jueves, 31 de marzo de 2011

90

Esperando en la consulta de mi otorrino leo en una revista que el escritor John Cheever decidió alistarse en la Armada tras el ataque japonés de Pearl Harbour. Casualmente un comandante había leído alguno de los relatos de aquel soldado raso, publicados en el Harper’s Bazaar o el New Yorker, y decidió ponerlo a escribir para una revista del ejército, salvándole así, seguramente contra su voluntad, de una más que probable muerte en combate en la playa Utah durante las primeras horas del desembarco aliado en Normandía, el fatal destino de muchos de los compañeros de barracón de Cheever. Leo esta información y me recuerdo paseando con mi familia por esa playa en agosto de dos mil siete, preguntándome cuántos futuros músicos, carpinteros, profesores, panaderos, conductores, científicos, albañiles, pescadores, cuántos futuros escritores y granjeros murieron allí sin haber tenido tiempo de intentarlo, víctimas todos ellos, como los supervivientes, como Cheever, como yo mismo sentado en esta sala de espera, del azar.

miércoles, 30 de marzo de 2011

89

En algún lugar del universo existe un planeta girando alrededor de un sol situado a ciento cincuenta millones de kilómetros de su superficie, un planeta como el nuestro pero sin nosotros. En él hay desiertos y playas, océanos profundos, bosques, lagos, ríos, arroyos que cantan entre las piedras, montañas de cumbres blancas, nubes en el cielo donde planean grandes animales alados, praderas en las que pastan rebaños de hocicos humeantes en el frío del amanecer. El rocío cubre la hierba. Por la noche cantan los insectos, rugen los depredadores, brillan, fugaces, las estrellas fugaces.

martes, 29 de marzo de 2011

88

La cercanía física de la desgracia ajena es tan conmovedora como obscena. Hay algo vertiginoso, terrible, en la visión de los peores momentos en la vida de otras personas.



Recuerdo que en cierta ocasión auxilié a una persona mayor que se había caído en la calle abriéndose una aparatosa brecha en la cabeza, entre varios peatones le ayudamos a ponerse en pie tapándole la herida con un pañuelo y le acompañamos al ambulatorio cercano para que le atendieran. Minutos después descubrí que me había manchado las manos con su sangre y, para mi vergüenza, sentí asco, una repugnancia culpable que tardó horas en abandonarme.



Cuando atiendo a seres humanos en el fondo del agujero, pidiendo una ayuda que no existe cuando nunca han tenido que pedir nada, desesperados cuando hace relativamente poco tiempo vivían una vida normal, siento dolor verdadero, no figurado, es un dolor sordo parecido a la jaqueca, parecido a las náuseas. También siento, sobre todo lo demás, una gran compasión que rápidamente he de sustituir por competencia profesional, pues compasión es lo último que ellos necesitan de mí. Cuando trabajo procuro mirar siempre a los ojos de las personas, pero confieso que si rezuman sufrimiento me cuesta muchísimo mantener la mirada.

lunes, 28 de marzo de 2011

87

Por la tarde, de regreso del trabajo por la carretera comarcal A-133, he aparcado en un camino y he dado un breve paseo para despejar mi cabeza de tantas voces y problemas y preguntas. Sólo se escuchaba el viento sobre los campos de cebada que se extendían suavemente a mi alrededor.

Campos de cebada, 28 de marzo de 2011.

domingo, 27 de marzo de 2011

86

Por la mañana estuve trabajando en la terraza, olvidada desde el otoño. En algunas zonas existían verdaderos ecosistemas de hierbas de distintas especies firmemente instaladas sobre el manto de hojarasca, ecosistemas que yo, como un dios absurdo y cruel, he destruido en un instante. Además de barrer y recoger el suelo también he arrancado plantas muertas del año pasado: ramas secas de albahaca, una mata de tomates cherry, la de berenjena, la de calabacines; he tenido que cavar y tirar de firme para extraer las raíces de algunas. ¡Entre unas cosas y otras ha salido tanta broza que he llenado dos bolsas de basura! Luego he cambiado algunas macetas de sitio, he asegurado las celosías de las paredes y he instalado el sistema de riego automático que guardé en casa al comenzar el invierno. Me he sentido muy bien al terminar. No suelo hacer este tipo de trabajos físicos y había olvidado la sensación de honestidad que producen.

