Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.
sábado, 30 de noviembre de 2019
viernes, 29 de noviembre de 2019
Veintinueve de noviembre
Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.
jueves, 28 de noviembre de 2019
Veintiocho de noviembre
Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Veintisiete de noviembre
Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.
Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.
Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.
Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.
Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
martes, 26 de noviembre de 2019
Veintiséis de noviembre
Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.
lunes, 25 de noviembre de 2019
Veinticinco de noviembre
Hoy no me apetece escribir nada y eso es todo.
domingo, 24 de noviembre de 2019
Veinticuatro de noviembre
Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!
Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta. Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar. Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.
sábado, 23 de noviembre de 2019
Veintitrés de noviembre
Mi hermano J. nos recuerda en el grupo de WhatsApp que, como cada año, hay que recoger las olivas de mis padres para llevarlas a la almazara. Por un lado sí, es un día en el que nos juntamos todos con nuestras varas y trabajamos a destajo, y es bonito ver caer las olivas sobre las mantas, limpiarlas de ramas y hojas y luego cargar los sacos en el coche; por otro lado: oh, misericordia.
viernes, 22 de noviembre de 2019
Veintidós de noviembre
Días de lotería. La de mi empresa, la del Salud de Aragón, las compañeras de enfrente; la del club de futbol donde juega María, la del Alzheimer, la de la Asociación Española contra el Cáncer, la de la Cruz Roja. Como cada año, juego lo mínimo que puedo, pero al final siempre me veo con un buen puñado de boletos.
Por otro lado a veces me gusta imaginar cómo sería hacerme millonario sin ningún merecimiento, señalado únicamente por el aleatorio dedo de la fortuna. Qué dinero más absurdo. ¿Qué debe sentirse más allá del primer estupor y las primeras celebraciones? ¿Por qué yo y no otro? ¿Cómo puede ser?
jueves, 21 de noviembre de 2019
Veintiuno de noviembre
He ido a mi segunda sesión de rayos UVA y, al salir del coche, el aire olía como el de un pueblo mucho más pequeño que Barbastro: una mezcla de castañas asadas, leña en el fuego, humo de estufa antigua. Me ha sorprendido y gustado mucho al mismo tiempo. Aromas primitivos antes de entrar casi desnudo en una cabina espacial de luz radiante.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Veinte de noviembre
Se estropeó el horno y nos han instalado uno nuevo. En esta casa ha sido como estrenar un Ferrari, y ya lo hemos estrenado: mañana comeremos un plato tan típicamente español como los macarrones con chorizo gratinados que he guisado esta noche. Pensaré en ellos cuando esté trabajando.
Pero ahora se me cierran los ojos. Es hora de leer y quedarme dormido en la tercera página.
martes, 19 de noviembre de 2019
Diecinueve de noviembre
Al entrar en la cabina he cerrado la puerta, he pulsado un botón verde arriba a mi izquierda con la leyenda STAR, y toda la pared circular se ha encendido mientras un ventilador lanzaba aire sobre mi cabeza. Apenas podía ver nada a través de las gafas que protegían mis ojos pero pronto me he sentido relajado a pesar de los ruidos de la máquina. ¿Aparecería en una máquina similar situado al lado de la mía transformado en un hombre mosca? ¿Viajaría en el tiempo y al abrir la puerta estaría en medio de una batalla entre indígenas y romanos o, tal vez, en una tierra yerma y desierta de cualquier forma de vida, dentro de miles y miles de años? Notaba la radiación envolviendo todo mi cuerpo casi desnudo, oía mi propia respiración y me sentía bien, allí de pie en perfecto equilibrio, los brazos abiertos.
Al cabo de diez minutos la luz intensa y el ventilador se han apagado, he abierto la puerta de la cabina y todo estaba igual que antes de entrar en ella. Me he vestido, he abierto la puerta y una joven me ha dicho: "¿Qué tal tu primera sesión de rayos UVA? ¿Te has sentido cómodo? Te esperamos pasado mañana, Jesús". Espero que la idea de mi dermatóloga funcione y mi dermatitis nerviosa deje de acompañarme para siempre de una vez por todas. El plan consiste en abrasar la piel enferma poco a poco, la que pica y se ve y también las células que hay debajo esperando su ocasión, Reconozco que suena primitivo pero mi doctora me aseguró que había funcionado muy bien con pacientes como yo. Tal vez en eso, en su sencillez lógica, resida su éxito. Ojalá.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Dieciocho de noviembre
Siento que me acerco a alguna parte. He tomado decisiones estos últimos días. Decisiones pequeñas, íntimas, invisibles fuera de mi casa, pero enormes para mí y quienes me quieren. Algo parecido a, siendo un guerrero asesino, decidir convertirte en un sacerdote budista, o al revés; algo parecido a ir en contra de mi naturaleza para regenerarla. Algo parecido a descubrir, a estas alturas, cosas sobre mí que espero que todavía estén ahí.
