Este año del señor de dos mil diecinueve, si nada se tuerce, va a terminar mucho mejor que como empezó. He aprendido y madurado (sí, se puede aprender y madurar a los cincuenta y seis años), y ahora me siento más preparado para seguir navegando sin mareos ni dudas improductivas. Eso sí: tardaré mucho tiempo en proponerme escribir cada día de cada día y hacer una fotografía cada día de cada día. He tenido suficiente. Lo que haré será, además de escribir de vez en cuando, ir reincorporando al blog lo que queda del año dos mil once, en el que hice lo mismo y lo perdí al tocar algo que no debía en la plantilla del cuaderno. Menos mal que guardaba una copia de seguridad y podré resucitar aquellas trescientos sesenta y cinco entradas en este diario que, junto a los anteriores, ya comienza a ser viejo y dar cuenta de un viaje relativamente largo.
Pero dos mil diecinueve aún no ha terminado. No hemos atravesado esa frontera imaginaria, ese convenio colectivo. Quién sabe si mañana no aparecerán en el cielo las primeras naves no humanas de nuestra historia, o si de aquí a unos días no habré sido afortunado con alguno de los números de lotería que inevitablemente he comprado, quién sabe si alguna de mis células comenzará a replicarse con una mutación que acabará matándome antes de lo que yo pensaba. Todo puede suceder en los días que vendrán, y también a partir del uno de enero del año próximo. Nada está escrito y los navegantes sólo podemos hacer lo que siempre hicimos: dar testimonio, dibujar mapas.
viernes, 13 de diciembre de 2019
Trece de diciembre
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