sábado, 26 de marzo de 2011

85

Una bandada de estorninos sobrevuela mi casa graznando y chillando como si hablasen entre ellos. Salgo corriendo a la terraza pero ya están lejos, al oeste, sobre el campanario de la iglesia de San Pedro. El bullicio de su paso permanece en el cielo durante unos segundos antes de desaparecer.

viernes, 25 de marzo de 2011

84

1.



Me dejé barba en agosto del año pasado, durante mi viaje a Irlanda, y al regresar a casa hubo quien pensó que sería sólo un capricho pasajero, pero lo cierto es que me siento muy a gusto con ella. La llevo más bien corta porque le paso una maquinilla al efecto cada diez días aproximadamente, lo cual me evita tener que afeitarme cada mañana, que es lo que buscaba.


2.



Los taludes de la nueva autovía van cubriéndose de vegetación semana a semana. Algunos tramos han dejado de mostrar el color crudo de la tierra removida y lucen ya una tupida capa de plantas herbáceas y gramas. Cada día asisto con admiración a un proceso que todavía no ha terminado, un proceso que, de hecho, no termina jamás.

jueves, 24 de marzo de 2011

83

Y mientras en Libia los hombres se disparan y en Japón familias enteras comparten polideportivos con una paciencia difícil de creer, yo dejo que la tarde se convierta lentamente en un estado mental, a medias entre la atención precisa para atender a quien pueda venir y algo parecido a soñar que estoy aquí.

Barbastro por la tarde, 24 de marzo de 2011.

miércoles, 23 de marzo de 2011

82

El día comenzó sentado en el coche aparcado delante de la oficina de Correos, descubriendo con emoción el regalo de una amiga, y termina recogiendo la vajilla de la cena y guardando la comida que he preparado para mañana. En medio me he hecho una radiografía de tórax y he pedido cita para el resto de pruebas médicas necesarias antes de operarme de mi rinitis... y ahora mismo, mientras estoy escribiendo estas palabras, tengo un déjà vu tan potente que he de detenerme durante un momento para revisar el texto. ¿Es posible que haya escrito frases idénticas a estas alguna vez? Pero pronto pasa el instante de confusión y vuelvo a este tiempo, este futuro que nunca, por más que se empeñe mi cerebro, puede alcanzarse con la memoria.

martes, 22 de marzo de 2011

81

El otro día descubrí en la televisión, por casualidad, una magnífica película que he visto dos o tres veces a lo largo de mi vida: «El vuelo del Fénix», de Robert Aldrich. En ella se narra un accidente aéreo en un desierto árabe y las peripecias de sus supervivientes para salir de allí construyendo un nuevo avión con los restos del accidentado, para lo que cuentan con la supervisión de alguien que asegura tener los conocimientos necesarios y que, casi al final de la historia, resulta ser un maquetista de aviones de aeromodelismo. Espero no estropear el suspense de una película de mil novecientos sesenta y cinco si digo que al final consiguen su propósito, consiguiendo despegar entre las dunas con los náufragos tendidos sobre las alas en unas secuencias que, al verlas por primera vez en mi infancia, se grabaron en mi memoria para siempre. Hoy recordé esta película maravillosa leyendo la respuesta que un rebelde libio ofreció a un periodista británico cuando éste le preguntó si tenían preparación militar para enfrentarse al ejército profesional de Gadafi; la respuesta fue la siguiente: «No, pero hemos visto muchas películas de acción».