Oigo que Carlos ha llegado a casa. Nuestro hijo, de veintidós años, es como tifón, un toro bravo atravesando un apartamento de tamaño mediado intentando no tirar ni romper nada. Es todo pasión, vida efervescente. Ahora voy a dejar de escribir para estar con ellos y cenar, como siempre, cualquier cosa.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Diecisiete de noviembre
Hoy no hemos salido de casa en todo el día. Me he quedado en la cama un buen rato recostado contra la almohada, el portátil en el regazo, y luego, después de desayunar, he pasado el aspirador y el polvo y me he puesto a cocinar comida para varios días. Mientras el cocido de hoy se terminaba de hacer hemos tomado un vermú, que es una de las comidas que más nos gusta tomar: mejillones en escabeche, patatas fritas, pepinillos en vinagre... guarrerías varias.
Ha sido un domingo tranquilo, de navegación sostenida y sin marejada, aunque, si pongo el oído en la pared, puedo escuchar perfectamente cómo la proa continúa abriéndose paso a través del agua.
sábado, 16 de noviembre de 2019
Dieciséis de noviembre
Están haciendo obras en el canal por el que solemos pasear y todo está hecho un desastre. Las excavadoras han arrancado mucha vegetación, incluyendo árboles. Creo que quieren ensanchar algunos tramos de la pequeña carretera y también arreglar el hormigón armado del cauce, muy deteriorado por el paso del agua y los años. En cualquier caso he caminado los seis kilómetros de rigor mientras Maite trabajaba en casa rodeada de exámenes y trabajos de sus alumnos. Los únicos pájaros que se han cruzado en mi camino han sido tres cuervos. Hoy no había nubes, sólo un cielo glauco y liso al que se asomaba un sol borroso, desvaído y sin forma, lejano, ausente. El otoño ha durado tres o cuatro semanas. No me importa porque amo el frío, pero también amaba la lentitud gradual con la que nosotros y la naturaleza pasaba del calor del verano al frío intenso del invierno tiempo atrás, hace mucho tiempo.
viernes, 15 de noviembre de 2019
Quince de noviembre
Esta mañana, al sonar el despertador, he esperado un rato y le he dicho a mi compañera que me tomaba un día libre de los siete que todavía me quedan este año. Otras semanas hubiera sido imposible porque sólo estamos tres trabajadores, y en cuanto uno coge vacaciones, somos dos y no puede quedarse sólo uno, se volvería loco. Pero hoy estábamos los tres, así que aprovechando esa circunstancia he disfrutado de un día de fiesta de los que yo llamo robados, inesperados. Me he vuelto a dormir hasta las diez y luego he hecho mis cosas tranquilamente, sin prisa, y he salido a hacer algunos recados. El aire llegaba con el frío de la nieve en las montañas. Como pasaba por delante de la Agencia comarcal he entrado a saludar y ver cómo andaban: me ha tranquilizado no ver largas colas. He vuelto a casa caminando junto al río. Los días "robados" son los que mejor saben, no sé por qué.
jueves, 14 de noviembre de 2019
Catorce de noviembre
Por la mañana, al despertar, llovía un poco. El cielo era gris y el suelo brillaba como mercurio pálido. Mientras me dirigía hacia el trabajo, las manos en los bolsillos, paso tras paso, recordé cuando días así me hacían feliz. Ahora puedo decir que me gustan mucho pero, desafortunadamente, no le vienen bien a mi química cerebral. Ahora comprendo aquel antiguo dicho: "Estoy como el día". Me gusta mucho la lluvia pero me afecta negativamente. Mi cerebro un poco enfermo necesita luz.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
Trece de noviembre
Todo esto
es imposible.
martes, 12 de noviembre de 2019
Doce de noviembre
Estoy tan cansado que no sé ni pensar. Sólo quiero dormir pero al mismo tiempo en el cielo brilla una luna llena brillante como pocas he visto. Qué misterio el juego de la vida de no querer perderse nada y al mismo tiempo necesitar descansar, permitir que el cerebro se limpie para iniciar un nuevo día.
