martes, 31 de diciembre de 2019

Treinta y uno de diciembre

Es verdad: he reído y he llorado. Como tenía que ser. Ahora estoy muy tranquilo. En realidad todo es más sencillo de lo que parece: el río nos lleva sin darle importancia al viaje, sin conocer siquiera la existencia humana, mientras nosotros contemplamos el cielo escuchando el rumor de las hojas de los árboles que van quedando atrás. Siempre fue así.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Treinta de diciembre

Cuando retiren las luces de navidad, algo que sucederá en pocos días, todo seguirá exactamente igual que antes, igual que ahora. Es algo que me tranquiliza mucho.

Por otro lado: que la realidad se encargue de su tarea y me ponga un dedo suave o un puñetazo en la boca para desmentirme, ese es su trabajo. El mío, como simple ser humano que soy, es tratar de no perder jamás la esperanza.

domingo, 29 de diciembre de 2019

Veintinueve de diciembre

Después de una semana de vacaciones mañana vuelvo al trabajo. El último del penúltimo año de la década. Por la tarde iré a recoger unas botas nuevas de la horma del zapatero y también a darme rayos UVA. No tengo buenos propósitos para dos mil veinte pues los que tenía comencé a cumplirlos el quince de noviembre, y me han ido tan bien que poco a poco estoy dejando de necesitar la medicación para la ansiedad que me acompaña desde hace tanto tiempo. ¿Por qué el quince de noviembre y no "a partir del uno de enero"? Porque me di cuenta de que era absurdo esperar, una treta, un modo de no hacer nada. Y lo era.

Hemos decidido que el día uno cocinaré una paella, un sencillo arroz para tres con judías verdes, pimiento rojo, costilla de cerdo y pollo troceado. Está mal que yo lo diga pero me sale buenísima. ¿Se puede comenzar mejor un nuevo año? No lo creo. Quién sabe, quizás sea el comienzo de una nueva tradición familiar.

sábado, 28 de diciembre de 2019

Veintiocho de diciembre

Que el tiempo pasa muy deprisa es una perogrullada, pero cuando estás con alguien tan cercano a ti como una hija a la que no volverás a ver hasta dentro de unos cuantos meses todavía cobra más velocidad. Mañana muy temprano Paula toma un AVE a Barcelona, y desde allí un avión.

También corre más deprisa cuando te propusiste escribir algo cada día.  Entonces las horas, los grandes acontecimientos y los muy pequeños, tan abundantes, se precipitan en la cascada del fin del mundo plano que imaginaban algunos antiguos.

Viniendo desde Barbastro a Zaragoza una niebla cerrada cubría la tierra, convirtiéndola en un planeta todavía más extraño de lo que ya es. No me resulta desagradable conducir en esas condiciones, no tras todos los años que viví en Binéfar, donde la niebla es compañera permanente cada invierno.  Tampoco evito conducir de noche, de hecho me gusta hacerlo porque bajo las estrellas siempre imagino que piloto una pequeña nave espacial. Digo que lo imagino pero quién sabe, tal vez lo hago, lo hacemos, de verdad.

Paula Miramón, 28 de diciembre de 2019.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Veintisiete de diciembre

Hacía mucho tiempo que no visitaba Lérida. Prácticamente desde que nos mudamos de Binéfar a Barbastro. En la calle mayor había puestos de artesanía. La mañana era fría, nublada, y mientras caminaba entre la gente he recordado las muchas ocasiones en las que veníamos a una clínica dental cercana cuando nuestros hijos eran pequeños. Durante un momento he sentido una punzada de melancolía, pero después hemos entrado en la librería Caselles y se me ha pasado. No existe nostalgia que pueda competir con hojear libros sin mirar el reloj.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Veintiséis de diciembre

Me levanto de la mesa de la cena un momento, feliz de ver a Raquel, que ha vuelto de Chile hace tres días. Pocas veces nos reunimos los cuatro y además la novia de Carlos, que es maravillosa. Vuelvo a la mesa. Eso sí, los langostinos han sido sustituidos por una tortilla de espinacas. Hasta mañana.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Veinticinco de diciembre

Se han ido los últimos invitados. La navidad de dos mil diecinueve ya nos ha adelantado rumbo al mar, alejándose a toda velocidad.

martes, 24 de diciembre de 2019

Veinticuatro de diciembre

Es navidad, pero después de la cena de nochebuena mi familia canta jotas navarras. Me gusta.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Veintitrés de diciembre

Qué contraste agradable la paz de la casa a estas horas con el bullicio del centro comercial en plena campaña de navidad, todos yendo de aquí para allá con los carros de la compra obscenamente llenos, el mío el primero, mi obsesión por ver poca cantidad para tanta gente en todo lo que compraba, la ociosa ignorancia de los precios porque es navidad, y yo el primero.

Pero ahora mi hija, que esta mañana despertó en Bergen, Noruega, y hace un rato llegó a la deliciosa estación de Delicias en Zaragoza, España, descansa a mi lado mientras su madre termina unas cosas en el ordenador portátil un poco más allá, en la mesa donde hemos cenado.

La noche está tranquila. Nada hace presagiar con exactitud lo que vendrá, sea bueno o no, y me doy cuenta de que en eso reside probablemente la felicidad.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Veintidós de diciembre

Conduciendo hacia Zaragoza, ya en la autovía desde hacía rato, mi compañera ha dicho con tono neutro, como si fuese un pensamiento pronunciado en voz alta, que la noche se había vuelto más oscura de pronto. He mirado durante un instante a nuestro alrededor. A pesar de las luces del tráfico podían verse algunas estrellas en el cielo. "Yo no noto ninguna diferencia", le he dicho. Ella ha permanecido en silencio mientras las ruedas de nuestra Picasso devoraban un kilómetro tras otro con la extraña facilidad de siempre.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Veintiuno de diciembre

La lluvia no me aburre, el invierno y el frío no me aburren: me aburre el calor, el sudor, el sol inclemente que ahora parece tan lejano pero en algunos meses volverá a torturarnos. Cada día de lluvia, cada día de frío, es una victoria sobre la inevitable derrota que me transformará en un animal medio desnudo buscando sin cesar una triste sombra que apenas me alivie o, con suerte aunque no menos tristemente, un lugar cerrado con aire acondicionado.

Pero hoy ha llovido durante todo el día, probablemente volverá a llover esta noche, y en este mismo instante escribo abrigado con unos pantalones largos y una vieja, viejísima chaqueta de cuello alto. Qué lujo. Casi no me lo puedo creer.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Veinte de diciembre

No olvides nunca que el río que ahora mismo fluye frente a tu apartamento es todos los ríos, que la luna que esta noche ocultan las nubes oscuras es la misma que contempló Cleopatra desde los balcones de su palacio en Alejandría, que en la lluvia de esta mañana sobre Barbastro caían las lágrimas de tristeza y alegría de seres humanos desaparecidos hace cientos y miles de años. No olvides que tu esperanza es todas las esperanzas, tu luz una luciérnaga; que por tus venas corre sangre de virtud y de pecado, sangre de asesino y de víctima, de guerrero y campesino, de rey y de porquero. Recuérdalo.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Diecinueve de diciembre

Ya comienzo a pensar en cocinar para mi familia. El martes que viene lo haré para veinte personas y el día siguiente para quince. Como tenemos, entre comillas, dos viviendas, hay elementos que tendré que llevar de Barbastro a Zaragoza, sobre todo cazuelas grandes, bandejas, el mortero, algunas especias... Bueno, he hecho una lista. Tengo lo que voy a servir en la cabeza, incluso algunas cosas ya están compradas, aunque el lunes o el mismo día de nochebuena iré a por lo más fresco.

Me gusta alimentar a las personas que quiero, me gusta mucho hacer eso. La navidad no, aunque comprendo que hay miles y miles de comerciantes que dependen de los precios de estos días para cuadrar sus cuentas. Vale, y también personas a quienes les gusta porque sí, porque la encuentran entrañable y esas cosas, es verdad.

Escojo quedarme con lo más positivo: reuniremos a mi familia alrededor de la mesa y allí estarán mis padres, de ochenta y tres y ochenta años. Para ellos, a estas alturas de su edad y con mi madre enferma, cada navidad es una oportunidad ganada al tiempo para estar todos juntos, una oportunidad especial a pesar de que lo hagamos en otras ocasiones a lo largo del año; para ellos la navidad es algo muy especial. Vamos allá.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Dieciocho de diciembre

A veces me parece ver tierra
al final del océano. Todavía
parece más un espejismo que
algo real pero sé que está ahí,
esperándome de nuevo.

Ir y volver a ir, siempre ir,
ese es mi viaje: ir y nada más.

martes, 17 de diciembre de 2019

Diecisiete de diciembre

Estoy tan cansado que se me ha agotado la imaginación. Y hace falta imaginación, mucha imaginación, para dar testimonio coherente de la realidad y la verdad más cotidianas. Imaginación a raudales como el sueño se precipita a raudales hacia mí haciendo que los párpados pesen toneladas de plata fundida. Ojalá sueñe con caballos. Necesito soñar con caballos.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Dieciséis de diciembre

Leo que alrededor de hace mil millones de años hubo un estallido muy violento de formación de estrellas en el centro de la Vía Láctea. También en nuestro interior suceden hechos violentos: cada latido de nuestro corazón enviando la sangre a hacer su extenso recorrido o las sinapsis de las neuronas de nuestro cerebro, por ejemplo, son violencia en su escala, una violencia abrupta y necesaria. Acaso ese estallido de estrellas hace mil millones de años es un latido de nuestra galaxia, sólo uno entre el anterior y el siguiente.

Los San del Kalahari, rebautizados por los colonos blancos como bosquimanos, uno de los grupos humanos más antiguos que existen, llaman a la Vía Láctea "La columna vertebral del cielo". Pueden contemplarla en el cielo nocturno mientras bailan golpeando la tierra con sus pies y el fuego de la hoguera crepita violentamente ahuyentando el frío y los leones.

domingo, 15 de diciembre de 2019

Quince de diciembre

Hoy no he salido de casa en todo el día. He cocinado a primera hora de la mañana comida para la semana y, antes de volver a cocinar la comida del mediodía de hoy, he dormido la siesta del carnero, algo que no había hecho nunca. Ha sido raro despertar a la una y media y preparar el vermut mientras pelaba alcachofas. Por la tarde, claro, no he podido dormir, así que ahora, a las nueve y veinte, ya tengo sueño.

Asuntos importantes mientras se derriten los polos y se secan las cataratas Victoria en África.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Catorce de diciembre

Asisto en las redes sociales a discusiones estériles, sin interés alguno porque sus participantes no se leen, no se escuchan, sólo repiten sus consignas como loros. Bueno, eso también sucede en la calle y en los bares y en demás sitios de reunión humanos.

La palabra que en mi opinión mejor define la libertad más radical es NO. ¿Es que no te interesa debatir conmigo? Sabiendo que te importa un pimiento lo que yo pueda decir, NO. ¿Te apetece quedar a comer la semana que viene? Lo siento, pero NO me apetece. ¿Es que mis ideas no te parecen respetables? Pues NO.

