¡Jesús, bebe un poco de limonada, que ésta está recién sacada del congelador y se calentará enseguida!" Imagino que sufrían al verme sudar, pero allí sudábamos todos y todas.

Era un día muy especial para su comunidad, y habían venido desde Fraga, Monzón, Binéfar, Graus; incluso desde lugares tan lejanos como Zaragoza y Tarragona. Se apenaban de que no hubiera acudido más gente no musulmana, aunque el nuevo alcalde sí lo había hecho antes de que yo llegara y había pronunciado unas breves palabras de concordia y convivencia, muy bien según me han contado. Yo les he comentado que con semejante calor todavía me parecían muchos los que habíamos respondido a la invitación, y asentían con la cabeza. "Qué mala suerte con el calor", decían, y añadían: "Pero no pasa nada, los que habéis venido sois nuestros amigos".

Ha sido una bonita experiencia echar un vistazo a una comunidad muy desconocida y, en cierta manera, injustamente estigmatizada por quienes se niegan a conocer otras culturas y otras religiones, ya no hablo por los directamente racistas. Y lo digo yo, que me declaro ateo sin complejos. Eso sí, puedo asegurar que la fama del islam hospitalario es absolutamente merecida hasta extremos abrumadores. Al irme les he dicho: "Un millón de gracias. Ya sabéis dónde encontrarme".





viernes, 28 de junio de 2019

Veintiocho de junio

Anoche me desperté a las tres y cuarto de la madrugada sudando como un pollo y no logré volver a dormirme hasta las seis y media, con lo cual fue cerrar los ojos y, sonar el despertador. Entretanto me di una ducha de agua fría que se secó sobre mi cuerpo en dos minutos.

La sensación de ir a un trabajo tan exigente mentalmente como el mío sintiéndote al cincuenta por ciento de tu capacidad es terrible. Ha sido una de mis peores mañanas de trabajo de los últimos años, pero he sobrevivido sin víctimas colaterales.

Por la tarde he ido a Monzón con Maite, donde tenía que hacerse una resonancia magnética. Cuando hemos salido de la clínica, el termómetro de la vieja Picasso marcaba ¡cuarenta y siete grados! Era como habitar una de las primeras colonias humanas de Marte.

Hoy necesito dormir bien, así que volveré a hacerlo en el sofá cama del salón con el aire acondicionado puesto. No me gusta contaminar ni gastar tanta energía, pero es que necesito dormir una noche entera de un tirón. Lo necesito de verdad.

jueves, 27 de junio de 2019

Veintisiete de junio

Cinco y media de la madrugada. Veinticuatro grados. Duermo sobre la cubierta del colchón con todo abierto. Mi calle en general es poco transitada, hasta hace un rato sólo se escuchaba el croar de las ranas junto al río, pero acaba de pasar alguien silbando, probablemente camino del trabajo. Me ha hecho sonreír.

miércoles, 26 de junio de 2019

Veintiséis de junio

El calor ha llegado sin piedad, a galope tendido, haciendo desfallecer las hojas de los árboles. Pertenezco a una especie resistente, tal vez demasiado resistente, pero las primeras embestidas duelen. Habitamos el ártico y los desiertos, pero en Barbastro no estamos acostumbrados a esas cosas.

Anoche dormí en el sofá cama del salón con el aire acondicionado a veintitrés grados. A ver qué pasa hoy. Tengo conciencia ecológica, en casa reciclamos, etcétera, pero me gusta dormir seis o siete horas seguidas, soy así de caprichoso (véase la ironía idiota).