lunes, 21 de marzo de 2011

80

Cuando salgo del supermercado empieza a anochecer y estoy muy cansado. Mientras conduzco de regreso a Binéfar escucho en la radio que hoy es «el día mundial de la poesía». ¡El día mundial de la poesía! ¿Puede haber algo más estúpido? Apago la radio. Las luces brillantes de una gasolinera, en contraste con el azul cobalto de un cielo inmediatamente anterior a la oscuridad, la convierten en un cuadro de Hopper, una fugaz estación de luz en medio de un mundo que comienza a sumergirse en las sombras.

domingo, 20 de marzo de 2011

79

Me gustan las cebollas moradas porque son moradas. Me gustan los limones porque son amarillos, y los pimientos rojos porque son rojos. Me gustan las alcachofas porque son verdes. Me gusta el cielo que cruzan los aviones, tenga el color que tenga. Me gusta la pantalla en blanco antes de que las palabras, como pequeños insectos negros, comiencen a ocuparla.

sábado, 19 de marzo de 2011

78

Escuchando el adagio de la novena de Mahler hay momentos en los que sientes que tu corazón no va a poder empaparse más de tanta belleza, estremecido en el oscuro interior del pecho, palpitante corazón vivo, sangrante, mecánico, efímero.


Gustav Mahler - Sinfonia nº 9 - Adagio: Sehr langsam und noch zurückhaltend - Kurt Sanderling.

viernes, 18 de marzo de 2011

77

Conozco al hombre que se acerca a mi mesa, le atendí hace algo más de un año. Sujeta una pequeña carpeta de cartón contra su pecho y al sentarse sonríe nervioso y me da los buenos días. Yo le digo: «es usted apicultor». Entonces él, asintiendo con la cabeza, me dice: «ya veo que se acuerda, ya veo que se acuerda». «Hombre, no todos los días conoce uno a alguien que no se quiere jubilar con... ¿cuántos tiene ahora? ¿setenta y algo?», le digo, fiándome de mi memoria. Y el hecho es que este señor, que declara setenta y dos años pero aparenta sesenta y cinco, es un apicultor soltero, sin familia, silvestre, que continúa trabajando sus colmenas y no quiere saber nada de retirarse. «Todo el mundo me dice que soy tonto, ¿sabe usted? Me dicen que podría jubilarme y seguir trabajando lo mismo, como hacen todos, pero claro, ¿cómo iba a poder vender la miel y hacer facturas estando jubilado?». Yo le confirmo que no podría. «Además», añade, «gano bastante más dinero con mis abejas de lo que cobraría con mi pensión de autónomo, eso también se lo puedo decir, y es una cosa que me gusta mucho, la apicultura me gusta más ahora que cuando empecé, fíjese usted». Yo le digo que haga lo que más le apetezca hacer, que no preste atención a la gente. «Es que no paran, no paran, el otro día un joven del banco me dijo que si me ponía enfermo la seguridad social no me pagaría la baja porque ya soy muy mayor, ¿eso es verdad?». Yo le aseguro que no es verdad, que sigue de alta a todos los efectos, como cuando tenía treinta años, y que en caso de baja por enfermedad la seguridad social le pagaría igual que a cualquier otro trabajador. «Entonces la gente, ¿por qué habla? Parece que les dé rabia que no me quiera jubilar, como lo pienso se lo digo, fíjese». «Le creo», digo, «por desgracia vivimos en una sociedad en la que si uno se aparta un milímetro del rebaño todos le señalan con el dedo. Usted haga lo que quiera, si se quiere jubilar jubílese, yo mismo le haré las gestiones encantado, y si quiere seguir trabajando siga trabajando y que la gente diga lo que quiera». «Ah, pero yo me moriré en el monte, y escuche, eso es lo que quiero, eso quiero, morirme en el monte, se lo digo de verdad». Se queda callado unos segundos y antes de que yo pueda decir algo levanta la mirada y dice: «Además, si quiero seguir cobrando las subvenciones tengo que estar de alta, eso es así, ¿sabe?». Este hombre no tiene un pelo de tonto. «Mire, me piden un certificado de estar de alta como apicultor y otro de estar al corriente con la seguridad social, ¿usted me los podría hacer?». «Cómo no», le contesto, y entonces él abre su pequeña carpeta azul del tamaño de medio folio, extrae de ella unos documentos y para poder leerlos saca del interior de su viejo jersey unas absurdas gafas de plástico estampadas con las franjas blancas y negras de la piel de las cebras africanas. Parecen unas gafas de juguete, de broma, de carnaval, pero me doy cuenta de que los cristales que llevan son graduados, muy gruesos. Mientras el apicultor, con las surrealistas gafas de estampado de cebra instaladas sobre la punta de la nariz, lee en voz alta los documentos que le piden para poder cobrar una subvención por la miel de sus abejas, me sorprendo preguntándome mentalmente si no habrá encontrado esas gafas en el campo, sé que tiene miles de colmenas instaladas en estas comarcas y pasa los días ocupándose de ellas. Después me dirá que en su furgoneta lleva una pequeña grúa con la que las levanta y manipula sin tener que hacer ningún esfuerzo; después me dirá que recorre centenares de kilómetros al mes, a veces miles, a menudo por pistas y caminos; me dirá, como ya me dijo otro apicultor una vez, éste joven y en la flor de la vida, que si las abejas no existieran la civilización humana desaparecería en pocos años; me dirá que los agricultores de las plantaciones de frutales le piden que instale las colmenas en sus proximidades para polinizar los árboles; me dirá que después de tantos años y picaduras está inmunizado al veneno de las abejas, y para demostrarlo me mostrará unas manos no sé si regordetas o permanentemente inflamadas, todo eso me dirá dentro de unos segundos. Ahora me limito a contemplar con estupefacción esas gafas de cebra en el rostro serio y concentrado, venerable, y pienso: «he aquí un hombre libre».