Aunque lo mejor de aprender a decir No, algo imprescindible para alcanzar cierto estado similar al bienestar o la felicidad de vez en cuando, es el valor inmenso que de pronto adquiere la maravillosa palabra Sí.

viernes, 13 de diciembre de 2019

Trece de diciembre

Este año del señor de dos mil diecinueve, si nada se tuerce, va a terminar mucho mejor que como empezó. He aprendido y madurado (sí, se puede aprender y madurar a los cincuenta y seis años), y ahora me siento más preparado para seguir navegando sin mareos ni dudas improductivas. Eso sí: tardaré mucho tiempo en proponerme escribir cada día de cada día y hacer una fotografía cada día de cada día. He tenido suficiente. Lo que haré será, además de escribir de vez en cuando, ir reincorporando al blog lo que queda del año dos mil once, en el que hice lo mismo y lo perdí al tocar algo que no debía en la plantilla del cuaderno. Menos mal que guardaba una copia de seguridad y podré resucitar aquellas trescientos sesenta y cinco entradas en este diario que, junto a los anteriores, ya comienza a ser viejo y dar cuenta de un viaje relativamente largo.

Pero dos mil diecinueve aún no ha terminado. No hemos atravesado esa frontera imaginaria, ese convenio colectivo. Quién sabe si mañana no aparecerán en el cielo las primeras naves no humanas de nuestra historia, o si de aquí a unos días no habré sido afortunado con alguno de los números de lotería que inevitablemente he comprado, quién sabe si alguna de mis células comenzará a replicarse con una mutación que acabará matándome antes de lo que yo pensaba. Todo puede suceder en los días que vendrán, y también a partir del uno de enero del año próximo. Nada está escrito y los navegantes sólo podemos hacer lo que siempre hicimos: dar testimonio, dibujar mapas.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Doce de diciembre

A eso de las seis y media de la tarde, ya de noche, llovía. Me gusta el sonido de los limpiaparabrisas barriendo rítmicamente el agua, y me gustan también las luces de los semáforos, las de la decoración navideña y las de los otros coches reflejadas en el suelo mojado. Por eso después de mis recados he dado un paseo tranquilo por la ciudad con la radio apagada, sin más sonido que el de los limpiaparabrisas y mi propio silencio relajado. Los paseos en coche no tienen el reconocimiento que deben. Es mejor caminar, suele decirse. Yo digo: son experiencias distintas. Pasear en coche sin prisa, sin rumbo ni nada que hacer, sobre todo si llueve como esta tarde, es un bálsamo para mí, un espacio benéfico en el tiempo.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Once de diciembre

Me he despertado de la siesta con un frío ya casi olvidado y antiguo. Era un frío que en vez de venir de mi alrededor parecía nacer en mi interior. Me he servido una infusión muy caliente para intentar recuperar una temperatura humana.

Aunque ha sido Maite quien, sumando notas con la calculadora de su móvil y sin mirarme, lo ha expresado mejor: "Eso es que te has levantado destemplado". Y ya está.

martes, 10 de diciembre de 2019

Diez de diciembre

Salgo del salón donde me he sometido a los diez minutos de rigor de rayos UVA y descubro que junto a la iglesia de San Francisco hay un tiovivo, y al otro lado del puente una churrería en este momento sin clientes. La supero, me detengo como si me llamaran por teléfono y hago una fotografía. Siempre disimulo cuando hago fotos de personas o negocios. No estoy seguro de que sea legal hacerlo sin pedir permiso, pero en fin, no voy a lucrarme con ello.

Hay un experimento que nunca podré llevar a cabo pero en el que he pensado muchas veces: hacer un retrato de cada uno de los rostros que atiendo cada día al otro lado de la mesa. Creo que el resultado sería fascinante: colores y orígenes distintos, sexos distintos, edades distintas y siempre la mirada, esa vulnerabilidad.

He dejado atrás la churrería y su olor a aceite de freír y he caminado hasta casa bajo las luces navideñas. La luna llena era un capullo de seda borroso en el cielo negro. Al entrar en el recibidor y colgar el abrigo en la percha he olido el aroma familiar de este piso que ya hemos hecho nuestro. El número quince en nuestras vidas nómadas, y los recuerdo uno por uno. Todos los hicimos nuestros, en todos fuimos felices casi siempre. Le he dado un beso a mi compañera y he venido a este mismo dormitorio en el que ahora escribo para ponerme la ropa cómoda y vieja de andar por casa. Mi favorita entre toda la que tengo. Es ponérmela y creo que mis pulsaciones descienden a la mitad.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Nueve de diciembre

Dos mil diecinueve
ya comienza a
parecerse más
al pasado que al futuro.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Ocho de diciembre

La primera evaluación siempre es antes de Navidad, y para una profesora de Lengua y Literatura eso significa decenas y decenas de exámenes y trabajos por corregir, que es lo que Maite está haciendo a dos metros de mí mientras escribo estas líneas.

La niebla cerrada de esta mañana se disolvió hacia el mediodía y ahora, a pesar de ser ya noche cerrada, continúa desaparecida.

Todo va y viene hasta acabar yéndose para siempre, pero me prometo a mí mismo no olvidar estos momentos de paz y tranquila felicidad, que también se disolverán y desaparecerán.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Siete de diciembre

Nos hemos acercado a un gran centro comercial, hay quien dice que uno de los más grandes de Europa, para recoger un producto que compramos hace unos días por internet. A pesar de que el puente laboral invitaba a los zaragozanos a irse a esquiar o a cualquier otro sitio, la cantidad de personas que había en ese centro comercial era algo inimaginable. Villancicos norteamericanos a todo volumen, luces de navidad por todas partes, y gente, muchísima gente (como nosotros, claro). En otro tiempo no lo hubiera soportado, lo cual indica cuánto he mejorado.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Seis de diciembre

La tierra estaba fría y musgosa a primera hora de la mañana, cuando hemos empezado a varear los olivos de mi padre. La de este año ha sido una mala cosecha, el fruto era pequeño y muy difícil de soltar de las ramas, pero hemos reído, hemos hecho bromas sobre lo primitivo de nuestra tecnología y finalmente hemos llevado a la almazara unos cuantos sacos. Hemos tenido que esperar nuestro turno y luego, aprovechando el viaje, hemos comprado en la tienda aceite sin filtrar, puro zumo de aceite de oliva virgen extra de color amarillo, opaco a la luz, que la chica nos ha llenado directamente de la linea de circulación del aceite recién exprimido. Al salir al aparcamiento con las bolsas de papel en las manos hacía frío a pesar de la lejana presencia de un sol incapaz de impedirlo.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Cinco de diciembre

Ya en Zaragoza, dos huevos a la plancha y a dormir. Mañana toca coger olivas en el huerto de mis padres en el pueblo navarro del que provengo, y madrugar.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Cuatro de diciembre

Preocupaciones mundanas: tengo el coche en el taller por un ruido extraño en el motor, probablemente una correa de transmisión, bueno, en realidad no tengo ni idea, y mañana por la tarde vamos a Zaragoza para, a su vez, madrugar el viernes e ir al pueblo a recoger olivas. Espero que mañana esté arreglado, si no pediré que me dejen uno de sustitución.

Ando ya pensando en los menús de noche buena y navidad. Creo que los platos principales serán rape en salsa verde con almejas en noche buena y ternasco al horno con patatas el día de navidad. Nada de experimentos, a lo seguro. Y alrededor tapeo y ensaladas y jamón bueno y croquetas de mi hermano Javier, que las hace buenísimas, y, en fin: dos pequeños banquetes.

Es un poco raro que ayer escribiese sobre la muerte y hoy lo haga sobre mi coche en el taller y lo que cocinaré en navidades. Supongo que los seres humanos somos así: capaces de pasar de una situación a otra sin remordimiento alguno. Por eso somos supervivientes innatos. Explorar la vida que nos rodea incluye también ser conscientes de eso.

martes, 3 de diciembre de 2019

Tres de diciembre

Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.

Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.

Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.

Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Dos de diciembre

La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Uno de diciembre

Recuerdo el crujido de los peces comiendo en las rocas, mi cabeza dentro del agua respirando por el tubo unido a mis gafas de bucear este último verano, en agosto. Ese otro mundo de ingravidez mágica a pocos metros de la playa poblada de sombrillas y seres humanos como yo.

Hace mucho tiempo pude escuchar un archivo de audio en el que podía oírse el sonido de fondo del espacio profundo, y sonaba como una especie de crujido de baja frecuencia inaudible por el ser humano pero sí por las máquinas inventadas por él. Y una vez leí en alguna parte que el verdadero color del cosmos no era negro sino verde, un verde profundo y oscuro. Imagino que todas estas cosas andarán por internet, pero cuando escribo me da pereza ponerme a buscar porque eso significa dejar de escribir y no quiero.

Es fácil imaginar que así como en la playa basta con sacar la cabeza del agua para sentir el sol, el aire y el ruido de las personas como si el mundo de los peces y las algas estuviese a kilómetros de distancia de mis ojos, de modo semejante allí arriba pudiera suceder algo parecido. Al otro lado de un agujero negro, al final del viaje más largo del mundo. Otros sonidos, un universo entero de color melocotón poblado de estrellas negras.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Treinta de noviembre

Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Veintinueve de noviembre

Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Veintiocho de noviembre

Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Veintisiete de noviembre

Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.

Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.

Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.

Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.

Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.

martes, 26 de noviembre de 2019

Veintiséis de noviembre

Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.

lunes, 25 de noviembre de 2019

domingo, 24 de noviembre de 2019

Veinticuatro de noviembre

Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!

Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta.  Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar.  Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Veintitrés de noviembre

Mi hermano J. nos recuerda en el grupo de WhatsApp que, como cada año, hay que recoger las olivas de mis padres para llevarlas a la almazara. Por un lado sí, es un día en el que nos juntamos todos con nuestras varas y trabajamos a destajo, y es bonito ver caer las olivas sobre las mantas, limpiarlas de ramas y hojas y luego cargar los sacos en el coche; por otro lado: oh, misericordia.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Veintidós de noviembre

Días de lotería. La de mi empresa, la del Salud de Aragón, las compañeras de enfrente; la del club de futbol donde juega María, la del Alzheimer, la de la Asociación Española contra el Cáncer, la de la Cruz Roja. Como cada año, juego lo mínimo que puedo, pero al final siempre me veo con un buen puñado de boletos.

Por otro lado a veces me gusta imaginar cómo sería hacerme millonario sin ningún merecimiento, señalado únicamente por el aleatorio dedo de la fortuna. Qué dinero más absurdo. ¿Qué debe sentirse más allá del primer estupor y las primeras celebraciones? ¿Por qué yo y no otro? ¿Cómo puede ser?

jueves, 21 de noviembre de 2019

Veintiuno de noviembre

He ido a mi segunda sesión de rayos UVA y, al salir del coche, el aire olía como el de un pueblo mucho más pequeño que Barbastro: una mezcla de castañas asadas, leña en el fuego, humo de estufa antigua. Me ha sorprendido y gustado mucho al mismo tiempo. Aromas primitivos antes de entrar casi desnudo en una cabina espacial de luz radiante.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Veinte de noviembre

Se estropeó el horno y nos han instalado uno nuevo. En esta casa ha sido como estrenar un Ferrari, y ya lo hemos estrenado: mañana comeremos un plato tan típicamente español como los macarrones con chorizo gratinados que he guisado esta noche. Pensaré en ellos cuando esté trabajando.

Pero ahora se me cierran los ojos. Es hora de leer y quedarme dormido en la tercera página.

martes, 19 de noviembre de 2019

Diecinueve de noviembre

Al entrar en la cabina he cerrado la puerta, he pulsado un botón verde arriba a mi izquierda con la leyenda STAR, y toda la pared circular se ha encendido mientras un ventilador lanzaba aire sobre mi cabeza. Apenas podía ver nada a través de las gafas que protegían mis ojos pero pronto me he sentido relajado a pesar de los ruidos de la máquina. ¿Aparecería en una máquina similar situado al lado de la mía transformado en un hombre mosca? ¿Viajaría en el tiempo y al abrir la puerta estaría en medio de una batalla entre indígenas y romanos o, tal vez, en una tierra yerma y desierta de cualquier forma de vida, dentro de miles y miles de años? Notaba la radiación envolviendo todo mi cuerpo casi desnudo, oía mi propia respiración y me sentía bien, allí de pie en perfecto equilibrio, los brazos abiertos.

