martes, 25 de diciembre de 2007

Yo, por mi parte

Regreso de Zaragoza atravesando la densa niebla, concentrado en las luces traseras del vehículo que me precede. Dentro del coche todos duermen, blandamente abandonados a mi pericia. Tienen confianza en ella. Yo, por mi parte, los amo, los protejo, los traigo a casa, etcétera.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Diciembre

Diciembre comienza a precipitarse,
no sé si empujado por el sólido peso
de once meses ya sin secretos
o atraído por el continente desconocido
de un nuevo año del mundo.

Sólo una cosa sé con certeza:
caminamos a través
de lugares misteriosos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Cae la nieve



Monólogo final de la película Dublineses, de John Huston,
maravillosa adaptación del relato "Los muertos", de James Joyce.
Toda la película y la chica de Aughrim.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Comida de navidad

Después del trabajo nos vamos a comer al restaurante Bodega del Vero, que además es tienda de delicatessen. Es navidad y todos los escaparates de Barbastro están adornados. Mientras camino flanqueado por mis dos compañeras pienso en todos los giros casuales que me han traído hasta aquí, a esta ciudad, a esta compañía. Hace poco más de diez años nunca lo hubiera imaginado. Saludamos a alguien a cada paso, consecuencia de nuestro contacto diario con el público. "¡A pasar buenos días!", nos dicen; "¡Igualmente!", contestamos. Entramos en el restaurante por la zona de la tienda y bajamos a la bodega, donde nos han reservado una mesa junto a la chimenea encendida. Para abrir boca pedimos una bandeja de jamón de jabugo y pan de Azara con tomate, y continuamos con una ensalada de brotes con queso de cabra gratinado, foie a la plancha sobre tostadas con mermelada de manzana y cebolla, y para terminar cabrito guisado; el vino, por supuesto, de Somontano, una botella de Laus Tinto Roble, un crianza de dos mil cuatro. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien. Cuando salimos son ya las cinco menos cuarto y está empezando a atardecer. Vamos a casa de R. a tomar un café. Mientras prepara las cosas en la cocina miro las fotografías de la librería del salón, en las que su familia y sus hijos van creciendo de retrato en retrato: es un recorrido enternecedor y me doy cuenta del cariño que siento por mis compañeras de trabajo, dos de las personas del mundo que más horas del día comparten conmigo. El café de la nueva cafetera Nespresso de R. está, efectivamente, riquísimo, cremoso y con un aroma increíble. Su marido me ofrece una copa pero he de conducir y la pospongo para otra ocasión. Charlamos un rato y al salir a la calle ya es de noche. Regreso a casa sin prisa, sin superar los cien kilómetros por hora. La luz de los faros ilumina la carretera.

martes, 18 de diciembre de 2007

Lluvia nocturna

Ayer estaba tan cansado que me acosté a las diez y media, así que esta madrugada, muy temprano, me he despertado en la oscuridad de la habitación. Llovía en el exterior, podía oír el ruido del agua repicando en la barandilla de la terraza. He consultado el teléfono móvil que utilizo como despertador y eran las cuatro y media. Por un momento he estado a punto de levantarme como otras veces, pero he decidido permanecer tendido en la cama sin hacer nada, sin encender la lámpara de la mesilla, sin mover un músculo, respirando sencillamente en la oscuridad, escuchando la lluvia de la calle, dejándome mecer por su rumor.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Amenaza a los Monegros

Durante varios años residí en Zaragoza y trabajé en Lérida, así que cada día recorría, a través del desierto de los Monegros, los ciento cincuenta kilómetros que separan ambas ciudades. He disfrutado de ese paisaje único en todas las circunstancias: bajo tormentas negras que hacían brillar la blancura de los yesos del suelo; en medio de vendavales de polvo y arena al atardecer; aparcado bajo un puente durante una granizada que impedía ver en tres metros a la redonda; al amanecer con todo el inmenso paisaje cubierto de hielo; a cuarenta y cuatro grados en pleno agosto. Soy un enamorado de los Monegros, y el proyecto de crear allí una ciudad del juego, al estilo de Las Vegas, me horroriza. Diecisiete mil millones de euros, cinco parques temáticos, setenta hoteles, treinta y cinco casinos, un hipódromo, una plaza de toros, ¡un campo de golf! y no sé cuántas cosas más. ¿Cómo es posible que se autorice tal barbaridad? Y, sobre todo, ¿cómo se compadece el apoyo que presta el gobierno de Aragón con su Expo Zaragoza 2008 y la monserga sobre el agua y el desarrollo sostenible? Por acostumbrado que esté al cinismo de los políticos, este caso me subleva. Estoy indignado y dispuesto a apoyar cualquier iniciativa que se enfrente a semejante despropósito.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Un nuevo tiempo

Aún no es de día y, sin embargo, el aire es ahora más transparente que en cualquier otro momento. Las siete menos diez de la mañana. Vibra la realidad como lo hacen las crisálidas al regresar del sueño. De uno en uno aparecerán los tejados cubiertos de antenas de televisión; las bonitas fachadas delanteras y las feas traseras, hechas de ladrillo visto sin revocar; lenta pero decididamente se levantará el antiguo alminar de la iglesia de San Pedro, y la sierra en la lejanía, y las carreteras. Han bajado las temperaturas, puedo sentirlo en el cristal de la ventana. Un nuevo tiempo comienza.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Anuncios por palabras

Vendo 27 corderos grandes y 10 cabritos. Se vende tractor Fiat 1000 en buen estado. Alquilo habitaciones con derecho a todo. Se vende leña de todo tipo a buen precio. Vidente de nacimiento echa las cartas. Se vende tambor de cofradía, un año de uso. Se busca señora mayor de 70 años que esté sola. Vendo bidet, bañera pequeña y lavabo Roca usado, color rosa, baratos. Divorciado de 52 años, viviendo solo y sin problemas familiares, desearía conocer a chica de entre 30 y 48 años, delgada, hogareña, cariñosa, española o extranjera, con fines serios. Chico de 18 años busca trabajo cualquier tipo. Santera brasileña echa las cartas. Vendo ático dúplex, céntrico, 170 metros cuadrados aprox., cocina, cuarto de lavar, 2 salones, 4 dormitorios, 2 baños, 3 terrazas, aire acondicionado, 32 millones de pesetas, para entrar a vivir. Se alquila almacén con cámara para fruta. Fiesta particular busca solista, dúo, trío amateur, rancheras, sudamericanas, días 22 y 23 de diciembre. Vendo armarios metálicos para guardar ropa de trabajo (taquillas). Perdido pendiente en esquina Cortes de Aragón con Avenida del Pilar, al lado de Frutería Morillo. Se necesita palista para retroexcavadora buldózer. Señora nativa alemana daría clases de alemán o trabajaría en una cocina. Desearía caballero sobre 60 años que se encuentre solo para compartir mi vida. Se matan cerdos y se hace mondongo.

viernes, 7 de diciembre de 2007

José Jiménez Lozano

Tres poemas

LAS MENINAS

Le dijiste al crítico de arte:
Está bien su explicación, pero
yo sólo vengo a ver a María Bárbola,
a Nicolasillo Pertusato, al perro,
y a ver abrir la puerta al Intendente Nieto.

Te callaste
que en aquella habitación no se respira;
la Princesita bebe agua ¡Pobre!
¿Y si me preguntase?
Yo he visto su sepulcro en Viena.


LOS OJOS

Tus ojos me faltan,
mas los míos
no los tendrá la muerte.
Tú los guardas.


DÍAS DE NIEVE

Los días de nieve son tranquilos,
avanzan en silencio. Extendido
está el blancor para unos cuantos
pobres, apresurados, gorrioncillos;
quizás algún ladrido
se oye a lo lejos. Ni más nada,
ni más nadie; pero,
si hubiera un caminante, sus pasos
hollarían el mundo.

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José Jiménez Lozano, de Elegías menores, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2002.

jueves, 6 de diciembre de 2007

El eco de los coches

Los reyes magos no existen. Tampoco Papá Noel. Dios no existe, y mucho menos una madre virgen. No existen pastorcillos de Belén. No existe el niño Jesús, no existe el buey, ni el burro, no existe San José.

Existe el musgo en la umbría del bosque. Estrellas en el cielo despejado. El corcho que envuelve el tronco de algunos árboles. La cantinela del agua en las acequias. El eco de los coches acercándose y alejándose en la distante carretera.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Cabo de Hornos

Llegó el viento empujando la niebla hacia días futuros; un viento decidido que, al chocar contra los muros de las calles, creaba remolinos de hojarasca y basura; un viento que agitaba violentamente las ramas de los árboles como lo haría un ladrón. Al anochecer la cortina exterior de arriba flameaba golpeando en el cristal. Subí, salí afuera y, abrazando la tela, la recogí como pude. Después, subiéndome el cuello de la chaqueta, eché un vistazo a mi alrededor: negras montañas coronadas de espuma blanca se elevaban y descendían vertiginosamente; copos de nieve afilados como agujas golpeaban mi rostro; traicioneros bloques de hielo flotante asomaban y desaparecían en la oscuridad; a estribor, en la lejanía, podía intuir la imponente presencia de farallones de roca y pizarra a cuyos pies ladraban a la tormenta los leones marinos. Regresé adentro. Cerré la puerta. M. corregía exámenes y trabajos. P. y C. hacían sus deberes. Fui a la cocina, calenté en el microondas una taza de agua y me preparé un té verde.

domingo, 2 de diciembre de 2007

La chica de Aughrim

THE LASS OF AUGHRIM

If you'll be the lass of Aughrim
As I am taking you mean to be
Tell me the first token
That passed between you and me

O don't you remember
That night on yon lean hill
When we both met together
Which I am sorry now to tell

The rain falls on my yellow locks
And the dew it wets my skin;
My babe lies cold within my arms;
Lord Gregory, let me in.

LA CHICA DE AUGHRIM

Si eres la chica de Aughrim
Como tú dices ser
Dime cuál fue la primera prenda
Que se cruzó entre tú y yo

Oh ¿no recuerdas
La noche en la colina
Cuando nos encontramos
Aquella que ahora lamento?

La lluvia cae sobre mis mechones rubios
Y el rocío humedece mi piel;
Mi hijo tiene frío en mis brazos;
Lord Gregory, déjame entrar.

---

Canción popular irlandesa. Traducción de Enrique Castro y Beatriz Blanco en la biografía de James Joyce de Richard Ellmann.



Escena de Dublineses, de John Huston,
asombrosa adaptación del relato "Los muertos", de James Joyce.
Canta el tenor y actor irlandés Frank Patterson.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Infinitos, irremediables

Estoy nervioso. Lo más fácil sería suponer que se debe a que dentro de unas horas cantaré en la calle (la asociación de comerciantes de la comarca ha contratado a nuestra coral para inaugurar la iluminación navideña), pero intuyo que hay algo más que no acabo de ver claramente. ¿Será la Navidad lo que me pone nervioso? La Navidad me hace pensar en el pasado, en otros tiempos, en otras personas, pero no estoy seguro de que me ponga nervioso. Aunque es verdad que la Navidad es muy dura para quienes perdieron a los suyos. Cruelmente regresan a la memoria épocas de luz y calor, de infancia, de salud, de prósperos (infinitos, irremediables) futuros por delante.