El verano ha venido para quedarse. Pensábamos ir a Zaragoza el fin de semana pero los meteorólogos han vaticinado cuarenta y cuatro grados el sábado. ¡Cuarenta y cuatro grados! Allí no tenemos aire acondicionado, así que aquí nos quedamos, quietecicos y tranquilos. Eso sí, dudo que podamos ir a dar nuestros paseos junto al canal. El verano ha llegado. Ningún año nos perdona.

martes, 25 de junio de 2019

Veinticinco de junio

Se acabó la cortisona. A pesar de las advertencias de mi dermatóloga he ganado casi dos kilos en tres semanas. Eso sí, mi dermatitis ha desaparecido, estoy curado al cien por cien. La próxima vez no esperaré a ir a su consulta. Estoy bien. También debo confesar, para ser sincero, que no cumplí mis buenos propósitos del principio, que duraron apenas una semana. Pero es que me quiero y quiero quererme. Y quererme es mimarme. Y mimarme es saltarse a veces ciertas reglas.

El martes termina como comenzó. Sin ruido. Sólo el del ventilador que gira incansable. Tenemos aire acondicionado en el salón (por llamarlo de algún modo), pero estoy mucho mejor en este pequeño rincón junto a la cama. Nací para vivir en una celda y soñar con sistemas planetarios.

lunes, 24 de junio de 2019

Veinticuatro de junio

Se avecina una ola de calor "extraordinaria", el apocalipsis, mi pesadilla. Yo respiro pausadamente, despacio, como aprendí cuando cantaba en un coro. He decidido no tener miedo nunca más. Cumplí cincuenta y seis años el pasado veintiocho de mayo pasado. No volveré a tener miedo salvo que, en medio de la acera, me ladre un chihuahua inesperadamente y sin saber por qué.

domingo, 23 de junio de 2019

Veintitrés de junio

Se acerca la hora y todavía no he escrito nada. Lo haré ahora: este largo fin de semana (el viernes era fiesta local en Barbastro), ha sido tranquilo y pacífico. Yo ya no esperaba nada más. Bueno, sí, que la pequeña verbena frente a mi casa terminase a una hora decente, pero hace mucho que recogieron los bártulos.

Haré lo mismo que los vencejos y aviones comunes que durante la tarde surcan el cielo comiéndose los insectos que ya no entrarán en nuestro apartamento: dormiré. Ya presiento que soñaré cosas agradables, porque lo deseo. Mis deseos son órdenes para mí.

sábado, 22 de junio de 2019

Veintidós de junio

La belleza no pertenece a la naturaleza, ni siquiera forma parte de ella. Es el fruto de nuestro cerebro, que, a su vez, sí pertenece a la naturaleza. Cuando ya no existamos sobre la superficie de este planeta ¿qué belleza existirá?

viernes, 21 de junio de 2019

Veintiuno de junio

Hoy, por una pura convención de calendarios religiosos y antiguos, empieza el verano. El verano. La estación en la que nuestra animalidad se pone a prueba. El ventilador, mi pobre hidroavión amputado, gira a toda velocidad enviándome aire ligeramente más fresco del que el verano es capaz de proporcionar en esta habitación donde escribo.

Si el calentamiento global de nuestro planeta es una amenaza cierta para nuestra supervivencia, ¿por qué el verano es la llegada del buen tiempo? Es un anticipo de nuestro final. Eso es lo que es.

jueves, 20 de junio de 2019

Veinte de junio

Ha durado apenas diez o quince minutos, pero el cielo se ha oscurecido de repente y ha comenzado a caer granizo y lluvia, y un viento que agitaba los árboles, truenos viajeros que, como llegaron, se fueron.

Una tormenta de verano en junio. Las alarmas de algunos coches aparcados en la calle han comenzado a sonar. ¿Era para tanto? El pequeño río frente a nuestro apartamento de pronto ha crecido diez o quince centímetros.

El olor de la vegetación y la calle después, cuando volvíamos a tender la ropa que a toda velocidad habíamos retirado antes, en plena granizada, era maravilloso: una mezcla anisada de hierba, asfalto y hojas de árboles. Me gustan las tormentas.



miércoles, 19 de junio de 2019

Diecinueve de junio

La luz de esta hora refulge
en todas las cosas, en
las fachadas de los edificios, en
los árboles, en
los coches aparcados
en la acera como si
estuviese aconteciendo
el fin del continente
misterioso de la Atlántida.