Al cabo de diez minutos la luz intensa y el ventilador se han apagado, he abierto la puerta de la cabina y todo estaba igual que antes de entrar en ella.  Me he vestido, he abierto la puerta y una joven me ha dicho: "¿Qué tal tu primera sesión de rayos UVA? ¿Te has sentido cómodo? Te esperamos pasado mañana, Jesús".  Espero que la idea de mi dermatóloga funcione y mi dermatitis nerviosa deje de acompañarme para siempre de una vez por todas. El plan consiste en abrasar la piel enferma poco a poco, la que pica y se ve y también las células que hay debajo esperando su ocasión, Reconozco que suena primitivo pero mi doctora me aseguró que había funcionado muy bien con pacientes como yo. Tal vez en eso, en su sencillez lógica, resida su éxito. Ojalá.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Dieciocho de noviembre

Siento que me acerco a alguna parte. He tomado decisiones estos últimos días. Decisiones pequeñas, íntimas, invisibles fuera de mi casa, pero enormes para mí y quienes me quieren. Algo parecido a, siendo un guerrero asesino, decidir convertirte en un sacerdote budista, o al revés; algo parecido a ir en contra de mi naturaleza para regenerarla. Algo parecido a descubrir, a estas alturas, cosas sobre mí que espero que todavía estén ahí.

Oigo que Carlos ha llegado a casa. Nuestro hijo, de veintidós años, es como tifón, un toro bravo atravesando un apartamento de tamaño mediado intentando no tirar ni romper nada.  Es todo pasión, vida efervescente.  Ahora voy a dejar de escribir para estar con ellos y cenar, como siempre, cualquier cosa.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Diecisiete de noviembre

Hoy no hemos salido de casa en todo el día. Me he quedado en la cama un buen rato recostado contra la almohada, el portátil en el regazo, y luego, después de desayunar, he pasado el aspirador y el polvo y me he puesto a cocinar comida para varios días. Mientras el cocido de hoy se terminaba de hacer hemos tomado un vermú, que es una de las comidas que más nos gusta tomar: mejillones en escabeche, patatas fritas, pepinillos en vinagre... guarrerías varias.

Ha sido un domingo tranquilo, de navegación sostenida y sin marejada, aunque, si pongo el oído en la pared, puedo escuchar perfectamente cómo la proa continúa abriéndose paso a través del agua.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Dieciséis de noviembre

Están haciendo obras en el canal por el que solemos pasear y todo está hecho un desastre. Las excavadoras han arrancado mucha vegetación, incluyendo árboles. Creo que quieren ensanchar algunos tramos de la pequeña carretera y también arreglar el hormigón armado del cauce, muy deteriorado por el paso del agua y los años. En cualquier caso he caminado los seis kilómetros de rigor mientras Maite trabajaba en casa rodeada de exámenes y trabajos de sus alumnos. Los únicos pájaros que se han cruzado en mi camino han sido tres cuervos. Hoy no había nubes, sólo un cielo glauco y liso al que se asomaba un sol borroso, desvaído y sin forma, lejano, ausente. El otoño ha durado tres o cuatro semanas. No me importa porque amo el frío, pero también amaba la lentitud gradual con la que nosotros y la naturaleza pasaba del calor del verano al frío intenso del invierno tiempo atrás, hace mucho tiempo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Quince de noviembre

Esta mañana, al sonar el despertador, he esperado un rato y le he dicho a mi compañera que me tomaba un día libre de los siete que todavía me quedan este año. Otras semanas hubiera sido imposible porque sólo estamos tres trabajadores, y en cuanto uno coge vacaciones, somos dos y no puede quedarse sólo uno, se volvería loco. Pero hoy estábamos los tres, así que aprovechando esa circunstancia he disfrutado de un día de fiesta de los que yo llamo robados, inesperados. Me he vuelto a dormir hasta las diez y luego he hecho mis cosas tranquilamente, sin prisa, y he salido a hacer algunos recados. El aire llegaba con el frío de la nieve en las montañas. Como pasaba por delante de la Agencia comarcal he entrado a saludar y ver cómo andaban: me ha tranquilizado no ver largas colas. He vuelto a casa caminando junto al río. Los días "robados" son los que mejor saben, no sé por qué.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Catorce de noviembre

Por la mañana, al despertar, llovía un poco. El cielo era gris y el suelo brillaba como mercurio pálido. Mientras me dirigía hacia el trabajo, las manos en los bolsillos, paso tras paso, recordé cuando días así me hacían feliz. Ahora puedo decir que me gustan mucho pero, desafortunadamente, no le vienen bien a mi química cerebral. Ahora comprendo aquel antiguo dicho: "Estoy como el día". Me gusta mucho la lluvia pero me afecta negativamente. Mi cerebro un poco enfermo necesita luz.

martes, 12 de noviembre de 2019

Doce de noviembre

Estoy tan cansado que no sé ni pensar. Sólo quiero dormir pero al mismo tiempo en el cielo brilla una luna llena brillante como pocas he visto. Qué misterio el juego de la vida de no querer perderse nada y al mismo tiempo necesitar descansar, permitir que el cerebro se limpie para iniciar un nuevo día.

A veces me siento viviendo en un sueño ni siquiera mío, el sueño de alguien, de otra persona. Sé cómo suena, lo sé, tal vez estoy loco. Pero a veces me abordan ideas así.

Aunque sé cuál es mi objetivo en este planeta: la belleza, la belleza en cualquier sitio: en ruinas, en basura, en el pasado y en el futuro, en la música, en la poesía, en las relaciones sociales, en los paseos junto al canal de los fines de semana, en mi trabajo maravilloso, en todo lugar y situación. Creo que mi ADN me empuja a buscarla y articularla, darle voz y sentido, convertirla en algo que brille y se apague en la oscuridad, como así ha de ser.

lunes, 11 de noviembre de 2019

Once de noviembre

Escribo recién salido de la ducha. Huelo muy bien. He cocinado para cenar lomos de lubina a la plancha con pimientos verdes fritos, y no podía acostarme con ese aroma que, por otra parte, me encanta en una playa en verano, antes de ir a bucear.

Las segundas elecciones generales españolas no han resuelto nada, de hecho los acuerdos políticos están más difíciles que antes. No sé qué pensar. Al fin y al cabo, como sucede en el futbol con los futbolistas, en las elecciones votamos nosotros. ¿Acaso votamos mal? La ultraderecha española se ha convertido, desde la irrelevancia de anteayer, en la tercera fuerza política de España. Resulta que no somos distintos de Polonia, Hungría o Austria. El monstruo está ahí, respirando y sonriendo, sin prisa. El racismo, la homofobia, el nacionalismo español siempre estuvo allí, esperando su momento. La situación en Cataluña le ha venido que ni pintada. Cuántos miles no habrán votado a la ultraderecha pensando que defendían a España como los nacionalistas independentistas votan y cortan carreteras y autopistas pensando que defienden a Cataluña. Son, exactamente, las dos caras de la misma moneda. El nacionalismo es una mierda, atenta a la inteligencia humana y global. Atenta al único futuro posible.

Pero me centro en lo que puedo controlar, no en lo que no puedo controlar de ninguna manera. Me he duchado antes de irme a dormir en vez de esperar a mañana por la mañana porque olía a pescado a la plancha. Me he servido un whisky con hielo. Escribo exactamente lo que quiero, exactamente lo que me apetece escribir. Soy un ser humano muy afortunado por poder hacerlo. Hay países donde no podría. Después de las elecciones sigo sintiéndome un hombre libre y afortunado de, por absoluta casualidad, haber nacido aquí y no en otro lugar. El mundo -Chile, Bolivia, Siria, Afganistán, Turquía, Hong-Kong- está revuelto.

Por la mañana, camino del trabajo, miro las nubes a kilómetros de altura en el cielo y, no sé por qué, me dan calma. No sé por qué.  Mucha calma.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Diez de noviembre

Los canelones me han salido exactamente como quería. Sin tonterías, como los hacía mi querida suegra Josefina. Sin queso, sin tomate, sin hierbas, sin nada. Carne picada, bechamel, unos trozos de mantequilla y al horno. En su simplicidad residía su secreto. Su hija y yo, comiendo, nos hemos mirado y hemos afirmado con la cabeza. Ese premio me llevo. Los próximos los haré con su tomate triturado y su foie. Y su queso rallado sobre la bechamel. Aunque los de hoy estaban tan buenos que no sé. Podremos elegir.

Fui a votar por la mañana. Enfadado, muy enfadado por el estéril resultado de la última vez que fui a votar, hace cuatro días; enfadado después de decir en público y en privado que si no se ponían de acuerdo yo ya no votaba más, pero he ido a votar. En un viejo colegio infantil ahora cerrado a la docencia. No he ocultado mi voto en las cabinas. Lo tenía clarísimo.

Luego, antes de volver a casa, he ido a una tienda donde venden comida preparada y he comprado seis empanadillas y seis croquetas. Para el vermú. El vermú es sagrado en esta familia. Sagrado.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Nueve de noviembre

He puesto una bandeja de patatas en el horno con sus correspondientes hierbas provenzales, su sal, su aceite, su agua, su soja, y ahora sólo queda esperar. Cuando estén hechas pondré la cola de salmón sobre ellas y en cinco minutos estaremos cenando.

El sábado por la noche, desde que era pequeño y vivía con mis padres, es sinónimo de tranquilidad, seguridad, felicidad. Un sitio seguro. Lo sigue siendo.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Ocho de noviembre

Al fin ha llegado el frío, ese fenómeno últimamente desconocido, y todo se ha vuelto del revés. Parece mentira. En eso se nota lo primates que somos, como cuando llueve y de repente todo se convierte en caos. Llevamos el impulso histérico adherido a nuestra inteligencia, dispuesto a anularla con entusiasmo a la mínima ocasión.

Yo, como quienes me seguís desde hace tiempo ya podéis imaginar, soy feliz: frío. El frío. La lluvia. Ha nevado mucho en el Pirineo y nevará más. Se siente en el viento, que nos llega helado desde allí. Soy feliz. Se acabó temporalmente la tortura del "buen tiempo". Adiós al calor, al sudor, a lo que no puede evitarse ni quedándose desnudo. Es el tiempo de ir añadiendo ropa, algo que sí funciona, algo que sí es útil.

Anhelo expirar el humo cálido de mi boca como si fumara. Sentir en mi rostro el frío que lo estimula y tensa y revive. Soy más Neandertal que Cromañón. Amo el frío. El frío me despierta de la cada vez más larga y sudorosa noche del verano. Asomo mi cabeza de oso polar. Ha llegado el momento.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Siete de noviembre

Desperté de la siesta sin la sensación de resucitar de la muerte o regresar de un pozo negro, lo cual ya es una novedad. Bien. Equilibrio. Armonía. El día continúa. Cenaremos pulpo a feira con patatas y tostadas con crema de queso de cabrales (brutal). Tengo que cortarme las uñas de los pies. Ahora que ya no utilizo sandalias me he descuidado un poco. Hoy fui a la peluquería: parezco un marine recién llegado al cuartel. Es lo que quiero: tres meses sin volver a cortarme el pelo. Es de noche. Dos mil diecinueve comienza a tomar velocidad, se precipita hacia el ojo de la aguja. No sabe, como yo, que al otro lado hay una playa donde las olas llegan por primera vez una y otra vez, por primera vez una y otra vez, y así siempre. Por primera vez una y otra y otra y otra y otra vez.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Seis de noviembre

Hace mucho tiempo que ya es de noche. Las doce de la madrugada, mi frontera, se acerca lenta y rápidamente a la vez. No pasa nada, tengo oficio más que suficiente no ya para escribir sino para decir la verdad: la vida es algo maravilloso, una oportunidad, luz.