Son las cuatro menos cuarto de la tarde, y la luz que dibuja en la cortina de la terraza la silueta inclinada del tejado es luz de atardecer, casi de crepúsculo. Ahora mismo voy a acostarme, dormiré un rato y cuando me levante me lavaré la cara con agua fría, muy fría, y me iré a cantar.

viernes, 30 de noviembre de 2007

jueves, 29 de noviembre de 2007

Una salpicadura

Por algún motivo no me cuesta imaginar que ahora mismo pudiera estrellarse contra la tierra un meteorito gigantesco capaz de borrar nuestro mundo de la galaxia en un suspiro. No es difícil cuando uno contempla con detenimiento el fondo de la mirada de un gato, la maraña de ramas de los árboles desnudos a finales de noviembre o el robótico frenesí de un nido de hormigas. Sí es difícil, sin embargo, al pensar en las personas que queremos y nos quieren, e incluso en nuestra propia especie en conjunto (la inminencia de su extinción ahoga la estupidez y la crueldad para iluminar intensamente la inocencia de la infancia, la belleza de la música, la poesía, la fraternidad).

Sucede así: aparece un pequeño sol creciendo en el cielo segundo a segundo y en un instante, unos días, unas semanas o tal vez unos meses, todo (Jorge Manrique, Darwin, Platón, Machado, Velázquez, Bach, Cervantes, Mozart, Monteverdi, Shakespeare, Grecia, Egipto, China, Estados Unidos, el Amazonas, Europa, Rusia, la ciencia, la religión, la pornografía, la pobreza, el derroche) desaparece en una salpicadura diminuta e insignificante en la inmensidad del cosmos. Regresa el silencio. El universo, ajeno de nuevo a la razón, continúa.

martes, 27 de noviembre de 2007

Corteza

La mujer que se cruza conmigo en la acera es de baja estatura y luce una hermosa melena, negra como el azabache, sobre sus rasgos incas. Empuja con una mano el carrito de un bebé y en la otra empuña un teléfono móvil junto a su oído. Al llegar a mi altura está gritando: "¿Disculpas? ¿Disculpas ahora, desgraciado? ¡No tienes vergüenza, ni siquiera por tu hija tienes vergüenza!".

Cuando giro hacia el Puente del Amparo vuelvo a fijarme en el tronco del álamo majestuoso que se yergue al lado del kiosco de lotería: su corteza blanca está cubierta de antiguos signos abiertos a golpe de navaja, palabras cicatrizadas, ya incomprensibles.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Tardes de domingo

Aprovecho el domingo, que corre a la velocidad de un caracol, para cocinar solomillo de ternera estofado (cebolla, ajos, zanahorias, dos hojas de laurel, coñac, vino blanco), tortilla de patatas (nueve huevos grandes, una cebolla, patatas), seis pimientos rojos asados al horno, pollo con arroz (cebolla, arroz, tomate, pimiento verde, pimiento rojo, pollo macerado con ajo, pimentón, hierbas de provenza, limón, sal, pimienta), comida para esta noche y para mañana (comida para mi familia).

A las siete y cuarto llevo a C. al cumpleaños de un amigo suyo. Es en estas tardes de domingo, caminando por unas calles casi desiertas, cuando me doy cuenta de que vivimos en un pueblo. Hace frío, el aire huele a leña y de repente, con absoluta claridad, despierta en mi memoria el recuerdo de mí mismo caminando junto a mi hermano rumbo a la lechería, en invierno, muy pequeños los dos.

Al regresar entro en la tienda de la esquina que abre todos los días para comprar una bolsa de hielo, y cuando llego a casa me sirvo un whisky, subo a la buhardilla, me siento delante del ordenador, escribo esto.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Desgracia

Leo que en Tossa de Mar, una bonita localidad de la Costa Brava, un padre y su hijo de cinco años han muerto ahogados. La secuencia es la siguiente: una familia británica de vacaciones pasea por la playa, llegan a la altura de un mirador, el padre decide hacer una fotografía a sus hijos de siete y cinco años delante del mar, y de repente llega una gran ola que se los lleva; el padre, desesperado, se lanza a salvarlos y logra rescatar al mayor, pero cuando vuelve al agua para intentar salvar al pequeño muere con él.

Recuerdo que cuando C. nació tuve un sueño terrible: soñé que resbalaba entre mis brazos asomado a una ventana o un balcón, y se estrellaba inevitablemente contra el suelo. Estuve traumatizado durante varios días.

No hay mayor pesadilla para unos padres que lo que hoy le ha sucedido a esta familia inglesa. Me dan mucha pena los supervivientes: la madre paralizada por el terror, el hijo mayor salvado in extremis. Lo absurdo de lo sucedido. La irremediable desgracia. Sólo querían hacerse una fotografía.

martes, 20 de noviembre de 2007

Llueve y llueve

La lluvia ha terminado de desnudar los castaños de indias del jardín de mi lugar de trabajo. Ahora el suelo de grava está cubierto de hojas húmedas sobre las pocas castañas que los niños del colegio vecino dejaron atrás durante sus últimas expediciones de recolección (varias generaciones descubrieron y descubrirán que son amargas y no se pueden comer).

Llueve y llueve. Los agricultores nos dicen: "Esto no es nada, bah, cuatro gotas, con esto se soluciona poca cosa". Y lo cierto es que no recuerdo cuándo fue la última vez que llovió. Y lo cierto, también, es que los agricultores siempre tienen motivos para quejarse: si llueve porque llueve, si no llueve porque no llueve, si hay mucho porque hay mucho, si hay poco porque hay poco.

La gente camina por la acera bajo los paraguas, va de un sitio a otro a merced de la corriente, mucho más indefensa de lo que cree. Llueve mansamente, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Llueve y llueve, y llueve.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Haber sido

De que la vida es una experiencia personal uno se da cuenta al tratar con personas muy mayores. Poco importa si su pasado se nutre de la analfabeta soledad de un niño de ocho años pastoreando ovejas en medio de la estepa de los Monegros, o del tic-tac del reloj de pared de la sala donde el hijo del dueño del rebaño hace sus deberes a media tarde. Lo que les importa, a unos y a otros, es haberlo vivido, haber sido. Es así de sencillo.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Después del ensayo

Después del ensayo dos amigas y yo nos dirigimos a la pizzería Di Marco a tomar una copa (el Chanti está cerrado por vacaciones). Hablamos del coro, de música, hablamos de nuestros trabajos, de nuestras vidas. Cuando salimos a la calle hace un frío seco y cristalino. Mientras regreso a casa el termómetro del coche señala cuatro grados bajo cero.

jueves, 15 de noviembre de 2007

La señora Poilov

Del menú del día escojo espaguetis a la marinera y bacalao al horno. He tenido suerte porque todas las mesas pequeñas estaban ocupadas y me han habilitado una grande que me permite leer el periódico más cómodamente. Delante de mí ocho jóvenes del este de Europa, no sabría decir si rumanos, búlgaros o ucranianos, comen garbanzos y beben vino alegremente. Casi todos llevan el pelo cortado al cero y tienen el cuello robusto y musculoso.

Esta misma mañana atendí en la oficina a una mujer rusa de unos sesenta años. Venía a cambiar su apellido: Poylov por Poilov. Me aclaró que antes el alfabeto ruso se transcribía con la grafía francesa y ahora se hace con la inglesa. Le comenté que últimamente me estaba familiarizando con los apellidos rusos. Me preguntó por qué y le contesté que estaba leyendo un libro terrible pero magnífico, uno de los mejores que se habían cruzado en mi camino en los últimos años. “¿Cuál es?”, preguntó. "Vida y destino, de Vasili Grossman”, contesté. Sonrió y sus ojos más transparentes que azules se iluminaron. “Oh, pero yo lo he leído”, dijo, y añadió: “¿Le gusta la literatura rusa?”. “Sí, uno de mis escritores favoritos es Chéjov”. Entonces rió sin timidez haciendo que mis compañeros y otros clientes se volviesen a mirarnos durante un momento. “¡También es el mío!”, exclamó. Estuvimos hablando de Chéjov (¿nos gustaban más sus cuentos o su teatro, la dama del perrito o el jardín de los cerezos?), de Tolstoi, de Grossman, de Dostoievski. Hablamos también del pueblo ruso, ella dijo: "El alma rusa no conoce el punto intermedio de las cosas, somos todo o nada, mansos o violentos, revolucionarios o serviles durante generaciones, ¡así nos ha ido a lo largo de la historia!". Antes de irse preguntó si me importaba decirle mi nombre, se lo dije, cómo no, y al despedirse dijo: "Adiós, Jesús, mucho gusto en conocerle". "Igualmente", le dije yo, "adiós, señora Poilov".

El camarero regresa con los espaguetis humeantes. Tienen buena pinta. Le doy las gracias, me sirvo un vaso de vino. Al otro lado del cristal el río Vero fluye tranquilamente hacia el mar. Abro el periódico a la izquierda del plato y empiezo a leer y comer al mismo tiempo.

martes, 13 de noviembre de 2007

Territorios

Territorios polares. Hielo, nieve. La construcción y puesta en marcha de un gran hospital. Una bella enfermera. De noche, bajo el cielo abierto, contemplo estrellas moribundas, galaxias que parecen desvaídas nubes de leche flotando en el cosmos. Una voz dice: "Levántate de ahí o morirás congelado". Al incorporarme golpeo con el brazo el despertador, que cae de la mesilla y choca contra el suelo. A medio camino entre dos mundos lo busco a tientas y vuelvo a ponerlo en su sitio. Por la mañana despierto con un constipado de proporciones antárticas.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Algunos domingos

Algunos domingos soleados nos gusta ir a tomar el aperitivo al campo. Metemos en una mochila una lata de aceitunas rellenas, otra de mejillones en escabeche, una bolsa de patatas fritas, dos cervezas, una botella de agua, una bolsa para la basura, y nos vamos. Tenemos desde hace años nuestros sitios preferidos, pero hoy teníamos ganas de descubrir uno nuevo. El método consiste en abandonar las carreteras e introducirse en los caminos, y como de lo que se trataba era de explorar nos hemos dirigido hacia una zona poco conocida en dirección sureste. Tras cuatro o cinco kilómetros de campos de cebada y maíz, granjas de terneros, tramos de un canal y casetas de fin de semana, hemos llegado al fin al pie de unas prometedoras lomas de encina carrasca a las que se accedía a través de una pista de arena batida. En la cima, para nuestra decepción, había dos carteles: uno anunciaba una escombrera a la izquierda y otro una fosa de animales muertos a la derecha. Cuando ya la expedición parecía condenada al fracaso, es decir, a regresar y tomar el vermú en casa, he localizado en lontananza una preciosa chopera de color amarillo que reverberaba al sol del mediodía entre fincas de frutales y pequeños viñedos. El brillo de un coche que pasaba ha revelado la carretera que había más allá, indicándome el punto en el que, un rato después, he torcido para acceder a nuestra nueva y aritmética arboleda.

