Desde la última vez que escribí en este diario una pandemia se ha extendido por todo el mundo. Comenzó en una lejana provincia de China y ahora ha infectado a seres humanos de todos los continentes exceptuando la Antártida. Una de cada tres personas de las más de siete mil millones que poblamos nuestro planeta está confinada en su domicilio y tiene limitados sus movimientos. En España llevamos así desde el catorce de marzo. Las calles están vacías, los cielos limpios, las playas transparentes. Los animales salvajes han ocupado calles de grandes ciudades y puertos marítimos y fluviales. Los bares y restaurantes están cerrados, así como los comercios que no venden provisiones o medicamentos; están cerrados los gimnasios, las tiendas de ropa, los cines, los talleres; no hay terrazas llenas de gente tomando el sol, no podemos salir a caminar, no hay niños en los parques ni coches en las carreteras salvo los camiones de transporte que llevan de un lado a otro los alimentos que necesitamos para sobrevivir. Todos estamos encerrados en casa salvo quienes todavía, en turnos como es mi caso, seguimos yendo a trabajar por considerarse que lo que hacemos es esencial para la actividad del país. Otros miles de ciudadanos desarrollan su actividad laboral desde sus viviendas, a través de internet, como Maite, que ha pasado a ser profesora a distancia. Es más que probable que el confinamiento dure hasta el próximo mes de mayo.
¿Quién dijo que viviríamos tiempos aburridos? Nadie vio venir el golpe a pesar de los avisos que supusieron el ébola y la gripe aviar en años precedentes. ¿Un virus que pudiera detener la economía del mundo y alterar el futuro inmediato de todos nosotros? No, eso no estaba en la agenda, aunque ahora, como sucede siempre, algunos jueguen a apuntarse el tanto de que ellos sí sabían. No, nadie sabía y ahora todos los distintos gobiernos del planeta tratan de acertar en sus estrategias a menudo con el apoyo leal del resto de partidos políticos o, como en el caso de España, con la oposición utilizando los muertos para intentar recuperar el poder sin la más mínima decencia siquiera estética o de compromiso.
A fecha de ayer, catorce de abril de dos mil veinte, estas son las cifras: en el planeta hay contabilizados 119.829 muertos de un total de 1.878.265 contagiados; en España 18.056 fallecidos de 172.541 infectados. Pero el coronavirus SARS-COV-2 avanza inexorablemente y todavía no ha alcanzado los países menos preparados para afrontar una epidemia de estas características.
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Me he desvelado temprano. Mientras escribía las frases anteriores los perros de nuestra vecina de abajo han ladrado durante un rato en el vibrante silencio eléctrico de la noche. Pronto la ciudad en cuarentena pondrá en marcha su actividad de mínimos.
Cuando nos alcanzó la pandemia volví a soñar. Hoy lo he hecho con los niños que saltaban al agua desde el muelle del puerto de San Sebastian para recuperar las monedas que les lanzaban los turistas. En el sueño yo era uno de aquellos niños de los veranos de mi infancia, y me tiraba a las aguas sucias entre los barcos junto a mis compañeros persiguiendo el brillo dorado de las pesetas descendiendo lentamente en un silencio verde, frío, infinito.
miércoles, 15 de abril de 2020
Pandemia
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