Y lo digo yo, que cada mañana me tomo mi antidepresivo y mis ansiolíticos. La vida es algo maravilloso, y acaso quienes necesitamos una ayuda química para darnos cuenta somos más conscientes de ello.

Tú que me estas leyendo ahora date cuenta, por favor. Tú que no necesitas ayuda química, tú que sencillamente existes sin ningún esfuerzo: existir es algo absolutamente insólito en el universo. Explora. Vive. No ignores ese privilegio. Yo intento no hacerlo cada día.

martes, 5 de noviembre de 2019

Cinco de noviembre

Hoy me he pasado el día en el Aeropuerto del Prat de Barcelona. Mi hijo volvía de Chile a las tres y treinta y cinco minutos de la tarde, pero anoche me mandó un mensaje diciéndome que, por el cambio horario, en realidad llegaba a España a las once y treinta y cinco de la mañana. Total, que hoy he madrugado un poquitín y a las diez y media ya estaba en el Aeropuerto del Prat de Barcelona, pero resulta que no, que la hora real de llegada era la inicial: las tres treinta y cinco de la tarde que han terminado siendo las tres cincuenta. ¿Qué he hecho durante todo ese tiempo perdido? Por hacer tiempo he querido ir a la playa de la Barceloneta, pero el atasco de tráfico era tan grande que al final he desistido y he regresado al Aeropuerto. Allí he caminado, según mi teléfono móvil, seis kilómetros. Puedo decir que ahora me conozco cada rincón y lavabo del Aeroport Josep Tarradellas de Barcelona. He visto llegar a centenares de pasajeros, he escuchado un montón de idiomas, me he dejado un pastón en un bocadillo de tortilla de patatas a las once y en una focaccia de pollo, mozarella y albahaca a las tres de la tarde. Precios obscenos, pero ya todos sabemos que en los aeropuertos es así, no hay otra.

Finalmente Carlos Miramón ha aterrizado tras catorce horas de vuelo directo desde Santiago de Chile, nos hemos abrazado y besado, y, oh, al regresar a Barbastro, la quinta marcha de la caja de cambios de nuestra Picasso de catorce años y trescientos cuarenta mil kilómetros no engranaba. He conducido en cuarta todo el tiempo. Sería una buena noticia para otro: ¡coche nuevo! Pero estoy enamorado de mi preciosa Picasso. Soy animista, qué se le va a hacer. Les cojo cariño a los objetos. No lo puedo evitar. No quiero dejarles ir.

Mañana la llevaré al taller a ver qué se puede hacer. Lo importante es que Carlos Miramón está en casa -miento, ya está con sus amigos viendo el partido del Barça- y todos estamos bien. Las cosas tienen la importancia que tienen, ya lo escribí ayer. Yo lo que tengo es mucho sueño, pero no quiero acostarme pronto porque después a las cuatro me despierto y ya no sé volver a dormirme. Tengo que aguantar despierto al menos hasta las once para poder dormir bien. Es curioso: él ha venido desde Chile y está con sus amigos, pero el jet lag lo tengo yo.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Cuatro de noviembre

A ver, voy a contar lo que pasó ayer. Yo y Maite estábamos convencidos de que nuestro hijo Carlos aterrizaba hoy -no mañana- en Barcelona proveniente de Santiago de Chile. Total y absolutamente convencidos porque así nos lo había informado él e incluso lo habíamos señalado en el calendario de la cocina. Pero, afortunadamente, a su madre se le ocurrió llamarle por teléfono para saber si ya estaba en el aeropuerto anoche y, de pronto, descubrimos que no, que despegaba esta noche de lunes y aterrizaba en Barcelona mañana a las tres y media de la tarde. Todo fue casual o, por qué no decirlo, fruto de las preocupaciones maternas (yo nunca le hubiera llamado, daba la información incorrecta por buena). Hoy hubiese conducido hasta el aeropuerto de Barcelona para nada porque aterriza mañana.

Sí, sé que a efectos logísticos somos una familia un poco desastre pero nos queremos mucho. Menos mal que su madre le llamó. Aunque, ahora que lo pienso, en nuestra existencia pueden suceder un millón de cosas peores que hacer un viaje en balde a Barcelona. Las veo cada día al otro lado de la mesa de mi trabajo. Un viaje en balde es una tontería, aunque me alegro de habérmelo ahorrado.

¿Sabes qué te digo? Vive, vive cada día tranquilamente pero sabiendo, tratando de saber, sé que me entiendes. Si me has leído durante algún tiempo comprendes perfectamente lo que quiero decir: vive, es sencillo, nada más. Probablemente nuestra propia vida es en balde, y qué más da.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Tres de noviembre

Llevo sin dormir desde las cuatro de la madrugada. No me quejo. A mí me sucede muy de vez en cuando, hay a quien le pasa cada noche, y cómo les compadezco. Después de escribir estas palabras me acostaré e intentar dormir una pequeña siesta fuera de hora, pero es que, a pesar del cansancio, no tengo sueño. Es algo extraño: uno se siente muy cansado pero no es capaz de cerrar los párpados y dormir. Vale, es verdad: se llama insomnio.

Pasado mañana voy a Barcelona a buscar a mi hijo Carlos, que regresa de Chile. El vuelo llega al Prat a las tres y treinta y cinco de la tarde, así que iré sobrado de tiempo. Ahora allí son las dos menos cuarto de ayer, la hora de comer. Cuando despegue será mañana por la noche y cuando aterrice en Europa será el cinco de noviembre pero varias horas antes. Viajará en el tiempo hacia atrás. Deberá enfrentarse de nuevo al jet lag.

En cuanto a mí, no me da ninguna pereza subirme al coche y, tranquilamente, sin prisas, ir al aeropuerto de Barcelona a recoger a mi hijo. Lo he hecho otras veces. Me gusta muchísimo conducir. Conducir y cocinar alivian mi ansiedad siempre palpitante e hija de puta. Espero no tener ningún problema para acceder a los sitios, estoy seguro de que no los habrá. Me da más miedo lo que les pueda pasar a Carlos y Raquel allí, en Santiago, porque el vuelo sale a una hora posterior al toque de queda. Me gustaría mucho que aterrizase con ella a su lado. Sé que sus prácticas de enfermería son lo primero, pero también sufrimos. La queremos mucho.

El domingo avanza a velocidad de crucero. Creo que voy a acostarme un poco, apagar la luz y dejar descansar mi cerebro, si todavía queda algo sin consumir.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Dos de noviembre

Debo cambiar muchas cosas. Este año es complicado por los compromisos personales adquiridos el primer día de dos mil diecinueve, pero el uno de enero de dos mil veinte, si todavía estoy vivo, será distinto. La escritura o la vida. La escritura o la salud. Tengo proyectos importantísimos para el futuro pero no serán públicos. Nadie, salvo mis personas más íntimas, sabrán.

Pero todavía falta algo menos de dos meses para eso. Confío en ser tan fuerte en esos propósitos como lo he sido, como lo estoy siendo durante este año, también casi solo. Creo que desde que escribo en internet, y comencé en dos mil cuatro, jamás había tenido tan pocos comentarios en mis diarios. No me importa, lo he dicho muchas veces, de hecho eso me anima a lo que se aproxima: no existirán ni textos ni comentarios. No son necesarios. Uno escribe o fotografía o mira a su alrededor para intentar comprender lo que sucede, no para que nadie comente sus resultados. O tal vez me estoy mintiendo a mí mismo y sí me importa, mucho, mucho más de lo que, por orgullo, estoy dispuesto a aceptar. O tal vez no. No lo sé. Hace años hubiese sufrido mucho por esta soledad en la red, ahora quiero pensar que no pero es sólo eso, querer pensar, un deseo: quiero pensar que no, quiero pensar que soy una persona fuerte.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Uno de noviembre

Ningún santo está muerto. Los santos muertos desaparecieron, ya no existen salvo en la huella que pudieron dejar en quienes les conocieron y sus sucesores durante una o dos generaciones.

Los verdaderos santos siempre pertenecen al presente, a la vida, y nos rodean por todas partes. Es L. quien, fuera del horario de su trabajo y sin percibir nada a cambio, ayuda a que los inmigrantes recién llegados aprendan español. Es la señora que pagó anónimamente, y esta era una garantía inquebrantable, la deuda a la Seguridad Social que tenía un extranjero y de la que dependía que le renovaran el permiso de residencia y de trabajo. Los santos son los pensionistas que durante estos años de crisis han ayudado a sus hijos con sus pensiones; es D., la gitana que durante los años en los que su hijo estuvo en la cárcel sólo comía espaguetis con tomate para que él pudiera comprarse tabaco y otros caprichos en el economato. Conozco santos y santas todos los días, todos los días. Nos rodean por todas partes y no siempre son cristianos, a menudo ni siquiera son creyentes. Pero están vivos. Por eso son santos, porque están vivos y su existencia altera favorablemente el destino de los demás.

¿Los muertos? Habrá de todo. Yo ya tengo unos cuantos. Seres humanos a quienes quise mucho y todavía quiero (lo escribí arriba: desaparecerán del mundo en una o dos generaciones, como yo mismo). Algunos fueron santos en vida porque sólo generaban felicidad y bienestar a su alrededor, pero ya no lo son porque están muertos. Está bien recordarles, no hoy especialmente sino de vez en cuando -de acuerdo, en caso de personas muy cercanas todos los días, es cierto, pero sin aspavientos, sobre todo sin aspavientos. Odio los aspavientos tanto como amo la normalidad, porque puedo jurar que en ella anida lo extraordinario.

jueves, 31 de octubre de 2019

Treinta y uno de octubre

Suena el timbre de la puerta de casa. Al otro lado un grupo de niños, entre ellos una alumna de Maite que vive en nuestro bloque de apartamentos. ¡TRUCO O TRATO! Mi compañera, que ya se lo esperaba, había comprado chucherías y se las da. ¡Te queremos, Maite! Me asomo en el salón con mi aspecto cavernario y todos me saludan con la mano. Ablandan mi cascarrabias corazón.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Treinta de octubre

Ayer por la tarde vino una chica de Binaced junto a un refugiado de Camerún para arreglar algunas cosas. Yo sabía que todos los jóvenes de Binaced estudiaron en Binéfar, donde Maite dio clase. Le dije: "Soy el marido de Maite Puértolas". Su reacción fue tan bonita que me da pudor contarla.

Esta mañana ambas se han puesto en contacto. Voy a decir algo: Maite, como las buenas profesoras, dejó una huella profunda. Me siento tan orgulloso de ella, porque no es la primera vez que me sucede algo semejante. Una buena profesora puede marcarte de por vida, y sé que Maite es de esas. Si supiera lo que estoy escribiendo vendría corriendo a intentar evitar que lo publicase. No podrá. No sabe lo que estoy haciendo en este preciso instante.