El suelo estaba cubierto de hojarasca, y seguía cayendo: cada pocos segundos una hoja se desgajaba de su rama y descendía hasta sumarse, con un leve crujido, a todas las demás.


jueves, 8 de noviembre de 2007

Desapariciones

Cuando vuelvo del supermercado con C. son las ocho de la tarde, aunque por la oscuridad del cielo parecen las diez de la noche. El maletero de la Picasso está cargado de bolsas que trasladamos entre los dos a la casa. En el primer regreso a por la siguiente carga me fijo en un coche que está aparcado al otro lado de la calle. Una mujer está sentada en su interior y me mira. Probablemente no me reconoce pero yo sí sé quién es ella. Saludo con un movimiento de la cabeza musitando "hola" con los labios y prosigo con mi tarea. Su marido era compañero en el coro, cantaba de tenor. Murió en febrero de cáncer. Tenía cuarenta y dos años. Dejó viuda y dos hijos pequeños. Mientras voy y vengo cargado de bolsas de alimentos y bebidas deduzco que ella debe de estar esperando a que alguno de los niños salga de la escuela municipal de música. ¿Puedo imaginar sus pensamientos? No, no puedo. ¿Su vida sin él? No. Traigo a mi mente la imagen de su alta figura coronada por aquellos rizos rebeldes y me resulta verdaderamente difícil creer que esté muerto, que simplemente no se haya ido de la coral por cansancio o por falta de tiempo para ensayar (pero estuve en su funeral, canté allí). Tras dejar en el suelo las últimas bolsas cierro el maletero. Ella continúa esperando dentro de su coche. Cruzo la calle, entro en mi casa, y desaparezco.

martes, 6 de noviembre de 2007

Mujeres

Una amiga me invitó a participar en una cadena que consiste en exponer ejemplos del tipo de sujeto sexual que a cada uno nos gusta, nos parece atractivo, deseable, irresistible. Yo, que en estas cosas soy muy simple, pensé en actrices, en estrellas de la gran pantalla que en un momento u otro me han enamorado. Hay muchas, pero tenía que hacer una selección y finalmente me he decantado por diez, son, de arriba abajo y de izquierda a derecha: GRETA GARBO por su belleza, su lejanía fría e intocable; AVA GARDNER por la perfección de sus rasgos y también, a qué negarlo, por saber que fue una mujer que saboreó a fondo los placeres del sexo y la bebida; no podía faltar la irlandesa MAUREEN O'HARA, por razones obvias para quien me conozca un poco (aquí a la derecha aparece en otra fotografía, abrazada a Sean Thornton bajo la lluvia de Innisfree); NATASHA KINSKI siempre me pareció guapísima, algo absolutamente milagroso cuando uno piensa en los rasgos de su padre, y en la película "El beso de la pantera" estaba buenísima (habría que recordar que se convertía en una pantera asesina al alcanzar el orgasmo); CATHERINE ZETA-JONES me resulta una mujer muy atractiva, muy hermosa, de hecho ella suele ser lo único que recuerdo de sus películas; y lo mismo puedo decir de HALLE BERRY, una mujer preciosa y rotunda, con un cuerpo de infarto; a IRENE JACOB la descubrí a través de Kieslowsky y su película "Rojo": fue una rendición instantánea y sin condiciones; y fue en otra película de Kieslowsky, "Azul", donde descubrí a JULIETTE BINOCHE, una actriz que nunca me ha defraudado (ni en "El paciente inglés" ni cuando se dedicaba a follar desesperadamente con Jeremy Irons en "Herida"); pero a veces hay descubrimientos inesperados, actrices, mujeres desconocidas que aparecen en una película cualquiera y se instalan para siempre en nuestro corazón: MARGUERITA BUY venía con "El hada ignorante" y tenía que estar en esta lista; lo mismo que ELENA SAFONOVA, la dama del perrito de "Ojos negros", la película de Nikita Mikhalkov basada en los cuentos de Chéjov: fue verla y enamorarme de su morbosa belleza.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Insomnio y cazadores

Anoche me desperté a las cuatro de la madrugada. Fui a la cocina a servirme un vaso de agua, estuve navegando un rato en internet y después me puse a leer, confiado en recuperar el sueño y aprovechar el domingo para dormir hasta tarde. Serían las cinco o las cinco y cuarto cuando escuché el ruido de un motor diesel y las voces de unos hombres en el exterior. Doblé la esquina de la página, me levanté y me asomé discretamente entre las cortinas. Eran dos cazadores en un gran cuatro por cuatro de color negro. Vestían ropa de camuflaje, chalecos provistos de cananas, pantalones con bolsillos laterales y botas de montaña. Hablaban y fumaban apoyados en el coche, aparentemente ajenos al eco de sus risotadas en la calle desierta. Al cabo de tres o cuatro minutos la puerta de la casa de la esquina se abrió y apareció un tercer hombre equipado como sus compañeros, portando dos estuches de escopeta y una pequeña mochila. Se saludaron efusivamente, dejaron los nuevos pertrechos en el maletero, subieron al vehículo y se marcharon. El silencio regresó al pueblo. El cielo sobre los tejados todavía era oscuro, pero la inminencia del alba comenzaba a vibrar en él como una transparencia de frío.

sábado, 3 de noviembre de 2007

Aprendizajes

Leo que Rafael Sánchez Ferlosio, en una entrevista publicada hace unos meses, hizo la siguiente reflexión: "Nunca se convence a nadie de nada". Sabias y sencillas palabras. A mí me costó mucho llegar a ese lugar. Yo era de los que se debatían como fieras en defensa de sus ideas ¡pretendiendo convencer al contrario! Cuántas discusiones, cuánta energía, cuántos malos ratos he sufrido y causado sin ninguna utilidad... Porque es cierto: nunca se convence a nadie de nada. Ni siquiera las sentencias judiciales lo hacen. Todo esfuerzo en transmitir nuestra verdad a quien ya posee la suya es baldío, no merece la pena. Pero he aprendido. Ya no discuto de política, aunque para ello haya tenido que alejarme de liberales ensoberbecidos, casi patéticos en su pompa (la nariz alta, la circunspecta mueca siempre dispuesta en las cejas y la comisura de la boca, el oxímoron de su razón siempre dispuesto para ser detonado sin escrúpulos). No, ya no discuto de política. Nunca se convence a nadie de nada, es una tarea inútil. Tengo mis ideas, cómo no, pero se limitan a ir conmigo a donde yo voy. Me acompañan durante la exploración. Actúo en mi vida diaria de acuerdo a ellas -lo que hago con los desperdicios, el papel que ocupo en las tareas de nuestra casa, las películas que disfruto, los libros que compro, la manera en que me expreso, etcétera- pero nada más, ya no peleo como un loco, ya no intento convencer a nadie. Con toda probabilidad sólo viviré una vez. Es bueno aprender a no perder el tiempo.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Todos los santos

O thou whose face hath felt the Winter's wind,
Whose eye has seen the snow-clouds hung in mist
And the black elm tops 'mong the freezing stars
To thee the spring will be harvest-time.
O thou, whose only book has been the light
Of supreme darkness which thou feddest on
Night after night when Phœbus was away,
To thee the Spring shall be a triple morn.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet my song comes native with the warmth.
O fret not after knowledge - I have none,
And yet the Evening listens. He who saddens
At thought of idleness cannot be idle,
And he's awake who thinks himself asleep.


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Para ti, que has sentido en tu rostro el invierno,
que has visto las nubes de nieve entre la niebla
y copas de olmos negros entre estrellas heladas,
será la primavera un tiempo de cosecha.
Para ti, que has tenido como libro la luz
de la sombra suprema con la que te nutrías
una noche tras otra cuando no estaba Febo,
será la primavera una triple mañana.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
y sin embargo el canto me brota con pasión.
Que el saber no te angustie: yo no tengo ninguno,
pero la Tarde escucha. Aquél que se entristece
pensando en la indolencia no puede estar ocioso,
y despierto se encuentra quien se cree dormido.

John Keats, traducido por Alejandro Valero.

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(Josefina. Antonio. Bernardo. Nati. Carmelo. Ángel. Jovita. Emeterio. Rufino. Miguel Ángel. Javier.)

domingo, 28 de octubre de 2007

Una hora menos

Hoy, con la entrada en vigor del nuevo horario de invierno, me siento un poco perdido: son las siete menos cuarto de la tarde –ayer las ocho menos cuarto- y ya es prácticamente de noche. No es una sensación nueva: desde que recuerdo siempre me he sentido, por decirlo de alguna manera, como si me hubieran soltado en medio de una película o una novela ¡y ahí te las compongas!

Miro a mi alrededor y me asombra la firmeza con la que actúa todo el mundo. A veces juego a imaginar que soy cualquiera de ellos y me introduzco en su piel, peso sus kilos, disfruto de su comida, hablo su idioma, siento su absurda seguridad.

viernes, 26 de octubre de 2007

Dióxido de carbono

Esta mañana el termómetro del coche señalaba cinco grados de temperatura. El dióxido de carbono que expulsan mis pulmones se convierte en vapor que flota durante un instante delante de la boca. Me gusta este frío que adelgaza los dedos, tensa la piel del rostro y nos resucita.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Una agresión racista

Viendo las imágenes de la agresión racista no puedo evitar la sospecha de que no es la primera vez que ese miserable actúa, así lo indican su absoluto desparpajo, la manera en que antes del ataque mira alrededor calibrando la situación y a continuación, sin dejar de hablar por el teléfono móvil, la tranquilidad con la que insulta, humilla y golpea brutalmente a la víctima inocente, en este caso una menor de dieciséis años de nacionalidad ecuatoriana que se cruzó casualmente en su camino. Qué hijo de perra y qué cobarde. Uno no puede menos que desearle verse solo en el patio de la cárcel rodeado de compatriotas de la chica. Claro que de su valentía ya ha dado cumplida muestra, por si el vídeo del vagón de tren no había sido suficiente, con las declaraciones en las que recurre a la dudosa eximente de una gran borrachera que las secuencias niegan con meridiana claridad. Cobarde desde el principio hasta el final.

Pero hay otro cobarde en esta historia: ese joven que asiste a los acontecimientos sentado a pocos metros de distancia, mirando con esfuerzo a otra parte para no acabar recibiendo también él algún puñetazo. Durante estos días he pensado en su actitud, he imaginado y comprendido el pánico, la parálisis ante la violencia inesperada y gratuita, y no he podido excusarle. A veces la experiencia de la vida te sitúa ante situaciones donde, por una vez, las opciones son muy sencillas: a un lado está lo que deberías hacer y al otro lo que no deberías hacer, y no hay nada más salvo el precio que habrás de pagar, íntima o públicamente da igual, por la decisión que tomes. Para desgracia de ese chico la suya ha quedado grabada ante la vista de todo el mundo, y le compadezco, pero debió haber ayudado a la niña que estaba siendo agredida. Así de simple. Así de jodido.