A veces me siento viviendo en un sueño ni siquiera mío, el sueño de alguien, de otra persona. Sé cómo suena, lo sé, tal vez estoy loco. Pero a veces me abordan ideas así.
Aunque sé cuál es mi objetivo en este planeta: la belleza, la belleza en cualquier sitio: en ruinas, en basura, en el pasado y en el futuro, en la música, en la poesía, en las relaciones sociales, en los paseos junto al canal de los fines de semana, en mi trabajo maravilloso, en todo lugar y situación. Creo que mi ADN me empuja a buscarla y articularla, darle voz y sentido, convertirla en algo que brille y se apague en la oscuridad, como así ha de ser.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Once de noviembre
Escribo recién salido de la ducha. Huelo muy bien. He cocinado para cenar lomos de lubina a la plancha con pimientos verdes fritos, y no podía acostarme con ese aroma que, por otra parte, me encanta en una playa en verano, antes de ir a bucear.
Las segundas elecciones generales españolas no han resuelto nada, de hecho los acuerdos políticos están más difíciles que antes. No sé qué pensar. Al fin y al cabo, como sucede en el futbol con los futbolistas, en las elecciones votamos nosotros. ¿Acaso votamos mal? La ultraderecha española se ha convertido, desde la irrelevancia de anteayer, en la tercera fuerza política de España. Resulta que no somos distintos de Polonia, Hungría o Austria. El monstruo está ahí, respirando y sonriendo, sin prisa. El racismo, la homofobia, el nacionalismo español siempre estuvo allí, esperando su momento. La situación en Cataluña le ha venido que ni pintada. Cuántos miles no habrán votado a la ultraderecha pensando que defendían a España como los nacionalistas independentistas votan y cortan carreteras y autopistas pensando que defienden a Cataluña. Son, exactamente, las dos caras de la misma moneda. El nacionalismo es una mierda, atenta a la inteligencia humana y global. Atenta al único futuro posible.
Pero me centro en lo que puedo controlar, no en lo que no puedo controlar de ninguna manera. Me he duchado antes de irme a dormir en vez de esperar a mañana por la mañana porque olía a pescado a la plancha. Me he servido un whisky con hielo. Escribo exactamente lo que quiero, exactamente lo que me apetece escribir. Soy un ser humano muy afortunado por poder hacerlo. Hay países donde no podría. Después de las elecciones sigo sintiéndome un hombre libre y afortunado de, por absoluta casualidad, haber nacido aquí y no en otro lugar. El mundo -Chile, Bolivia, Siria, Afganistán, Turquía, Hong-Kong- está revuelto.
Por la mañana, camino del trabajo, miro las nubes a kilómetros de altura en el cielo y, no sé por qué, me dan calma. No sé por qué. Mucha calma.
domingo, 10 de noviembre de 2019
Diez de noviembre
Los canelones me han salido exactamente como quería. Sin tonterías, como los hacía mi querida suegra Josefina. Sin queso, sin tomate, sin hierbas, sin nada. Carne picada, bechamel, unos trozos de mantequilla y al horno. En su simplicidad residía su secreto. Su hija y yo, comiendo, nos hemos mirado y hemos afirmado con la cabeza. Ese premio me llevo. Los próximos los haré con su tomate triturado y su foie. Y su queso rallado sobre la bechamel. Aunque los de hoy estaban tan buenos que no sé. Podremos elegir.
Fui a votar por la mañana. Enfadado, muy enfadado por el estéril resultado de la última vez que fui a votar, hace cuatro días; enfadado después de decir en público y en privado que si no se ponían de acuerdo yo ya no votaba más, pero he ido a votar. En un viejo colegio infantil ahora cerrado a la docencia. No he ocultado mi voto en las cabinas. Lo tenía clarísimo.