El amor también es admiración, respeto, asombro. Lo escribo yo, que llevo con ella desde los diecinueve años y tenemos cincuenta y seis. Es tan maravilloso saber que convives con alguien así.

martes, 29 de octubre de 2019

Veintinueve de octubre

He salido de trabajar a las siete de la tarde pero la luz era la de las ocho de la semana pasada. No sé de quién dependen estos cambios horarios ni si son realmente útiles para ahorrar energía, pero a las siete horas la noche cubría Barbastro como si fuesen las diez o las once. Sé también que cuando he salido estaba reventado, mi cráneo rebosante de voces, rostros, miradas, preguntas, expectativas, miedos, alegría y tristeza.

Antes de regresar a casa he ido a comprar exactamente dos cosas: papel de cocina y arroz integral. Hoy ha sido un día duro, como ayer, con algunas situaciones difíciles de aceptar. Otra vez una mujer mucho más joven que yo ha llorado frente a mí y al darle la mano he sentido todo su dolor en mi alma, atravesándome de arriba abajo. Año tras año, en vez de hacerme más fuerte, me siento más desnudo frente al sufrimiento de los demás. Tal vez ya no sirvo para este trabajo, pero es el que me gusta. No sé. Son rachas. Hay semanas y meses en los que no me veo sometido a estas realidades. Ahora han coincidido dos seguidas. Respiro hondo. No pasa nada. Debo concentrarme en ayudar y eso es todo.

Tal vez muera esta noche o dentro de diez minutos, o, como la madre de otra usuaria que he atendido hoy, a los ciento tres años (yo no apostaría por eso), pero quiero escribir del mejor modo que sepa lo siguiente: la naturaleza humana es tan fuerte como delicada, tan optimista como sensible a la lluvia; somos algo que no puedo dejar de mirar como es imposible no contemplar el fuego de una chimenea, ese baile de luz aparentemente ajeno a la vida.

lunes, 28 de octubre de 2019

Veintiocho de octubre

Querer y ser querido. Siempre he pensado que eso justificaba una vida. A pesar de que ayer tu marido de treinta y seis años muriese de un infarto de miocardio súbito frente a ti y sus hijos pequeños, entre catorce y cuatro años.

No ha sido una reacción profesional, pero se me han escapado unas lágrimas junto a la joven viuda destrozada y su prima, que, oportunamente, hacía de secretaria dura, tragando saliva a cada segundo. Pero cómo lloraba la viuda. La conocía de Barbastro. Aquí todos nos conocemos más o menos. Hoy me ha tocado asistir, como otras veces, a la pena infinita de ver cómo un futuro se truncaba de improviso.

Hace mucho rato que es de noche. Las lluvias pasadas se llevaron las algas putrefactas del río que corre frente a mi casa y ahora el agua fluye transparente y limpia. Nuestro edificio gira lentamente, tan lentamente que no nos damos cuenta, hacia el amanecer que aparecerá por el este. Vive. Carpe diem. Duerme y despierta. En realidad nada importa en serio. Amar y ser amado. Siquiera una vez.

domingo, 27 de octubre de 2019

Veintisiete de octubre

Yo soy muy sensible a los cambios horarios. Todo mi cuerpo sabe que ahora son las siete y veinte, no las seis y veinte. Me costará algunos días, muchos días, acostumbrarme. Es lo que le pasa a todo el mundo, por otra parte. Imagino.

Todavía siento los efectos de la comilona de ayer. Y lo mejor es que en el frigorífico me esperan restos guardados en sus correspondientes tupperware (caldereta y caracoles). Debí engordar dos kilos.

La comida familiar se celebraba por los cumpleaños de mi padre y mi hermano Carlos, ambos en octubre, ochenta y tres y cincuenta años respectivamente (aunque aparentan setenta y cuarenta, los cabrones). Pero todos tuvimos regalo. Mi hermana Susana y nuestro querido cuñado nos regalaron a todos unas camisetas maravillosas. (A mí por otro lado mi cuñada Ana me regaló una taza muy especial que guardaré con mucho cariño). Echamos de menos a nuestros dos hijos, uno en el estrecho de Magallanes, otra volando a Bergen, pero ya somos tantas personas que resulta difícil congregar a todos. Aunque salvo ellos y la novia de nuestro sobrino Javi, un pedazo de pan de casi dos metros de altura, estuvimos todos, incluso Patricia y Marta vinieron desde Briones, en La Rioja.

Y mañana lunes. Y después martes, Y miércoles. Pero esta camiseta mítica la tenemos todos, incluso mis padres, los abuelos, y sus nietos, mis sobrinos, y sus parejas, todos. Y es maravillosa.  Gustavo, Susana, gracias. Tenemos un apellido especial porque somos especiales. ¡Garrote!

De izquierda a derecha: cincuenta y ochenta y tres años.

Carlos Miramón mi hermano y Jesús Miramón mi papá.

Todos hemos recibido una camiseta tan maravillosa como esa.

Mi esperanza reside en que comparto sus genes,
aunque no su maravilloso aspecto.

sábado, 26 de octubre de 2019

Veintiséis de octubre

Conduciendo al anochecer entre Barbastro y Zaragoza nos acompañaba Venus en el cielo. La primera y la última luz en cielo. El lucero del alba y del atardecer. Al salir de la autovía durante el tramo de Huesca ha pasado de estar a mi izquierda a brillar frente a mí ligeramente en la esquina del parabrisas. Venus. El segundo planeta más cercano al sol. No una estrella, no una fuente de energía atómica sino un planeta más o menos como el nuestro, rocoso, sólido. Veía el reflejo de la luz de nuestra estrella en su superficie, no su inexistente radiación. Estas cosas me colocan en mi sitio.

Maite, que está muy acatarrada, dormía en el asiento de al lado. Poco a poco, kilómetro a kilómetro, la noche se apropiaba del mundo. He pensado en nuestro hijo en Chile, en su jet lag; he pensado en nuestra hija en Alicante, que mañana volará a su pequeño apartamento en Bergen, en Noruega. La vida, a nada que te alejas metro y medio, es tan rara. Aunque lo que es importante saber es que, suceda lo suceda, lo hace en un planeta tan real como Venus, que brillaba en la noche mientras los faros de nuestra querida y vieja Picasso iluminaban la carretera. Quién sabe, tal vez la Tierra brilla lejana en la mirada de alguien o algo, muy lejos.

viernes, 25 de octubre de 2019

Veinticinco de octubre

Las calles se convierten en senderos, los arbolillos enjaulados en pequeños bosques domesticados. Han derribado el edificio de la calle Antonio Machado, el viejo edificio donde crecía un níspero. Era un solar codiciado. Ahora se ven paredes de papel de colores y ventanas ciegas. Paso a su lado varias veces al día. Demoliendo el edificio trabaja Kinda, un viejo amigo. Más allá el río al fin se parece a un río de verdad gracias a las lluvias de los últimos días. Yo soy alguien que observa y toma nota. No me importa el fracaso porque hay personas que me aman de verdad.

jueves, 24 de octubre de 2019

Veinticuatro de de octubre

Esta mañana a las seis de la mañana he llevado a Lérida a Carlos Miramón, mi hijo de veintidós años, para que desde allí tomara un tren a Barcelona y desde allí pudiera despegar rumbo a Chile donde Raquel, su novia, está haciendo las prácticas de enfermería.

En este mismo instante vuela sobre el océano. Quince horas de viaje. Hace cuatro días era mi hija aterrizando en Barcelona desde Noruega. Al final fue una riada antes de llegar a Cambrils, en Tarragona, la que le hizo llegar a Alicante, donde se celebraba el Congreso, a las tres de la madrugada.

Es curioso cómo funcionan las cosas. Yo las contemplo y tomo nota, dibujo. Amo, me sorprendo, vuelvo a sorprenderme y amar y observar con toda atención. Si vivir no sirviera para esto, ¿qué sentido tendría?

miércoles, 23 de octubre de 2019

Veintitrés de octubre

Al colgar el teléfono
he roto a llorar.
Ha durado poco.
Me enseñaron a
no hacerlo. El final ha sido
un respirar entrecortado
y después nada.

Sólo esta sensación
de desamparo.

martes, 22 de octubre de 2019

Veintidós de octubre

Ha llovido durante todo el día y, espera, voy a mirar por la ventana: sí, sigue lloviendo a estas horas. Puedo visualizarla en la luz de la farola. Amo la lluvia, no tanto como a la nieve, tan escasa, pero casi. Amo la lluvia tanto como odio el calor, que tanto dura y más durará todavía en el futuro de este hemisferio.

De pronto pienso, no sé por qué, en las pequeñas ermitas románicas que he tenido la oportunidad de visitar durante mi vida. Me gustan mucho. Las piedras solares gastadas por millones de pasos, los siglos atravesándolas sin destruirlas del todo.

Viajamos en el tiempo sin darnos cuenta de que la nave somos nosotros.

lunes, 21 de octubre de 2019

Veintiuno de octubre

He comenzado a pensar en lo que cocinaré para mi familia en nochebuena y navidad. La navidad en sí me da igual, pero me gusta hacer felices, siquiera a través del estómago, a algunas de las personas que más quiero en el mundo. Tengo ideas que no desvelaré salvo cuando llegue el momento. Debo jugar entre la tradición y lo que me gustaría hacer sabiendo que no les gustaría a todos, así que me quedo con la primera. Pero. Ya veremos.

La noche llegó hace ya un buen rato. Dentro de un rato me acostaré, cerraré los ojos y despertaré en otro lugar. Moriré pensando en estas cosas. Tal vez esa sea la religión verdadera: la imaginación.

Impulsado por ella me impulso hacia el cielo, atravesando los apartamentos que hay encima de mí, viendo a la gente cenar, ducharse, cocinando, y atravieso el espacio frío, las nubes a kilómetros de altura, la delgada línea que protege nuestro mundo del espacio donde no podemos vivir con nuestros pulmones, nuestro corazón y nuestro cerebro. Pero como lo estoy imaginando floto allí y miro hacia mi hogar. Azul. Mágico. Nada puede decirse que no haya sido dicho antes.

No existe nada nuevo bajo el sol. Nada puede decirse que no haya sido dicho antes aunque el asombro sea de dimensiones mayores que la primera vez. Sucede en este cuaderno de bitácora. Cuántas veces habré repetido lo mismo, en invierno, en primavera, en verano, en otoño, antes de cocinar en mi casa para la navidad. Todo lo he repetido y repetiré. Poemas, frases, pensamientos. Yo lo sé. Tú lo sabes. Pero cuando los barcos dan la vuelta al mundo una y otra vez es lo que suele suceder. Cada vez existen menos tribus caníbales, menos ballenas blancas dispuestas a hundir nuestra nave, menos paraísos vírgenes expuestos a nuestros inconscientes desmanes.

Cada palabra que escribo sé que la he escrito antes, también frases, también párrafos. Poemas también. No me torturaré por ello. La noche se acerca. Ojalá Morfeo te bendiga con siete horas seguidas de muerte y mañana la rosada aurora te resucite y acompañe lejos del puerto, las velas henchidas de viento favorable, rumbo a tu mejor destino.

domingo, 20 de octubre de 2019

Veinte de octubre

Cada domingo es un treinta
y uno de diciembre.
Cada minuto termina en
el segundo número sesenta.