Respecto al agresor, a nada que nos descuidásemos, tampoco resultaría difícil terminar compadeciéndole: en la imaginación rápidamente aparecerían suburbios, fracaso escolar, drogas, fracaso laboral, malas compañías, rencor social, inadaptación… Todo se disipa con la primera torta, el pellizco en el pecho, la inesperada y brutal patada en la cabeza: estamos ante una mala persona, alguien capaz de atacar a una adolescente indefensa por el mero hecho de ser de otra nacionalidad: racismo puro y duro, tan puro y tan duro que resulta casi imposible de articular, de mirar con los ojos abiertos. Pura y dura maldad.

jueves, 18 de octubre de 2007

Costumbre de falta

Las lámparas de la pared se reflejan en el cristal de la terraza, transformado en un espejo por la oscuridad. Pasó el día. Fluyó como un manso río a veces, como un torrente precipitándose al abismo a veces, y pasó: ya no existe. Se llamaba "jueves, dieciocho de octubre de dos mil siete". Cada noche no es más de mañana, camino del verano (camino de la primavera, camino del invierno).

Falta de costumbre

Cada mañana es más de noche, camino del invierno. ¿Cómo es posible que todavía continúen sorprendiéndome estas cosas? Suenan las campanadas mecánicas de la iglesia de San Pedro. En la calle comienza a regresar, poco a poco, la luz. Nada de esto me resulta verdaderamente familiar: ni los pájaros que ruidosamente dan la bienvenida al sol, ni el café, ni mi pequeño clan yendo de aquí para allá, entre los cuartos de baño y la cocina. Me pregunto si llegaré a acostumbrarme alguna vez.

domingo, 14 de octubre de 2007

Luz rasante

El día del Pilar Zaragoza se inunda de personas vestidas con el traje regional de Aragón caminando por la acera con rostro serio. No me gustan los trajes regionales. Sí me gustan las gambas a la plancha, la sopa de cocido y el pollo asado en casa de mis padres, quienes nos cuentan que se van de viaje una vez más, en esta ocasión a Peñíscola.

El sábado por la tarde regresamos a Binéfar. En el coche todos duermen. Para no molestar su descanso hace rato que apagué la música y ahora sólo se escucha el ronroneo del motor. Devoro el tiempo kilómetro a kilómetro. El sol poniente ilumina la carretera con su luz rasante.

domingo, 7 de octubre de 2007

Domingo de octubre

Después de comer se ha quedado dormida tumbada en el sofá, desfallecida en una postura extraña que distorsiona un poco su apariencia y le hace pensar a él, durante unos segundos, en la muerte (la boca ligeramente entreabierta, la mandíbula alzada hacia atrás, el precioso cuello blanco expuesto). Si estuvieran solos sabe perfectamente qué haría: besar ese cuello, acariciar sus caderas, despertar su húmeda y palpitante ternura. Late sin prisa el domingo. El deseo. La vida.

jueves, 4 de octubre de 2007

Que no existen

Camino por la ribera de un estrecho río de la jungla. El suelo está cubierto de barro y en el aire flota una humedad fétida e irrespirable. Sudo por todos los poros. Enjambres de diminutos insectos acosan mi cabeza, mis ojos, mis oídos. Formas furtivas huyen a mi paso escabulléndose en la espesura, chapoteando en el agua. Estoy soñando, sé que estoy soñando y acelero el paso, corro sin sentir el esfuerzo tratando de elevarme como un pájaro y lo logro, ya estoy volando sobre el río, flanqueado por los oscuros muros de una selva que, sin transición, se transforma en una ciudad moderna abandonada tras un terrible desastre, una ciudad que dolorosamente reconozco. Sobrevuelo sus calles y siento en los huesos el eco de cientos de años de olvido. Es de noche. Sólo la luna ilumina las viejas fachadas cubiertas de liquen, los escaparates rotos, las aceras desiertas. No hay nadie, ya no queda nadie, hace mucho tiempo que todos nosotros morimos. Estoy soñando, sé que estoy soñando y decido despertar. Lo hago secándome unas lágrimas que no existen.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ha regresado

La cortina exterior de la terraza, empujada por el viento, golpea de vez en cuando el cristal. Parece que hubiese alguien ahí fuera llamando y escondiéndose al mismo tiempo en la oscuridad. El frío ha regresado.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Una gineta

Allí estaba, en medio de la carretera:
una cola amarillenta con anillos oscuros
emergiendo de la carcasa de un cuerpo
aplastado por una rueda.

Estoy acostumbrado a ver perros, gatos,
zorros, alguna vez un jabalí y hasta un tejón
una mañana de lluvia, pero nunca
había visto una gineta muerta.

Resulta difícil creer que un animal tan bello
pueda vivir en este territorio de granjas
y campos de cultivo, cruzado por caminos
y carreteras, saturado de nosotros,

sin embargo las aves insectívoras cazan
en los canales de hormigón armado,
lo mismo que los murciélagos sobrevuelan
mi terraza estas primeras noches de otoño.

La luna brilla en el cielo. En las praderas
de la sierra de San Quílez
serpentean las culebras, vigila la lechuza,
late impaciente el corazón de la raposa.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Campo de maíz

Tres sugerencias

Un amigo me invita a participar en una cadena y yo acepto. He aquí mis tres sugerencias para un blog: la primera es tratar de no cometer faltas de ortografía, uno podrá escribir mejor o peor, pero las faltas ortográficas son imperdonables (sobre todo desde que existen herramientas automáticas para corregirlas); la segunda es hacer de la página un lugar bonito, agradable a la vista, cuidar el diseño, los detalles, el tipo de letra, los colores, las imágenes, etc.; la tercera y más importante sería escribir para explorar, escribir sin pensar en el número de personas que nos leen o los comentarios que podemos suscitar, escribir desde la verdad, desde la consciencia, escribir para dar cuenta de nuestra expedición.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Una historia

Conozco a esta mujer ecuatoriana de baja estatura y rostro redondo, la he atendido otras veces, trabaja de empleada de hogar. Se acerca a mi mesa y me solicita unos datos relativos a su hijo. Le digo que no puedo dárselos sin una autorización de él. Ella se pone nerviosa, extrae de una carpeta azul de cartón una fotocopia de la tarjeta de residencia de su hijo, un certificado de nacimiento, otros papeles. Los esparce sobre la mesa con sus manos regordetas y dice: “Por favor, señor, ayúdeme, de veras necesito esos documentos, por favor, no es ningún capricho”. Rompe a llorar. Le digo: “Tranquilícese, señora, no se disguste, solo necesito una autorización de su hijo, nada más”. “¡Ay, señor!”, dice, “¡pero es que él está en Holanda, ay, dios mío, dios mío, está allí preso porque le pusieron droga en la maleta! ¡Mi hijo en la cárcel, ay!”. La mujer se desmorona, llora desconsoladamente. “¡Usted sabe que somos una familia honrada! ¡Aquí mucha gente nos conoce, yo trabajo, él trabaja también! ¿Por qué iba a meterse en algo así? ¡Le han engañado, le han engañado!”, dice.

Me cuenta toda la historia. Su hijo se fue de vacaciones dos semanas, era la primera vez que regresaba a su país en ocho años. Tras pasar unos días con sus tíos y primos regresó a España. En Quito perdió de vista su equipaje para volver a verlo en Ámsterdam, en el departamento de la policía del aeropuerto. Nada menos que diez kilos de cocaína pura. Le interrogaron. Él aseguró no saber nada. Ahora está en la cárcel, pendiente de juicio. Sus padres, que no son precisamente ricos, le envían dinero para sus gastos, hablan con él por teléfono todos los días. Son conscientes de que, dentro de la desgracia, ha tenido suerte al ser detenido en Europa: cuando sus padres fueron a verle les dejaron abrazarle (“estaba muy blanco de piel, muy asustado”). En Holanda se respetan los derechos de los detenidos. “Imagínese si le pasa esto en el mismo Ecuador, ahí me lo matan nada más entrar en prisión, ¿sabe usted? Porque ellos son asesinos, no tienen piedad ninguna”. De hecho “ellos” se han puesto en contacto con la familia amenazándoles de muerte si su hijo dice algo, si da alguna pista a la policía (“¿Pero, señor, qué pista va a dar si él no sabía nada?”).

Miro la fotografía de su hijo. También lo conozco, se ha sentado un par de veces donde ahora está su madre. Tiene su misma cara redonda, los mismos rasgos indígenas y unos ojos despiertos, sonrientes. A estas alturas puedo imaginar lo sucedido. ¿Cuántos miles de euros le prometieron? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil? Diez kilos de cocaína pura. Con razón los traficantes temen que les delate. Probablemente incluso en Ámsterdam corre peligro.

Ayudo en lo que puedo a esta señora. Vinieron aquí en busca de una vida mejor, de más oportunidades, y ahora todo se ha torcido. El abogado holandés les ha advertido de que su hijo puede cumplir doce años de cárcel; también, gracias a Dios, les ha prometido hacer todo lo posible para que cumpla la condena en Europa. Cuando ella se levanta yo me levanto también y la acompaño a la puerta. Su estatura queda debajo de mis hombros. Me da mucha pena verla partir por la acera camino de tiempos tan duros y difíciles.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Jueves de septiembre

En Monzón, por la mañana temprano, detenido frente a un semáforo en rojo, contemplo a los jóvenes que salen de las carpas donde han pasado la noche bailando. Un mozo lleva sobre los hombros a una chica morena, balanceándose peligrosamente de un lado a otro hasta caer con estrépito sobre la acera. Por un momento me asusto y empiezo a girar el volante para acercarme a ellos, pero veo que se levantan como si nada, riendo alucinados. La mayor parte de los que deambulan por la avenida están borrachos. No puedo dejar de darme cuenta de lo grotescas que somos las personas en ese estado. Hay grupos tambaleantes que piden a los conductores que accionen el claxon de sus coches. Algunos lo hacen. A mí no me apetece. Siento alivio cuando dejo atrás el pueblo en fiestas y vuelvo a conducir a través del campo camino del trabajo.

lunes, 17 de septiembre de 2007

El final del verano

P., de catorce años, está cansada y afligida. Cansada porque acaban cinco días de festejos y pocas horas de sueño, afligida porque las vacaciones se apagan, se alejan engullidas por la velocidad. Ni siquiera el espectáculo pirotécnico, que grabo en silencio, logra animarla. Ella sabe que los fuegos artificiales que estallan en el cielo nocturno como si fuesen fenómenos estelares, nacimientos de galaxias, son en realidad el anuncio del final del verano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Cuando despertó

Cuando despertó se dio cuenta de que estaba en su antigua habitación de la casa de sus padres, y como eso era imposible cerró los ojos durante unos segundos, pero al volver a abrirlos todo seguía allí: la cortina de dibujos florales, la casita de madera en la pared, los libros de Enid Blyton en las estanterías. Entonces, ¿toda su vida había sido un sueño: su marido un sueño, el nacimiento de sus dos hijos un sueño, la muerte de sus padres un sueño? Guiada por el sonido familiar de la radio salió al pasillo temblando de arriba abajo. Al asomarse a la cocina reconoció el pequeño cuerpo de su madre inclinado sobre los fogones. "¿Mamá?", dijo con un hilo de voz. La mujer de cuarenta y siete años se volvió, dijo: "Hola, cariño, ¿has dormido bien?", y sonrió a la hija adolescente que se acercaba a ella con los ojos arrasados por las lágrimas.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Vencejos

Se han ido los vencejos que cada verano anidan en el alero de mi casa. Es probable que se marchasen hace días pero me he dado cuenta esta mañana, cuando regresaba de comprar el periódico. Mientras subía las escaleras he pensado que tal vez ya estuviesen en el sur de África, cazando vertiginosamente sobre los rebaños de cebras y las manadas de leones. Qué asombroso que los mismos pájaros que hace poco tiempo chillaban al atardecer entre estas calles, sorteando con sus alas de guadaña las antenas y los edificios, sobrevuelen ahora el mar mediterráneo, el desierto, la sabana, los grandes bosques donde habitan los chimpancés y se esconde el okapi.

sábado, 8 de septiembre de 2007

En voz baja

Los primeros besos.
Los aplausos.
El zumbido de un insecto
sobre las hojas de hierba.
El peso de la nieve.
La potencia de unos pulmones
haciendo vibrar
las cuerdas vocales.
Las despedidas.
Las bienvenidas.
El olvido pasajero y también
el duradero. El sabor
de un tomate maduro.
Las primeras lecturas.
Las olas del mar.
La velocidad de la luz
sobre los muros de la infancia.
El amor. Las apuestas
perdidas, las ganadas.