Sin embargo nada sucede.

Sólo la luz, la luz nada más.

martes, 18 de junio de 2019

Dieciocho de junio

Las nueve de la tarde. Las nueve de la noche. En estos periodos entre estaciones las palabras dejan de tener un sentido exacto. Es de día y suena una motocicleta. Maite está ya en la recta final del curso. Hoy ha hecho calor, pero lo llevo mejor de lo que esperaba. Hará más calor: reservo mis quejas y protestas infantiles para cuando ya no pueda más. Unos perros ladran. El sol se retira, la luna apareció como una creación artificial en el cielo hace un rato. Todo es extraño. Todo está bien. Nací y moriré aquí. No tengo patria sino planeta.

lunes, 17 de junio de 2019

Diecisiete de junio

Me da igual haberlo escrito decenas, cientos de veces. Hoy jamás volverá a existir. Y de algún modo eso le da sentido al mundo. Me fascinan lo cohetes espaciales despegando de la fuerza gravitatoria de la tierra con miles de toneladas de combustible ardiendo en inmensas nubes de fuego y humo hasta alejarse y perderse en el espacio. Pues bien, el combustible de nuestro viaje es que cada día se consume y arde y nos empuja hacia adelante sin sentimiento alguno -el sentimiento es un invento nuestro que al tiempo no le importa nada.

Los vencejos vuelan acrobáticamente en el cielo, quebrando su vuelo en el último segundo y devorando moscas y mosquitos. Es algo que no puedo comprender. Son muchísimo más inteligentes y útiles que yo, este ser humano que escribe al otro lado de la ventana sin aportar al mundo poco más que su peso muerto en esta silla delante de su portátil y el ventilador.

domingo, 16 de junio de 2019

Dieciséis de junio

Recuerdo los cuartos delanteros de mi caballo galopando en un camino entre campos de cebada recién cosechados en las afueras de Tudela, Navarra, hace decenas de años. El compás de mi cuerpo sobre la silla, el viento en mi rostro. Se llamaba “Coyote” y era un mil sangres de cabeza grande y noble como él solo. Hace ya mucho tiempo que habrá muerto.

Anoche soñé que volvía a cabalgar. No sé si montaba a “Coyote” o a “Llivia”, la yegua que muchos años después alquilé en el club hípico de Banyoles durante nuestra estancia allí. Cada semana iba dos o tres veces y me perdía con ella entre los bosques. Era tan noble como aquel caballo de mi adolescencia pero rubia y un poco más tranquila.

Amo a los caballos, y sé que subirme encima de ellos tal vez no sea el modo más adecuado de demostrar mi amor, pero hace muchos años que no monto y sigo amándolos igual, así que igual sí es un amor verdadero.

Anoche soñé que galopaba sin apenas luz de luna. Incluso soñando tenía la lucidez suficiente para, sabiendo que estaba soñando, disfrutar de la experiencia como si fuese real, pues todas las sensaciones lo eran.  Galopaba despacio a través de los caminos entre viñas y campos de maíz y de cebada que rodean esta pequeña ciudad. De vez en cuando acariciaba el musculoso cuello del animal para que supiera que todo estaba bien. Era tan feliz.

sábado, 15 de junio de 2019

Quince de junio

Me ha costado cincuenta y seis años comprenderlo. Podría haber muerto hace tiempo sin saberlo y, también me doy cuenta, tampoco hubiera importado gran cosa.

Para quienes tenéis problemas, adicciones cotidianas, manías, depresión y ansiedad, como es mi caso: cuidaos sin llegar a traicionaros. Quereos, quereos como queréis a vuestros mejores amigos y amigas que tampoco son perfectas. Aceptad lo que sois. ¿Por qué somos más generosos con los demás que con nosotros mismos? No tiene ningún sentido.

Nadie sabe el tiempo que le ha sido concedido sobre la tierra. Nadie. Ni el rey ni el pastor.