Y nada se detiene.

sábado, 19 de octubre de 2019

Diecinueve de octubre

Día de absoluto relax. Hemos ido a comprar a un centro comercial y, como quería cocinar un plato de abuela (calamares encebollados) hemos terminado comiendo a las cuatro y media de la tarde. Cuando nuestra hija viene a casa duerme lo que quiere y, como está tan delgada, intento engordarla un poco. Ayer por la noche cociné tortilla de patatas con cebolla, hoy calamares encebollados con una buena ensalada de tomate rosa de Barbastro, y para cenar truchas a la navarra con bacon hechas al horno y patatas fritas al estilo del yayo Antonio, su abuelo materno: poco aceite, muchas patatas y tiempo y sal. Ahora la tengo aquí al lado jugando con la Game Boy que le pusieron los reyes magos hace un montón de años. ¡Todavía funciona! Maite se ha dormido en la tumbona. Dentro de un rato todos dormiremos como troncos. Están pasando muchas cosas en Cataluña, en Siria, en el mundo entero, pero ahora mismo este es mi mundo: Paula juega a mi lado con su Game Boy de cuando era una niña pequeña y mi compañera duerme. Yo escribo mientras me tomo un whisky con hielo. Pronto me acostaré. Mañana será otro día.

viernes, 18 de octubre de 2019

Dieciocho de octubre

Paula ha alcanzado a tiempo el tren corriendo como una loca, los servicios mínimos de los cercanías que comunican el aeropuerto del Prat con la estación de Sants le han hecho llegar más tarde de lo esperado, pero cinco minutos antes de que el tren se pusiera en marcha ha logrado sentarse en su asiento. Ahora duerme en su habitación. Estamos contentos. Estoy contento por haberla podido abrazar y besar.

Pero estoy triste, sigo estando triste, por lo que está pasando en Barcelona. Y sí, sé que en en muchas poblaciones y barrios y lugares de Cataluña no está pasando absolutamente nada. Pero sí están pasando cosas. Las cuatro gatas y gatos que me leéis ya sabéis lo que pienso sobre el nacionalismo y sobre Cataluña.

Todos estamos bien aquí en Aragón, en Zaragoza, también en Barbastro. No soy pacifista, soy una persona pacífica, pero se me ocurren más de dos o tres razones por las que me volvería loco. El nacionalismo nunca será una de ellas. Para mí no. Bona nit.

jueves, 17 de octubre de 2019

Diecisiete de octubre

Suena el despertador del móvil. Le doy al botón que hace que suene más tarde. Escucho a Maite rondar por la casa. Me da igual. Yo quiero dormir un poco más. Finalmente, a la segunda llamada, me levanto de mala gana de la cama. Me miro en el espejo antes de mear. Mi cabello son tres explosiones de la primera guerra mundial. Le doy un beso en la boca a mi compañera desde los diecinueve años, que lleva horas despierta porque ella es así. Me siento en el retrete con el ordenador sobre el bidé que, maravillosamente, está frente a mí. Leo las últimas noticias, vacío mi colon con gran placer mientras las leo, luego pulso el botón, me lavo las manos y comienzo a preparar mi capuchino de cada día. Mientras la cafetera hace su faena me ducho porque no me gustan las bebidas calientes. Después de secarme coloco una rodaja de pan integral del día anterior en la tostadora eléctrica. Me visto. Mojo la tostada con aceite en el capuchino... Oh, no hay mayor placer. me limpio los dientes y salgo a la calle. El aire es fresco, vital, las nubes, a veces, flotan en el cielo a miles de kilómetros de altura.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Dieciséis de octubre

Nuestra hija Paula tiene un congreso en Alicante la semana que viene y, aprovechando la coyuntura, reservó un vuelo y un billete de tren a Zaragoza desde Barcelona pasado mañana, viernes, día de huelga general en medio de todo lo que está pasando. Le dijimos que, aunque perdiese el dinero, cambiase el billete de avión y fuese directamente a Alicante, que ya nos veríamos en Navidad, que el viernes probablemente no podría viajar. Desde Noruega las cosas se ven muy lejos y no nos ha hecho caso. Tiene veintiséis años, la hemos dejado por imposible (lo era con doce). Si no puede venir el viernes vendrá el sábado, y si no el domingo y nos veremos unas horas. No pasa nada.

Ya escribí ayer sobre la violencia. No tengo nada que añadir. Sólo una cosa: sigo amando a Cataluña. Su lengua, su paisaje, su gastronomía, mi mejor amigo es catalán. La amo tanto como odio el nacionalismo, cada vez más. El catalán, el español y el húngaro y el polaco y el ruso y el occidental. Mis ideales de adolescente siguen intactos y sigo pensando en un futuro federal y planetario. Vale, ya podéis dejar de reír a carcajadas. Lo sigo pensando, lo pensaré hasta mi muerte. Todos somos uno, sólo hay que visitar páginas de la NASA y visualizar imágenes de nuestro mundo para comprenderlo. Pero da igual. A mi edad he aprendido, hace ya muchos años, que nunca se convence de nada a nadie.

Hasta ayer estaba inquieto. Ya no. He decidido que ya no. Advertimos a nuestra hija. Se la va a jugar. Lo peor que puede pasar es que no aterrice en Barcelona o, al perder el billete del AVE a Zaragoza, tenga que pasar la noche en el aeropuerto o en la estación ferroviaria. Es una mujer hecha y derecha. No pasa nada.

Es increíble todo lo que está pasando en Cataluña pero no pasa nada. Me hierve la sangre pero no pasa nada. El monstruo que el nacionalismo ha alimentado durante todos estos años se ha despertado pero no pasa nada: pasa todo. Y lo que espero que no pase nunca.

martes, 15 de octubre de 2019

Quince de octubre

Me llamo Jesús Miramón, tengo cincuenta y seis años, y nunca me he pegado con nadie, jamás. No soy capaz de explicarlo, pero en situaciones en las que casi era inevitable siempre salió alguien en mi defensa, alguien que me conocía bien: primero mi hermano gemelo en el colegio, después, en el instituto, un amigo que se sabía casi de memoria el Juan Tenorio y le encantaba pelear a puñetazo limpio. Durante mi servicio militar un chico de Alfaro quiso pegarme pero yo le convencí, hablando, de que semejante posibilidad era algo absurdo, que yo desconocía su nombre y era ridículo que quisiera pegarme sin que él conociera el mío. Me llamó "fantasma" y se alejó sin saber muy bien qué hacer. Acabamos siendo amigos y adoptando una culebra de escalera que encontramos malherida en la pequeña balsa de agua del centro del polvorín de La Rioja donde fui destinado.

Y sí, así es como he llegado a esta provecta edad sin haberme pegado con nadie jamás. Mi hijo de veintidós años ya se ha pegado como dos o tres vidas mías, y ni se inmuta. No sé pegar pero creo que si se diera la situación sabría. Tampoco sabía follar y salió casi solo, mejor a la segunda que a la primera, y mejor a la décima que a la quinta. El instinto está ahí, y sé que podría pelear sin ninguna dignidad y acabar matando a alguien a mordiscos, a patadas, bestialmente. No por un accidente de tráfico, no porque mi vecino hace mucho ruido, no por una bandera ni, menos todavía, por una idea nacional. Sólo se me ocurre una circunstancia: que vinieran a por mi familia, que subieran la escalera frente a la puerta de mi casa dispuestos a violar y asesinar a los míos. Seguramente moriría en el primer segundo -ser un experto en películas bélicas no te convierte en un marine- pero pelearía sin reglas, desesperadamente, del modo más productivo posible.

Sé por qué escribo esto pero no lo quiero decir. Me duele demasiado. Casi puedo oler los incendios en Barcelona. No puedo comprender que personas adultas y formadas puedan haber sido abducidas por el nacionalismo y su paraíso. En los últimos años mi idea inicial que unificaba nacionalismo y religión se ha ido materializando frente a mis ojos y no soy capaz de comprenderlo. La violencia ha comenzado. Es obscena, íntima. Incendian contenedores y aplauden a los bomberos que acuden a apagarlos. Es la distopía, el absurdo absoluto. Es, en mi opinión, la ausencia total de la inteligencia sustituida por un instinto que sale de nuestra casa, pierde el rumbo, y acabará incendiando el primer piso de otra casa donde tal vez colgaba nuestra bandera.

Me llamo Jesús Miramón, tengo cincuenta y seis años y nunca me he pegado con nadie. Jamás. Y al final he dicho, como siempre, lo que no quería decir. Pero sufro cuando contemplo la violencia. Es como observar a través de una cerradura algo que no deberíamos haber visto nunca.

lunes, 14 de octubre de 2019

Catorce de octubre

Los truenos son tan constantes precipitándose unos sobre los otros sin que quepa un mínimo silencio, al tiempo que la lluvia, empujada violentamente por el viento, golpea de manera oblicua las ventanas y los muros de mi edificio, que puedo comprender perfectamente que nuestros antepasados creyesen firmemente, empujados por el miedo, siempre por el miedo, en dioses de los cielos y las altas montañas.

Incluso a mí, un ser humano habitante del siglo veintiuno, presuntamente racional, ateo aunque sensible a lo que me rodea, me alcanza esa tentación: oh, tormenta, deja de rugir como un lobo gigante porque das miedo, es verdad, pero, por favor, no dejes de llover, llueve aunque sea horizontalmente, pero llueve. En este hemisferio mi especie hace muchos siglos que aprendió a construir cuevas artificiales resistentes -a veces más, a veces menos, a veces inútiles- frente a tu ira, pero llueve.

Escucho ahora mismo que te alejas después de unas horas. Los millones de pianos desplomándose sobre las rocas viajan hacia el este junto a su cohorte de fuegos brillantes. Pero no te vayas del todo, déjanos un poco de lluvia, unas horas de lluvia, yo te lo imploro y, como sacrificio, procederé a consumir un vaso de bourbon con hielo que beberé en tu nombre antes de cenar.

domingo, 13 de octubre de 2019

Trece de octubre

Sé indiferente frente a lo que tú le eres indiferente. A la enfermedad, a la naturaleza, a quienes no les importas un pimiento, a lo que no está en tu mano controlar, a la inmensidad de lo que desconoces y te desconoce. Responde con la misma moneda pues morirás igualmente, más tarde o más temprano. Y a quien o qué le eres indiferente le sucederá lo mismo, sea mundano o cósmico.

La indiferencia puede convertirse en algo posible de sentir y hacer, un modo de retar al mundo sin rendirnos, aunque yo todavía no haya encontrado la manera. Persevero en ello. Es una filosofía antigua, la ataraxia, el estoicismo. Aunque yo le añado un poco más de acción, no demasiada, lo que cuesta escribir.

sábado, 12 de octubre de 2019

Doce de octubre

Dicen que lloverá. Yo recuerdo cuando en Zaragoza, durante las fiestas del Pilar, en mi juventud, hacía frío. Esta mañana, paseando junto al canal cerca de Barbastro, espantábamos los insectos a nuestro alrededor y sudábamos. De acuerdo, es cierto, lo sabemos: el cambio climático ya está aquí. Fin de la nota.

Mi próxima intención es dejar de señalar algo tan evidente para centrarme en la vida. Durante el paseo había abundancia de cuervos y tres o cuatro lagartijas han huido a nuestro paso. Sobre nuestras cabezas inmensos cumulonimbus a miles de kilómetros de altura flotaban en ese cielo azul que nuestra hija tanto echa de menos en Noruega. Porque ningún azul es igual a otro como ninguna palabra, incluso la misma, es igual a sí misma pues depende de las que la preceden y las que aparecen a continuación.

Me centro en la absoluta confianza de que quienes vivimos en desiertos y en el ártico sobreviviremos al cambio climático como sobrevivieron nuestros antepasados a las glaciaciones y los cambios climáticos, entonces sólo naturales, que acontecieron en nuestro planeta. No soy capaz de augurar el precio que pagaremos, tanto en vidas como en sufrimiento, pero sobreviviremos y aprenderemos la lección.