jueves, 17 de marzo de 2011

76

Algún día saldré de la carretera e iré a alguno de los sitios que veo desde el coche. Buscaré los caminos que llevan a esos lugares y una vez allí, en el recodo del río Cinca donde una mañana vi un cormorán, en la cima de la colina de arenisca, en la sombría chopera de cultivo, en el camino flanqueado por cipreses que desciende entre bancales verdes, una vez allí me detendré y saldré a contemplar el tráfico de la carretera, finalmente al otro lado como en aquel cuento de Cortázar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

75

Estos días de lluvia han hecho crecer tanto la cebada que a uno le dan ganas de aparcar el coche en el arcén de la carretera y echar a correr por los campos con los brazos abiertos, dando saltos y volteretas.

martes, 15 de marzo de 2011

74

Si pienso en esos cincuenta ingenieros de la central nuclear de Fukushima que, mientras todo el mundo era evacuado urgentemente en un radio de veinte kilómetros a la redonda, se han quedado para continuar refrigerando con agua de mar los núcleos de los tres reactores colapsados, sabiendo, ellos mejor que nadie, que se exponen a un riesgo probablemente letal, sólo vienen a mi mente palabras que por una vez no suenan exageradas ni huecas: héroes, sacrificio, valor.

lunes, 14 de marzo de 2011

73

Luna. Bosque. Troya. Estos son los apellidos reales de tres mujeres a las que he atendido hoy en mi trabajo: Luna, Bosque y Troya.

domingo, 13 de marzo de 2011

72

Me despierto pasadas las diez de la mañana y me sorprende la luz que entra desde la calle. La lluvia de ayer ha dado paso a una atmósfera limpia y transparente. Después de desayunar iré a dar un paseo y comprar los periódicos y el pan. Me gustan las mañanas de domingo.