Luego, antes de volver a casa, he ido a una tienda donde venden comida preparada y he comprado seis empanadillas y seis croquetas. Para el vermú. El vermú es sagrado en esta familia. Sagrado.
sábado, 9 de noviembre de 2019
Nueve de noviembre
He puesto una bandeja de patatas en el horno con sus correspondientes hierbas provenzales, su sal, su aceite, su agua, su soja, y ahora sólo queda esperar. Cuando estén hechas pondré la cola de salmón sobre ellas y en cinco minutos estaremos cenando.
El sábado por la noche, desde que era pequeño y vivía con mis padres, es sinónimo de tranquilidad, seguridad, felicidad. Un sitio seguro. Lo sigue siendo.
viernes, 8 de noviembre de 2019
Ocho de noviembre
Al fin ha llegado el frío, ese fenómeno últimamente desconocido, y todo se ha vuelto del revés. Parece mentira. En eso se nota lo primates que somos, como cuando llueve y de repente todo se convierte en caos. Llevamos el impulso histérico adherido a nuestra inteligencia, dispuesto a anularla con entusiasmo a la mínima ocasión.
Yo, como quienes me seguís desde hace tiempo ya podéis imaginar, soy feliz: frío. El frío. La lluvia. Ha nevado mucho en el Pirineo y nevará más. Se siente en el viento, que nos llega helado desde allí. Soy feliz. Se acabó temporalmente la tortura del "buen tiempo". Adiós al calor, al sudor, a lo que no puede evitarse ni quedándose desnudo. Es el tiempo de ir añadiendo ropa, algo que sí funciona, algo que sí es útil.
Anhelo expirar el humo cálido de mi boca como si fumara. Sentir en mi rostro el frío que lo estimula y tensa y revive. Soy más Neandertal que Cromañón. Amo el frío. El frío me despierta de la cada vez más larga y sudorosa noche del verano. Asomo mi cabeza de oso polar. Ha llegado el momento.
jueves, 7 de noviembre de 2019
Siete de noviembre
Desperté de la siesta sin la sensación de resucitar de la muerte o regresar de un pozo negro, lo cual ya es una novedad. Bien. Equilibrio. Armonía. El día continúa. Cenaremos pulpo a feira con patatas y tostadas con crema de queso de cabrales (brutal). Tengo que cortarme las uñas de los pies. Ahora que ya no utilizo sandalias me he descuidado un poco. Hoy fui a la peluquería: parezco un marine recién llegado al cuartel. Es lo que quiero: tres meses sin volver a cortarme el pelo. Es de noche. Dos mil diecinueve comienza a tomar velocidad, se precipita hacia el ojo de la aguja. No sabe, como yo, que al otro lado hay una playa donde las olas llegan por primera vez una y otra vez, por primera vez una y otra vez, y así siempre. Por primera vez una y otra y otra y otra y otra vez.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
Seis de noviembre
Hace mucho tiempo que ya es de noche. Las doce de la madrugada, mi frontera, se acerca lenta y rápidamente a la vez. No pasa nada, tengo oficio más que suficiente no ya para escribir sino para decir la verdad: la vida es algo maravilloso, una oportunidad, luz.
Y lo digo yo, que cada mañana me tomo mi antidepresivo y mis ansiolíticos. La vida es algo maravilloso, y acaso quienes necesitamos una ayuda química para darnos cuenta somos más conscientes de ello.
Tú que me estas leyendo ahora date cuenta, por favor. Tú que no necesitas ayuda química, tú que sencillamente existes sin ningún esfuerzo: existir es algo absolutamente insólito en el universo. Explora. Vive. No ignores ese privilegio. Yo intento no hacerlo cada día.
martes, 5 de noviembre de 2019
Cinco de noviembre
Hoy me he pasado el día en el Aeropuerto del Prat de Barcelona. Mi hijo volvía de Chile a las tres y treinta y cinco minutos de la tarde, pero anoche me mandó un mensaje diciéndome que, por el cambio horario, en realidad llegaba a España a las once y treinta y cinco de la mañana. Total, que hoy he madrugado un poquitín y a las diez y media ya estaba en el Aeropuerto del Prat de Barcelona, pero resulta que no, que la hora real de llegada era la inicial: las tres treinta y cinco de la tarde que han terminado siendo las tres cincuenta. ¿Qué he hecho durante todo ese tiempo perdido? Por hacer tiempo he querido ir a la playa de la Barceloneta, pero el atasco de tráfico era tan grande que al final he desistido y he regresado al Aeropuerto. Allí he caminado, según mi teléfono móvil, seis kilómetros. Puedo decir que ahora me conozco cada rincón y lavabo del Aeroport Josep Tarradellas de Barcelona. He visto llegar a centenares de pasajeros, he escuchado un montón de idiomas, me he dejado un pastón en un bocadillo de tortilla de patatas a las once y en una focaccia de pollo, mozarella y albahaca a las tres de la tarde. Precios obscenos, pero ya todos sabemos que en los aeropuertos es así, no hay otra.