Y bueno, lo que queda claro es que en un sólo texto puede afirmarse algo y a la vez negarlo. Escribí hace segundos o minutos que dejaría de señalar algo tan evidente como el cambio climático para terminar hablando nuevamente de ello. Soy así. No os fiéis nunca de mis intenciones. De mí creo que sí podéis hacerlo, soy, en términos generales, una buena persona: ¿pero de mis intenciones o propósitos? No sabría decirlo.

viernes, 11 de octubre de 2019

Once de octubre

He salido del trabajo a las tres menos cuarto saltando las breves escaleras, corriendo y bailando por la acera mientras cantaba una bella canción frente a los (falsos) rostros asombrados de los viandantes.

No es verdad. Es viernes y estaba muy contento de tal dato pero no es verdad. Ojalá poder elegir a veces vivir en un musical. Ojalá poder elegir en qué tipo de género vivir según nuestras necesidades: modo tragedia existencial (no hace falta mucho esfuerzo); modo comedia inteligente (pereza), modo comedia idiota (la mejor); modo película erótica (oh, yes, quiero más); modo documental; modo género bélico (pero hace falta mucha inversión); modo ciencia ficción (hace falta todavía más inversión).

Si lo piensas en serio, el género musical es el más barato. Aunque hace falta música buena y, sobre todo, pertinente. O no, si tu musical es muy malo. Lo bueno de las creaciones malas es que no requieren de calidad, y, al fin y al cabo, la tierra acabará siendo tragada por el sol dentro de unos cuantos miles de millones de años. ¿Quién recordará nada de tu fracaso sísmico? Nadie. Todo desaparecerá junto al Quijote, las pinturas rupestres de Altamira, la música de Bach o Mozart y las recetas de Arzak, por no hablar de los sonetos de Shakespeare o películas como Tiburón. El futuro es un agujero negro.

Dicho esto: es verdad: vivamos el presente y un poco más allá. Es nuestra terapia si no queremos volvernos locos (a menos que seamos religiosos y creamos en la resurrección o la reencarnación -me descojono, sin perdón).

Vivamos el presente, exploremos la isla, el continente, el planeta, el sistema solar, el universo, pero no olvidemos nunca la cosa pequeña que somos y su previsible desaparición. Y no pasa nada, cada vez que parpadeamos desaparecen con toda probabilidad miles de civilizaciones en la inmensidad del cosmos. Algo parpadeará alguna vez por nosotros.

jueves, 10 de octubre de 2019

Diez de octubre

Apenas desciende un hilo del río que debería fluir enjaulado en su canal de hormigón. Las algas de agua dulce son como el largo cabello de una Ofelia eternamente muerta. Los días de esta ciudad de provincias, como el pequeño caudal del río Vero, transcurren lentamente pero sin detenerse nunca. Hoy Malika, una mujer a la que conozco desde hace muchos años, me ha regalado una caja con unos tomates rosa de Barbastro de su huerta absolutamente maravillosos. Estos gestos, que yo siempre que no son necesarios porque simplemente hago mi trabajo, en el fondo me conmueven. Son tan gratuitos, tan de verdad. Malika y su marido recogieron estos tomates, los seleccionaron -estoy seguro porque son perfectos-, los metieron en una caja y pensaron en mí. Cuando me jubile, si todavía vivo para entonces, recordaré estas pequeñas cosas, estas conexiones entre personas tan distintas e iguales al mismo tiempo.

Creo firmemente, desde la privilegiada atalaya que me ofrece mi puesto de trabajo, que el único objetivo político o simplemente de futuro viable para nuestra especie es la comunión entre todos nosotros, que ya existe esporádicamente, que ya se demuestra en catástrofes naturales, que es consustancial a nuestra evolución como seres sociales. Todo lo que vaya en contra de esa comunión sencilla, sin aspavientos, sin señalar con cinismo las diferencias y señalando con fraternidad tantas cosas que nos unen; todo lo que vaya en contra de eso es mi enemigo número uno: el racismo, el clasismo, el nacionalismo -que suele reunir las dos características anteriores-; el desdén por el dolor de los demás, el egoísmo, etcétera: esos son mis enemigos y jamás me cansaré de combatirlos. Jamás.

Los tomates rosa de Malika.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Nueve de octubre

Alguien sopla una trompeta. Nunca la había escuchado desde que vivo aquí. Debe de ser un niño porque se nota que lo hace por primera vez. Es terrible pero maravilloso. De hecho es más maravillo que terrible. Siempre es más maravilloso que terrible.

martes, 8 de octubre de 2019

Ocho de octubre

Carlos, que quiere preparar oposiciones a bombero, ahora que ya ha dejado de trabajar por la noche ha vuelto a ir al gimnasio para ponerse como un toro (las pruebas físicas son muy exigentes) y el viernes se examina, de nuevo, del carnet de camión en población. Maite va la piscina climatizada de Barbastro a hacer también gimnasia en el agua dos días a la semana. Casi comienzo a sentirme mal por gordo y dejado y sedentario. Cuando termine este año de escritura y fotografía diaria me lo plantearé. Jamás en toda mi vida he hecho más deporte que el que se hace de niño corriendo de aquí para allá para descubrir dónde se han escondido tus compañeros de juego. Bueno, he tenido temporadas de bicicleta estática y hasta abdominales, y me encanta pasear por el campo o junto al canal los fines de semana. Pero esas temporadas de bicicleta y abdominales, como vinieron, se fueron.

Hoy hemos comido los tres miembros de la familia por separado. Todos. Ayer dejé hechos unos macarrones con tomate y chorizo. Mi compañera tenía la gimnasia en la piscina a las tres y media, yo volvía al trabajo a las cuatro -los martes atendemos por la tarde de cuatro a siete-, y nuestro hijo ha regresado del gimnasio a las cuatro menos cuarto.

Libertad. Siempre libertad. Los macarrones con tomate y chorizo, por cierto, aunque a los italianos les parezca una herejía, estaban muy buenos. Todavía quedan para mañana. He heredado de mi madre que sólo sé cocinar para ejércitos, siempre sobra. Pero nos lo comemos todo.

Estoy tan cansado mentalmente. Sé que incluso puede ser un agravio comparativo para muchas personas que trabajan más duro y más horas que yo, pero atender público ocho horas es agotador, las agencias de información de la Seguridad Social, sobre todo cuando son comarcarles como la mía, lo tocan todo, tenemos toda la institución en nuestro cerebro y debemos aconsejar e informar sabiendo la responsabilidad que asumimos, que es muchísima. Hay tantos asuntos distintos, tantas consultas diferentes. Aunque ya lo he dicho, ¿qué derecho tengo yo a quejarme por un trabajo que me gusta y que es estable y que me requiere trabajar sólo una tarde a la semana? Ninguno. No es correcto que me queje. Pero estoy tan cansado. Escribo dejándome llevar, improvisando, dejando que mi mente se vacíe un poco de tantas voces, tantos rostros, tantas personas maravillosas en su identidad irrepetible. Buenas noches.

lunes, 7 de octubre de 2019

Siete de octubre

Los lunes son siempre una mezcla de desastre y esperanza: el comienzo de una nueva oportunidad y el final de las breves, brevísimas vacaciones del fin de semana.

Pero todo es mentira. Cada día es una nueva oportunidad y la última, hipotéticamente. Soy idiota y nunca cambiaré, a estas alturas ya no. Aunque sepa que soy idiota. Se ha de reconocer que semejante idiotez tiene su mérito. Sí, lo sé: idiota perdido. Triste mérito pero, como idiota que soy, mérito al fin y al cabo.

domingo, 6 de octubre de 2019

Seis de octubre

Me asomo a la ventana
de la habitación donde escribo
y me siento igual que
si me asomara al ojo de buey
de una embarcación.

Domingo por la tarde.

Calma chicha.

Mar de los sargazos.

sábado, 5 de octubre de 2019

Cinco de octubre

Sábado por la tarde. Maite, que repite como jefa del departamento de lengua del instituto PORQUE nadie ha querido sustituirla después de dos años, lleva días trabajando sin parar con la programación del curso, a lo que ahora hay que sumar un constipado de la hostia. Yo, como la conozco, ya no digo nada. Ni la lógica baja médica ni su renuncia al puesto son decisiones compatibles con ella. Me callo y ya está.

Hoy cuando volvía de hacer la compra he visto el revuelo de un camión de bomberos, policía local y también la guardia civil porque un coche se había estrellado en una rotonda contra una farola. Me ha parecido ver a la conductora sentada en un pretil del aparcamiento del cementerio rodeada de personas. Ha debido de ser un despiste.

Yo escribo tranquilamente, tengo tiempo libre y este propósito absurdo de dar cuenta diaria de mi navegación. Para los capitanes de barcos no era opcional: los cuadernos de bitácora eran una obligación: había que registrar todo lo sucedido, como lo hago yo voluntariamente y sin surcar las profundidades del océano.

Mi navegación no tiene ninguna importancia, pero forma parte de la historia de este mundo.

viernes, 4 de octubre de 2019

Cuatro de octubre

Yendo a trabajar esta mañana he visto el rastro rectilíneo de un avión en el cielo, a nueve o diez kilómetros sobre mí. Volaba hacia el sur. Hacía frío pero sigo vistiendo como en verano porque sé que cuando salga del trabajo a las tres de la tarde hará calor. Qué agradable sentir frío por la mañana caminando hacia la agencia comarcal de la Seguridad Social en Barbastro. Me he cruzado con dos o tres conocidos. Uno me ha gritado: "¡Valiente!". "¡Tengo un neopreno interno y natural!", le he contestado. Ha sonreído y nos hemos alejado en direcciones contrarias. A veces vivir puede ser así de fácil, y es maravilloso.

jueves, 3 de octubre de 2019

Tres de octubre

Hoy mi padre ha cumplido ochenta y tres años y, como siempre, cuando he hablado con él por teléfono, me ha asombrado y admirado su tranquila consciencia de la realidad. Tal vez he heredado, entre otras muchas cosas, eso de él. Sabe que ya no le queda mucho tiempo de vida pero está volcado en cuidar a mi madre, que tiene una salud mucho peor que la suya. Mi padre es alguien muy especial: tranquilo, callado, pero inasequible al desaliento. En algún sitio leí hace tiempo que en las peores situaciones, si puedes permitírtelo, elige siempre como compañero a quien tenga esperanza. En la guerra y en la paz. La esperanza señala a las personas buenas. Ochenta y tres años y guapo como un actor de Hollyvood, uno de los seres humanos más buenos en el estricto sentido del adjetivo que he conocido en mis cincuenta y seis años de vida, un ejemplo de honestidad para sus hijos y sus nietas y nietos. Se lo he dicho por teléfono pero se lo digo aquí, aunque nunca lo leerá: papá, te quiero.

En la fotografía está junto a mi hermana Susana Miramón, la pequeña de la familia, mi ratoncita (nos llevamos diez años, también llamo así a mi hija). Los dos están tan guapos que me dan ganas de llorar. La foto es de hace pocos días, durante las fiestas del pueblo navarro donde nací. Feliz cumpleaños, papá.