Nada, y nuestra vida va en ello, importa gran cosa. Vive y perdónate los errores, acéptate como eres, y ama, quiere mucho, reparte a tu alrededor todos esos pequeños gestos que convierten la convivencia en algo agradable. Pero sobre todas las cosas quiérete a ti mismo sin juicios severos ni expectativas imaginarias. Si tú eres tú, lo eres porque en ti se suma todo lo que te convierte en lo que eres: lo bueno, lo regular y lo malo.

Me ha costado más de medio siglo comprenderlo. Moriré antes o después, pero mientras viva quiero vivir como soy, no como no soy.

viernes, 14 de junio de 2019

Catorce de junio

La ventana junto a mi mesa está abierta y escucho niños que corren y chillan entusiasmados en la calle. Hoy no necesito música para escribir, sólo sus risas alegres, absolutamente ignorantes del futuro, tan ancladas en el presente inmediato que la inminente cena está a años luz de su realidad temporal, este ahora que para mí es una miga de pan en el camino y para ellos el mundo entero en su totalidad.

jueves, 13 de junio de 2019

Trece de junio

Nunca sueño con el Sur. Siempre sueño con el Norte. Sé que es absurdo porque todos somos el Sur y el Norte de algo. El Norte de España es el Sur de Europa, e incluso Bergen, la ciudad de Noruega donde vive y trabaja mi hija, es también un Sur.

Si creyese en la reencarnación, una de las poéticas más absurdas que la imaginación humana ha creado, yo debí haber sido un oso cavernario en la última glaciación, antes de que ésta terminase, en su punto álgido.  Porque amo el frío. Porque hace años que en ninguna estación me quito las camisetas de manga corta y la única diferencia consiste en ponerme un abrigo al salir a la calle o en no ponérmelo.

Por eso el calentamiento global de nuestro planeta me da tanto miedo. Me da tanto miedo que mi único consuelo, aunque sirva de poco porque tengo miles de millones de nietos y bisnietos, es que mi cuerpo físico no lo sufrirá directamente pues ya habré muerto. Aunque, ¿qué diferencia hay entre sentirlo directamente o imaginarlo? Ninguna. Yo diría más, yo diría que a menudo la imaginación, al menos en mi caso, tiene en mi percepción de la realidad un peso mucho más potente que la realidad -lo cual explica mis enfermedades y mis tratamientos y mis asuntos.

Nunca sueño con el desierto. Nunca sueño con el calor o, sencillamente, mi cerebro, sabio como el de todos, obvia los malos recuerdos arrinconándolos. Mi sueño favorito es el Norte, el frío, los grandes espacios, una cabaña donde Maite no viviría ni loca, caballos, la leña crepitando en el fuego.

miércoles, 12 de junio de 2019

Doce de junio

Abriré la cama, me acostaré y soñaré con las tierras salvajes de Canadá.

martes, 11 de junio de 2019

Once de junio

La cortisona ha alterado de algún modo mi concepción del tiempo, sobre todo el nocturno. Algunos días me duermo a las tres o las cuatro de la mañana y hoy, por ejemplo, me dormí relativamente temprano y me desperté a las cinco. Es algo que, cuando me operaron de rinitis y pólipos en las fosas nasales, ya sentí en su día, pero casi se me había olvidado. La dermatitis desaparece a pasos agigantados de un modo casi mágico y, como efecto colateral, mi olfato ha aumentado, lo que me hace disfrutar mucho (casi siempre).

Escribo cuando todavía hay luz en el exterior de la nave, lo cual ya es bastante extraño para mí, que suelo hacerlo al final del día, antes de acostarme. En realidad estos diarios o cuadernos de bitácora, como se llamaban los blogs al principio, deberían llamarse nocturnarios o algo semejante: solamente al final podemos hacer un resumen, si sólo de eso se tratara.