Al final, lo sabes,
todo habrá sucedido
en voz muy baja.

Barcelona

Incluso en la sala de espera del consultorio, cerrada y sin ventanas al exterior, siento en la piel del rostro y en las manos la humedad de Barcelona. "Oh, dios, ¿cómo puede vivir alguien en semejantes condiciones?", pienso mientras apoyo la cabeza en la pared y cierro los ojos. Lo siguiente es un pozo en el que me hundo con los pies por delante, consciente de que si me descuido empezaré a roncar. Abro los ojos. M. lee un libro de tapas rojas a mi lado. Viste una camiseta blanca de tirantes que desnuda sus omóplatos. La observo durante unos segundos hasta que se da cuenta. Se vuelve. Me mira con sus ojos de cierva.

jueves, 6 de septiembre de 2007

La sombra de los olmos

Conduzco despacio por
una carretera arbolada.
La intermitente sombra de las copas
impide y permite
la luz del sol
a un ritmo constante.
Dentro de algunas semanas
comenzarán a despoblarse
y el arcén
se cubrirá de hojas.
No quedan muchas carreteras así:
ya nadie camina por ellas y
la sombra de los olmos
a nadie refresca. A mí
me gusta este juego de luz y oscuridad
sucediéndose una a la otra,
luz y oscuridad, luz y oscuridad
hasta dejarlo todo atrás.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Alguien murió

Murió ahogado un pescador. Murió, víctima de una bomba, una señora de Bagdad que caminaba por la calle. Murió un agricultor aplastado por su tractor. Murió de hambre un niño pequeño en algún lugar de África. Murió en los hielos de los Alpes un pastor hace más de cinco mil años. Murió un escritor en la habitación de un hospital. Murió un aristócrata en su pequeño apartamento. Murió Jorge Manrique de un lanzazo en los riñones cerca del castillo de Garci Muñoz. Murió un joven futbolista después de un infarto en pleno campo de juego.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Tormenta de agosto

Hace unas horas conducía hacia Barbastro junto a los oscuros viñedos que pronto serán vendimiados. El cielo pardo vibraba en la mañana de bochorno como si fuese el de un planeta lejano, diferente, hostil. Ya en mi destino rompió la tormenta: retumbaron los truenos y gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre los castaños de indias y la grava del parque. Los peatones aceleraron el paso en las aceras. Del asfalto húmedo se elevó inmediatamente aquel olor a sueños y sexo. Fue un alivio breve, casi peor que si no hubiera sido, pues al cabo de quince o veinte minutos la tormenta cesó poco a poco. Las calles se secaron. Las personas volvieron a caminar despacio, todavía más sofocadas que antes por el vapor que ahora desprendía el suelo. El sol, indiferente a nuestra existencia, continuó brillando sobre el mundo.

sábado, 25 de agosto de 2007

Ser el fruto

Hoy mis padres cumplían cuarenta y cinco años de casados, y para celebrarlo han invitado a sus dieciséis hijos, hija, nueras, yerno, nietas y nietos a comer. Los homenajeados estaban radiantes, rodeados de la vida que su encuentro había sembrado hace casi medio siglo. Gritaban las niñas pequeñas, charlábamos los adultos, tintineaban los cubiertos y las copas de vino. Sé que soy un hombre afortunado, lo he sabido siempre, y uno de los motivos más poderosos para serlo son ellos: qué privilegio ser su fruto.

martes, 21 de agosto de 2007

Comienzo

El viento ha estado soplando durante toda la noche. Ahora la claridad que se cuela a través de la persiana dibuja sobre la pared del dormitorio un paño de círculos de luz. En la calle resuenan voces masculinas, el motor de un camión. El verano menos caluroso de los últimos años comienza a quedar atrás. Me siento en el borde de la cama, respiro una, dos, tres veces, y me pongo en marcha.

sábado, 18 de agosto de 2007

Polvo de huesos

Dice: si volviese a nacer sería músico profesional, a ser posible chelista en una orquesta del norte de Europa, luciría una de esas barbas de cuatro días cuidadosamente rasuradas y viviría en una casa de paredes blancas. Dice: si volviese a nacer sería cocinero y abriría un restaurante pequeño, sin pretensiones, cerca del mar pero no en el paseo marítimo sino en una calle estrecha y adyacente que hubiese que buscar para encontrarla, cada mañana acudiría temprano al mercado y compraría la mejor verdura, la mejor carne, el mejor pescado, tendría muchos hijos, un coche viejo y una barquita para navegar los lunes. Dice: si volviese a nacer sería pastor de ovejas en la Patagonia, tendría tres caballos, una boina, dos sillas de blanca piel de cordero y una alegre novia de mejillas sonrosadas en un pueblo a muchos kilómetros de distancia; al cabalgar hacia sus brazos los cascos de mi montura levantarían nubes de polvo de huesos de dinosaurio.

jueves, 16 de agosto de 2007

Terremoto en Perú

Alzo la vista del libro y ya no queda nadie en la piscina. Casi hace frío cuando me levanto de la tumbona y busco con la mirada a mi hijo y su amigo. Los localizo en el último rincón de hierba donde todavía queda un poco de sol. A mi llamada se levantan y vienen corriendo, alegres y confiados, a través de las sombras. Alguien apagó la música en los altavoces. Riela el agua azul.

sábado, 11 de agosto de 2007

Después del ensayo

Después del ensayo del coro unos pocos fuimos al bar a tomar unas copas. Hablamos de esto y de lo otro hasta casi las dos de la mañana. Luego, mientras regresaba a casa, recordé las Perseidas, las lágrimas de San Lorenzo. Detuve el coche y salí al espacio exterior. La luz de la colonia humana contaminaba el cielo nocturno impidiendo la observación de los meteoros, pero así y todo aquella oscuridad tachonada de algunas estrellas me impresionó hasta el punto de hacerme creer que todo era cierto, absolutamente cierto. Desde el principio hasta el fin.

jueves, 9 de agosto de 2007

Mudanza

Hemos llevado a cabo una mudanza, aunque la mayor parte de las cajas tuviesen como destino un centro de reciclaje de residuos del ayuntamiento de Zaragoza. Todo: el retrato de boda donde mis suegros aparecen tan extrañamente jóvenes y desenfocados en blanco y negro, los recuerdos de cerámica de sus escasos viajes a Cuenca o Tarragona, los juegos de café, las lámparas, una gran llave antigua que alguna vez sirvió para abrir una puerta cuyo rastro se ha perdido, sábanas, mantas, figuras de santos, candelabros, bandejas de plata, álbumes de fotografías donde M. nace, crece y se aleja de mi brazo, colecciones de sellos y monedas, zapatos, la bendición oficial de un papa de Roma, calendarios: todo fue examinado y seleccionado. No me sentí más cruel que el eco de las habitaciones vacías.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Bajo el sol

Agosto nos alcanza con dos de mis sobrinos pasando unos días con nosotros. Mientras las primas adolescentes salen cada tarde a explorar el gran mundo de este diminuto lugar del universo, sus hermanos pequeños se lanzan a la piscina de cabeza con carrerilla, de cabeza desde parado, de lado, hacia atrás, en bomba, y chillan, se ríen, salpican.

Una vez, por increíble que parezca, yo fui uno de ellos bajo el sol. ¿Cómo es posible que haya podido olvidar tantos detalles de aquel tiempo, todos aquellos veranos? ¿Cómo es posible que casi no sea capaz de enfocar una imagen nítida de mis padres cuando eran jóvenes? ¿También C. olvidará cómo soy yo esta tarde, aquí sentado cerca del agua con un libro abierto en la mano, las gafas oscuras sobre la nariz? Desde luego que sí. Se olvidará, lo sé.

Laten los corazones de los vivos. Los pulmones se llenan y se vacían. El futuro chilla, ríe, salpica, dice: "¡Tío, mira cómo me tiro de cabeza!", dice: "¡Papá, mira cómo me tiro de cabeza!". Y yo miro, admiro, me asombro de tamañas proezas. Éste es el tiempo, no otro, no ayer.

jueves, 26 de julio de 2007

Todo eso

Un gigantesco bloque de hielo se desgaja de su plataforma y cae con estrépito sobre el océano antártico. Una niña congoleña duerme en su jergón. Un hilo de pequeñas hormigas va y viene entre el jardín y la despensa de una casa en Dinamarca. Llueve lentamente sobre el Cabo de Hornos. Crujen las dunas del desierto del Sahara. Alguien se lleva a la boca una copa de vino en una aldea de Francia. Una profesora de historia de treinta y dos años se masturba en Tokio. Tres cachorros maman de las ubres de una leona en las llanuras del Serengeti. Un joven agoniza entre los hierros de su coche en una carretera local de Canadá. Una anaconda se desliza bajo el pantanal amazónico. Un niño ruso lee absolutamente concentrado un libro de seiscientas páginas que ya siempre formará parte de su vida. Los embates del mar reducen milímetro a milímetro el tamaño de Irlanda. Un hombre escribe todo eso en alguna parte.

lunes, 23 de julio de 2007

Días de Asturias

Hoy ha salido el sol, que se cuela a través de los cristales empapados por la condensación del calor interior del bungalow. Los turistas, los petirrojos y las ardillas nos asomamos a la luz tras una noche donde la lluvia no dejó de repiquetear sobre el tejado de madera.

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Durante el recorrido en coche entre Ribadesella y Gijón no dejamos de asombrarnos de la belleza del paisaje de Asturias. Una vez en la pequeña ciudad caminamos por su paseo marítimo. La marea está tan alta que apenas deja una franja de playa libre para que los bañistas puedan extender sus toallas. Visitamos el parque de La Atalaya, un monte de verdes prados frente al cantábrico; admiramos la escultura “Elogio del horizonte”, de Eduardo Chillida, los restos del fuerte del siglo XVII que defendía la costa de los barcos enemigos, el puerto deportivo. En una sidrería del antiguo barrio de los marineros comemos pulpo con patatas, ensalada, pescados a la parrilla. Después de comer regresamos al parque para tumbarnos sobre la hierba y hacer la digestión. Las gaviotas se gritan unas a otras en el cielo, a veces parecen reír en breves carcajadas histéricas. Más tarde, camino del coche, volvemos a pasar junto a la playa de San Lorenzo. El mar ha retrocedido cuarenta o cincuenta metros y la arena se ha cubierto de personas que toman el sol. Los peatones las observan con evidente diversión apoyados en la barandilla metálica pintada de color blanco.