sábado, 12 de marzo de 2011

71

En la pantalla repiten una y otra vez las imágenes de la explosión en la central nuclear japonesa afectada por el terremoto de ayer. Emergiendo desde los archivos de mi adolescencia regresa a la superficie de mi cerebro aquel smiley amarillo con la leyenda «¿Nucleares? No, gracias». Hoy muchos de los que entonces lo llevaban prendido en la ropa o pegado en el coche defienden con el ardor del converso la energía nuclear, está de moda hacerlo a babor y estribor. Por mi parte voy a utilizar un argumento muy sencillo, casi infantil, para argumentar mi rechazo hacia las centrales nucleares: ¿cómo puede defenderse un sistema de producción de energía que origina residuos radiactivos que conservarán su peligrosidad durante miles y miles de años? ¡Es de locos, es algo que va contra el sentido común más elemental! Por no hablar de las consecuencias de un accidente, como sucedió en Chernobyl, o un desastre natural, como ha sucedido en Fukushima. Ese sistema de generar energía, por mucho que ahora esté de moda incluso entre quienes se ponían pines amarillos hace treinta años, no es fiable, no es ninguna panacea sino más bien una siniestra espada de Damocles colgando permanentemente sobre nuestras cabezas y las de nuestros nietos.

viernes, 11 de marzo de 2011

70

Contemplo en la televisión las imágenes del tsunami que ha provocado el terremoto de Japón: una oscura y sucia ola de barcos, vehículos y edificios arrasándolo todo mientras penetra tierra adentro como si un dios travieso estuviera divirtiéndose con el mundo.



Recuerdo las cucharadas de Cola Cao flotando y desmoronándose poco a poco en el tazón de leche del desayuno. Con la cabeza apoyada en mis brazos infantiles disfrutaba del épico final de la Atlántida, e incluso jugaba a calcular el tamaño diminuto, en realidad casi invisible, de los aterrorizados habitantes de aquel continente de cacao que poco a poco iba hundiéndose en el blanco océano. Lo que nunca hice, no entonces, no todavía, fue imaginar que yo pertenecía a su especie, no a la de los dioses.

jueves, 10 de marzo de 2011

69

Suelo del lavadero de coches, Binéfar, 10 de marzo de 2011.

miércoles, 9 de marzo de 2011

68

Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Los huesos de nuestros muertos no deberían estar aquí, ni los cementerios ni los túmulos ni las iglesias ni los pozos naturales al fondo de una cueva sellada desde hace veinte mil años. Las raposas no deberían estar aquí. Las palomas comunes, y todavía menos las tórtolas turcas, no deberían estar aquí. Las truchas no deberían estar aquí, ni las cigüeñas ni las torres de alta tensión ni el río que corre bajo el puente de la autovía por donde circulo, a ciento diez kilómetros por hora, cada día ida y vuelta. Las nubes no deberían estar aquí. Las montañas de blancas cimas nevadas no deberían estar aquí. No deberían estar aquí los tigres siberianos, no deberían estar aquí los fósiles de los dinosaurios, no deberían estar aquí los almendros en flor. No deberían estar aquí las dunas, los oasis, las ciudades desaparecidas, no debería estar aquí la sabana, no deberían estar aquí los bosques, la selva, los manglares, las playas donde se bañan elefantes, búfalos e hipopótamos, no deberían estar aquí las ballenas, los delfines, las morsas, los esquimales. Yo no debería estar aquí. Tú no deberías estar aquí. Nada de todo esto debería estar aquí.

martes, 8 de marzo de 2011

67

Tengo en el escritorio de mi ordenador la imagen de la galaxia NGC 2841, una inmensa espiral de estrellas girando en el cosmos. La miro sabiendo que ocupa un volumen que mi cerebro es apenas capaz de imaginar y a continuación pienso en el rostro de mis padres. El otro día les di dos besos. A su lado me sentí un gigante mientras mi corazón volvía a ser tierno y pequeño.

