Si pienso en esos cincuenta ingenieros de la central nuclear de Fukushima que, mientras todo el mundo era evacuado urgentemente en un radio de veinte kilómetros a la redonda, se han quedado para continuar refrigerando con agua de mar los núcleos de los tres reactores colapsados, sabiendo, ellos mejor que nadie, que se exponen a un riesgo probablemente letal, sólo vienen a mi mente palabras que por una vez no suenan exageradas ni huecas: héroes, sacrificio, valor.
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