Escribo cuando todavía es de día. Llovió por la mañana. Ahora no llueve. Ignoro, además de toda la inmensidad del mundo, si lloverá esta noche.

lunes, 10 de junio de 2019

Diez de junio

Avanzo pausadamente como el gordo jaguar que soy entre la vegetación de la jungla y los manglares, siempre atento no tanto a la supervivencia sino a la depredación: es a mí a quien se me debe temer.

La sombra de una nube en el suelo, el sonido de una araña sobre las horas secas, los minutos secos.

Cuando llegue al río lo cruzaré, porque los jaguares no le tenemos miedo al agua ni al caimán, cuya cola llena de grasa nos vuelve locos de placer al masticarla mientras él aún se agita sin saber que todo ha terminado.

Cuando llegue a la montaña la subiré despacio, moviendo mis orejas en diferentes direcciones tratando de saber qué me rodea y, sobre todo, cómo puedo comerme lo que me rodea.

Camino como un gordo y viejo jaguar a través del mundo. Los parásitos inundan mis intestinos después de una vida larga, he perdido oído y mis colmillos, aunque siguen siendo fuertes como cuchillos, se asientan en una mandíbula que hace mucho ruido al respirar, sobre todo tras otra carrera fallida detrás de ese tapir que escapa río abajo.

Una cosa sé. Todos los jaguares lo sabéis. Nunca dejaré de caminar a través del bosque. No sé hacer otra cosa porque lo necesito.

domingo, 9 de junio de 2019

Nueve de junio

El domingo llega a su fin, pero mañana continúa la cuenta atrás que comenzó hace mucho tiempo.

sábado, 8 de junio de 2019

Ocho de junio

Esta tarde hemos ido a visitar a mis padres caminando. Media hora más o menos. Tres kilómetros atravesando algunos barrios de Zaragoza. Hoy mi madre estaba mejor que otras veces, más animada. Viven a medio camino entre mi pueblo de la Ribera de Navarra y Zaragoza. ¿Tocan médicos? Zaragoza. ¿No tocan médicos? Cascante, el huerto, los orígenes. Esta semana tocaban médicos.

Hemos estado un buen rato con ellos hablando de todo un poco. He sentido que nuestra visita había animado su tarde de sábado positivamente. Al principio mi madre, que está peor que mi padre, hablaba de sus males, de sus visitas, y a veces perdía un poco la memoria, aunque creo que menos que la última vez que estuvimos con ellos. Mi padre estaba como siempre. Si yo tuviera que dibujar mañana un senador romano durante la República, el ejemplo máximo de honestidad, austeridad y credibilidad, mi padre sería, incluso físicamente, el modelo perfecto. Creo que él más que nadie agradece que les visitemos y la rutina de ellos dos cambie.

Hoy ha sido una visita bonita. Hemos charlado de lo humano y lo divino, de nuestros hijos, de nuestros abuelos, de la romería de la Cruceta que se hace en mi pueblo no sé qué día de mayo, ahora no me acuerdo. Ellos y sus amigos se reunieron en la caseta de nuestra huerta y lo pasaron muy bien. "Allí quien más quien menos todos teníamos algo", decía mi padre riéndose, "A. se había caído el día anterior y tenía los ojos morados y la nariz hinchada. Qué quieres, si la mamá, que cumplirá ochenta años en julio, era de las más jóvenes de la comilona". Yo me reía. Habíamos dejado atrás las visitas médicas y empezaban a ser ellos sin el peso -cierto, pero no necesariamente presente a todas horas- de los problemas de su edad y su salud. Sé, porque también lo hemos hablado, que asumen su edad. "Tengo hijos de cincuenta y seis años", ha dicho mi madre. "Podría ser bisabuela", ha dicho. Y lo podría ser (si me leéis, hijos míos, ninguna presión, ¿vale? Intentad ser felices y nada más).