Papá y Susana

miércoles, 2 de octubre de 2019

Dos de octubre

Sigo vistiendo como no debería hacerlo un caballero: sandalias de misionero, bermudas viejísimas y camisetas y camisas de manga corta (según parece llevar camisas de manga corta es una especie de delito de los buenos usos y la elegancia inherentes a quien elegante quiera considerarse, a mí me importa un pimiento). Lo que me preocupa es que siga haciendo calor y el río fluya lentamente frente a mi casa convertido más en un arroyo que en aquel. Uno piensa que su breve vida no será testigo de nada importante ante la inmensidad de la historia, pero en la mía ya he asistido a eventos inimaginables: el fin de la guerra fría, la unificación de Alemania, el nacimiento y victoria entre comillas sobre el islamismo radical y, lo más importante, el acelerado calentamiento global de nuestro planeta. Ayer vi en la prensa una fotografía desgraciadamente bastante frecuente en los últimos años: desprendimientos de enormes pedazos de hielo en el Ártico y en la Antártida. Uno piensa que en su breve estancia en este mundo no será testigo de sucesos terribles y, aunque mi generación sea probablemente una de las pocas que no ha intervenido directamente en una guerra, está asistiendo al acelerado cambio del mundo. La subida del nivel del mar se precipita casi exponencialmente y muchas especies que en nuestra infancia eran abundantes ahora se extinguen a toda velocidad. Yo soy acaso un ser humano que verá desaparecer al tigre, al rinoceronte, incluso a los leones.

Y ni siquiera sé qué sentir. Reciclo como una hormiga antes del impacto de un meteorito, trato de dar ejemplo entre quienes me rodean, escribo en este diminuto lugar de la red, pero ni siquiera sé que sentir. Leí que personas condenadas a muerte pasaban del pánico a la estupefacción, y, después de la estupefacción, a una especie de alejamiento personal de cualquier sentimiento mientras incluso eran conminadas a cavar su propia tumba antes de los disparos. Imagino que son bondadosos recursos de nuestras neuronas para hacernos más fácil el tránsito incluso en las peores circunstancias.

Pero ante lo que se avecina no es un recurso útil pues hace falta reaccionar. Yo, que soy optimista por naturaleza, confío en las generaciones del futuro y, aunque sea en un planeta sin tigres ni rinocerontes en libertad, un planeta con países desaparecidos por el aumento del nivel del mar como ya comienza a suceder en Oceanía, un planeta con procesos de desertificación a los que España es especialmente sensible, confío en esas generaciones, digo, porque siempre son más inteligentes que las anteriores, porque se lo juegan todo. Y no estoy pensando en mis hijos sino en sus tataranietos y en los tataranietos de estos. No le tengo miedo a la muerte, por mi trabajo sé que es algo que sucede cada día. Le tengo rabia porque morirme me impedirá saber qué sucedió al final de todo esto. Esa es la única batalla que perdí desde que comencé a llorar en este mundo.

martes, 1 de octubre de 2019

Uno de octubre

Estoy tan cansado que me iría a la cama ahora mismo. Pero sé que a las cuatro de la mañana me despertaría como un robot y tendría problemas. Debo aguantar despierto al menos hasta las diez y media o las once, y cenar algo: queso, escalivada, pan con tomate, cualquier cosa. No tengo ganas de cocinar.

Maite y yo hemos hecho un video por WhatsApp con Paula en Bergen, Noruega. Por fin ha alquilado un pequeño apartamento a pie de calle después de tantos años alquilando habitación en pisos compartidos. Nos lo ha enseñado: su recibidor de madera donde dejar abrigos y calzado, una sala relativamente grande, el dormitorio, la cocina, el cuarto de baño. Su primera vivienda para ella sola. Estaba agotada por la mudanza pero muy ilusionada. Eso sí, como su casa está a la altura de la acera se pondrá cortinas. En eso se nota que no es noruega. Cuando fuimos a visitarla el verano del año pasado caminábamos por las calles y podíamos ver a través de las ventanas la actividad cotidiana de los habitantes de las casas: un señor leyendo el periódico en la mesa de la cocina mientras su mujer preparaba la cena, etcétera. Ellos no tienen problema alguno porque no saben que los españoles somos unos cotillas que miramos asombrados las vidas de la gente que no tiene ni persianas ni cortinas en sus ventanas. Me sucedió también en Londres. Pero Paula pondrá cortinas. Nos ha dicho: ver pasar sombras junto a la ventana me pone nerviosa. Culturas.

Mi mano derecha está firme como la de una estatua, pero la izquierda me tiembla de un modo extraño. Tengo las cervicales del cuello hechas polvo tras años de rotación entre la pantalla del ordenador, los usuarios, las impresoras y el escáner. Tal vez toque otra tanda de fisioterapia, pero estoy tan harto de médicos... El día termina. Al empezar a escribir pensé que hoy no había pasado nada, pero me doy cuenta de que eso es literalmente imposible, absolutamente imposible si estás vivo.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Treinta de septiembre

Y aquí acaba septiembre de dos mil diecinueve. Y aquí termina mi último latido. Y aquí mi último parpadeo inconsciente. Siempre está terminando algo, siempre está comenzando algo, no siempre nuestro, no siempre al alcance de nuestra mano. A veces pienso seriamente que nuestro cerebro ha evolucionado para articular de manera plausible lo que no debería poder ser articulado plausiblemente. En vez de volvernos locos del todo contamos historias alrededor del fuego por la noche, bajo la espina dorsal de la vía láctea. Nada como las palabras. Ellas nos protegen del caos.

domingo, 29 de septiembre de 2019

Veintinueve de septiembre

Hemos vuelto de Zaragoza relativamente temprano, con tiempo para asar al horno un sencillo ternasco con patatas. Carlos se ha despertado más tarde y ha venido a besarnos. Si supiera qué ricos me saben sus besos en la mejilla, los besos de un hombre de veintidós años a quien cuidé durante un año de excedencia, como a su hermana mayor. Cuántas veces les limpié el culo y cambié sus pañales.

Nostalgia, aléjate de mí, te lo imploro. No te necesito. Prefiero el aroma que ahora mismo inunda mi casa: los pimientos y berenjenas asadas de la escalivada. También cocí al vapor judías verdes, zanahorias y patatas cortadas en trozos pequeños para hacer ensaladilla rusa. Comida para los días que vendrán. Creo que cocinar me gusta más que escribir. Cuando cocinas lo haces para personas físicas sentadas a tu lado en la mesa. Cuando escribes lo haces lanzándote al vacío, al silencio, a la más absoluta insignificancia. Y de verdad no digo que sea algo injusto: más aún: entiendo que es normal. La comida es necesaria, escribir un diario es el lujo de quienes podemos permitirnos comer cada día.

sábado, 28 de septiembre de 2019

Veintiocho de septiembre

Vuelvo a escribir desde el dormitorio de mi hija en Zaragoza, rodeado de sus cosas. Sombreros de fiesta, fotografías de su laboratorio en Barcelona, dibujos, acuarelas, un libro titulado El mundo invisible de Hayao Miyazaki, de Laura Montero Plata.

Vengo a escribir aquí porque me resulta imposible hacerlo en el salón con la televisión encendida. Necesito un rincón alejado del ruido. Sé que han existido escritoras y escritores capaces de crear en una cafetería llena de gente, en el metro, en cualquier parte. Mi talento, si existiese, no es tan fuerte: necesito silencio o, como mucho, mi música favorita.

Este diario es siempre mi última tarea antes de irme a dormir. Creo que así debe ser aunque a veces, traicionándome, he publicado páginas a la una de la madrugada. Pero en general creo firmemente que así debería ser. En general. Casi siempre. Cuando la jornada ya termina y lo que queda es dar gracias y retirarse del escenario hasta mañana. Retirarse al camarote, a la habitación de puertas automáticas de la nave espacial que surca el espacio en un silencio que no podemos ni imaginar.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Veintisiete de septiembre

He conducido y hemos llegado de noche. Seguro que lo habré escrito mil veces, pero me encanta conducir de noche. No ver lo que rodea la carretera que iluminan los faros del coche hace que tu concentración alcance casi el nivel cerebral de la meditación. Las líneas de pintura fosforescente llegando y desapareciendo tras el vehículo. Siempre que conducimos viajamos en el tiempo -como cuando caminamos e incluso cuando respiramos durmiendo la siesta-, pero de noche se parece más a como siempre lo imaginé.

En Zaragoza casi siempre sopla el cierzo. Ahora escribo con dos ventanas abiertas y opuestas y el aire me acaricia fresco, constante. Dormiré muy bien, siempre duermo bien en Zaragoza.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Veintiséis de septiembre

Otro día se aleja llevándose cosas y dejando cosas, como hacen los ríos y las orillas del mar. Hoy a última hora del trabajo he atendido a una mujer guapa, inteligente y muy sensible. Había venido con su marido, un hombre también inteligente y con un brillo especial en la mirada. Hemos hablado mucho rato de cosas que no puedo ni quiero revelar, pero una de las conversaciones ha discurrido sobre la importancia de querernos a nosotros mismos y aceptarnos como somos y ser libres de la opinión de los demás. Hay enfermedades que simplemente consisten en ignorar o no saber enfrentar cosas sencillas, ligeras e ingrávidas. Lo he visto antes durante mis años de profesión: jóvenes extremadamente delgadas que se veían gordas en el espejo, personas adorables sin un atisbo de amor hacia sí mismas. No son enfermedades fáciles de curar porque hunden su raíz en lo más profundo de lo que somos: nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestra visión personal de la extraña realidad que a todos nos rodea cada día desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Yo, antes de cerrarlos esta noche, quiero pensar en Teresa y alegrarme porque poco a poco va curándose y aprendiendo y explorando más allá. Quienes hemos padecido depresión y ansiedad nos reconocemos mutuamente y sabemos en qué consiste y qué no se nos debe decir aunque sea con buena intención. Ha sido un placer hablar con ellos y quedan en mi memoria, que para los seres humanos que atiendo diariamente es sorprendentemente buena.

Debemos aprender a querernos como queremos a nuestros amigos: sin juzgarlos. Debemos dar valor a las cosas que se nos dan bien, sea cocinar, limpiar o arreglar cosas; sea dar comprensión y cariño a los demás sin darnos cuenta. Todos tenemos dones, regalos involuntarios que damos cada día al mundo sin ser conscientes de ellos. Prestemos atención sin mirar demasiado atrás. Exploremos a través de bosques, montañas, costas y desiertos. Somos seres humanos: nacimos para eso. Que los bosques, las montañas, las costas y los desiertos sólo existan en nuestra imaginación no invalida en absoluto nuestro viaje.

Cierro el cuaderno de bitácora. Ahora me acostaré en la cama y dormiré profundamente mientras este submarino, este avión, este barco pequeño surca las olas del tiempo pausado en el que mi cerebro se recupera de todo lo vivido, todo lo escuchado y olido y visto, y hace una selección de lo importante, lo muy interesante, lo casi interesante, y tira a la basura todo el resto al margen de mi voluntad. ¿Y si algunas noches me resisto a acostarme precisamente porque no estoy seguro de lo que mi propio cerebro hará desaparecer durante el sueño? Pero ahora estoy muy cansado y me rindo como cada día. Este es el ciclo. En otro lugar amanece ahora. En otro lugar despiertan.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Veinticinco de septiembre

Esta noche hemos cenado de aquella manera, cada uno por su cuenta y a deshoras, sin juntarnos: pan con tomate, fuet, queso, jamón. A las once y cuarto ha venido Carlos, nuestro hijo de veintidós años, y ha preguntado: ¿qué hay para cenar? Le he dicho: no hay nada, pica-pica. Jó, ha dicho, esperaba que hubieseis cocinado algo. Lo siento, le he dicho, no teníamos ganas, pero puedes hacerte tú lo que quieras. Ha abierto la nevera delante de mí y ha pronunciado la siguiente palabra: "supervivencia". Me ha hecho mucha gracia. Así es, le he dicho, pura supervivencia en esta isla desierta. Y antes de regresar frente a esta página en blanco le he dicho también: recoge todo lo que ensucies, ¿vale? ¡Y pon en marcha el lavavajillas!