Finalmente Carlos Miramón ha aterrizado tras catorce horas de vuelo directo desde Santiago de Chile, nos hemos abrazado y besado, y, oh, al regresar a Barbastro, la quinta marcha de la caja de cambios de nuestra Picasso de catorce años y trescientos cuarenta mil kilómetros no engranaba. He conducido en cuarta todo el tiempo. Sería una buena noticia para otro: ¡coche nuevo! Pero estoy enamorado de mi preciosa Picasso. Soy animista, qué se le va a hacer. Les cojo cariño a los objetos. No lo puedo evitar. No quiero dejarles ir.
Mañana la llevaré al taller a ver qué se puede hacer. Lo importante es que Carlos Miramón está en casa -miento, ya está con sus amigos viendo el partido del Barça- y todos estamos bien. Las cosas tienen la importancia que tienen, ya lo escribí ayer. Yo lo que tengo es mucho sueño, pero no quiero acostarme pronto porque después a las cuatro me despierto y ya no sé volver a dormirme. Tengo que aguantar despierto al menos hasta las once para poder dormir bien. Es curioso: él ha venido desde Chile y está con sus amigos, pero el jet lag lo tengo yo.
lunes, 4 de noviembre de 2019
Cuatro de noviembre
A ver, voy a contar lo que pasó ayer. Yo y Maite estábamos convencidos de que nuestro hijo Carlos aterrizaba hoy -no mañana- en Barcelona proveniente de Santiago de Chile. Total y absolutamente convencidos porque así nos lo había informado él e incluso lo habíamos señalado en el calendario de la cocina. Pero, afortunadamente, a su madre se le ocurrió llamarle por teléfono para saber si ya estaba en el aeropuerto anoche y, de pronto, descubrimos que no, que despegaba esta noche de lunes y aterrizaba en Barcelona mañana a las tres y media de la tarde. Todo fue casual o, por qué no decirlo, fruto de las preocupaciones maternas (yo nunca le hubiera llamado, daba la información incorrecta por buena). Hoy hubiese conducido hasta el aeropuerto de Barcelona para nada porque aterriza mañana.
Sí, sé que a efectos logísticos somos una familia un poco desastre pero nos queremos mucho. Menos mal que su madre le llamó. Aunque, ahora que lo pienso, en nuestra existencia pueden suceder un millón de cosas peores que hacer un viaje en balde a Barcelona. Las veo cada día al otro lado de la mesa de mi trabajo. Un viaje en balde es una tontería, aunque me alegro de habérmelo ahorrado.
¿Sabes qué te digo? Vive, vive cada día tranquilamente pero sabiendo, tratando de saber, sé que me entiendes. Si me has leído durante algún tiempo comprendes perfectamente lo que quiero decir: vive, es sencillo, nada más. Probablemente nuestra propia vida es en balde, y qué más da.
domingo, 3 de noviembre de 2019
Tres de noviembre
Llevo sin dormir desde las cuatro de la madrugada. No me quejo. A mí me sucede muy de vez en cuando, hay a quien le pasa cada noche, y cómo les compadezco. Después de escribir estas palabras me acostaré e intentar dormir una pequeña siesta fuera de hora, pero es que, a pesar del cansancio, no tengo sueño. Es algo extraño: uno se siente muy cansado pero no es capaz de cerrar los párpados y dormir. Vale, es verdad: se llama insomnio.
Pasado mañana voy a Barcelona a buscar a mi hijo Carlos, que regresa de Chile. El vuelo llega al Prat a las tres y treinta y cinco de la tarde, así que iré sobrado de tiempo. Ahora allí son las dos menos cuarto de ayer, la hora de comer. Cuando despegue será mañana por la noche y cuando aterrice en Europa será el cinco de noviembre pero varias horas antes. Viajará en el tiempo hacia atrás. Deberá enfrentarse de nuevo al jet lag.