Nos hemos despedido con muchos besos y hemos regresado a casa atravesando calles, avenidas, rotondas, semáforos, más calles, más semáforos. En un momento dado, en la Avenida de Madrid, le he dicho a Maite: la naturaleza está muy lejos de todo esto.

viernes, 7 de junio de 2019

Siete de junio

La frontera de la medianoche se acerca. Hemos venido a nuestro piso en Zaragoza. Durante el viaje los campos que hace algunas semanas eran verdes ahora son dorados, amarillos, del color del cobre bajo un cielo cubierto de nubes sueltas, desparramadas como borras de lana.

La cortisona es un producto extraño. Ha comenzado a curarme la piel -y también, como en el pasado, a acentuar mi olfato tras mi operación de rinitis-, pero me impide dormir las horas necesarias sin que, después, me note agotado, sólo aburrido de la larga noche.

Y quiero dormir. Quiero soñar que vuelo sólo con levantar la barbilla, como siempre lo hice. Quiero acostarme y, al cerrar los ojos, despertar un un mundo aparentemente distinto en el que, sin embargo, he vivido toda la vida. Esa otra vida que resucita cuando cierro los ojos sobre la almohada.

jueves, 6 de junio de 2019

Seis de junio

Son las ocho menos diez de la noche y tengo un sueño atroz (no he dormido la siesta). Podría acostarme ahora pero a las tres de la madrugada estaría despierto y con los ojos como platos. Qué larga se está haciendo la tarde.

miércoles, 5 de junio de 2019

Cinco de junio

Hoy he ido a una dermatóloga porque desde hace mucho tiempo padezco una dermatitis que no desaparece. Me pica todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. A partir de mañana voy a tomar cortisona, lo que conlleva también hacer dieta y abandonar una de las cosas que más me gustan en el mundo: el alcohol. Sé cómo suena escribir esto, pero es mi diario y quiero ser sincero. En principio serán tres semanas. Es también, como este proyecto de escribir y fotografiar diariamente, un reto, otro reto.

He estado más temporadas en el dique seco, casi siempre para adelgazar, muchas para dar descanso a mi hígado, aunque después siempre volvía a las andadas. Me gusta mucho el whisky (y el vino, y la cerveza, y ya está). Ahora siento curiosidad por estas semanas que se avecinan a partir de pasado mañana. Cuando dejé de fumar pensé que nunca más podría escribir, porque siempre lo hacía con un Marlboro entre los dedos, y durante un tiempo, el del mono, así fue. Pero volví a escribir (con algunos kilos de más, es verdad, pero sin el cigarrillo en la mano ni en los pulmones).

Me pregunto qué escribiré sin la ayuda de la droga mientras mi dermatitis se cura. Una querida compañera de trabajo que ya se jubiló siempre me decía que yo era una de las personas más positivas que había conocido, y a mí siempre me sorprendía semejante aseveración porque yo nunca me había visto así, pero ahora pienso que igual llevaba algo de razón porque a continuación de la última frase iba a escribir: "Seguro que algo se me ocurrirá. La vida nunca se detiene y yo observo".

martes, 4 de junio de 2019

Cuatro de junio

Nunca sé lo que voy a escribir en este diario. Me dejo llevar por el momento. A veces hay algo y a veces debo aguantar la respiración y bucear en el día, en el mes, en mi vida.

En la dureza de este proyecto está su pureza. Todo lo sedentario que pueda ser o no ser -vale, lo soy- a nivel físico dejo de serlo a nivel mental. Cuando se aproxima la hora mágica me arriesgo lo que sea necesario. A escribir algo sin interés alguno o descubrir una pequeña cosa bonita, uno de esos cristales de botella pulidos que el mar arroja a la playa como una joya barata y que a mí tanto me gustan. Siempre lo hago en el momento, nunca lo preparo, es una de mis obsesiones: ahora es ahora. Y si escribo una mierda me da igual porque sé, conozco demasiado bien, lo que nos espera a todos.