lunes, 7 de marzo de 2011

66

La primavera se acerca radiante, inmisericorde, cada año más joven y bella que el anterior. Nos encontrará, como siempre, inermes.

domingo, 6 de marzo de 2011

65

Pensando en Paula cocino borrajas y lomos de lubina al horno. En la residencia de estudiantes en Barcelona come bien pero echa en falta el pescado y, por supuesto, las borrajas, que allí apenas se conocen. Ayer fuimos a mi pueblo a visitar a mis padres y comimos champiñones al ajillo, cogollos de Tudela con anchoas, croquetas caseras, canelones con tomate y, en fin, la típica y sabrosa comida navarra de mi madre para un regimiento. Eran recetas de mi infancia, de mi vida, como imagino que las mías lo son o serán de la infancia de mi hija. Mañana, aprovechando que he podido conseguir albahaca fresca, cocinaré espaguetis con pesto, un plato fácil y rápido que les vuelve locos desde pequeños.


Canelones de atún con tomate, borrajas con patatas, ternasco al horno, alcachofas con almejas, espaguetis con pesto, ensalada de escarola con ajo picado y anchoas, tomates asados con sal gorda y hierbas provenzales, tortilla de patatas, pollo al curry, brócoli al vapor, bacalao al pil-pil, huevos fritos con pimientos de piquillo, merluza rebozada... Entre todas las patrias la de la comida brilla y borbotea con especial intensidad. Ahora mismo no estoy escuchando a Bach, pero si pudiera creer en Dios le agradecería sinceramente haberme ofrecido la oportunidad de convertirme en la patria gastronómica de mis hijos. Jamás imaginé que llegaría tan lejos.

sábado, 5 de marzo de 2011

64

Después del ensayo vamos a tomar una copa al Chanti, que está desierto. La camarera limpia con un paño la cafetera apagada. Pedimos tres gin-tonic y una cerveza y nos sentamos alrededor de una mesa. Hablamos de hombres, de mujeres, de sexo, de amor.

viernes, 4 de marzo de 2011

63

Escuchando la Pasión siento la necesidad de levantarme y buscar un libro en cuya página número setenta y dos aparece la imagen en blanco y negro de una calavera humana. La contemplo mientras la música infiltra mi alma hasta el tuétano. Yo no creo en la existencia de Dios salvo cuando escucho a Bach.

jueves, 3 de marzo de 2011

62

Observo a los peatones que caminan por la calle con gesto aterido. El cielo tiene el aspecto de las grandes nevadas, pero sería muy extraño que nevase en Barbastro a comienzos de marzo. De pie al otro lado del cristal imagino la nieve cayendo, pétalo a pétalo, sobre los almendros en flor.

miércoles, 2 de marzo de 2011

61

En enero de mil novecientos noventa y dos, durante una tormenta en el océano Pacífico, un carguero proveniente de Hong Kong perdió un contenedor lleno de patitos de goma que se abrió liberando su carga. Durante años aquellos juguetes de plástico, construidos para flotar en bañeras infantiles, surcaron los océanos y mares de medio mundo para aparecer finalmente, de vez en cuando, en las playas más remotas. Probablemente en este mismo instante, mientras escribo estas palabras, alguno de esos patitos continúa flotando entre inmensas olas bajo el cielo estrellado, desierto, silencioso.

martes, 1 de marzo de 2011

60

Lo mejor de la floración de los almendros silvestres es que sucede en cualquier lugar, no solamente en las suaves colinas rodeadas de campos labrados o sobre los ribazos cubiertos de romero y tomillo que envuelven los caminos, también en desoladas escombreras, al lado de torres de alta tensión, entre las ruinas de masías abandonadas hace generaciones y junto a oscuros almacenes y silos donde reinan las sombras. Los pequeños almendros florecen en cualquier lugar, y al hacerlo nos ofrecen cierto consuelo, cierta belleza, cierta esperanza imprecisa.