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Ayer fuimos a la playa de Vega y hoy hemos estado en la de Tereñes. Deambulamos por la zona de costa donde la marea deja charcos en las rocas. Hay pequeñas anémonas, cangrejos ermitaños, bígaros, gobios. El cielo, como todos los días desde que llegamos, está gris. El azul del mar es oscuro y mineral.

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Cada mañana después de desayunar camino a paso ligero durante media hora por las estrechas carreteras circundantes, entre pequeños muros de piedra y esponjosas laderas cubiertas de vegetación. Hay dos perros que siempre me ladran.

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Despierto en medio de la noche lluviosa. Mi hijo duerme a mi lado, contemplo durante un instante el perfil de su cabeza en las sombras. De camino al cuarto de baño compruebo en el teléfono que hay sobre la mesa que son las cinco y media de la madrugada. Al regresar me asomo a una de las ventanas. El cielo está oscuro como si todavía faltasen muchas horas para amanecer. El orballo repiquetea en el tejado y los canalones.

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Playa de Santa Marina, de Vega, de Tereñes, de Barro, de Poo, de Isla, playa de la Griega. M. y yo jugamos a imaginar que nos retiraremos aquí cuando nos jubilemos. El verde que todo lo inunda llena nuestro cerebro de una tranquilidad antigua y equilibrada. Y el sonido del mar.

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En el campo crece el laurel, crecen nogales, eucaliptos, ortigas, helechos; en los jardines hortensias, manzanos de sidra, limoneros. El agua está presente allí donde posamos la mirada: cae lentamente del cielo, rezuma de la tierra, hidrata nuestra piel. Nosotros, que venimos de comarcas amarillas, gozamos sin cansancio de tanta abundancia.

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Hoy en la playa de la Griega, en Colunga, nos hemos puesto de pie dentro de la huella fosilizada de un gran saurópodo que pasó por ese mismo lugar hace millones de años. He caído en la cuenta de que su peso fue tan real como el mío. ¿Cómo olía el aire que flotaba entonces sobre la tierra? ¿Qué animales volaban sobre las olas? A pocos metros de la orilla asomaba un banco de arena que la marea había limpiado de todo signo. Nos hemos descalzado y vadeando un pequeño istmo hemos alcanzado y conquistado el lugar, cruzándolo con nuestras huellas.

viernes, 6 de julio de 2007

Víspera

Me he despertado a las seis y ya no lograba volver a dormir. Hoy es un día especial: mi última jornada laboral antes de las vacaciones de verano, la víspera de un viaje. Nos espera el mar cantábrico (recuerda llevar las aletas y las gafas de bucear). Esta tarde prepararemos el voluminoso equipaje de la familia y mañana temprano saldremos a la carretera al más puro estilo de nuestros antepasados.

lunes, 2 de julio de 2007

Lunes de julio

Salgo del trabajo con la cabeza llena de voces y rostros, saturada de los problemas de decenas de personas. Cerca del mediodía ha habido un momento en el que he sentido la necesidad de levantarme y salir a dar un paseo, solamente eso, un paseo de cinco minutos en silencio, pero hoy no podía permitírmelo.

Pasadas las siete y media de la tarde, cuando gran parte de la gente empieza a marcharse, voy a la piscina con C. La superficie del agua está especialmente lisa y limpia en el instante en que me lanzo de cabeza y la rompo con el volumen de mi cuerpo, llego al fondo de azulejos azules, lo rozo con las manos y me impulso hacia arriba, de regreso al mundo del oxígeno donde mi hijo me espera en la orilla, dispuesto a mostrarme que él también sabe hacerlo. Más tarde nos secamos sentados en un banco de hormigón. Apenas queda nadie en las instalaciones. C. come una bolsa pequeña de patatas fritas a mi lado. Un tren pasa rugiendo por la vía cercana. Los vencejos han salido de caza y vuelan maniobrando vertiginosamente en el cielo como sólo ellos saben hacerlo. Contemplándolos caigo en la cuenta de que, a pesar de la música de los altavoces, los breves chillidos de los pájaros y todos los demás sonidos, el silencio ha regresado por fin a mi cabeza: la angustia con la que salí del trabajo se ha disuelto como humo a merced del viento. Respiro profundamente sintiendo el compasivo sol del atardecer en la espalda desnuda. No quiero, no me atrevo a pensar en la justicia de mi suerte.

miércoles, 27 de junio de 2007

Publicidad

La mujer que se acerca a mi mesa de trabajo lleva una camiseta de tirantes de color verde oliva, y en la zona baja del tirante de la derecha se ha colocado un pin redondo en el que puede leerse la siguiente frase: “Si quieres adelgazar / pregúntame cómo." Resulta del todo imposible leer el eslogan sin mirar sus pechos, algo que, por supuesto, ella tuvo en cuenta cuando se vistió por la mañana. Cuando ya se está levantando para marcharse le pregunto qué significa exactamente la publicidad que lleva encima. Sonríe y me da la tarjeta de una empresa parafarmacéutica que comercializa productos para adelgazar. Le doy las gracias y ella, dándose la vuelta, se aleja contoneándose ligeramente. Aunque no porta ningún pin detrás no puedo evitar echar un breve y disimulado vistazo a su anatomía.

sábado, 23 de junio de 2007

Voces nocturnas

Las voces de unos desconocidos en la calle siempre hacen eco cuando es de noche, puedo oír ahora su confuso estruendo a través de la terraza abierta del salón. En mi memoria, sin embargo, suena una música invisible, en ella cada nota es perfecta, pura y humana al mismo tiempo, y vibra en mi cerebro como en una capilla.

jueves, 21 de junio de 2007

San Ramón

Hoy es fiesta local en Barbastro en honor a San Ramón, patrón de la ciudad, así que no he ido a trabajar. Como en Binéfar es día laborable he podido permitirme el lujo de llevar a C. al colegio en su última mañana de curso. Después he ido al lavadero de coches para limpiar el mío a conciencia, arrancando de su chapa viejos excrementos de pterodáctilo con una manguera de alta presión. Me gusta mucho tener fiesta los días lectivos, a mi alrededor el mundo se ocupa de sus obligaciones y yo no tengo nada mejor que hacer que contemplarlo. Viva San Ramón.

martes, 19 de junio de 2007

Duendes

Por la mañana llamé desde el trabajo a P., de catorce años, para pedirle que sacara del congelador unos filetes de ternera. Estaban muy ricos cuando los comimos al mediodía con una ensalada. Por la tarde, a eso de las siete, M. pasó junto al congelador y se dio cuenta de que había un pequeño charco en el suelo. P., la eterna despistada, se había dejado la puerta abierta. Algunos alimentos estaban ya descongelados o casi descongelados: pimientos verdes del huerto de mis padres, buñuelos de bacalao y chipirones enharinados que sobraron en Navidad, brócoli, espárragos verdes, carne para hacer sopa, dos bolsas de setas variadas, rodajas de lomo de atún, dos sepias, alcachofas, zanahorias, judías verdes, habas tiernas.

Rápidamente me he puesto a cocinar: las setas las he guisado al ajillo con una guindilla seca, de esta manera se pueden guardar para otro día y sobre unos espaguetis o arroz blanco son buenísimas; he frito los buñuelos, los chipirones y los pimientos; he cocido las verduras para hacer una gran ensaladilla, he puesto a hervir un caldo de sopa, he dejado para mañana el atún, y para cenar he hecho en la plancha los espárragos trigueros y las sepias, acompañadas con una salsa de ajos picados, perejil, aceite, limón y sal. En el pequeño equipo de la cocina sonaba un disco de música celta. Rodeado de fogones y cazuelas me sentía tan atareado como un duende.

viernes, 15 de junio de 2007

Dientes de león

Nos apostamos junto al río antes del amanecer, a la hora en la que las bestias regresan a sus madrigueras, sombras furtivas entre sombras azules. El jefe de la tribu nos había conminado a permanecer absolutamente inmóviles y en silencio en nuestros escondites hasta que los recién llegados viniesen hacia nosotros, igual que hacíamos durante la caza del mamut.

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Al cabo de lo que me pareció mucho tiempo uno de nuestros exploradores surgió al galope entre los árboles agitando su jabalina. Reinaba una extraña calma en el prado cuando el centurión dio orden de que uniésemos los escudos y desenvainásemos las espadas. Durante unos minutos pudo oírse perfectamente el zumbido de los insectos volando sobre los dientes de león y las espigas. Después un rumor parecido al del océano golpeando en las rocas fue creciendo en la profundidad del bosque.

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Las balas de los mosquetes silbaban en el aire, de pronto se oía un grito y una figura caía fulminada y desaparecía bajo las polainas de los infantes de la siguiente línea. El redoble de los tambores nos empujaba a paso de marcha hacia el enemigo, tal y como nos habían entrenado. El cielo amenazaba tormenta, la atmósfera del valle estaba cargada de electricidad, los colores chillones de las casacas refulgían bajo las nubes negras.

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Lo primero que vi cuando el comandante accionó la palanca que abría el portón de la lancha fue un horizonte de palmeras. Explosiones de mortero levantando grandes masas de arena oscura en la playa. Salpicaduras en el agua.

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Dejo que los minutos y el calor pasen sobre mí como pasan sobre los escombros que me rodean. No pienso nada. No siento nada. El primer vehículo de la caravana asoma al final de la calle y se detiene. A través del visor de mi rifle observo el rostro del ametrallador de la torreta, apenas un adolescente que masca chicle y protege sus ojos con unas gafas de sol último modelo. El estampido del disparo coincide con la voz del muecín llamando a la oración, su salmodia flotando en la luz polvorienta del atardecer.

sábado, 9 de junio de 2007

Siega

Después del ensayo

Cuando salimos del Chanti todavía hay gente en la terraza tomando una copa. Con la llegada del buen tiempo los viernes se han hecho más largos y los camareros se miran unos a otros con una resignación no exenta de cierto atisbo de rebelión.

