viernes, 15 de junio de 2007

Dientes de león

Nos apostamos junto al río antes del amanecer, a la hora en la que las bestias regresan a sus madrigueras, sombras furtivas entre sombras azules. El jefe de la tribu nos había conminado a permanecer absolutamente inmóviles y en silencio en nuestros escondites hasta que los recién llegados viniesen hacia nosotros, igual que hacíamos durante la caza del mamut.

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Al cabo de lo que me pareció mucho tiempo uno de nuestros exploradores surgió al galope entre los árboles agitando su jabalina. Reinaba una extraña calma en el prado cuando el centurión dio orden de que uniésemos los escudos y desenvainásemos las espadas. Durante unos minutos pudo oírse perfectamente el zumbido de los insectos volando sobre los dientes de león y las espigas. Después un rumor parecido al del océano golpeando en las rocas fue creciendo en la profundidad del bosque.

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Las balas de los mosquetes silbaban en el aire, de pronto se oía un grito y una figura caía fulminada y desaparecía bajo las polainas de los infantes de la siguiente línea. El redoble de los tambores nos empujaba a paso de marcha hacia el enemigo, tal y como nos habían entrenado. El cielo amenazaba tormenta, la atmósfera del valle estaba cargada de electricidad, los colores chillones de las casacas refulgían bajo las nubes negras.

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Lo primero que vi cuando el comandante accionó la palanca que abría el portón de la lancha fue un horizonte de palmeras. Explosiones de mortero levantando grandes masas de arena oscura en la playa. Salpicaduras en el agua.

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Dejo que los minutos y el calor pasen sobre mí como pasan sobre los escombros que me rodean. No pienso nada. No siento nada. El primer vehículo de la caravana asoma al final de la calle y se detiene. A través del visor de mi rifle observo el rostro del ametrallador de la torreta, apenas un adolescente que masca chicle y protege sus ojos con unas gafas de sol último modelo. El estampido del disparo coincide con la voz del muecín llamando a la oración, su salmodia flotando en la luz polvorienta del atardecer.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Homo neardental, legionario romano, soldado europeo del siglo XVIII , marine, francotirador iraquí, …
La guerra forma parte del ser humano, no se si es el precio que hay que pagar por ser “inteligentes”, en todo caso creo que es un precio muy caro, quizás algún día paguemos el ultimo plazo.
Me ha venido a la memoria una frase de una película emblemática de ciencia ficción que podría continuar tus saltos temporales, solo que en este caso no la dice un ser humano, muy a su pesar….

Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Ese párrafo es uno de mis mantras particulares, y la película a la que pertenece una de mis favoritas entre las favoritas.

Un abrazo :-)

Luis Rivera dijo...

Magnífico, Jesús.

Jesús Miramón dijo...

Muchas gracias, Luis :-)

Portarosa dijo...

Magnífico, sí.

Un abrazo, Jesús.

Jesús Miramón dijo...

Gracias, Portorosa :-)