Mientras tanto disfruto de esta inquietud, a veces de esta premura, estos retos absurdos que me pongo sin ninguna necesidad. Bebo mis últimos sorbos de whisky y me despido de este día que nunca jamás volverá a existir. Jamás. No pasa nada. Hace poco cumplí cincuenta y seis años. Sólo me interesa la experiencia diaria de aprender y explorar y también, no puedo negarlo, el placer físico. Siquiera dure un instante. Siquiera sea imaginado.

Reconozco que esta noche he tirado de oficio. Y, si no habéis encontrado nada digno de ser leído, nada que os haya interpelado mínimamente, ruego que me perdonéis. Yo, por mi parte, me voy a dormir con el cuerpo y el cerebro infinitamente cansados. Buenas noches.

lunes, 3 de junio de 2019

Tres de junio

No volveré a ponerme pantalones largos ni zapatillas o zapatos hasta octubre. El infierno ha comenzado. Camisetas, pantalones cortos y sandalias. Y en casa sin camiseta, medio desnudo. Y por la noche desnudo del todo con las puertas y ventanas abiertas. Como un animal en el desierto del Kalahari. Porque el calor me convierte en un animal, quienes me conocéis desde hace tiempo lo sabéis. Nunca podría vivir en un país tropical, pero sería feliz en el círculo polar ártico. El calor es primitivo, simple, nos hace sudar, sufrir, no posee ni provoca inteligencia alguna. El frío nos obliga a pensar, nos reta a vencerlo y crear ropa, estructuras, nos ayuda a correr y caminar y movernos sin maldecir cada minuto. El infierno ha comenzado un año más. El ventilador de mi rincón ya gira como la hélice del biplano de un explorador del siglo XIX. Esta mañana en el trabajo pusimos en marcha el aire acondicionado por primera vez y las personas que entraban lo agradecían mucho. Lo único que me consuela es que, como mi propia existencia, también esto pasará y, con suerte, el frío volverá. Dentro de mucho, mucho tiempo.

domingo, 2 de junio de 2019

Dos de junio

El domingo desfallece de media hora en media hora aunque no me disgusta. Tengo un trabajo que amo y con un horario flexible -salvo de nueve a dos: ese espacio sagrado, el dedicado a las personas.

A pesar de todo, en aquel desfallecimiento existe cierta melancolía que nada tiene que ver con el trabajo, que nada tiene que ver con la terrorífica cercanía del verano, que nada que tiene que ver con los mosquitos o las noches tropicales que se acercan durmiendo frente al ventilador. Es otra cosa. De media hora en media hora desfallece también el tiempo que me fue dado para vivir y, si quisiera, como quiero, dar testimonio de él.

Todos, uno tras otro, flanquearemos la puerta, atravesaremos el río. Anochece. Canta un mirlo que también lo hace durante la noche cerrada.

La vida me envuelve. Yo soy la vida y quien teclea en este portátil porque estoy aquí. No siempre será así. Recuérdalo. No lo olvides nunca. Este ahora mismo es un regalo poco probable en la soledad del inmenso universo que existe, y tiene la misma solidez que tú y que yo. Carne, sangre, semen, deseo, culpa, memoria, sentimientos, instinto.

Ha cambiado la luz. Los sensores de las farolas de las aceras las encendieron. Yo sigo aquí sentado, buscando en mi cerebro las palabras que necesito para expresar lo que, a menudo, ni siquiera sé qué es exactamente. Soy un perro que huele aquí y allá, concentrado y al mismo tiempo dispuesto a seguir sin pensárselo dos veces una mariposa. Una muy pequeña y muy bonita, más ligera y más lista que yo, una que nunca alcanzaré.

sábado, 1 de junio de 2019

Uno de junio

Hoy me desperté espontáneamente a las siete, no sé por qué. Ya era de día. Fui al baño a hacer pis. Sabía que era Sábado. Volví a acostarme y me dormí de nuevo. Desperté a las diez y media de la mañana, fresco y radiante como un ababol.

Por eso, entre otras cosas, adoro los días festivos.