Esta noche nos hemos reunido tres en el bar: yo y dos de las amigas que más quiero en el coro. Hemos hablado de música, de las nuevas piezas que estamos ensayando. Qué agradable resulta estar con personas interesantes, solamente eso, estar a su lado charlando despreocupadamente entre sorbo y sorbo, riendo a ratos, tarareando algo, siendo generosos y siendo también mordaces sobre esto y aquello, siendo un poco buenos y un poco malos, ondulantes algas mecidas por la corriente de nuestra naturaleza.

jueves, 7 de junio de 2007

Cerezas

Soy de la opinión de que, sobre todo a partir de cierta edad, es absurdo tratar de convencer a nadie de nuestras ideas políticas, pues todos tenemos acceso a los mismos medios de información, todos tenemos ojos y oídos, la realidad se presenta desnuda ante nosotros y, sin embargo, nos empeñamos en ver cosas distintas. Por ejemplo: donde yo veo la postura más desleal que ninguna oposición ha mantenido en este país desde la instauración de la democracia, otros ven responsabilidad y sentido de estado; o si yo veo en la fracasada negociación con los terroristas vascos un intento legítimo y necesario que había que explorar para acabar con la violencia, otros ven con total claridad la rendición del gobierno, una cesión del estado de derecho, precios políticos, alta traición, y poco importará que el mismo fin de la tregua demuestre que estaban equivocados. Así que hace ya mucho tiempo que desistí de discutir de política, exceptuando a los familiares más cercanos y los amigos íntimos. No más pomposa arrogancia, no más ironía ni catastrofismos ni calificaciones personales.

Hoy, por primera vez en lo que llevamos de año, ha empezado a hacer verdadero calor. El verano asoma en las risas infantiles y el chapoteo de las piscinas que ya han abierto sus puertas. La estación de las cerezas sigue su curso.

lunes, 4 de junio de 2007

Carteles

Todavía no han retirado los carteles de la última campaña electoral. En ellos los maquillados rostros de los candidatos continúan sonriendo con mayor o menor naturalidad, ignorantes del futuro que ahora ya conocemos. Los ciudadanos que fueron a votar han hablado. Yo no lo hice, por primera vez en toda mi vida. No tenía candidato y a última hora me dio pereza ir a votar en blanco. Será distinto dentro de un año, cuando se convoquen las elecciones generales. Entonces sí hablaré. En mi caso es absolutamente erróneo ver en las elecciones locales un anticipo de los resultados de las que decidirán el gobierno del estado.

Todavía no han retirado los carteles de la campaña finalizada; tampoco los del puente sobre el río Vero, aquellos en los que día a día anónimos artistas fueron pintarrajeando bigotes de muchas clases, gafas, ojos bizcos, dientes negros, colmillos de vampiro.

Músculos

Anoche estaba tan cansado que ni siquiera cené. Ahora mismo, después de casi ocho horas de sueño reparador, los músculos de mis piernas vuelven a tener energía para llevarme por el mundo. Nunca dejan de sorprenderme estos milagros.

sábado, 26 de mayo de 2007

Dioses pequeños

Esta tarde compartimos
la mesa del salón,
separados por la pantalla
del ordenador portátil.
Mi mujer corrige exámenes
en la recta final del curso
y yo intento escribir.

Me gusta estar así,
en silencio los dos,
mientras en el horno de la cocina
se asan lentamente
cinco pimientos rojos
y tres berenjenas.

Ella levanta la vista
y me mira un instante,
no arrasada de amor,
no ardiendo en deseo,
me mira nada más, sonríe y
vuelve a zambullirse
en su trabajo.

Oh, pequeños dioses
de las cosas sin importancia,
conservadlas en mi memoria
tan ciertas y verdaderas
como ahora.

martes, 22 de mayo de 2007

Ella sonreía

Cuando regresaba de depositar la basura en los contenedores me crucé con una chica de pelo corto. Ella caminaba mirando el suelo de la acera y sonriendo. Calzaba zapatillas deportivas de color blanco. Los vencejos chillaban en el aire de la calle. La joven desconocida pasó a mi lado sonriendo para sí misma, ajena al mundo, y eso fue todo.

Té rojo

A eso de las seis de la tarde calenté una taza de agua, puse en ella dos bolsitas de té rojo y la tapé con un platillo. Después de tres o cuatro minutos levanté el plato y el aroma humeante de la infusión trajo inmediatamente a mi cerebro el olor de la piel de los caballos.

domingo, 20 de mayo de 2007

Partidos

Sale del vestuario con el pelo mojado, la bolsa azul al hombro y el rostro serio. Me acerco, le doy un beso, le digo: "¿Qué pasa, cariño?", él me dice: "Nada, vámonos, papá". Me despido de los otros padres y nos alejamos en dirección al coche.

Mientras regresamos a casa mi hijo guarda silencio. Yo sé lo que le sucede, no ha jugado bien, mi pregunta fue una reacción instintiva. Lo miro de reojo y una oleada de amor crece inesperadamente desde mis intestinos hasta alcanzar las mejillas, casi sofocándome. ¿Debería volver a contarle que yo era un pésimo futbolista, que en el patio del colegio siempre era el último en ser elegido por el capitán del último equipo en elegir? Eso le hace reír y son datos ciertos (así como que era torpe, carecía de concentración y ganar o perder me resultaba indiferente). Pero entonces él deja de mirar por la ventanilla, se vuelve y me pregunta: “¿Haremos un vermut?”. “Claro, ¿qué te apetece?”. “¿Hay aceitunas y boquerones?”. “Me parece que sí”. Por primera vez sonríe, dice: “Al menos hemos ganado el partido, ¿verdad?”, y añade a continuación: “Tengo un hambre que no veas”.

martes, 15 de mayo de 2007

Esqueletos

Ayer soñé con V., un amigo del pasado. Caminábamos por un mercadillo seguidos de cerca por un grupo de niños desharrapados. Al pasar junto a un puesto de sombreros V. se detenía, compraba varios modelos de distintas formas y colores, y a continuación los repartía entre los chiquillos, quienes, entusiasmados, se alejaban dando saltos y gritos.

Hoy he soñado con otros amigos, también del pasado. En el sueño Zaragoza era una ciudad en ruinas. J. y K. venían a buscarme a casa de mis padres. En el edificio ya no existía el ascensor y la escalera había quedado expuesta a la intemperie como si la hubiesen bombardeado, así que mientras bajaba a la calle saltando los peldaños de cuatro en cuatro podía sentir en el rostro el aire de la mañana. Después los tres paseábamos entre callejuelas estrechas de paredes de piedra. En el sueño yo era capaz de percibir, casi físicamente, el tenue menosprecio que J. sentía hacía mí, y tenía ganas de preguntarle a qué se debía y avisarle de que cuando fuésemos adultos esa displicencia sería causa de nuestra ruptura definitiva, pero, no sé por qué, me mantenía en silencio. Había mucha gente en las tabernas del barrio marinero, el ambiente era de fiesta, incluso creo recordar guirnaldas y banderines colgando entre las fachadas, cuando de pronto me encontré solo en una ciudad que ya no era Zaragoza sino San Sebastián. La memoria del sueño se esfuma lentamente mientras busco el rumbo que me lleve al antiguo acuario y su esqueleto de ballena.

jueves, 10 de mayo de 2007

Placas tectónicas

M. corrige exámenes. El mandarino de la terraza del salón se cubrió de pequeños y apretados capullos blancos. C. trabaja en sus deberes. Al fin regresaron los vencejos a sus nidos de adobe en el alero. P. está en Madrid, en un viaje de estudios. Donde hay chopos flotan en el aire sus copos de algodón. Mis padres están en Cáceres haciendo turismo. Las placas tectónicas que convertirán el mediterráneo en una cordillera más alta que el himalaya se mueven bajo la corteza terrestre a una velocidad de cinco centímetros por año. En el silencio de la casa sólo se escucha el sonido de mis dedos pulsando las teclas del ordenador.

lunes, 7 de mayo de 2007

Escribir

Siempre he pensado que escribir consiste en formular el pensamiento, y esta posibilidad sirve lo mismo para una lista de la compra que para un poema, un ensayo o una novela. El pensamiento (la memoria, la imaginación) es ininteligible en sí mismo, pero con la escritura podemos enfocarlo, ordenarlo, transformarlo en un huerto.

También: del mismo modo que a todos los seres humanos nos gusta escuchar el ruido de la lluvia, el del mar llegando a la playa o el del fuego crepitando en la leña, igualmente nos gusta oír el que hace nuestro cerebro, se parezca a una manada de búfalos golpeando el suelo en estampida o al arroyo cristalino que desciende de la nieve entre las piedras.

sábado, 28 de abril de 2007

Atlas

Al principio las líneas se dibujan
al albur de la risa, la sorpresa,
la pena, la carcajada;

al principio, durante algunos años,
el mapa resiste todos los envites,
inmune a la insistencia.

Después, poco a poco, como
cuando se hace de noche o se hace de día,
van quedando huellas,

memoria geográfica
junto a los ojos, en la comisura
de los labios, en la frente.

Así el placer y el dolor
van dibujando su atlas sobre nosotros
como la lluvia en las montañas,
como el mar en las rocas,
como el viento en el agua.

jueves, 26 de abril de 2007

Unas botas rojas

Hace unos días me encontré con un antiguo compañero de trabajo en una gran superficie de material deportivo de Lérida. Habían pasado ocho o nueve años desde la última vez que nos habíamos visto, pero creo que nos alegramos sinceramente de vernos, esas cosas se notan. Charlamos durante unos minutos sobre esto y aquello, la familia, el trabajo, la vida, y nos despedimos dándonos la mano y deseándonos lo mejor para el futuro.

Mientras C. se probaba distintos modelos de botas de fútbol me dio por pensar en tanta gente perdida, tantas personas que en algún momento de mi experiencia compartieron conmigo la suya para después desaparecer tragados por mudanzas, pereza, desencuentros o simple decepción. En mi mente resucitaron durante unos segundos docenas de rostros y voces que regresaban desde los más remotos días de mi infancia. Qué habría sido de ellos. ¿Me arrepentía de algo? Desde luego que sí, no me siento orgulloso absolutamente de todo lo que he hecho, pero ¿navegar no es acaso dejar atrás el horizonte? ¿no es llegar y marcharse?

“¿Te gustan estas, papá?", me preguntó C. mostrándome unas botas rojas. “Son muy bonitas”, le contesté, recordando que las anteriores eran azules. “Me las quedo, ¿vale?”. “Vale”. Con la caja bajo el brazo nos pusimos en pie y nos alejamos de allí.

martes, 24 de abril de 2007

Promesa

Despierto a las cinco de la mañana, cuando todavía es de noche, y me doy cuenta de que ya no voy a poder volverme a dormir, así que regreso a Kapuscinski y Heródoto en el punto en el que los dejé hace unas horas.

A las seis me levanto de la cama, me peso en la báscula, me ducho, me afeito, preparo bocadillos, me sirvo un café con leche. Fuera, en las calles y sobre los tejados, todos los pájaros de la comarca cantan al mismo tiempo, jubilosos por el comienzo de un nuevo día en el mundo. También para mí es éste un momento preferido: la resurrección de la luz, su promesa de esperanza y descubrimientos.

martes, 17 de abril de 2007

Martes de abril

Pantalón de pana y camisa de manga corta. Por la mañana luce un sol radiante y por la tarde cae esta suave llovizna que hace crecer la hierba a ojos vista.

sábado, 14 de abril de 2007

La quinta estación

Todo sucedió mucho más deprisa de lo que habíamos imaginado: los polos comenzaron a fundirse elevando el nivel de los océanos, que en todo el planeta inundaron estuarios, puertos, ciudades y autopistas; los bosques huyeron al norte perseguidos de cerca por el desierto y sus tormentas de arena; se extinguió el oso polar, desaparecieron los batracios, miles de cadenas tróficas se rompieron acabando con millones de especies de plantas, peces, aves, insectos, mamíferos marinos y terrestres.