En cuanto a mí, no me da ninguna pereza subirme al coche y, tranquilamente, sin prisas, ir al aeropuerto de Barcelona a recoger a mi hijo. Lo he hecho otras veces. Me gusta muchísimo conducir. Conducir y cocinar alivian mi ansiedad siempre palpitante e hija de puta. Espero no tener ningún problema para acceder a los sitios, estoy seguro de que no los habrá. Me da más miedo lo que les pueda pasar a Carlos y Raquel allí, en Santiago, porque el vuelo sale a una hora posterior al toque de queda. Me gustaría mucho que aterrizase con ella a su lado. Sé que sus prácticas de enfermería son lo primero, pero también sufrimos. La queremos mucho.
El domingo avanza a velocidad de crucero. Creo que voy a acostarme un poco, apagar la luz y dejar descansar mi cerebro, si todavía queda algo sin consumir.
sábado, 2 de noviembre de 2019
Dos de noviembre
Debo cambiar muchas cosas. Este año es complicado por los compromisos personales adquiridos el primer día de dos mil diecinueve, pero el uno de enero de dos mil veinte, si todavía estoy vivo, será distinto. La escritura o la vida. La escritura o la salud. Tengo proyectos importantísimos para el futuro pero no serán públicos. Nadie, salvo mis personas más íntimas, sabrán.
Pero todavía falta algo menos de dos meses para eso. Confío en ser tan fuerte en esos propósitos como lo he sido, como lo estoy siendo durante este año, también casi solo. Creo que desde que escribo en internet, y comencé en dos mil cuatro, jamás había tenido tan pocos comentarios en mis diarios. No me importa, lo he dicho muchas veces, de hecho eso me anima a lo que se aproxima: no existirán ni textos ni comentarios. No son necesarios. Uno escribe o fotografía o mira a su alrededor para intentar comprender lo que sucede, no para que nadie comente sus resultados. O tal vez me estoy mintiendo a mí mismo y sí me importa, mucho, mucho más de lo que, por orgullo, estoy dispuesto a aceptar. O tal vez no. No lo sé. Hace años hubiese sufrido mucho por esta soledad en la red, ahora quiero pensar que no pero es sólo eso, querer pensar, un deseo: quiero pensar que no, quiero pensar que soy una persona fuerte.
viernes, 1 de noviembre de 2019
Uno de noviembre
Ningún santo está muerto. Los santos muertos desaparecieron, ya no existen salvo en la huella que pudieron dejar en quienes les conocieron y sus sucesores durante una o dos generaciones.
Los verdaderos santos siempre pertenecen al presente, a la vida, y nos rodean por todas partes. Es L. quien, fuera del horario de su trabajo y sin percibir nada a cambio, ayuda a que los inmigrantes recién llegados aprendan español. Es la señora que pagó anónimamente, y esta era una garantía inquebrantable, la deuda a la Seguridad Social que tenía un extranjero y de la que dependía que le renovaran el permiso de residencia y de trabajo. Los santos son los pensionistas que durante estos años de crisis han ayudado a sus hijos con sus pensiones; es D., la gitana que durante los años en los que su hijo estuvo en la cárcel sólo comía espaguetis con tomate para que él pudiera comprarse tabaco y otros caprichos en el economato. Conozco santos y santas todos los días, todos los días. Nos rodean por todas partes y no siempre son cristianos, a menudo ni siquiera son creyentes. Pero están vivos. Por eso son santos, porque están vivos y su existencia altera favorablemente el destino de los demás.
¿Los muertos? Habrá de todo. Yo ya tengo unos cuantos. Seres humanos a quienes quise mucho y todavía quiero (lo escribí arriba: desaparecerán del mundo en una o dos generaciones, como yo mismo). Algunos fueron santos en vida porque sólo generaban felicidad y bienestar a su alrededor, pero ya no lo son porque están muertos. Está bien recordarles, no hoy especialmente sino de vez en cuando -de acuerdo, en caso de personas muy cercanas todos los días, es cierto, pero sin aspavientos, sobre todo sin aspavientos. Odio los aspavientos tanto como amo la normalidad, porque puedo jurar que en ella anida lo extraordinario.