Mientras los avances científicos lograban crear cuerpos y órganos artificiales que nos convertían virtualmente en seres inmortales, el cambio climático nos precipitaba inexorablemente hacia la desolación de Marte. Nuestra única posibilidad de supervivencia consistía en la exploración y colonización de otros sistemas planetarios, pero cualquiera podía darse cuenta de que ya no había tiempo: el lugar más lejano que los seres humanos habían alcanzado eran las colonias mineras de la luna.

Fue entonces cuando nos dimos cuenta: si no había salvación en el futuro deberíamos buscarla en otra parte. La primera propuesta seria llegó de Japón, país que el veintiocho de mayo de cuatro mil quince había logrado enviar a una ingeniera del ejército al veintiocho de mayo de cuatro mil catorce. Ciertamente se trataba de un paso muy pequeño, el primer salto, pero era el comienzo de la mayor aventura que jamás había emprendido nuestra especie: la colonización y reparación del pasado de nuestro propio mundo agonizante. A este proyecto se le llamó La quinta estación.

viernes, 13 de abril de 2007

Extraña inteligencia

La columna está formada por hormigas muy pequeñas y mide tres o cuatro metros de longitud. Comienza en el quicio de la puerta que da al exterior, prosigue junto a la pared, bordea tres librerías de madera y después se expande en pequeños grupos de reconocimiento por el centro de la sala. Observo durante un rato sus movimientos, maravillado ante tan extraña inteligencia, y a continuación rocío la zona con aerosol venenoso. Es tan potente que los insectos mueren casi en el acto. En pocos segundos todo ha terminado.

lunes, 2 de abril de 2007

Cápsula de tiempo

Mientras esta mañana, camino del trabajo, contemplaba al fondo del paisaje, a cientos de kilómetros de distancia, las blancas cimas nevadas del Pirineo, en la hierba del arcén de la carretera se erguían las primeras amapolas del año con sus temblorosos pétalos de piel de párpado, pinceladas rojas sobre verde bajo un cielo casi negro.

No ha dejado de llover en toda la tarde. El repiqueteo de la lluvia acaricia mi cerebro y lo consuela. Salgo a la terraza, pongo mi cámara de fotos en el suelo, frente a la leña desordenada, y grabo una pequeña cápsula de tiempo.

viernes, 30 de marzo de 2007

No es justo

No es justo, no
es necesario
escribir nada.

No es nuestro deber
y salvación.

martes, 27 de marzo de 2007

Un escenario

¿Fuma? No, lo dejé el año pasado. ¿Alcohol? Sí, eso todavía no lo he dejado. ¿Cuánto? Vino en las comidas, no siempre, y algún whisky por la noche. El médico, que es más joven que yo, escribe en el formulario: bebedor moderado. Estoy en ese momento vital: algunos médicos son más jóvenes que yo, algunos profesores de mis hijos son más jóvenes que yo, etcétera. La enfermera que hace unos minutos me ha extraído sangre tenía aspecto de ser un poco mayor que yo, ahora que lo pienso, aunque con las mujeres es muy difícil adivinarlo. Le ha costado encontrarme la vena. ¿No te irás a desmayar, verdad?, me ha preguntado. No, todo lo contrario, me gusta mirar, le digo, antes de contemplar con curiosidad cómo la aguja penetra lentamente en mi carne, cómo bombea la sangre oscura hacia el interior de la jeringa. ¿Has traído la muestra de orina? Oh, sí, perdona, me había olvidado. Con el brazo izquierdo doblado para evitar el hematoma del pinchazo saco del bolsillo derecho de mi abrigo un pequeño recipiente de plástico lleno hasta la mitad y se lo entrego. Ella le adhiere una etiqueta con mis datos y lo guarda en una bandeja junto a las meadas de otras personas. Cerca hay otra bandeja, más reducida, con muestras de sangre. Me parece observar que la mía es más negra que las demás, y estoy a punto de comentárselo a la enfermera cuando ésta me dice que regrese a la sala de espera, que el doctor me llamará a su despacho. Qué absurdo, ¿a cuento de qué habría de ser mi sangre más oscura que la de los demás? Me siento en una de las sillas individuales de diseño. Son las nueve y cuarto de la mañana en Huesca. Giro la cabeza para echar un vistazo por la ventana, que en esa zona de la clínica se abre a un feo, degradado y típico patio trasero con sus contenedores de basura y unos cuantos palés amontonados en una esquina. Parece un escenario. Esta mañana también lo parecía la calle donde vivo, a ochenta kilómetros de aquí. Eran las seis y media y no se veía a nadie. No hacía mucho frío, como sucede siempre antes del amanecer. Qué cruda era la luz de las farolas. Una voz de barítono pronuncia mi nombre. Me levanto y el médico que es más joven que yo esboza una sonrisa desde el quicio de la puerta. Entro. Él se sienta detrás de su mesa y yo me siento al otro lado. Dice: voy a hacerle unas pocas preguntas, ¿de acuerdo? Adelante. ¿Fuma? No, lo dejé el año pasado.

sábado, 24 de marzo de 2007

Literatura

Un pollo de corral limpio y listo para asar,
seis litros de leche semidesnatada,
dos masas de pizza frescas,
un kilo y medio de naranjas de postre,
tres kilos de patatas,
dos bandejas de borrajas lavadas,
cuatro cajas de tomates cherry,
una bolsa de espinacas,
una bolsa de rúcula,
dos fuets,
una docena de botellines de cerveza,
un chorizo dulce,
un manojo de espárragos trigueros,
una botella de whisky escocés,
medio kilo de espaguetis,
queso parmesano,
queso feta,
una bandeja de ternasco,
queso roquefort,
crema de camembert,
pan de molde sin corteza,
café,
té verde,
agua mineral,
dos bolsas de patatas fritas,
una caja de pastillas para el lavavajillas,
papel higiénico húmedo,
medio kilo de macarrones,
suavizante para la lavadora,
dos docenas de huevos,
un kilo de arroz,
atún en aceite,
dos latas de berberechos,
una lata de calamares en salsa americana,
un kilo de kiwis,
tres latas de mejillones en escabeche,
cuatro latas de aceitunas rellenas de anchoa,
doscientos cincuenta gramos de cacahuetes,
papel de aluminio,
té rojo,
un frasco de colonia infantil,
ciento setenta y seis con veintinueve euros.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Despertar

Lo primero en despertar es mi oído: uh-uuuh, uh-uuuh, zurea una tórtola en el exterior. Abro los ojos. El dormitorio es un espacio de sombras azuladas. Me doy la vuelta en la cama para mirar la puerta que da a la terraza: la luz de la calle es pálida y gris. Hasta que el sol no esté un poco más alto no aparecerán los colores. La casa está en silencio. Hoy he sido el primero. No es frecuente que me despierte sin ayuda del reloj, pero ayer estaba agotado y me acosté temprano. Ahora, después de ocho horas de sueño profundo, me siento fresco, recuperado, expectante. Dentro de unos minutos me levantaré en silencio y vaciaré mis intestinos, me ducharé, me afeitaré, me vestiré, prepararé los almuerzos de mi familia, tomaré un café con leche. Dentro de unos minutos. No ahora mismo. Uh-uuuh. Uh-uuuh. La luz está cambiando. Los colores comienzan a resucitar.

jueves, 15 de marzo de 2007

Había un perro

Había un perro de edad indefinida en la puerta del edificio donde trabajo, esperando obedientemente a su dueño. Me he acercado a él y le he dicho “hola”. Ha movido el rabo. Me he puesto en cuclillas y le he acariciado el cuello y el lomo. Era un buen perro y me ha permitido mirar de frente el abismo de sus ojos sin mostrar inquietud. Durante unas milésimas de segundo me ha parecido verme reflejado en ellos. Algo parecido a la paz ha invadido mi corazón. No sabría explicarlo.

martes, 13 de marzo de 2007

Astilleros

No es que pensara que al hacerse adulto dejaría de soñar, pero le sorprende seguir haciéndolo con la misma intensidad que cuando era pequeño. Esta noche, por ejemplo, caminaba a través de las calles de una ciudad familiar y al mismo tiempo extraña. A pesar de las horas transcurridas recuerda perfectamente la claridad de los muros y las aceras bajo un cielo cubierto de nubes negras. Astilleros. La tensión del aire anunciando la tormenta. Balcones antiguos en las fachadas. El olor del mar.

domingo, 11 de marzo de 2007

Suavidad

El viernes despedimos a un compañero que se jubilaba. Él, además de colega, es también granjero y agricultor, y nos regaló una docena de huevos de su corral a cada uno, y abrió una botella de vino dulce casero para acompañar unos pasteles que había comprado.

Ayer sábado recorrimos dos veces los doscientos cincuenta kilómetros que hay entre esta mesa y el huerto de mis padres. De nuevo nos reuníamos todos, algo que no sucedía desde Navidad. Coches aparcados en batería, niños de diferentes edades corriendo y chillando por doquier, platos y bandejas de comida, buena bebida, en fin, lo de siempre (maravillosamente "lo de siempre"). Me sentí feliz al ver casi totalmente recuperada a mi hermana pequeña, con quien había estado por última vez a finales de febrero en un hospital de Pamplona.

Hoy el domingo ha transcurrido lenta y pacíficamente. Al mediodía he preparado una fideuá de sepia, y por la noche me he ensimismado de tal modo pelando patatas que al final he tenido que hacer dos tortillas en vez de una. Ahora tengo en la boca el sabor del ajo picado de la ensalada de tomate, y no me desagrada. Bebo un sorbo de whisky. Levanto la vista y contemplo la inmóvil cortina exterior de la terraza. Aunque el viento se ha calmado puedo sentir cómo mi mundo se precipita suavemente.

miércoles, 7 de marzo de 2007

Cambios

El tiempo ha cambiado bruscamente. Ayer a las tres, cuando me detuve en la carretera comarcal para observar el cuerpo de un jabalí atropellado, lucía el sol sobre los campos de color esmeralda y los almendros blancos; hoy a la misma hora llovía en forma de ráfagas violentas que agitaban el coche y hacían caer los pétalos de los árboles.

Al llegar a casa me he dado cuenta de que un pequeño charco de agua se había infiltrado por la puerta de la terraza, así que he ido a buscar un periódico viejo para repartir sus hojas sobre la zona. Siempre me pasa lo mismo: qué interesantes me parecían ahora los artículos y noticias que había dejado pasar de largo en su día. Han tenido que llamarme a la mesa por tercera vez para que dejase de leer las páginas que a continuación iban a absorber la lluvia invasora.

domingo, 4 de marzo de 2007

Ciencia ficción I

La tierra, marzo de dos mil siete. No existen colonias humanas en otros planetas, ni siquiera en la luna. Una joven española estudia una partitura en un apartamento en Salzburgo. La estación espacial internacional orbita a trescientos ochenta y seis kilómetros de altura, la máxima distancia que una población estable de nuestra especie ha logrado alcanzar en el espacio. La floración de los almendros ha dado comienzo a la temporada de los apicultores.